No. 63 / Octubre 2013 |
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Éticas y estéticas
Mística y Poesía Por María Auxiliadora Álvarez
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El estudio de los retratos de la monja jerónima incluye varios aspectos relacionados con la construcción cultural de los íconos religiosos: la función del arte sagrado, la necesidad de estereotipos o modelos que encarnen los ideales de los discursos de identidad,y la manipulación de la historia por los intereses ideológicos. Penetrar el recinto de esta dinámica ofrece el hallazgo de algunas de las profundas ironías que han otorgado fijeza e inmovilidad a la idea de la “espiritualidad” de Sor Juana Inés de la Cruz en el imaginario colectivo. El arte imbuido de religión posee un poder extrapolado inmanente a su relación con lo sagrado. Al ubicar una idea u objeto artístico en una galería de arte sacro se asegura de algún modo su ingreso en el reino de lo atemporal. Es así como las vírgenes bizantinas, por ejemplo, llegan a nosotros intactas e inseparadas de su historicidad. El concepto del aurade Walter Benjamin (como autenticación) se adecúa al arte sacro como anillo al dedo, propiciando en algunos casos que esta estética sagrada, aún más resplandenciente, se convierta en una especie de lo que Baudrillard denominó “prótesis publicitaria.” En el arte imbuido de religión, el poder del aura en la “prótesis publicitaria” se encuentra repotenciado por la legitimación moral. Según Jean Baudrillard, vivimos en un mundo de simulacros triunfantes o vergonzantes donde “el arte [también] es un simulacro, pero un simulacro que [antes] tenía el poder de la ilusión.” Arte, artificios y artefactos se fundieron en el Barroco americano aunados por el terror de la muerte y el deseo de inmortalidad. El deseo de perpetuar glorias pasadas y legitimizar emblemas propios frente a modelos extranjeros aportó a la historia por venir un conjunto de figuras inmóviles y congeladas. Todos los retratos de Sor Juana Inés de la Cruz son de una insólita belleza y poseen un encanto poderosamente cautivante. En total son siete originales que datan del siglo XVIII (después de la muerte de Sor Juana) y resultan entre sí tan similares que parecen calcos. Pero en los albores del siglo XXI la experiencia estética, con todos sus placeres e intensidades incorporados, se encuentra desgajada de la significación moral. Los retratos de Sor Juana han transitado la historia en forma separada de su obra, produciendo el fenómeno, quizá no tan particular, de que la obra ha quedado supeditada a la academia o los especialistas, y los retratos han quedado circulando entre un público muy ecléctico. Así pues Sor Juana se convirtió naturalmente en un enigma y en un fetiche a la misma vez. ¿Qué hay de la vida real de este ser de capacidades intelectuales extraordinarias que fue Sor Juana Inés de la Cruz? ¿Cómo fue el mundo en que vivió? ¿Qué escribió? ¿Fue acaso santa? ¿Fue mística? ¿Fue igual a Santa Teresa de Jesús? Estas preguntas y muchas más rodean el misterio de Sor Juana Inés de la Cruz en el ámbito popular. Pero Sor Juana no fue una monja tradicional, no fue un ser simple ni fue un ser de oración. Fue una mujer intelectual nacida en una encrucijada de la historia donde su presencia causó mucha incomodidad. De allíque la maquinaria de la cultura la haya dividido en una suerte de fragmentos dispersos para incorporarla a la historia patriarcal de forma fraccionada: su prosa, su poesía, su femenismo, su rebeldía, su hábito, su prodigio, su inteligencia, han recorrido sendas distantes y separadas como las partículas de una explosión. |
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