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¿En dónde y en qué se afirma una escritura? Haypoetas que parecieran no existir, no porque no escriban, sino porque no responden a las dinámicas o llamadas de la presencia constante y la publicación regular. No han buscado, o no se nota que busquen, estar en el candelero, trotar los empedrados del reconocimiento, |
No. 72 / Septiembre 2014 |
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Salpicaderas
Hermann Bellinghausen Trópico de la libertad
¿En dónde y en qué se afirma una escritura? Hay poetas que parecieran no existir, no porque no escriban, sino porque no responden a las dinámicas o llamadas de la presencia constante y la publicación regular. No han buscado, o no se nota que busquen, estar en el candelero, trotar los empedrados del reconocimiento, Recuerdo un poema sobre la cebolla, que me pareció sorprendente por la habilidad de Bellinghausen para tocar la intimidad con materias elementales ahondando en ella, y sin aligerarla como Neruda. Regreso a él y confirmo por qué recordaba este poema. "Como la cebolla" realiza un viaje de reconocimiento que consta de tres momentos, uno en que nosotros (así lo dice él) somos vistos "como cebollas que empequeñecen al perder sus capas"; otro en que al adentrar en los otros, vemos como "se hacen tiernas, blancas y profundas"; y un tercero, de regreso y con el rastro y huella del otro, en que somos capaces de vernos y verlos, ya por dentro, ya en el tiempo: "Como la cebolla, envejecemos de afuera hacia adentro. Como la cebolla, hacemos llorar a quien nos toca." Las películas que va levantando este poema, como si las separara con pinzas y bisturí, para tocar el fondo de sí mismo, y desde ahí hablar pronunciadamente de lo que se vive y duele en una pareja que en ese momento tiene veinticinco años, son a la vez delicadas y exactas. Bellinghausen estudió medicina, vale la pena mencionar. El poema es un ejercicio de meticulosa habilidad manual y afilada y envolvente sensibilidad emocional. Hablando de películas y de cebollas, en La mujer de los cinco elefantes, un documental sobre Swetlana Geir, la traductora al alemán de Dostoievski, compara a la vida con una cebolla, que no tiene centro, pero que, precisamente esa falta de centro es su continuidad, el surgimiento en ese hueco de otra vida, de otra cebolla. Y ahí el sentido: "Una cebolla no tiene centro. Cuando una corta una cebolla no encuentra un punto central. La cebolla no tiene un objetivo. El objetivo de una cebolla es una nueva cebolla. Es básicamente ahí donde comienza la idea." No es indispensable saber cuándo y cómo fue escribiendo Hermann sus poemas, si no se detuvo nunca, si pasaron años sin que una línea apareciera. Lo que es un hecho es que su imaginación y su voluntad dispensadora iban mostrándose aquí y allá en lo que escribía, sobre otras cosas y de otro modo. No puedo dar cuenta de todas las cosas sobre las que Bellinghausen ha ido escribiendo, pero recuerdo una innovadora descripción de la ciudad de México como ciudad políglota, a partir de las muchas lenguas indígenas que se hablan en el DF, o la observación perspicaz de que en la movilizada Chiapas son muchos los que hablan tres y cuatro lenguas, y no precisamente los habitantes de las ciudades. O una historia trágica de amor, también emanada de la cebolla, entre dos supervivientes. Bellinghausen escogió estar en donde la historia se desgarra, y desde ahí y ahí vivir su propia vida, y hacer el viaje hasta donde estamos nosotros. Ha podido vencer y venir, como lo apunta en el cruce violento de un río migrante su poema "Cerca de la otra orilla", y ahora eso es también nuestro, vida compartida: "Cartas de navegación para un balandro que se desajusta y apenas se tiene en pie cada que cruza el río". Sus poemas participan de la historia, hablan de la gente, recorren la naturaleza, regresan a la intimidad, como "Volver a casa", de Ver de memoria, subtitulado sintomáticamente "(Para campana tubular y voz)", en donde la campana es el mundo, el paisaje íntimo y japonés como de Kurosawa, y la voz la del individuo que sale y regresa: "Retorno [yo] de las tierras de la mañana", bordado por "una grulla gris o ancla leve o flecha clavada en el horizonte del pecho", y "Abro la puerta de la casa y hace mi cabeza las veces del viento". Este poema, escrito en la madurez de su edad, en que la cabeza (es decir el