Textos

 
Girri ahora

Entre esos libros olvidados por la crítica que resultan ser verdaderas gemas, uno de mis preferidos es Notas sobre la experiencia poética (Losada, 1983) de Alberto Girri (Buenos Aires, Argentina, 1919-1991). La obra de Girri fue una de las primeras apuestas en español por proyectar una poética de la traducción, una escritura que excede a la lengua final y que al hacerlo deja, conserva, las huellas de un camino de voces diversas. Algo que posteriormente sería un procedimiento habitual —hasta los años ochenta en la Argentina no lo era—. Y mucho tardaría en comprenderse.

En sus Notas…, profundas, a veces con pinceladas zen, leemos algunas ideas que atraviesan de pleno los interrogantes de quienes escribimos poesía hoy: “Palabras en su adecuado lugar. Ni hacia atrás ni hacia adelante. Son puro presente del poema, eso transmiten. Palabras mal puestas. Miran hacia atrás, adelante, pensando en sí, no en el poema”.

La idea de que lo que ocurre ahí en el texto poético, en el tejido interior, y por ende en la experiencia de adentrarse en esa zona es siempre presente, revela una postura que llega a la médula del asunto. Si sólo hay presente (si se logra ello) los préstamos, las referencias, las traducciones, las reescrituras que allí acontecen no restan potencialidad alguna; al contrario, son ya una misma cosa, una materia de la experiencia actualizada (pues no hay sensaciones fuera del aquí y ahora).

Desde el concepto anterior, llegamos a otro: “Que al final haya sido una percepción, el pertinaz deseo de existencia. No estáticos objetos individuales denominados poemas”.

El presente del texto exige una mirada adecuada: una que no busque los contornos de las ideas, que no espere hallar todas las partes del tapiz, sino una mirada dispuesta a percibir. A quedarse con esos fragmentos de la figura, con el roce de un argumento inabarcable pero dado en un frágil hilo sin nada extraordinario. Cierta sencillez, entendida como lo que se ha despojado de poses y exageraciones, es necesaria para que un entramado de la lengua pueda llevarnos por ese camino. El deseo de existencia, de habitar el territorio de una imagen, de estar allí. Y de estar ahora. Justo cuando sucede algo, cuando todo lo que somos se mueve y ese ritmo no se parece a nada.

 

 

Mi dicha momentánea

Hay textos literarios que tienen mayor profundidad teórica que una buena cantidad de artículos académicos. Lo que ocurre es que, en general, cuando aparecen, requieren de un tiempo de atención y reposo mucho mayor del que estamos dispuestos a entregar en pos de algunos conceptos jugosos. Además resulta algo (una experiencia) muy personal puesto que no hay una explicación, o un desarrollo lineal. Más bien cabos sueltos por anudar en un clic de revelación, que puede (sin culpas ni garantías) ocurrir o no.

Particularmente, uno de esos textos ha sido para mí “Hombres en un restaurante”, de Jorge Aulicino (cito la edición de su poesía reunida: Estación Finlandia, Bajo La Luna, 2012): “Habla del modo en que los sucesos políticos/ van modelando su temperamento o al menos/ las manifestaciones externas de su espíritu./ Dice que no se afeita ya de la misma manera./ Me resisto a creer que algo tan exterior/ pueda modelar el espíritu/ o siquiera sus manifestaciones externas./ He bajado una escalera que bajé otras veces, de joven./ Es la escalera de este restaurante,/ que conduce a los baños del subsuelo./ No estoy seguro de haber sido feliz cuando bajé las otras veces./ Sin embargo, bajar de nuevo esa escalera me puso bien./ O quizá no deba decir ‘de nuevo’./ Lo único seguro es que mi dicha momentánea/ tuvo que ver con bajar la escalera./ Le pregunto si eso tiene relación con la política./ Me responde que, en un sentido amplio, sí./ Me dice que, políticamente, soy un hombre inconveniente./ Alguien que se pone feliz al bajar una escalera,/ por razones inexplicables pero con seguridad internas,/ no es un tipo al que se le pueda confiar una ejecución./ ‘Esencialmente’, dice, ‘sos un tipo político./ Yo no lo soy. Esas alteraciones en los ritos lo prueban.’/ Pienso en la lluvia en el campo y admiro a mi amigo/ que puede escuchar el sonido de otro océano”.

Nos encontramos ante un hecho trivial como bajar la escalera hacia los baños de un restaurante. Pero muy poco trivial en su asociación con otro tiempo y con la mirada política sobre los actos mínimos. Ser un hombre “inconveniente” habla también de la mirada del sujeto, de alguien dispuesto a hurgar en las pelusas de la historia.

Los ritos pertenecen tanto al campo de la estética como al de la política. Hay en este poema una capa en segundo plano que tiene que ver con lo sentimental (podría decirse nostalgia). Está todo el tiempo allí empujando, moviendo las superficies, ondulando las imágenes que trascienden (por mucho) la disposición objetivista. Es decir, los ritos están alterados en todas sus facetas. Son dos figuras, sí, dos hombres estándar en un restaurante estándar, pero solamente en el título. Porque el texto, más que una presentación documental, es puro movimiento de imprecisiones: la voz poética inicia llamativamente con una tercera persona que genera una especie de solapamiento entre ambos, hasta el verso octavo en que la cámara acompaña al yo por las escaleras. Y allí una “dicha momentánea”, un momento de reconocimiento, un regreso.

El poema se publicó originalmente en 1994. La ejecución de una acción aparece en el texto como algo contradictorio con la política; arte de la palabra y las ideas. Claro que en su ideal. Y en la concepción de una escena sin poder de por medio, dos tipos comunes en un restaurante (vale la reiteración, pues el título resuena de forma permanente como los pasos en esa catábasis hacia la expurgación), la discusión podría procesarse como la tensión clásica entre la acción en la calle y la intervención desde la literatura. Quien termina definiendo esto es el que “habla” al inicio, o sea, el que es dicho. El que es parte de la historia, pero no su productor. En esencia, todo termina por ser discurso. ¿Entonces serán dos sujetos sin poder de por medio? ¿Hasta dónde la literatura es o no una intervención definitoria en los relatos políticos? La dicha momentánea es el surgir poético. Es la visión de una fisura en el tejido de lo dado. Allí sucede la interferencia, donde la estética constituye la diferencia fundamental que las sociedades no alcanzarían de otra forma.

 

Tránsito por las superficies

Una fotografía de Eva Fuka (Praga, 1927-2015) lleva por título “Surface Transit”. La revista Design Observer dice que “condensa la excitación dislocada de Manhattan” (era la primera vez, en 1964, que Fuka y su pareja visitaban Estados Unidos). También señala la misma revista que la fotografía podría ser un montaje. Hay mucho y superpuesto: en blanco y negro, los edificios iluminados a escala sideral, sin espacio para un cielo; hacia abajo, un colectivo en movimiento con siluetas en sus ventanillas y afiches del whisky Ambassador. Surface Transit [Transportes Superficie] parece ser la compañía de transporte, según una inscripción en el techo del vehículo. Es verdad que tal nivel de condensación podría ser armado… O no.

Un enfoque similar he utilizado para hablar de uno de los poemas cruciales de John Ashbery, “Mixed Feelings” [“Sentimientos encontrados”], de su obra maestra Self-Portrait in a Convex Mirror [Autorretrato en un espejo convexo] (1975). Allí también aparece una fotografía en blanco y negro: cuatro chicas y un avión que casi no se ve, por lo que puede ser recorrida como pura superficie, donde la textura misma de esa opacidad es el poema. Una pequeña cafetería, el sol de California, el Pato Donald, la sala de un moderno aeropuerto (también Brian Eno pensó en ello) “inundando la superficie de nuestras mentes”. Lo dicho es casi un balbuceo: nada se ve bien y todo podría ser también otra cosa. Mientras la metáfora es profundidad, concavidad, la superficie texturizada altera los parámetros de asociación entre el adentro y el afuera: “Un agradable olor a salchichas fritas/ ataca los sentidos, junto con una vieja, casi invisible/ fotografía de lo que parecen ser chicas descansando alrededor/ de un viejo bombardero, circa 1942, de época./ ¿Cómo explicarles a estas chicas, si es que eso es lo que son,/ estas Ruths, Lindas, Pats y Sheilas,/ sobre el vasto cambio que ha tenido lugar/ en el tejido de nuestra sociedad, alterando la textura/ de todas las cosas en ella? Y sin embargo/ de alguna manera se ven como si supieran, excepto/ que es tan difícil verlas, es difícil entender/ exactamente qué tipo de expresiones tienen./ ¿Cuáles son sus hobbies, chicas? Oh, mierda,/ alguna de ellas podría decir no soporto a este tipo (…)” [Traducción propia.]

