Textos

 
ángelus

   [interior-6 pm]

la tarde transcurre imperturbable
es un libro cerrado
una calle que se esfuma
   en medio de una diáspora de pájaros
   y sonidos de metales

las luces atraviesan mi ventana
como una ola que borra los mensajes
      puestos sobre la arena
esas partículas de luz son parte del silencio
que me hace imperceptible
que me descuartiza
que me hace sentir tan pequeño
   cada objeto espera la noche
   bajo un sol que sobrevive
   como un viejo farol
   alumbrando una falsa eternidad
      sobre mi cabeza

a esta hora el espejo
   no hace ruido
no hay una mirada narcisista que lo perturbe
   una musculatura con brillantes gotas de sudor
      que exija su atención
ninguna vejez que haya dejado
   la puerta entreabierta

 
 
      [exterior-traveling]

   (desfilan motores/árboles/casas
   peatones/iglesias/cigarrillos/paraguas
   y ratas
   que se alternan sobre la tierra con
   humaredas/ensueños/tribus
   difuntos/herejes/fumadores/nubes
   y ratas)

con el resplandor vesperal del matriarcado
la mantis hembra ha vaciado a su macho1

 
 
   [interior-6 pm]

he pensado romper la osamenta del espejo
   su médula espinal
para hallar los rostros que me han abandonado
regarlos como sílabas
   dispuestas a ensamblarse 
en el rompecabezas de los deseos
   y las prohibiciones

(incapaces de olvidar las
tijeras y las agujas de la memoria
   yacen al lado de una lista de nombres
de cabezas y miembros cercenados)

al final de la tarde
maduran las huellas del odio puro y duro
del odio ciego y mineral que resiste las derrotas
que va al frente
   como un viejo pugilista
   incapaz de hacer virajes
el odio que se pasea ileso
sobre caminos de agua
   que no retrocede
   frente a la atracción de la luna
el odio que detesta a los mirones
   que acompañan
   una a una
   todas las lapidaciones
que no cede al veneno de las treguas
que no siente nostalgia
ni se oculta detrás de una frontera

es el mismo odio
que decidió no guardar mechones de la patria
         en una cajita muy mona
o en vitrinas o en féretros
   el enorme odio
de quien nunca más quiere encontrarse
en la granja de idiotas adictos a la obediencia
en el depósito de cadáveres disciplinados
que cucharean platos de ponzoña

no hay alzheimer que mate ese odio

pero la tarde es un muelle
   bajo el silencio del moho
¿qué es lo que se me ha perdido aquí?
¿con qué intención he detenido los relojes?

un sol gótico cavila en las paredes
   como un insecto que cuelga de su antiguo cordaje
      detrás de los cristales

el grifo gotea una interminable letanía
¿acaso soy el niño solitario que se dibuja a sí mismo
en la penumbra de una habitación?

(la lluvia amenazó buena parte del día
pero cedió ante la herrumbre del sol
frente a la luz menguante
que levita como un templo fantasma)

 
 
   [exterior-toma cenital-7 pm]

me tiro sobre el pasto de un pequeño jardín
mastico chicle
   el oleaje vegetal moja mis pies
   el olor a yodo penetra mis pulmones
   como una caricia lejana e improbable

aparecen las primeras estrellas

los mapas de las paredes están hechos de hojas secas
de copos invernales
del olor a barro y sopa fría de otros veranos
   no es raro que las cosas memoricen las estaciones
   y las horas del día
su grafía está escrita en la humedad
en la belleza sin rastro
   en las miles de horas desolladas
   que nadan como garabatos en nuestras fotografías

muy pronto
la noche pondrá su escalera
   sus sombras
   sus voces primitivas
se estacionará en mi casa —que tampoco olvida—
   ocupará el vacío de un sueño recurrente

el viento es ligero
puedo apostar que tararea una canción demodé
la tarde se hunde como un barco herido por música de arpas
   la gente se pierde
   en el mercadeo vespertino de una ciudad
   que clava sus ojos en tierra
al lado contrario de la ventana de la noche
una ciudad que busca altares
   que hurga debajo de las piedras
y que más tarde dormirá tranquila
   esposada a la cabecera de una cama

