No. 103 / Octubre 2017
La nueva Ruta de la Seda
La nueva Ruta de la Seda cuenta con el respaldo de los Estados Unidos desde que este país y China firmaron un acuerdo comercial impredecible durante la campaña de Donald Trump y aun minutos antes de la reunión que mantuvieron Trump y Xi Jinping en abril último, en Palm Beach, Florida. Después de esa reunión Trump, que acusaba a China de ser poco menos que el verdugo comercial de los Estados Unidos, un enemigo económico sin dudas, habló de «formidable avance» y de avance «espectacular». Y un mes después, un pacto de varios puntos, tendiente a reducir el tremendo déficit que tiene el comercio de Estados Unidos con China, salió a la luz. Entonces la reunión de Palm Beach, en la que se diseñó sin duda este entendimiento comercial, pasó a ser comparable a la visita de Richard Nixon a China, en 1972, que normalizó las relaciones políticas entre China y los Estados Unidos.
¿Qué significa el acuerdo comercial de ahora? Que China comenzará a comprar más a Estados Unidos y a invertir más en los Estados Unidos. Si esta tendencia logra no solo un equilibrio favorable de la balanza para los Estados Unidos, sino un flujo constante y más o menos equilibrado de mercancías y capitales entre ambos países, el capitalismo podrá definitivamente llamarse uno y global, sea cual fuera el discurso nacionalista de Trump. Jinping es pragmático y está dispuesto a reencauzar gran parte del capital acumulado en China hacia la que fue la «potencia hegemónica» de la segunda mitad del siglo XX.
Eso, ¿tiene algo que ver con la poesía?
Yo creo que sí. Es en primer lugar un resultado político impactante de la extensión planetaria del sistema capitalista, que tiende siempre, como el Manifesto Comunista predijo en el siglo XIX, a la irrealidad («todo lo que era sólido se desvanece» era una frase referida a las relaciones e instituciones del mundo feudal, que parecían de piedra y ardían como tigres de papel ante el avance del nuevo sistema, pero también permite pensar en los objetos manufacturados en gran escala, que tienden a perder su condición de objetos, o a que su vida como objetos se desvanezca rápidamente, como una botella de plástico arrojada a la nada de un cesto de basura o a la nada de la calle).
El mundo se cubre cada vez más de redes comerciales que, aun cuando se puedan representar con contenedores y barcos petroleros, no podemos imaginar cuán densas son. Tan densas como abstractas, paradojalmente. El mundo —salvo la sangre— es un inmenso conjunto de gráficos, y los miles de satélites que sirven a sus comunicaciones parecen, vistos desde el espacio, un enjambre de abejas robóticas girando en torno a una colmena gigantesca.