El sujeto que no puede lidiar con las criaturas de su imaginación es también parte del montaje: un gran autorretrato deformado por la virtualidad del reflejo convexo. El sentido lineal pasa a un segundo plano, se retrasa, como si el espacio del poema respondiera a otras necesidades anteriores y en esa resbaladiza superficie pudiéramos transitar a través de otro tipo de reconocimiento. De este modo, leer implica vincular un mosaico, montando y desmontando instalaciones que no terminan de ser de forma autónoma unidades poéticas en su sentido tradicional.

La foto de Fuka hace lo mismo. Los aromas de la ciudad nocturna pueden sentirse, imaginarse. Podemos deslizarnos por su superficie. Los sonidos vivaces, el aliento a whisky de las siluetas, una saturación que expresa una vorágine indiscutiblemente real. La “excitación dislocada” funciona de la misma manera en el ojo del sujeto de Ashbery, la velocidad no solo está en la cámara de la fotografía callejera o casual, sino en las expectativas del lector moderno que desea consumir incluso aquello que parece perderse.

 

* Ensayos pertenecientes al libro El lento hacer. Ensayos sobre imagen y escritura (Ed. Casa Vacía, Estados Unidos, 2023).

 
Al que madruga dios no lo ayuda

Qué temprano es cuando es temprano
libertad con la que unge el sol
sí, mijito, haz lo que quieras
tienes mi guirnalda y bendición.

Cuando es temprano te vale el tiempo
lo echas por la coladera y se te cae de las bolsas
adquieres una lentitud gloriosa
así como de tortuga creidita porque se extinguieron los otros dinosaurios y ella sigue campante por este mundo
con todo eso
por pura ventaja desvergonzada
le ganas a los relojes aquileros en carrera
y te ríes de ellos desde la punta del cerro.

Entonces, con la victoria asegurada,
reparas en el mundo aún durmiente
tu mirada se derrama en el paisaje como miel invisible
con la delicadeza y ternura y suerte requerida para fosilizarse
con esta dorada luz
podrías con calma ser un mosquito jurásico atrapado en el ámbar

este es el reino de quien madruga
todo eso le pertenece
las flores duermen tranquilas con un cuchillo bajo los pétalos
los borrachos se acurrucan en sus capullos y usan el hígado de almohada
los monstruos checan la salida, resienten las corvas, piensan en armar un sindicato
hay perros sacudiéndose el rocío
millonarios insomnes y tristes especulando con inmuebles vacíos
todo rima en la mañana sin querer y sin hastío
y ahí estás juntando coplas
agusto en una hamaca que hiciste de carrizo y lagaña
cuando te das cuenta
tanta fue la anchura de tu gozo,
río de una sola orilla,
tanto fue el despilfarro de tu ventaja
que poco a poco el tiempo
ruin maldito caraechimba
te alcanzó sin decir nada
pasó a tu lado con un sigilo traidor

               y otra vez

se te hizo tarde.
 
 
 
Contra dicciones

Agradezco a Dios poder agradecer a dios
sin necesitar creer
como gesto silvestre del pecho
espasmo de paloma herida y cálida aún

Poder esgrimir la bendición del insulto,
decir, bien raro, hijo de la verga a quien hace algo hermoso
y el otro, más raro todavía, enunciar el gracias más sincero
rete volado por el reconocimiento de su hazaña

Abrazar con la fogosidad del recato
sacar el amor monstruoso
por el portalillo húmedo que es la boca
encapsular lo inabarcable
en tres palabras arrojadas a lo pendejo al vacío

Sin más esperanza que ser rescatadas por unas orejitas caracolas del abismo
sin más señal que el aliento
sin otro mapa que esos gestos desbordando los dientes y el cómo has estado

Decir adiós y quedarse
decir adiós y besar
decir adiós y contagiarse del otro
atrofiarse las sienes con lo exhalado
comerse
morder el aire
decir adiós y apagar la luz
nutrirse de la sombra más sombra
morirse en la oscuridad como afilados peces que jamás conocieron el sol
agradecer a dios
sin creerse nada
agradecer el tacto
el pulso constante
ser sin ser
aquí
vecinos del mundo
hijos de toda la muerte y el dolor
pero
vivos aún,
amantes.
 
 
 
La estrella más alta

Quiero llorar de amor aquí sentado
en esta hora de la estrella más alta
llorar amando
bajo su luz antigua,
más aún que todo lo que precede a estos ojos
y puede contarse,
quisiera decir amor
suavemente
como se dice
nube
nuez
naranja
sacarlo pleno
lanzarlo al cielo
y lloverlo en todo,
pero las sombras,
hermanos,
hunden sus garras en mi corazón y mi garganta
permanece en silencio
quiero llorar de amor
porque nunca he aprendido otras palabras
que no sean estas de granito
estos agrios y pragmáticos rifles
que apuntan a las flores
amenazando todo con su aliento de azufre
y temo
profundamente
a su fuego.
Puedo morir de amor aquí sentado
despedirme con una sonrisa sin puntas
elíptica y atrabancada
órbita de un planeta adolescente
puedo morir de amor fácilmente
todo lo he amado como una enfermedad gloriosa
una infección de la más honda ternura
aunque, de pronto,
en mi pecho se filtra
un lamento que apaga las velas
aunque repito y repito y repito
palabras prudentes
algo dentro mío
me hunde
e inexplicablemente yo
cedo
y ahí en el fondo
ya nada queda para mí
ya nada puedo dar
soy un esqueleto ocupando espacio
haciendo parodia de los días
un bucle de gestos aprendidos con el miedo
todo esto que me dicen
y escucho
es apenas un borboteo,
sombras de la superficie,
postales cálidas
que llegan deslavadas
porque el trayecto a acá es frío y pesado
pesado
pesado
quiero llorar de amor
porque nunca he elegido la muerte
porque sigo buscando el conjuro,
la sucesión exacta de palabras
el norte
el sur
las señales
el alba clara
para poder decirlo
de otra forma
sin el dolor añejo
sin mancha alguna
sin otra intención que la luz
y la vida
y la risa
y nuestra dignidad
y la de todos,
decir amor suavemente
como se dice
abrigo
abrazo
abierto.
 
 
 
Los niños de la cuadra escriben cosas en la tierra que cubre a mi carro
(una Durango del 99′ que mi padre una vez dijo “es tuya”
y yo respondí: no la quiero porque odio lo que los carros representan,
pero la usaré porque por culpa del diseño urbano carrocéntrico el transporte público no existe en esta ciudad)
A veces los niños dejan sus nombres o declaran sus intenciones amorosas con corazones afilados e iniciales de misterio
Yo dejo que la tierra se acumule para no coartar su libertad de expresión, creerán que es por arrastrado, sin embargo es un lienzo lo que pongo al alcance de su imaginación
y paseo por la ciudad orgulloso con los nombres de mis pupilos indirectos y sus enamoradas
preguntándome qué seguirá después, qué copla, qué paisaje terminarán por dibujar en la tierra de mi carro,
así pasaron meses tiernos
desgranados en líneas tímidas y titubeantes,
pero hace poco me traicionaron
como el perro que muerde la mano de quien le ofrece un sir loin
con una oscuridad insólita

A mí entre todos,
a mí quien pretende exponerlos a la magia de las palabras y el arte
me escribieron un grande y llamativo
“ching tu madre goto” [sic]
Y yo tuve que borrar su obra barroca porque me invadió una vergüenza puritana
y porque estaba herido por su traición o porque unos infantes destruyeron mi inocencia
Seguí lavando el carro, les apliqué la ley de la manguera, pero un día pudo más mi piedad o mi soledad o mi hueva y decidí perdonarlos. Les devolví su lienzo
Días después los niños escribieron con un trazo cruel
“labame” [sic]
entonces más dolorido todavía yo les contesto
“ni k fuera culo pa lavarlo todos los días” [sic]
Ellos arremeten
“pinchi cochi”
Y yo dibujo un puerquito al que ellos ponen ojos de corazón y una cicatriz de mafioso
Nuestra guerra no ha cesado desde entonces
yo les dejo versos de Juan Boscán
“y es justo en la mentira ser dichoso
quien siempre en la verdad fue desdichado”.
Ellos lo tachan y ponen
“Puto el q lo lea”

 

 
Una forma de luz

Deja que te toque el verano
que abra sobre tu nariz sobre tus
brazos  sus dedos delgados      luminosos
cuántos años llevas ya en este
caluroso patio de juegos cuánta tierra
chanchitos de tierra escupes sobre caca petrificada
has visto pasar sobre los arenales
flojos de tu infancia. Se te han ampollado
los pies sobre la verdad           tú detestas
las chalas nunca has sido
tan entregado al agua

pero sabes también que es la intensidad
del día entrando por tus ojos
la que moldea tu idea
de las cosas. No te gusta
el sol. Y bien
pero hay muchos árboles
que esperan para soltar con deferencia
sobre ti
la cotizada fruta
de la sombra.


