Y aunque Madres muy viajeras, muy joviales… muy desmadre.
Pasaron por mi infancia contando sus saberes
de cuidado posguerrilla, de exhumaciones muchas,
de ajonjolí en los campos, de esperanza en la palabra,
llevados y traídos de un lugar a otro
y sentí sin entender —porque entonces no hablaba hierba—
que el saber es un camino de caminos
y que ellas eran un camino.
El Acaparador de Historias dijo: herejes, revoltosas.
Y ellas, Madres andantes, tuvieron que irse.
Supe entonces: La resistencia siempre va por las orillas.
A veces en botas; otras, descalza.
Una no creería la cantidad de gente que va al podólogo
—50 millones de consultas, sólo por infecciones fúngicas—
como tampoco es creíble que sólo dos supernovas hayan explotado en toda la historia de la vía láctea
—ardieron hasta la muerte—.
Hasta la muerte también van muchas personas de un lado a otro
—once mil novecientas cuarenta y una, según el último informe sobre desplazados de la CNDH—
sin lugar.
En cuestión de números no hay lugar a interpretación.
Las Madres nos dieron un folleto que hablaba de los desplazados.
Entonces la guerra era propiamente una cosa del sur lejano
—Chiapas, Guatemala, por decir algo—
lejos de mis dedos
que deletrearon
—sin entender, se entiende—
“los desplazados son las víctimas olvidadas de la guerra”.
Personas vueltas aves sin nido:
“recoge a tus polluelos y lo que quepa entre las plumas”.
La memoria se vuelve un pulso entre los huesos.
Nadie lo dijo. Pero la guerra estaba caminando, se acercaba.
Nadie lo oye. Pero la guerra también anda en botas de soldados pobres.
En la radiografía mi pie parece la rama de un árbol.
Es la suma de treinta huesos, uno
lleva por nombre “escafoides”,
y varios comparten el apelativo “cuneiforme”.
Las falanges, formadas por dos y tres huesos, respectivamente,
tienen un trato antiguo con la lengua bélica:
formación en fila,
presta al ataque. Su derrota se remonta a la batalla de Magnesia,
bajo las órdenes de Escipión —crédito a las manos y pies de los soldados—,
desde entonces se usó la legión romana.
También fue el nombre de un partido fascista
que desencadenó matanzas al otro lado del mar,
cuyos dedos alcanzaron este pedazo de tierra.
Esta radiografía lingüística ha revelado mi pie
una pequeña, portante y discreta tecnología para la guerra;
desde otro ángulo, parece también un ala.
No sé si está por desarrollarse o caerá en el desuso.
Celebro mis pies por su forma un poco pez,
su vocación tubércula, su carácter raíz,
por guardar, en algún pliegue, las caminatas de mi bisabuela por el monte,
por pensar, muchas veces, mejor que mi cabeza,
por haber salido corriendo de esa trampa una tarde ya lejana,
por cruzar desnudos el río de Xococapa,
por haberse plantado firmes cuando yo me moría de miedo,
por escuchar rumores de la tierra que no comprendo,
por sostenerme, sí, pero también por saber cuándo rendirse,
por andar lo mismo la sierra que el mármol,
por pisar fuerte aun en la barranca,
por los caminos concluidos y los abandonados,
porque solitos desandaron el nudo en que me metí una noche,
por las ciudades recorridas, los parques saltados,
los bosques merodeados y las casas bailadas,
porque en ellos continúan ciertos caminos de mis ancestros,
porque si cerrara los ojos me llevarían, sin dudarlo,
hasta el pino que sembró mi padre.
Aquí entre nos
sólo te garantizo espinas
y algunas palabras sobre la belleza
de las espinas.
Nunca aprendí lo elemental,
nunca aprendí a poner el corazón en la palma de la mano.
Pero
si el camino es largo yo lo voy a andar.
Yo he tenido de todo:
tropezones:
sí, con la misma piedra,
torceduras, por las dudas,
vacilantes luxaciones,
y por debajo de todo
siempre tuve dos pies izquierdos:
pésima para bailar,
pero rebelde hasta la coronilla.
* Poemas pertenecientes a Lengua hierba. Notas, interrupciones y ejercicios (Cooperativa Editorial Heredad, 2023).

Autor
Diana del Ángel
/ Ciudad de México, 1982. Escritora y defensora de derechos humanos. Doctora en Letras. Miembro del Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea, del cual actualmente es coordinadora. Candidata al Sistema Nacional de Investigadores. Ha sido becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas (2010-2012) y residente en las estancias CALQ-FONCA (2014), Fondo Ventura/Almadía (2017) del International Writing Program de la Universidad de Iowa (2021). De 2002 a 2017 formó parte del taller Poesía y Silencio. Algunas de sus traducciones del náhuatl al español han sido publicadas por la revista Fundación. Perteneció al CGH de la UNAM (1999-2000). Durante dos años habitó la casa okupa Chanti Ollin. Ha publicado Vasija (2013), Procesos de la noche (2017), Barranca (2018), Lucrecias (2021), Épica de la semilla (2022), Lengua hierba (2023), Periferia (2024) y artículos en diversas antologías, revistas y medios digitales. Realizó una estancia posdoctoral en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas (2022-2024). Actualmente es docente en el CEPE-UNAM y en la Universidad Rafael Landívar de literatura latinoamericana y creación literaria.