No. 66 / Febrero 2014 |
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Unas palabras sobre la poesía de Nicanor Vélez |
Por Eduardo Milán |
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Con Octavio Paz en Barcelona
La poesía de Nicanor Vélez bebe de una concepción clara, precisa, nítida del hacer: la contención. Esto informa dos de las tres partes que conforman La vida que respira (Valencia, Pre-textos, 2011). Esa contención se expresa en la búsqueda de un momento, el momento poético, que viene a contravenir o a iluminar la vida cotidiana. Para Nicanor Vélez la existencia cotidiana no es poética en sí misma. No es el poeta el que se encarga de revelar esa poeticidad de la vida como quien le levanta a la vida un velo. No. Es la poesía la que aparece entre los distintos movimientos de la vida para re-configurarla y otorgarle, tal vez, una dimensión integral de la que la vida no sería consciente. Ese movimiento lo haría la gran poesía. Lo grande aquí no atiende a lo voluminoso. Señala el gesto y la actitud. Esto le gusta decir a Nicanor y es como una divisa de su propia búsqueda. Un poeta nacido todavía en los años cincuenta puede concebir la aparición de la instancia poética como un toque, un gesto de ala de un vuelo sin pájaro, algo de esa magia que todavía acarrea la connivencia con un oficio que dio, llegada esa década tan fructífera para la poesía latinoamericana, varias veces varias vueltas sobre sí mismo. ¿Cómo cargar con esa conciencia de lo que gira ya casi naturalmente sobre su propio eje sin encontrar a la propia materia masticada y preparada para una nueva masticación? En esa encrucijada que le ofrece a sus ojos un arte (con) sabido en su autoconciencia -eso que Octavio Paz llamó varias veces siguiendo la línea de Paul Valéry “poesía crítica”- que quiere tocarse con un anti-arte a la primera provocación, Vélez toma el camino de la elevación. Esa elevación que campea en las dos primeras partes de La vida que respira no implica una búsqueda terca de lo sublime como quien se tira a la primera agua esperando emerger con un ánfora del Mediterráneo en la mano que toca el aire y en el pelo algas de un antiguo dios tridentino. No es una elevación en el sentido de ascensión: es una suspensión. La palabra, cuyo efecto de gasto por uso es notorio hoy en día en la mayoría de lo escrito que aparece en público, en los poemas de Nicanor Vélez no alcanza a tocar suelo. Queda suspendida en una especie de flotación. Lo conmovedor de
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