 
Saliva

Te llenas la mano con saliva
y abres la palma sobre
la tierra. Con ella lees el día. Estás
detrás del local de diarios
y te haces la pregunta: cuándo
acabará esta larga sed. Te pasas la mano
sobre la polera anaranjada. Los restos
de migas flotan sobre tu taza de leche.


 
Cables

Aferrado con miedo
a las boyas
te sientes como un pececito
de metro y medio en
el corazón del mar.
Viendo a tus padres nadar
entre los vidrios te tocas
el pecho. ¿Nadará también
alguien dentro de ti?

¿Qué harás para que no
se ahogue? Que sea tu corazón
esa misma boya que lanza sus cables
en el centro de tu océano personal
y no el animal venenoso que
espera cauteloso
entre las aguas negras.


 
La pendiente

Y te dicen tranquilo. Ve día
a día. Tómatelo
con calma. Aprovecha
el clima. Tienes dos
piernas y una
bicicleta. Pedalea
hasta el río y cuenta
a las gallinas encerradas
en los corrales de tabla
húmeda. Guarda ganas
para la subida. Querrás estar
solo un ratito. Hace bien

corre a mirarte
en el suave reflejo
del agua sucia.

Este será el primer
conejo que veas vivo. Sin
servirse en un plato
junto con las cebollas y zanahorias
cocidas. Sóbate los tobillos y mójate
la cara. Puedes fumar
un poco si quieres. Pero vuelve
a casa. Los pasajeros y
mercaderes saben que estás
en camino.


 
Escape

Comenzaron a arrancarse los pájaros domésticos y tú aún no sabes cuándo llegará tu momento. ¿Serás local o forastero sobre esas sábanas de impecable percudido? A veces te preguntas cuánto más habrá que esperar antes de recibir en tus párpados al largo recreo del sueño.

En el blanco portal de las ventanas abiertas, de las cortinas temblorosas, en el privado silencio de los corrientes salones de tu ciudad, las personas se encuentran con las aves y no con sus carteles de búsqueda. El vuelo prescinde del permiso, los cuerpos tiesos prescinden de las almohadas.


 
Seco

Es siempre la enfermedad la que
te descubre desprevenido. Corre por ti con
la agilidad del aceite y espera risueña
tu primera puntada:

tal vez en un principio
lo atribuiste al color e intentaste
darle nuevo formato a tu cuerpo
bajo el frío beso de la cascada
que en tu baño se levanta por ducha. Pero ni mil
cuchillos de agua en tu cuello
podrían lavarte esos lunares.

Esperas ahora la cura
durmiendo temprano y pensando en tu próxima
visita al mar en El Quisco.


 
Piedras

Paso con el auto
entre los pastizales
por el paso de nivel
cerca de su casa

y los cuento: son ocho
niños en bicicleta. La acequia no
arregla la temperatura
del día. Y antes de llegar a lo más
alto del puente una pareja:       dos muchachos
se baja de la motoneta
con cabina y letras chinas
a tirar piedras al camino
antes de esconderse, transforman
la carretera en un beso.

Cruzo el paso y vuelvo
a los pastos crecidos
que se sacuden con el recatado
movimiento de cada guarén.

Cuánto más tendré que manejar
para llegar hasta el otoño.


 
Para Tomacho, esperando el tren

Toda el agua del mundo tiene un
precio. No sabría decirte si difiere
de acuerdo a zonas o grados
de pureza pues no tengo
contacto en las aldeas y la de acá sale
tan turbia, Tomacho. Aunque tampoco
sé si se abaratan costos en las piscinas de
la infancia –plástico tubo
blanco pelopincho manchadas de un verde
borroneado–, aunque la tuya está, por fin,
terminada.

Mi primo y yo compartíamos una
ascendencia cercana que no
sabría explicar cuál y lo visité
tantos fines de semana
su pieza estaba al fondo
cruzando el pasillo de una
casa de adobe larga y
oscura y por puerta tenía una
cortina. En algún momento alguien
de la familia     nuestra, de ese mismo
fundamento compartido
me dijo con cizaña
que su abuelo, medio
hermano del mío, lo había
acusado por fumar y su padre,
el de ambos, digo; lo obligó a
apagarse el cigarro en la lengua y
comérselo. Pero es que
así dicen
algunos eran las cosas
en el campo y nosotros nunca
quisimos ir allá.
Su papá, mi tío Pablo

–sobreviviente de una segadora que
intentó tragárselo y sólo pudo darle
una fractura en la clavícula–

levantó arcos
con pitilla y ramas en el potrero
tras el sauce vimos al ratón y
al caballo. Qué verde era
el día lleno de arañas
qué oscuras las dependencias
de la leñera. Cuánto demora alguien, Tomacho,
en aprender a manejar un tractor
o morir en un galpón a dos kilómetros
del lugar donde se levantó,
brillante, la madrugada
de su adolescencia.

   Primo
   qué descanso hay ahora en los barros
   profundos en la camiseta
   de Cazorla en las cervezas
   junto al canal en los zapatitos
   de cuero.

 

 
Sobre Mehringdamm
voy siguiendo una línea de ciclistas que me adelanta
todos últimamente andan muy apurados
todo se declara muy rápido florece y se pudre

voy contando las banderas que cuelgan de los balcones
los trapitos sucios de Europa que flotan al sol
sigo el poniente en las siluetas que guardan en frascos
con cloro la energía que se acaba

en un momento debo de cambiar de carril
de un salto llevar mi bicicleta hacia el jardín
que han hecho florecer
esto es para que las avispas regresen
para que las abejas
puedan hacer un ruidito que sólo ellas escuchan
para que haya más vida que la nuestra que acapara
para que haya capullos que piquen que hinquen
más pájaros que retornen que succionen que se lleven la miel

entre los jóvenes que buscan el canal yo sigo buscando el carril
de las bicicletas
lo hemos perdido todo y por eso vamos a celebrar
que aún queda algo escondido en el agua
microscópico y celular
algo que brilla con los ojos vendados
ocupando terreno hacia adelante como una cordillera


 
Me he enamorado del chico que conduce el tractor
para remover la nieve

no le veo la cara
de eso se trata el amor
es suficiente que conduzca algo tan monstruoso como este juguete
para remolcar la luz
me basta que conduzca este temblor bajo mis pies

buscando entre la nieve la suave mirada del cemento
la nieve que empiezo a rellenar con mis caprichos de ramas
con mis recuerdos sin hojas

un trazo de su ojo izquierdo hacia una casa de hormigas


 
Los abrigos rojos de mis dos amigas
cuelgan uno frente al otro como el yin como el yang
como lo que compite cada día por un lugar bajo la luz
no puedo pronunciar sus nombres
las hago hablar para que suenen distintas
las empujo a las ráfagas de puentes que nadie cruza
al bucle de anuncios comerciales que nadie lee
que nadie quiere   que nadie ve
el rigor de cortar verduras
triturar   macerar   picar
nada de lo que les digo les suena familiar ni les produce inquietud
mi incapacidad de llamarlas por su nombre
me obliga a llamarlas por lo que me evoca lo que entra por las ventanas y llaman luz
ellas en reciprocidad
bromean con palabras que se parecen y creen que en castellano
significan lo mismo

aséptica y escéptica

yo respondo China y Vietnam da lo mismo
ellas ríen de que aquí parecen y dan lo mismo
comparten una habitación pequeña del mercado negro al oeste de Helsinki
reparten lo que con dificultad guardaron en sus abrigos y se tragará la luz
en la ventana del bus que las llevará de vuelta a su trabajo escriben
Hasta Pronto


 
Amo las flores de polietileno
los huaynos tristes de la que me ajusta el vestido al cuerpo
Ella sabe disimular la grasa de los tejidos fuera de lugar
las acumulaciones del tiempo perdido
las largas noches de sueño

Ella me dice    disimula y vencerás
y yo disimulo que el aire que se arruga en mi cuello
es un acordeón y acerco mis hombros uno a otro
para que salga la música de los huesos
la que arrulle y nade

Ella remueve las zanjas entre una piel y otra para que esta música
arrulle y nade con belleza
cuenta los alfileres que introduce y me dejan la piel roja
los clava en los ojos del capullo falso de polietileno
sobre las abejas atrapadas en el pegamento
atraídas por el color
luego zurce los agujeros en cada puntada

       imagina
todo lo que tuvo que reparar y zurcir
la que se cosió el primer vestido al cuerpo
todo lo que echó por la boca
para que el patrón se cumpla

hay que seguir el molde me repite y corta lo que tiene que cortar
para seguir disimulando
para que el mundo encaje en mí y no a la inversa
para que las abejas prueben la miel falsa
del polietileno