 
 
    [exterior-traveling]

   (desfilan cerraduras/máquinas de coser
   hoteles/parques
   oficinas/cines/ calles
   circos/ ferias
   y ratas
   que debajo del cielo se alternan con
   ojos/hilanderas/putas/vagos
   zombis/actores/peatones
   elefantes/fenómenos
   y ratas)

el hormiguero se mantiene enamorado
   de su propia escatología
vacía la vejiga   roe noticias    busca el teatro de la luna      
   el hormiguero prefiere dormir en el lecho materno
   como siempre
   tiene prisa
pero en el nido ya no caben sus coches
sus hijos
sus zapatos
sus perros
sus camellos
no hay suficiente espacio
no hay suficientes rincones

la tarde se apaga
el gato que me mira desde la azotea lo sabe
el gato tirado sobre la primera
   y la última línea del día que oscurece
el gato que vaga y esparce conjuros
el gato inaprensible como eclipse
   que nunca está fuera de foco

 
 
[interior tarde/noche]

imperturbable
la tarde no ve
   no oye
    por fin
 borra nuestras huellas
termina sus minutos con un antiguo asombro
que se alimenta con imágenes imágenes imágenes imágenes
   con cuerpos absortos en un arco cenital
que nos hace preguntas y forma atados de lumbre

si no estuviese tan cansado
dibujaría el mapa de ese mundo
de sus mares nocturnos y sus catástrofes diurnas
la inquietante sutura de sus hazañas y sus miedos

 
 
[fundido en negro-flashback-6 pm]

aunque un extraño sentimiento de paz
   se mete en mis muslos y en mis dedos
   en mis pupilas y en mi semen
el silbido de un tren iracundo se filtra
en los paisajes de un invierno inserto en mi cráneo

(ahora el girasol gira con
el sonido de un helicóptero
que mantiene los ojos muy abiertos)

he dejado el rebaño de mis sombras
he olvidado las pieles de caza que siempre me honraron
   los muros crecen
   en los recovecos de la calle
   me envuelven hasta hacerme sentir molido

no obstante
prefiero las mordidas del frío
los dientes destemplados de la intemperie
la pesada piedra de los ojos
   estoy mejor aquí
en el camino afilado de la tarde
que funde la muerte con los astros
que me hace temblar con su lenguaje de sombra
   creo que me he ganado el día
lejos de las inútiles oraciones del miedo
lejos de los que lloriquean por su única vida

me pregunto cómo hacer
para que los caracoles del sentido
   rompan el laberinto de lo visible
   de lo audible
   de lo creíble
cómo hacer para que en unas horas
duerman los perros y los taxis
los calvos y las cucarachas
   que nos espían con cierto celo
cómo hacer para que duerma
con armonía prenatal todo lo que vuela conmigo en el planeta

poco tiene que ver la noche
con la obsidiana
es sólo la aproximación a los oscuros labios
de un muerto
es solamente la lectura fallida que me muerde
las uñas de los ojos
la risible fe en la genealogía de nuestras grietas

no es poca cosa que el mundo cambie de rostro
   por un momento
que naufrague
   cogido de un pedazo de madera
o que insista en alcanzar la otra orilla
o que felizmente no llegue a la cita

 

 


1 Salvador Dalí, El mito trágico del Ángelus de Millet en Obra completa (vol. 4), Barcelona, Ediciones Destino, 2005, p. 375.

 
Insectario: narración sobre el veneno

Espero bajo la sombra de una roca
para transitar entre las hojas secas,
sobre la hierba tupida
al lado de los filamentos de pequeñas flores campestres.
Me gusta ir sobre el musgo de esa piedra
cuya textura es suave y extensa,
mover las pinzas y arquear mi cola
para que la luz de la luna resalte mis matices.
Me gusta ir errante
en busca del rastro de otro escorpión
aunque el bosque es cada vez más callado y vacío.  
Muchos temen mi veneno,
teman la soledad: como a una aguja atravesando el cuerpo
témanla de verdad: solo quienes la sienten
                    y conocen
saben qué es moverse mientras quema.

