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No. 56 / Febrero 2013 |
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Como todas las noches, hoy llovió a cántaros. Como todas las noches, los sapos buscaron la carretera, para darse baños de vapor sobre el pavimento tibio. Como siempre, los coches pasaron por la carretera y aplastaron montones de sapos. Como todos estos días, hoy amaneció la carretera encharcada de sapos destripados. Como siempre, los coches siguieron pasando y pasando por la carretera. Y nadie vio nada extraño en la masacre. — Todo parece estar en contra: la bicicleta añeja, el sol imperativo del trópico, la cuesta apenas perceptible pero infinita, la endeblez de mis piernas hechas a la molicie, la fuerza de la gravedad, el movimiento imperceptible de la Tierra, que nunca parece favorecer a uno, los perros anticiclistas siempre irritables en su miseria eterna… Y sin embargo… me muevo. — Bajo este hormigueo de gente que va y viene, sube y baja, movida por una prenda banal, un señuelo bobo, un precio rebajado… había un prado, un bosquecillo, un arroyo bucólico, un mirador, donde contemplar estrellas hoy veladas por el smog y la locura. |
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