 
Apilan cajas
y les hacen huequitos a los costados para que circule el aire
gallos que buscan con desesperación por dónde
se fuga el aire
sombreros de cresta de gallo cargarán las cajas pondrán a los gallos
en el aire que no circula les harán espacio
a las mujeres y sus niños que no se mueven de su lugar
llenan el bus con lo que sacan de una radio
no tienen dónde dejar tanto ruido

parece que ahí dentro viaja alguien
respirando escondido
todo tipo de cajas partiendo o regresando
cajas de colores huele rico
cajas con algo que no diré
pero todos sabemos
cajas blancas ataúdes
por eso deben ir sujetas por sogas

le corrijo
esa foto la tomé en 1996 o 1997
vamos a Livingston a Livinston
no existía el apuro
esa sábana china que se ensucia al toque
la nube que asciende de una chimenea adonde irán a parar
los gallos

ahora que hay más luz el recuerdo se filtra como ceniza
se cumplía un aniversario más de la muerte de Selena
1996 o 1997
por eso no hay forma de bajarle el volumen a la voz del bus

y yo me dije que no quiero ser como ella porque ella está muerta
y me puse a cantar
me uní a los que sacaban sus cabezas por donde se fugaba el aire
a los gallos que se buscaban entre las hojas de palmera entre las cajas
para que la vida circule

abrazando cajas las más pequeñas las más valiosas
para no salir volando del camión ni de la vida
con tanto amor
junto a los trabajadores de la Banana Chiquita que se iban a la huelga


 
Si el Perú es un país rico
con tanto potencial para inspirar retruécanos
por qué la mayoría de peruanos dicen que son pobres
y su volumen de voz es más bien bajo

hacer poesía de la riqueza y riqueza de la poesía
me obliga a adjetivar lo que con dificultad escucho
buscando el petróleo de lo que se acaba
el mercurio que con falsedad brilla y perfora las manos

hacer poesía de los ricos campos de espárragos
que se llevan toda el agua
de los campesinos sin agua
para que quienes recorremos con ansiedad el supermercado
en busca de espárragos del Perú
tengamos en nuestras mesas espárragos del Perú

escribo de un campo que debo llenar de campesinos felices
que viven del fruto de su trabajo

para hacer poesía del Jardín Escolar Nº 744
sin agua
    ellos no se comen los espárragos
para hacer poesía que sea homenaje verbigracia onomatopeya
para hacer ciencia y lenguaje de la poesía
y venerar más trozos de yeso que se hacen ¡zas!
para hacer historia que no termine con sed
y hablar de las derrotas que son negociaciones a medias
para contar la historia del reverso de la página
para hablar de los héroes mirándolos de perfil
para hacernos los locos
y no hablar de los niños como angelitos ajenos del mundo
y decir que te cuidarán desde el cielo
y que la muerte no es el final del túnel
y las que murieron se sacrificaron
para que nosotras estemos aquí
y que la tierra arrulla y alimenta a todos sus hijos por igual

para escribir agroexportadora sin golpearme la cabeza contra el timón
del tractor y respirar
levantar el plástico
evitando las matemáticas de la repartición
necesito expulsar de algunas palabras su función adulona
subir el volumen         la voz
aplacar la ira de la forma


 
El profesor
se abre lentamente los botones de la camisa
para que su corazón pueda saltar y correr

corre le decimos
un mal aire viene con el polvo que levantan los perros intrusos
llegan cuando huelen la incertidumbre
y no se mueven toman asiento
entre las carpetas que arrimamos para hacernos
de un lugar en medio de los clavos y el material de construcción

revuelvo fotocopias de libros
que nos harán compañía nos harán libres
y no leeremos nunca pero estarán en nuestras mochilas de cosas importantes
siempre

lanzamos pan para detener a los perros
estrellas de pan blanco hundidas en láminas de neblina
restos del desayuno de quinua
para el que no consigo articular
una fórmula    una expresión más simple

cuando amanezco muda escribo sobre lo que como
la palabra quinua me gusta porque llega calientita
de una opacidad arenosa

huimos donde los enamorados se acurrucan para tener intimidad
huimos adonde no sea necesario hablar
nos retiramos al bosque
que nunca fue un bosque pero así lo llaman
porque existe la necesidad de un bosque
hace tiempo ese vacío me persigue
ese recuerdo

ahí amontonamos lo que le da vida al poema
ahí llegamos huyendo de la escaramuza entre X y el Estado
y su policía
los brazos del profesor no llegarán hasta ahí

Yo aprende de las clases que nunca tuve
a no tener clases          a tener vida
Yo me enseñó que la universidad en otras palabras me decía
vete a la calle y corre
cuélgate de las ramas de lo inconcluso en formación
vacía tus ojos en los libros que nos obligan a cerrar los ojos
pero nosotros abrimos los ojos sin que nadie se diera cuenta
y quemamos el bosque
y buscamos protección en la Huaca

una Huaca que respeto
se lo digo a escondidas
silbando
limpiándome con las manos el semen que me dejó Él
ahora ya nadie respeta a las huacas
se lo digo metiéndome al bolsillo una de sus piedras
solemnes
quizás me dé suerte
la enterraré en la puerta de mi casa
quizás saque su cabeza
y su mechón de pelos espante a los perros
que van detrás de mí

se lo digo bajito

en el idioma de las vendedoras de dulces es la necesidad
la gente tira piedras por necesidad
el dolor ya es demasiado
no se explican qué hacen vendiendo dulces tan lejos
de un bosque verdadero

no entiendo de qué me hablas
no te entiendo le digo pero te compraré un dulce
y así nos acompañamos

buscamos contacto con algo que se nos parezca

no podemos parar de reír en este bosque
que nunca fue un bosque

no se registraron heridos
podemos regresar a las aulas a escuchar al profesor
y sentirnos más solos
podemos seguir corriendo hasta darnos con otro muro
y saltarlo y saltar
hasta que las cosas cambien o se calmen

somos muy jóvenes
pronto nos volveremos sombríos nacionales hinchas
de un equipo de fútbol
Homofóbicos
Xenófobos
Secretarios

tendremos miedo de ensuciarnos la ropa
hablaremos sin parar del éxito


 
La arpillera

10 mil policías
podrían ser producto de una composición errática de la arpillera
que no sigue los detalles que registró la cámara
10 mil trazos sobre una tela cortes incisiones
nudos que con la remalladora cubre de árboles y punto cruz
y dice son sauces pero podrían ser eucaliptos
cubrirán sus caras
alisos molles muros
donde humanos y perros se juntan a orinar

10 mil órdenes que se cumplirán y se harán retazos
cubrirán huecos en las paredes y en el corazón

las miradas de 10 mil policías que la arpillera arranca
del pasto para echarse a correr
no   no estoy aquí solo para fotografiarlos
no es el día del juicio pero como si lo fuera                                     

las órdenes vienen de arriba
los 10 mil policías de abajo

10 mil policías que buscan en su libretita el guión que ponga orden
mientras yo busco entre los retazos el labial que dejó escapar
una sonrisa

dicen que también hay mujeres entre los 10 mil policías
que también las mujeres pueden cargar la gran metralleta de la historia
harán historia con sus trajes de policía

a eso le llaman historia a eso llaman mujeres
y sus 10 mil formas de hacerse con un trabajo honesto que el Estado
agradece con una condecoración
en el Día de la Madre y un ramo de flores

las órdenes son de arriba

ay        el último recurso: sobrevivir
ser y no ser el enemigo pero ser el enemigo encubierto entre las flores
que la arpillera cose para imaginar que no se le escapa ningún detalle
el caparazón pesado el nudo de ser policía e ir sobre un caballo mecánico
dentro de unas botas ajustadas sobre una moto
a aplacar la ira de los manifestantes
y sus 10 mil letras que la arpillera no sabe cómo bordar

 

 
Juan Joaquín Péreztejada, Armonía. Una caracola es el espejo, México, UACM / Mantis Editores, 2021, 252 pp.
 