 
 
Insectario: plegaria de una mantis

Quise pasar desapercibida
como un templo antiguo invadido por el musgo
sostenerme y balancearme de los tallos sin ser vista
observar el paisaje con sigilo

lo presentía: de cerca todo es confusión e insensatez

es más fácil estar entre lo verde y si el viento sopla
caer con elegancia fingiendo ser una hoja
ocuparse de los capullos algún día
y alegre, despertar con el cuerpo lleno de rocío

Una vez un colibrí me dijo:
parece que tienes un cuerpo desordenado
la cabeza sin oídos
y el corazón en el lugar equivocado

no es cierto que quisiera hacerte daño

mis patas tienen menos espinas que un rosal
probablemente busco una música que ya no existe 
porque lo que escucho retumba demasiado cerca de mi corazón 
me acerco a lo que parece un instrumento y de pronto deja de sonar.

 
 
Diálogo en torno a la hoguera

Íbamos por la orilla del río
tenía diez años y mi hermano ocho
de pronto el peñasco se abrió con un estruendo,
pequeños guijarros se deslizaron al agua
y una silueta surgió entre las rocas.
Era la segunda vez que veía al Diablo.
Llevaba puesto un sombrero y traje de paño.
¡Diablo gran puta! Grité.
¿Por qué abuelo? ¿sentiste temor?
No. Tuve celos y desaté una rabia contenida.
Entonces la neumonía y el chagas se llevaban a la gente
teníamos hambre y frío,
en medio de ese desastre solo él iba bien vestido.
¿Te hizo algo, abuelo?
No, por un segundo se dio la vuelta
y cabizbajo continuó caminando.

 
 
Valle del sueño

Anoche soñé que ordeñaba una vaca
sin saber que la leche tibia y espumosa
estaba envenenada.
No podría describirte el sentimiento al despertar.
Ciertamente suspiré con la sensación
de que se acercaban los días
en que las plegarias serían apenas
balbuceos sin sentido.

      *

Nadie conoce el lugar adonde voy
mientras duermo
a veces a intentar domar un becerro
y otras a zurcir el vestido de hilos de oro
que uso cuando bailo mi música de tontos.

Regreso a tientas al amanecer
balanceando la cesta vacía.
Donde estuve había bayas jugosas
que los mirlos me advirtieron no tocar.

 
 
Interludio de un condenado1

Espero a que el último rastro del sol desaparezca
para ir cuesta abajo.
La neblina traspasa el pico de la montaña.
Incluso rozar la paja brava
me deja tajos en las piernas.
Apenas soporto la luz del sol que refleja la luna.

Es como si respirase
a través de la abertura que hay en mis heridas.
Las esferas de luces que se elevan en el aire
también se alejan de mí.

Me pregunto si después de todo
podrías reconocerme.
Si fuese a buscarte, ¿me llamarías por mi nombre?
Si ellos me temen
les tiraré piedras para alejarlos.
Si ella grita
huiré hacia el campo de amapolas.
Nunca se preguntarán cómo llegar hasta aquí,
nunca sabrán cómo convertirse en lo que soy.
No pude evitar la fiebre ni el desorden
abandoné cuanto tuve para elevarme junto al viento
cuando había tempestad.
¿Por qué regresar donde nadie te espera?
Ya no hay nada qué decir.

Sientan asco, si desean:
los gusanos en mi piel son larvas
de las cuales saldrán elegantes mariposas nocturnas
que se posarán en su ventana                                     algún día.

 

* Poemas pertenecientes al libro El bosque tiene oídos, el campo tiene ojos (UANL, 2025).

 

 


1 Según la cultura popular, la persona condenada vaga en pena al no estar viva ni muerta.

 
Siempre he sido lenta escribiendo. Tardo mucho tiempo en escribir un nuevo poema, aunque antes de eso he convivido con la idea del poema meses o, incluso, años. Pero ninguno de mis poemas había tardado tanto en salir como “Agua”: más de medio siglo.

