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Sobre el idioma de dos monstruos
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Proust, la cumbre del francés, redujo el idioma hablado por sus compatriotas a un dialecto. Shakespeare, otro océano verbal, sobrepasa al Webster y a la Biblia del rey Jacobo, aunque con un inglés que es una invención deliberada. Mercutio, Feste, Rosalind, Lear suenan bien —o sea, a lo que son— pero raro, debido no solamente a la pátina retórica de su amplificación dramática y al verso suntuoso del bardo inglés, tan repleto de mundo… |
No. 63 / Octubre 2013
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Sobre el idioma de dos monstruos |
Por Anonio Fernández Santistebán |
Resulta claro que Shakespeare no sería el padre de la literatura moderna si no hubiera creado un orbe de psicologías, cada cual diferente, cada cual reveladora de lo que somos; lo único que intento mostrar es que las observamos a través del prisma de un lenguaje ligeramente desfasado que las difracta en todos sus colores, quitándoles así la blanca claridad de la unidad luminosa. La población de la Recherche, en cambio, coincide cómodamente con lo que habla. El Director eslavoide del Gran Hotel se expresa con los disparates de un políglota advenedizo, Norpois sirviéndose del plomo y sin la menor sospecha del meollo que pintan a cualquier diplomático, el joven Bloch creyéndose un prematuro escéptico, Françoise con los giros y las incorrecciones gramaticales de una criada, el padre de Marcel como el hombre de bien algo ingenuo que es, su abuela preocupada por su salud, la del personaje narrador, como la abuela arquetípica que todos quisimos tener: firme ante los caprichos, premiando el más leve progreso. ¿Y la feminidad tan parisiense de Odette, los exabruptos juveniles de Albertine?; ahí están las dos vistiendo seda o satín, dispuestas, del mismo modo que sus entonaciones, a incendiar los celos masoquistas de sus galanes. Menor compañía que la de Balzac, pero mostrada por boca propia, por una inteligencia de sus palabras que nos da a la vez sus raíces y los motivos de su comportamiento. Cuando uno oye a Lucien Rubempré en la poderosa Comédie humaine, oye horrorizado la grosera entonación de Balzac. Parejamente, Eugénie Grandet y Vautrin y el primo Pons hablan por su glotis de pescadero pomposo. De ahí que resulte vano diferenciar en aquella capilla sixtina por el tono o el timbre; hay que hacerlo desde fuera o por dentro del personaje. En la Recherche ambas planos se funden en una página próxima a la emisión oral donde el estilo rodea y clausura lo narrado como si lo extrajera de la nada y éste surgiese con una frescura inédita, desdibujando, debido a nuestra vaguedad ante un modelo más jugoso, nuestras situaciones físicas y mentales. No sólo vida, sino dotada de mayor amplitud, ya que, a semejanza de Shakespeare, aunque preservando la unicidad de sus creaturas, Proust logra que lo latente cobre la abundancia de lo manifiesto. Así, a mediodía el barón Charlus va perseguido en una calle de Balbec por los fantasmas de sus perversiones, espectros que espiamos en su mirada leyendo distraídamente un cartel y que, con la fuerza de los convocados por Baudelaire, tienen para nosotros la convicción de su canotier de paja negra o la rosa espumosa que lleva en el ojal de la solapa. Al conocer a estos personajes, uno los recibe agrandados por sus reverberaciones, uno se frota los ojos para sacudirse el ardid de realidad intensificada con que nos asombra su hipernaturalidad. Las palabras de Proust distinguen con plenitud a quienes las pronuncian. Su idioma revela como no lo ha hecho otro. |