 

 
Pocas veces ha estado presente de esta manera la música en la poesía actual en nuestro idioma como en Armonía. Una caracola es el espejo, de Juan Joaquín Péreztejada (Veracruz, Veracruz, 1962), volumen que reúne alrededor de treinta años de producción poética. Y no me refiero necesariamente a los temas, cuyas referencias van desde la música popular (“La bamba”) hasta la llamada música de concierto contemporánea, dedicada a los compositores John Cage y Philip Glass, sino en el ritmo que el autor maneja en esos y muchos otros textos más que no necesariamente aluden a cierto autor u obra. Tal es el caso del poema que abre el libro, “Negra”, con las repeticiones que nos hacen sentir los movimientos del baile (“Negra coñonéame/ Negra cucurumbea/ Negra agólfate/ Negra desmedúsame/ Negra/ isla mi voz con tu saliva/ Negra bahíate en mí”). A su vez, en el texto sobre Cage, juega con la nomenclatura de la música clásica: “Concierto No. 7 para mi mayor fortuna/ en luna nueva y orquesta de Villa del Mar./ O pus tú di”. Este conjunto de poemas forma parte de la primera sección (“Campos de luz y juego”), donde el poeta celebra la vida bajo la atmósfera tropical de su natal Puerto de Veracruz: sensual, alegre, solar. Y a la combinación de sonidos, de ritmos, los complementa un afortunado trabajo visual, lleno de hallazgos. En el poema “Luz”, cada estrofa inicia con una luz particular. Cito algunos ejemplos: “Luz añosa, luz ilusa, luz cautiva, luz cetácea, luz lírica, luz deprimida, luz morena, luz neurótica, luz despeinada, luz abisal…” La prosopopeya hace muy frescas y divertidas a las luces.

En “Canciones minimalistas”, Péreztejada gira hacia la greguería. Algunos ejemplos al azar son los siguientes:

Caribe se escribe con negritas.

Sabe a domingo la sandía.

El calamar hace caligramas.

El ceviche es la fosa común de la mariscada.

La noche cocina un cielo estrellado.

Vals: la luna baila sobre las olas.

Un par de esos “balazos” también nos hacen recordar al Efraín Huerta de los poemínimos: “Esta palmera huele a coco chanel” y “Al sol nadie le hace sombra”.

En el apartado “Constancia de maravillas” hay dos poemas que me gustan especialmente: “Penélope se va de viaje” y “Penélope camina por el bulevar en minifalda”. Estamos ante una Penélope que no se resigna a esperar a su esposo tanto tiempo. Le da la vuelta al mito. Es una Penélope del siglo XXI, liberada, y, a diferencia de Ulises, decide “irse con el primer norte que la levante”.

Retomando su exploración con el lenguaje, Péreztejada incursiona en las combinaciones fonéticas a las que recurren los neobarrocos, como en las aliteraciones del siguiente verso: “Fiola lía hálitos a su piel aliada de olas” y el siguiente fragmento de la parte II de “Aguamarina”: “No hay más canela fina no hay más candela fina/ Aguamarina ora el azul cobalto ora el azul místico”.

No sé si sea correcto hablar de apartados o secciones reunidos en este volumen. Los asuntos y los tonos son muy distintos. Me atrevo a pensar que son varios libros dentro de Armonía. Una caracola es el espejo. Lo sentimos cuando empezamos a leer el siguiente apartado, “Cría de cuervos”. Aquí nuestra lectura experimenta un mundo opuesto a “Campos de luz y juego”. Ahora estamos ante el silencio, la soledad, la muerte. La luz es otra. Por breve, pongo el poema completo “Catalepsia”:

Toda la luz se craquela
Toda la luz se agrieta
Toda luz se divide en sus sombras
Mas toda luz se levanta de la oscuridad

El gran tino de Péreztejada es que desdramatiza los poemas con giros de humor negro. Cito los versos finales de “Lady Madeline”:

La hermana muerta en vida
como una Lady Lazarus
no prefiere lo horizontal de la naturaleza
sino la inhibida verticalidad de su condición real
al levantarse y caminar
sus pies desnudos diseñan el recorrido de su grieta

O como aquellos versos de “El sueño de la muerte”, y que nos hacen pensar que guarda parentesco literario con Nicanor Parra: “Debajo de la tapa del féretro/ escucho un latido descompuesto/ soplo del corazón/ ritmo cardiaco con doble bombo/ tambor fúnebre”.

La experiencia frente a estos poemas de “Cría de cuervos” es que padecemos el sufrimiento, pero con una risa nerviosa. Pienso en este libro o apartado como el lado B del volumen. Ante la tragedia humana, Péreztejada no deja de ser irreverente.

En las siguientes partes, “El último deseo de Mérmero” y “Un nombre para las hijas de Lot”, los poemas nos llevan a un mundo ambiguo donde se mezclan la vigilia, el sueño y el deseo. En “Tardeada”, que corresponde a primero de los citados, una mujer, a pesar de estar dormida, provoca diversos desajustes en los hombres que la miran. Poemas donde los monstruos que llevamos dentro salen a la superficie. “El padre/ el demonio/ y él eran la misma persona”, como dicen estos tres versos de “Pesadilla”, que integra “Un nombre para las hijas de Lot”.

A pesar del malestar que provocan los textos perturbadores de estos apartados, como “Soar”, “Nínfulas” o “Sin temor de Dios” (“Un nombre para las hijas de Lot”), Péreztejada de pronto cambia de ritmo y de tono con brevedades que pueden funcionar como juegos para adultos:

Medea
Medea me dedea
Medea me dedea
Medea me dedea
Medea me dedea

Una vez más, con la fonética de corte neobarroco y que, además, toca la esencia de la poesía concreta.

Armonía. Una caracola es el espejo cierra con “Mariprosas”, poemas en prosa, que no por lúdica es menos rigurosa. La ventaja de la prosa es que su flexibilidad permite una reflexión digamos más suelta, como lo podemos comprobar si leemos “Escaleras”, “Bicicleta”, Minimalismo”, y el complemento de este último texto, “Veinte estudios para piano de Philip Glass”. En “Minimalismo”, el poeta nos conduce a la expresión narrativa de Robbe-Grillet. Sin embargo, más que en la literatura, el minimalismo ha tenido mayor resonancia en la música. Eso lo entendió muy bien Péreztejada al colocar este poema junto con el dedicado a Glass, uno de los compositores más representativos en esta escuela musical.

Confieso que desde hacía mucho tiempo no había leído una poesía tan rica en sonoridades, imágenes, tonos, temas. En estos tiempos donde la mayoría tiene mucha prisa en escribir, y más aún en publicar, Armonía. Una caracola es el espejo es el resultado no sólo del talento del autor, sino de un trabajo paciente y riguroso. Es un título que en verdad merece la pena leerse y releerse.

 
Denise León, Nostalgias del Imbat. Poesía reunida, San Miguel de Tucumán, Argentina, Edunt, 2023, 441 pp.

 

 
 
“La lentitud es belleza”, escribe la poeta Blanca Varela. La insistencia de este verso me acompaña mientras leo Nostalgias del Imbat, la cuidada edición de la poesía reunida de Denise León (Tucumán, Argentina, 1974) publicada recientemente por la editorial de la Universidad Nacional de Tucumán. Precedida de un riguroso prólogo a cargo de Adriana Kanzepolsky, que enuncia los temas centrales de la obra de la poeta argentina, este volumen incluye los siete libros publicados por la autora entre 2008 y 2019, cada uno acompañado por breves y delicados prólogos escritos por poetas y críticos especialmente para esta obra reunida, además de un libro inédito, una sección de “Materiales dispersos” que contiene poemas no reunidos en libro, un fragmento de escritura en progreso con borradores en los que se pueden leer distintas versiones de un único poema y, finalmente, el apartado “Caligrafías” donde se leen distintas versiones en solitreo de un poema que pertenece al libro inédito.

En la poesía de León ni las palabras ni sus sentidos se precipitan. La lentitud oficia como una clave de lectura al tiempo que forma parte de esa tradición, más allá de la familia, en la que la poeta rescata sobre todo a las mujeres. “Mujeres que dejan pasar los días/ lentamente”, escribe en el inédito De muerte ke no manke; mujeres que cargan cosas al ritmo moroso y melancólico de los días en los que transcurren las tareas cotidianas. Si hay densidad en las imágenes que componen el universo poético de León, no se traduce en agobio: las imágenes alumbran el paisaje que atesoran para que brille lo esencial.

“La muerte es rápida con los muertos pero con los vivos es lenta”, dice Luisa, una de las tres mujeres que toman la palabra en El saco de Douglas (2011). Para no olvidarlas ni olvidar la travesía que las trajo hasta América escapando del ejército turco, quien escribe entrama las distintas hablas de hombres y mujeres que fueron expulsados de su tierra para salvarlos de un nuevo exilio. Así, la herida se convierte en ocasión de memoria.