Cuando ocurrió lo que cuenta el poema, la muerte de mi amiga —o, más bien, la conciencia de que mi amiga iba a morir—, yo no sabía que algún día escribiría poesía, pero sí tuve desde entonces la certeza de que aquello, en algún futuro incierto, daría lugar a algo, aunque no supiera a qué.

Aparece en primer lugar la perplejidad en una mente infantil ante la posibilidad, en este caso ineludible y muy próxima, de que los niños también podían morir. Y, junto a ese oscuro asombro, el miedo y la incomprensión. La respuesta de mi madre —“la sangre se le está volviendo agua”— era la manera de explicar la leucemia; así se decía entonces.

Recuerdo con nitidez que sí, que pensé en sus venas, que me imaginé a mi amiga rellena de agua, un agua que circulaba por dentro de su cuerpo y que en algunos puntos, como las sienes, se le transparentaba. Su piel era blanquísima y permitía ese prodigio de la transparencia. Lo que decía mi madre era real, no había duda. Y si era agua, tenía que ser azul; de ese color la pintábamos siempre todos los niños en todas las épocas y en todos los lugares.

Que su madre me pareciera altísima es lógico, desde mi edad y mi estatura la miraba de abajo arriba. Pero, objetivamente, sí que era mucho más alta que, por ejemplo, mi madre. Y había otra diferencia llamativa entre ambas: a ella sólo la recuerdo embarazada, a mi madre nunca la vi así. Aún veo a esta mujer con una enorme barriga, empujando un carrito con un bebé, mi amiga agarrada a un lado del carrito y otro niño agarrado al otro lado.

He olvidado qué sentí cuando mi amiga murió, pero no he podido borrar de mi memoria aquella información terrible y previa. Saber que iba a morir y por qué (o de qué) cambió mi percepción de la vida, del agua y del color azul. Se llamaba María Elena.
 
 
Agua

Teníamos seis años y ella se iba a morir.
Le pregunté a mi madre por qué, si era una niña:
“La sangre se le está volviendo agua”.
Y yo pensé en las venas azules de sus sienes,
azules como el mar, como los ríos,
la lluvia y las piscinas.
Siempre pintábamos azul el agua.
Ella era delicada, blanca, rubia,
tenía dos hermanos menores y una madre
muy alta y muy embarazada.
Ella fue mi primera
idea de la muerte:
la sangre de las venas se convertía en agua,
por eso ella tenía
las venas de las sienes tan azules.
 
 
* El poema anterior proviene del volumen Azul el agua, publicado por La Bella Varsovia (2022).
 
 

 

 
músicos de sesión

(fondo de una playlist similar a Eggleston)
camisas y faldas planchadas
como una línea de melotrón
que se va apagando
poco a poco
(eso que ocurre poco a poco
es siempre precioso).
árboles al fondo. el auto
estacionado sobre una alfombra de mini golf
y el cabello de los dos
que no necesita esforzarse.
cielo gris industrial,
el tiempo es un trapo viejo
en el baúl

 
 
una línea roja
inclinada apenas, lo suficiente,
sobre un metalizado crema.
palabras de café,
promesas como servilletas muy finas
que al doblarse
ya se marcan.
es la geometría del cosmos,
argumentará alguien bajo una lámpara
para quemar hormigas

 
 
si te fijás bien
el mecanismo es perfecto
con las armonías que cantan
my lips will kiss
y el zapato con medias blancas
es un anexo materno.
diamante residual de navidades
con ruido de papel regalo.
fantasmas de almidón
chasquean los dedos
en medio de la tormenta

 
 
una granja, tal vez, detrás
de la arboleda, como las que aparecen
en los poemas de James Wright
y marchan de lujo,
tanto que sólo podés pensar
en una trompeta de sesionista.
un sujeto puesto ahí
donde el amor y la música
no se dividen

 
 
 
Cassavetes

para usar en otro libro anoté
una frase de John Cassavetes
que claramente
no sólo habla de cine
“la gente no sabe lo que está diciendo
la mayor parte del tiempo”.
quiero registrarlo todo
como en sus películas,
conversaciones disparadas
a sangre fría
(una calle sin aviso, el tumulto
de lo que descarta por sí solo
el proceso de enlatado).
abandonar y cubrir costos
con horas durmiendo en el trabajo,
relatos que siguen un plan
de camarones con salsa