pensamiento y la voz) se dispersa a los cuatro puntos cardinales para volver a llenar el horizonte, responde a "Gerontion", el impresionante poema de juventud de T. S. Eliot en el que un viejo arrinconado en una casa llena de ecos ve cómo su cabeza se aprieta en un nudo de viento, mientras afuera muge una cabra. En sentido contrario, Bellinghausen sale al mundo y desde ahí, en el respeto, cuenta como "han asomado con timidez los ciervos y los zorros y les hemos cedido el paso." En la portada de Tríptico de la libertad, Manuel Valdivia Núñez, su diseñador, reproduce el viaje en una canoa de unos dioses mayas regresando de una fiesta. El libro señala que la pieza pertenece al Período Clásico, y que está labrada en hueso, sin aclarar en hueso de qué, ni de qué tamaño era ese hueso. La imagen es aero-dinámica, actualísima y divertida, casi salida de una ilustración de manga japonesa. Me recuerda en reminiscencia una escultura monumental, El espíritu de Haida Gwaii: la canoa de jade de Bill Reid, que se encuentra en el aeropuerto de Vancouver, en la que mujeres, animales y dioses viajan juntos. En la explicación de esta pieza, Reid, artista de la nación haida de Canadá, dice: "Aquí estamos por fin, muy lejos de Haida Gwaii (ie: Islas de los Haidas, o Islas Carlotas, al norte de Columbia Británica), no muy seguros ni de dónde venimos ni hacia dónde vamos, cada uno rezongando y forcejeando por nuestro lugar en la chalupa, pero logrando de algún modo sentir que nos dirigimos hacia algún lado: cuando menos los remeros van juntos, y el hombre que va en medio parece tener cierta visión de lo que les espera". El hombre que va en medio de esa canoa podría ser Hermann Bellinghausen. No es el guía, es el anunciador. Lo que sus poemas nos traen es una vaga dirección necesaria. Trópico de la libertad es un libro más ceñido que el anterior, quizás porque en Ver de memoria salió a borbotones lo retenido por largos años, y éste corre ya por cauces más pausados. En él va Bellinghausen remando hacia un lado y otro, visitando una realidad y otra emoción, dando presencia a los que han compartido estas dos décadas de vida. El libro abre con "El equilibrista", un poema sobre un labrador: "Gacho el cuerpo, el joven sembrador escala los surcos de la ladera" y cierra con el poema que le da título, "Trópico de la libertad" en el que "en un paraje unas mujeres mojaban ropa contra la mejilla lisa de un arrollo de serpientes". Y ahí, Bellinghausen no solo es observador, sino partícipe: "Ellas y nosotros habitamos la selva entre la piel y los huesos, a dentelladas nos entregamos a ella". La experiencia vital de Bellinghausen nos da el privilegio de acceder a realidades que no serían nuestras si él no las hubiera rescatado. Escribe lo que ve pero lo que ve no es natural, es él quien nos lo trae a natura. En "Tosen, riendo", por ejemplo: "Hambrientos los seres y el vapor caliente, las húmedas coyunturas hacen crack, desperezadas, listas para abrazar las lianas, las redes, las lajas, y a brazo partido las milpas, las veredas y las hachas". Pero las observaciones de Hermann no se quedan solo en Chiapas. En "Blanco", por ejemplo, unas musulmanas en Nueva York van "envueltas en sus velos blancos, palomas de cejas negras", y sus referencias incluyen a Sebald y a Borges, entre otros. Una de las acciones que hay rescatar en Trópico de la libertad es la renovada y más que nunca necesaria vigencia del poema político, no como un canto destemplado de azucaradas intenciones, sino como ejercicio firme de la experiencia y su denuncia. En "Danza de los espíritus" Bellinghausen entrechoca la voz de un Oficial en una prisión con la de los espíritus que acompañan al prisionero. En "Proletariamente", un poema salido de Acteal, pienso yo, "las arañas de las palabras trepan con las paredes sus nombres propios". En otro tono, en "Capitalismo & Señora", una brevísima y llena de humor alegoría surgida de Brecht o de Otto Dix, la Señora Progreso "se inventa un mundo a su medida y lo tira por el caño y hasta de eso saca renta, la condenada". La defensa de un mundo que nos incluye obliga también, en su incorporación, a su denuncia. |
* La fotografía de The Spirit of Haida Gwaii de Bill Reid es de Bent Oberger tomada de Wikipedia: http://en.wikipedia.org/wiki/Spirit_of_Haida_Gwaii#mediaviewer/File:Bill_Reid_Haida_Gail_01.jpg |
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