“Estamos vivos y muertos”, escribe la poeta, “buscando entre las horas/ bajo el dardo podrido/ de la lluvia/ y la luz/ que roe la memoria” (El tigre y otros poemas, 2011). Entonces la poesía es búsqueda de un tiempo en el tiempo percibido siempre hacia atrás, donde la vida y la muerte se entrecruzan. Sólo así se puede construir y cuidar una memoria común. Para forjar la memoria es necesario cambiar de estado, transmutarse en “un animal perseguido/ que se percibe otro/ en su sombra/ y salta el cerco/ —no por saltar/ sino para estar del otro lado” (El trayecto de la herida, 2011). A la vez, “el tiempo sólo existe hacia atrás”, escribe la autora en un fragmento de El diario de Alicia (2008).

Desde su primer libro León inaugura una poética de la transmisión en la que la memoria es causa y a la vez enigma: cómo es que se puede cumplir con los muertos. La memoria se cifra como apuesta para que el hilo que condujo a quienes huyeron obligadamente de una patria para refugiarse en otra, no deje de tensarse. Pero la apuesta también está en la lengua. La poesía de la tucumana transcurre en más de una lengua: el ladino que la poeta escuchaba en su infancia testimonia ese origen que a cada rato vuelve, y es efecto de una tradición que cobra una fuerza renovada en su escritura. “Tengo que llevar/ —hasta combarme—/ la hojarasca, la herencia./ Inevitable,/ lame mi corazón/ como un verso/ que vive sin mí/ y se aleja” (Poemas de Estambul, 2008). No es posible evadir la tradición, la sangre, sin desaparecer, aunque se vacile y se tarde en aceptarla.

El judeoespañol es la lengua materna. Porque todo empieza con la madre, y a partir de ahí en el mapa que configuran sus antecesores. La madre silenciosa, “la palabra que quita el miedo” y también la que lo cita como en un sueño, pero también aquella que dice lo que se debe hacer: “Las mujeres deben cubrirse el pelo cuando los hombres piadosos rezan” en un pasaje impensado de la madre a la hija, la donación en presente de un modo de recordar. Pronto la muerte de la madre será una isla “donde todo lo que llega se lo come el aire”. “Para qué cerramos las puertas. No hay nada que podamos dejar afuera”, escribe la poeta. Se trata del ejercicio anticipado de un duelo que siempre tendrá aspectos sin eliminación posible. “Me hice grande pero mi madre es más grande/ y siempre será así.”

El poema como antesala de lo inexorable se convierte así en lo inexorable mismo, tal como se lee en Sala de espera (2013), en el diario de la enfermedad de la madre dividido en secciones ordenadas bajo el nombre de las drogas que sostienen el tratamiento de la madre. Carboplatino-Paclitaxel. Doxorrubicina Liposomal… La poeta empuja las palabras para convertir la espera en un encuentro, el lenguaje en algo “que no fracase del todo”, para constatar finalmente que “ser hija y estar presa son lo mismo.” ¿Cómo salir de este encierro cuando la madre es el ritmo, una entonación que invade a la hija más allá de la muerte? Sin embargo, la muerte es un principio fecundo: “Donde ellos [los muertos] terminan/ comenzamos nosotros”, escribe la poeta.

En la pérdida hay una potencia que, para desplegarse, necesita del desierto que provoca la ausencia. Sólo allí, “cuando todos han partido”, quien escribe puede escuchar su propio grito y trabajar para que no se pierda “la terrible insistencia”. Tal como lo señala Kanzepolsky en el prólogo mencionado, los libros de León articulan la pérdida mientras tejen con ella un reparo en el que algo se conserva, una duración que se vuelve posible a condición de no olvidar lo perdido: la casa de la infancia, los muertos enlazados en una tradición que insiste en la lengua que viaja de un continente a otro, la espera, el silencio agazapado en las voces de los ausentes.

La infancia que se ha cerrado definitivamente, como un jardín al que no se puede volver, enseña. Así, en algunos de sus libros, como en Mesa de pájaros (2019), un “nosotros” más fuerte retoma la soledad y el miedo de los hermanos ante la ausencia. Los niños aprenden que la naturaleza puede ser cruel, que “Sólo hay/ quien escapa/ y quien persigue”, que los grandes animales devoran a los pequeños, pero éstos, aun en su precariedad, resisten… Sin embargo, en la naturaleza hay alguna verdad, “alguna cosa/ a mitad de camino/ entre los muertos/ y la felicidad”. Entre juegos y cacerías transcurre un pasado común, “de clan”, “de secta”; un tiempo espeso, oscuro y secreto que trastorna el presente tan “irreal” como frágil.

¿Adónde volver entonces cuando “todo/ puede ser perdido”? ¿Cómo volver a ser lo que se era cuando la velocidad de la muerte no se detiene? La poesía de León sabe capitalizar la herida, el dolor “que no puede ser mirado”, el vacío que se registra en la incertidumbre, y vuelve la lentitud que deja la pérdida una experiencia auténtica; la memoria, un gesto que se une a “la insistencia de escribir” acerca de lo ido.

También Dios es lento. Es a él a quien la que escribe insta a cumplir con sus promesas. Él mismo es un medio para formular las preguntas que los vivos se hacen: “¿No escucha Dios a los muertos?”, ¿no conoce sus leyes secretas, sus recetas? “Cumple tus promesas, Señor:/ No te despiertes de mí/ ni me prohíbas/ el dolor/ con tu razón traidora”, escribe en Templo de pescadores (2013). Dios es un interlocutor ante quien la poeta no se empequeñece sino que le opone su “desconfiado corazón”, le ofrece su melancolía con la serenidad de quien se encuentra lejos, donde la pérdida continúa trabajando. Invocación e imprecación construyen la distancia que permite nombrar el desamparo y la injusticia. Dios no alcanza, está enlazado dudosamente al silencio. “Dos cosas/ no podemos decir/ en la escuela:/ que somos judíos/ y que tenemos/ una hermana muerta”, se lee en De muerte ke no manke. El judaísmo como identidad y la muerte de la hermana se presentan en su condición lingüística de mitos. La prohibición de mencionarlas presenta aquello que es efecto insoslayable de la contingencia como natural y, por lo tanto, eterno.

Una vez más leemos: “Vamos a ver a los muertos./ Caracoleamos entre las tumbas/ como comensales ceremoniosos./ Hay que tocarlos/ uno por uno./ Dejarles su piedra./ Y es como si me saliera un árbol del pecho,/ ahora de cara al cielo/ y con los muertos adentro”. La suspensión con la que termina el poema da lugar a una hoja en blanco. Un poema en blanco roza ese luto que no impide que algo parecido a la alegría de lo vivido, aunque inestable, aparezca: “alguna vez fuimos/ una familia/ y en todas las familias/ suceden prodigios”. No todo es pérdida, parece decir —mientras rodea sus bordes con paciencia— la poesía de Denise, convertida en memoria.

 
Nota introductoria y selección de Roger Santiváñez
 
 
La tradición poética peruana tiene cumbres como César Vallejo, José María Eguren y luego Martín Adán, César Moro o Emilio Adolfo Westphalen; posteriormente Blanca Varela, Jorge Eduardo Eielson, Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza, José Watanabe o Enrique Verástegui a lo largo del siglo XX y hasta nuestros días. Sin embargo, hay secretos poetas peruanos de alta calidad que permanecen en la marginalidad de ciertos cenáculos de iniciados y antiguas ediciones olvidadas. Uno de ellos es Francisco Xandóval. Nuestro autor nació en el pueblo de Ascope, departamento de La Libertad (costa norte del Perú), en 1902. Fue periodista y profesor, miembro juvenil de la afamada agrupación cultural Norte con sede en la ciudad de Trujillo, a la que perteneció Vallejo y de quien fue amigo y compañero de habitación ya en Lima, donde ambos vivieron hacia 1922, antes del viaje definitivo del autor de Trilce a París al año siguiente.

Xandóval vivió también en la ciudad de Piura, donde trabajó en el Colegio Nacional San Miguel y compuso la letra del himno del plantel en 1938. Tres años más tarde publicó en El Tiempo, diario de su urbe adoptiva, el libro Canciones de Maya, el único que dio a luz en vida. Entre 1949 y 1955 escribió un muy interesante y bello conjunto de poemas que motiva esta nota, titulado El libro de las paráfrasis. Se trata de versiones traducidas, imitadas o parafraseadas (de allí el título) de textos en francés cuya autoría corresponde a autores chinos, japoneses, indochinos, árabes, armenios, beluquistanos, hindúes, hebreos, persas, tibetanos y afganos, todos ellos tomados de una Anthologie de l’amour asiatique debida a Adolphe Thalassó. La obra se completa con traducciones de Anacreonte y de una canción tradicional quechua andina, así como de Marcelina Desbordes Valmore y Tomás de Kempis.

Los poemas que aquí presentamos están, pues, extraídos de El libro de las paráfrasis, cuya edición fue realizada por el sello Jaspe (Trujillo) en 1967 gracias al poeta y estudioso Teodoro Rivero Ayllón (discípulo y amigo de Xandóval). Los textos escogidos pertenecen a Umara, poeta persa del siglo X; a Huan Tsi, también chino del siglo IV antes de Cristo; al armenio Archag Tchobanian, de finales del siglo XIX; y al poeta afgano Mirza Rachan Kayil, igualmente del siglo XIX. Son creaciones de exquisita calidad que nuestro poeta supo parafrasear (para usar su propia terminología) con singular talento, gusto y profundo amor a la poesía. Xandóval murió en Trujillo en 1960. Nos complace ahora presentar estas pequeñas joyas de la lírica universal.
 
 
 
Anhelo

Adaptación castellana del dístico
más famoso del poeta persa Umara,
florecido durante la segunda mitad del siglo XX.

¡Ah! Yo bien quisiera ser leve sonido,
la nota que exhalan tus labios orantes,
y así entre mis versos vivir escondido
por besar tu boca cuando tú los cantes.
 
 
 
Compendio de amor

Del poeta afgano Mirza
Rachan Kayil. Siglo XIX.

Creó Alá un día el fuego, el aire, el agua,
la luz, la tierra, el firmamento, el sol.
Mas quiso resumir tanta belleza,
e hizo el Amor.

El amor es la clave de los mundos.
¡Es la más bella irradiación de Alá!
¡Y en nada se compendia tanta vida
como en amar!

Que aún en los deliquios voluptuosos
—ráfaga loca, efímera ebriedad—,
no sé qué misterioso eco palpita de eternidad.

Abril, 1951.

 
 
La lámpara en la noche

Del poeta armenio Archag Tchobanian.
Último tercio del siglo XIX.

Cuando a solas, en la noche, me debato con mi pena
y en el mar de lo insonoro creo oír que tú me nombras,
tu mirada surge al pronto como un haz de luna llena,
y oloroso se dibuja tu recuerdo entre las sombras.

¡Ah, mujer! Y como nunca, nunca más habré de verte,
tu recuerdo va delante de mi sombra desolada,
¡tu recuerdo irá alumbrándome en las grutas de la muerte
con la lámpara inefable de tu imagen adorada!

Septiembre de 1954

 
 
Canción del amor indolente

Del poeta chino Huan Tsi. Siglo IV de J.C.
(De la versión de Aurelio Miró Quesada S.,
en su libro “Vuelta al Mundo”).

A la orilla del lago y en mi flauta de ébano,
yo para ti he entonado canciones vaporosas,
férvidas, de colores, ¡música dulce y mía!
Pero tú, sin oírme, mirabas las peonías.

Yo para ti he compuesto, a la orilla del lago,
iluminados versos que tus encantos loan.
Pero tú los has roto y esparcido, diciendo
que no había nenúfares sobre las claras ondas.

Luego quise ofrendarte un zafiro precioso;
pálido, azul y helado zafiro hecho de sombra,
(frío como una noche de invierto). ¡Ah! lo he guardado
para mí; me recuerda tu corazón, ¡oh, hermosa!

Abril de 1951.

 

 
Marco Treviño, Texto de muro, piedra ediciones, Ciudad de México, 2022

Una exposición de cédulas. Un ensayo sobre el género literario del “texto de exposiciones”. Un libro que se despliega para ocupar una sala de exposición. Un proyecto curatorial sin piezas, pero con cédulas. Un texto para leerse en vertical. Un texto espejo. Un diálogo con el muro.

—El autor

 
Caracoles

Los caracoles dejan en mi jardín
sus babas como recuerdos
que se estiran
sin romperse.
Ahí espero,
junto a ellos.
Los miro arrastrarse
y pienso
no quiero avanzar
hacia donde
fui.
Pienso
en la velocidad
las fechas
las edades
los horarios
los números rojos.
Las cifras que cuentan
la historia
de lo que nos costó
llegar hasta aquí.
Miro sus casas a cuestas
y pienso
cuánto pesa la memoria.
 
 
 
Gato atropellado

Hoy en la mañana
atropellaron
a un gato frente a mi casa.

Los autos
le pasan por encima
una
y otra vez
una
y otra vez
los autos
le pasan por encima.

No sé
cómo despegar
un gato del pavimento.
No sé
cómo recoger
las tripas
de un animal
desmembrado.

Los autos
le pasan por encima
una
y otra vez
una
y otra vez
los autos
le pasan por encima

hasta que el gato
desaparece

(o ya no lo vemos).
 
 
 
Netflix

En mi nuca
el cuchicheo
de lo que todavía no llegó
y quizás nunca llegue.
Un alacrán
se desliza entre mis sábanas.
La alfombra sucia
espera
a los pies de la cama.

¿Cuántas vidas
son necesarias?

Hago memoria
Una memoria prolongada.

“¿Todavía estás viendo?”

Ya no sé
si soy yo
quien todavía está viendo.
 
 
 
Umbral

Mira en whatsapp
su foto de perfil
el vacío
que dejan las palabras
que se esperan
y nunca se dicen.
El sonido blanco
de las malas decisiones

El tintineo
de la canilla
el aire llenarse
gota a gota
de hubieras
y hubieses.

Las voces
un monólogo que flota
y se enreda con el ventilador
que rechina
todas eso
que no quiere
que no puede evitar.

El roce de la almohada
acaricia los pensamientos
que no la dejan
dormir
el paso apurado
de todos
esos otros
que ahora
son
ella
son
yo
.

¿Cuál será
el umbral del dolor
de lo que no se toca?
 
 
 
Akbal

Nunca
nadie
dijo
su nombre
pero yo
lo sé.

Su sombra
cuerpo de velo
se vuelve
espejo oscuro
sobre mi cama.
Refleja
lo que carga
y purifica
con pétalos
de obsidiana
observa
sin ojos.

Su vida
existe
sin tiempo
con hilo
de estrellas
anuda
sueño
y realidad.

Teje
redes de
inconsciencia
destapa
la
verdad
para
abrigar
con manta
de certezas.

Es la noche
que mira

Es la noche
que da luz.

 

 
Versiones del inglés de Alfredo Núñez Lanz

Hilda Doolittle (Estados Unidos, 1886- Suiza, 1961) sentía una profunda fascinación por el mundo clásico, sus mitos y sus personajes. En 1905 se matriculó en la prestigiosa Bryn Mawr College, muy conocida entre las universidades femeninas por su difícil “plan de estudios para hombres”. Quería estudiar literatura griega clásica, pero la universidad no le proporcionó el ambiente de rebelión y crecimiento que ella esperaba. Al año siguiente abandonó los estudios por sus bajas calificaciones en matemáticas e inglés. A la edad de quince años había conocido a Ezra Pound, su primer amor, quien tendría un papel muy importante tanto en su vida privada como en la evolución de sus ideas literarias. Durante su estancia universitaria conoció a Marianne Moore y William Carlos Williams; junto a ella formaron parte del movimiento imaginista que favorecía la precisión de la imagen, la economía de lenguaje y la experimentación con las formas. A pesar de que el imaginismo tomó el estudio del tanka y el haikú japoneses como base para la renovación de la poesía en habla inglesa, el mundo grecolatino fue tema de muchos de sus poemas. Al incorporar elementos autobiográficos en clave griega, H. D. –pseudónimo con el que publicó toda su obra– logró dar un nuevo giro a los mitos tradicionales.

El poema “Eurídice” fue publicado por primera vez en 1917 como parte de la antología Some Imagist Poets. La antología se desarrolló entre 1914 y 1917, durante la Primera Guerra Mundial, acontecimiento que cambió profundamente la vida de Doolittle y, sobre todo, destruyó la relación con su esposo, el también poeta y editor Richard Aldington. Un año antes de la publicación del poema, Aldington se enlistó en el ejército para combatir en el frente occidental; no volvería sino hasta 1918 y jamás pudo recuperarse de aquella devastadora experiencia. En 1915, la única hija de la pareja había muerto durante el parto, hecho que provocó un enorme distanciamiento entre ambos. Ella creyó que la muerte de su hija había sido provocada por el shock de la noticia del hundimiento del RMS Lusitania, atacado por un submarino alemán: de los mil 959 pasajeros, mil 198 se ahogaron.

Durante ese periodo inestable, de gran violencia y confusión, H. D. escribe este poema donde le presta voz a Eurídice. A diferencia de la heroína pasiva y perpleja del mito griego, la Eurídice de H. D. tiene una voz rotunda, expresa su rabia y rencor en este monólogo dramático donde ejemplifica la agonía que sufren las mujeres a manos de los hombres y sus decisiones. Eurídice nunca culpa a los dioses por su muerte; parece aceptar el destino como parte del ciclo de vida. Orfeo, sin embargo, alteró el orden natural, casi logró devolverla a la vida, pero tuvo un momento de debilidad y Eurídice lo culpa. Comienza expresando impotencia, confusión e ira; después afirma su independencia internalizando su dolor y fortaleciéndose.

Inmersa durante décadas en las contracorrientes intelectuales del psicoanálisis, el modernismo, las mitologías sincretistas y el feminismo, H. D. creó una voz y una visión personalísima que buscaban dar significado a los fragmentos de una cultura devastada por la guerra. Las intersecciones entre lo público y lo privado, el amor, la guerra, el nacimiento y la muerte son constantes ejes de sus poemas que van más allá de la tradición modernista y conforman un corpus que investiga en la identidad, el género y el lenguaje como modelos de la cultura que surgió durante la Primera Guerra Mundial y en el periodo cada vez más ominoso que culminó en la Era Atómica.

Agradezco a los poetas Alicia García Bergua y Fabio Morábito sus amables comentarios y sugerencias para la traducción de este poema.

—El traductor

 
 
Eurídice
 
I

Me has arrastrado de vuelta,
A mí que podría haber caminado con las almas vivas
sobre la tierra,
que podría haber dormido entre flores vivas
finalmente;

por tu arrogancia
y tu impiedad
me has arrastrado de vuelta
donde líquenes muertos gotean
brasas muertas sobre musgo en cenizas;

por tu arrogancia
al fin estoy rota,
yo que vivía inconsciente,
casi olvidada;

si me hubieras dejado esperar
habría ido del hastío
a la paz,
si me hubieras dejado descansar entre los muertos,
te habría olvidado
a ti y al pasado.
 
 
Eurydice
 

So you have swept me back, 
I who could have walked with the live souls 
above the earth, 
I who could have slept among the live flowers 
at last; 

so for your arrogance 
and your ruthlessness 
I am swept back 
where dead lichens drip 
dead cinders upon moss of ash; 

so for your arrogance 
I am broken at last, 
I who had lived unconscious, 
who was almost forgot; 

if you had let me wait 
I had grown from listlessness 
into peace, 
if you had let me rest with the dead, 
I had forgot you 
and the past. 
 
 
 
 
II

Aquí sólo hay llama sobre llama
y negrura entre chispas rojas,
manchas negras y luminosas
creciendo sin color;

¿por qué volteaste,
para que el infierno fuera repoblado
conmigo
arrastrada a la nada?

¿por qué miraste atrás?
¿por qué vacilaste en ese momento?
¿por qué inclinaste tu rostro
iluminado por la llama de la tierra,
sobre mi rostro?

¿Qué fue lo que cruzó mi rostro
con la luz del tuyo
y tu mirada?
¿Qué fue eso que viste en mi rostro?
¿La luz de tu propia cara,
el fuego de tu propia presencia?

¿Qué tenía mi rostro para ofrecerte
sino el reflejo de la tierra,
color jacinto
capturado en la áspera fisura de la roca
donde la luz golpeaba,
y el color azul de los azafranes
y la brillante superficie de los azafranes dorados
y de la anémona,
rápida en sus venas como un relámpago
y tan blanca?
 
 
II 

Here only flame upon flame 
and black among the red sparks, 
streaks of black and light 
grown colourless; 

why did you turn back, 
that hell should be reinhabited 
of myself thus 
swept into nothingness? 

why did you glance back? 
why did you hesitate for that moment? 
why did you bend your face 
caught with the flame of the upper earth, 
above my face? 

what was it that crossed my face 
with the light from yours 
and your glance? 
what was it you saw in my face? 
the light of your own face, 
the fire of your own presence? 

What had my face to offer 
but reflex of the earth, 
hyacinth colour 
caught from the raw fissure in the rock 
where the light struck, 
and the colour of azure crocuses 
and the bright surface of gold crocuses 
and of the wind-flower, 
swift in its veins as lightning 
and as white. 
 
 
 
 
III

Azafrán al margen de la tierra,
salvaje azafrán doblado
sobre el canto afilado de la tierra,
todas las flores que atraviesan la tierra,
todas, todas ellas se han perdido;

todo está perdido,
todo está cubierto de negro,
negro sobre negro
y peor que el negro,
esta luz incolora.
 
 
III 

Saffron from the fringe of the earth, 
wild saffron that has bent 
over the sharp edge of earth, 
all the flowers that cut through the earth, 
all, all the flowers are lost; 

everything is lost, 
everything is crossed with black, 
black upon black 
and worse than black, 
this colourless light. 
 
 
 
 
IV

Margen sobre margen
de azafranes azules,
azafranes, emparedados por su propio azul,
azul de esa tierra superior,
azul de abismo sobre un abismo de flores,
perdidas;

flores,
si hubiera tomado aliento de ellas,
de bastantes de ellas,
más que de la tierra,
incluso más que de la tierra superior,
lo tendría conmigo
debajo de la tierra;

si lo hubiera atrapado de la tierra,
de todas las flores de la tierra,
si alguna vez pudiera haber inhalado
los azafranes dorados más hermosos
y los rojos,
y los mismos corazones dorados del primer azafrán,
a toda la masa dorada,
a toda su gran fragancia,
habría apostado a perder.
 
 
IV 

Fringe upon fringe 
of blue crocuses, 
crocuses, walled against blue of themselves, 
blue of that upper earth, 
blue of the depth upon depth of flowers, 
lost; 

flowers, 
if I could have taken once my breath of them, 
enough of them, 
more than earth, 
even than of the upper earth, 
had passed with me 
beneath the earth; 

if I could have caught up from the earth, 
the whole of the flowers of the earth, 
if once I could have breathed into myself 
the very golden crocuses 
and the red, 
and the very golden hearts of the first saffron, 
the whole of the golden mass, 
the whole of the great fragrance, 
I could have dared the loss. 
 
 
 
 
V

Así que por tu arrogancia
y tu impiedad
he perdido la tierra
y las flores de la tierra,
y las almas vivas sobre la tierra,
y a ti, que pasaste a través de la luz
y bajaste,
despiadado;

tú, que tienes tu propia luz,
que eres para ti mismo una presencia,
que no necesita presencia;

pese a toda tu arrogancia
y tu mirada,
te digo esto:

esa pérdida no es una pérdida,
ese terror, esos enredos y trampas
de oscuridad,
ese terror
no es una pérdida;

el infierno no es peor que tu tierra
sobre la tierra,
el infierno no es peor,
no, ni tus flores
ni tus venas de luz
ni tu presencia,
una pérdida;

mi infierno no es peor que el tuyo
aunque te la pases entre las flores y hables
con los espíritus sobre la tierra.
 
 

So for your arrogance 
and your ruthlessness 
I have lost the earth   
and the flowers of the earth, 
and the live souls above the earth, 
and you who passed across the light 
and reached 
ruthless; 

you who have your own light, 
who are to yourself a presence, 
who need no presence; 

yet for all your arrogance 
and your glance, 
I tell you this: 

such loss is no loss, 
such terror, such coils and strands and pitfalls 
of blackness, 
such terror 
is no loss; 

hell is no worse than your earth 
above the earth, 
hell is no worse, 
no, nor your flowers 
nor your veins of light 
nor your presence, 
a loss; 

my hell is no worse than yours 
though you pass among the flowers and speak 
with the spirits above earth. 
 
 
 
 
VI

Contra lo oscuro
tengo más fervor
que tú en todo el esplendor de ese lugar,
contra la negrura
y el gris desolado
tengo más luz;

y las flores,
si te contara,
te apartarías de tus propios caminos
al infierno,
volverías a mirar hacia atrás
y yo me hundiría en un lugar
aún más terrible que este.
 
 
VI 

Against the black 
I have more fervour 
than you in all the splendour of that place, 
against the blackness 
and the stark grey 
I have more light; 

and the flowers, 
if I should tell you, 
you would turn from your own fit paths 
toward hell, 
turn again and glance back 
and I would sink into a place 
even more terrible than this. 
 
 
 
 
VII

Al menos tengo las flores de mí misma,
y mis pensamientos, no puede arrebatármelos
ningún dios;
tengo el fervor de mí misma como presencia
y mi propio espíritu como luz;

y mi espíritu, con su pérdida,
sabe esto;
aunque pequeño frente a lo oscuro,
pequeño frente a las rocas informes,
el infierno se quebrará antes de que me pierda;

antes de que me pierda,
el infierno se abrirá como una rosa roja
para que pasen los muertos.
 
 
VII 

At least I have the flowers of myself, 
and my thoughts, no god 
can take that; 
I have the fervour of myself for a presence 
and my own spirit for light; 

and my spirit with its loss 
knows this; 
though small against the black, 
small against the formless rocks, 
hell must break before I am lost; 

before I am lost, 
hell must open like a red rose 
for the dead to pass.