 
 
6.37
el zumbido de la mañana
los tachos de basura rebalsando
el asfalto brilloso
alguien gritando
“no paran de romper los huevos”
el zumbido de la mañana
el mono con gafas en la parrilla
la luz radiactiva del almacén
al que no entra nadie
volquete con el escudo del club
grafiti verde que dice CNVA
grafiti blanco que dice KELY
el auto chocado en el lavadero
la casa con muérdago en agosto
el zumbido de la mañana
cartel inmobiliario caído
de un sexto piso
doblado el aluminio en una punta
primeros pájaros
todo lo que ha vencido

 

* Poemas provenientes del libro gris industrial (inédito)

 

 

León Plascencia Ñol, monk, Monterrey, UANL, 2023, 100 pp.

 

[Sobre su caminar girando:]
hago esto en las calles,
si alguien más lo hace,
le ponen una camisa de fuerza…
[pero dirán]: “Ah, ése es Thelonius Monk,
está loco”

Thelonius Monk, Straight, No Chaser

Cuando vi la portada del libro de León Plascencia Ñol (Ameca, Jalisco, 1968), no sabía que versaba sobre Thelonius, el Monk, el gran músico, semilla del bebop y de una caracterización copiosa en tonalidades y profundidades para personajes en el cine y la TV de genio limítrofe y rebelde. Que este Monk sea el motivo del libro de Plascencia Ñol no me extraña, porque, además de ser un extraordinario músico, es un personaje fascinante. Sólo basta mirar alguno de sus conciertos, en los que su danza, las manos musicalmente independientes una de la otra o la repetición melódica transformada por el ritmo son espacios extraordinarios a los que ingresamos, o bien advertir su caminar giratorio nos hace desear orbitarlo de cerca.

*

monk es un libro que asume la minúscula para nombrarse, como si quisiera que el relieve en la obra no fuese el apellido, sino el hombre a través de las miradas que se presentan en los poemas, en las citas que se entretejen y con la información que lo fragmenta y reconstruye. Tal reconstrucción, me parece, surge de rodearlo en sus vueltas, de mirarlo en seis tracks —o ángulos en que se divide el libro, más una adenda—. Éstos abordan lo biográfico, la introspección del músico y de la voz poética (a veces identificada con Thelonius y, otras, con sus propios giros), su retrato externo e interno, así como su desmenuzamiento, gracias a la paráfrasis sensible de otros poemas que enriquecen el estilo y la mirada.

A lo largo del libro orbitamos a Monk, a veces desde el exterior como testigos, a veces instalados en los pensamientos imaginados por Plascencia Ñol. Y, con ello, la obra resulta en una biografía poética.

Los tracks no se dividen tajantemente como lo plantea el diseño: terminan y deslizan un motivo hacia el siguiente. Del uno al cuatro comienzan con una cita.

El primero, con una cita de Frank Tirro —historiador de jazz—, posa la mirada de los otros sobre el músico, sobre sus movimientos, sus periodos que lo ausentan de los otros pero que están llenos por él: “Monk está extraviado en algo que gira y bulle en su cabeza. Parece ser su propio ritmo, una sensación de olas estrallándose en una rompiente”; Plascencia Ñol presenta también la atmósfera, motivo que será importante en todo el libro: “la brisa/ en Harlem, la brisa inédita, una lluvia ligera en New York […] y la ciudad, llena // de luz, es un carnicero que acuchilla el caos” (p. 16); brisa, lluvia, viento, verano, invierno, nieve…  Este track introduce a un Monk que atisba la extrañeza pero que está poblado en el interior por vegetación, animales, cielos, nubes, mares, barcos: “mi mundo es un océano/ lleno de mediodía y oscuridad.// Me siento en una barca/ para ver la otra orilla de mi cuerpo”. Aparecen además Nellie y Pannonica, sus cómplices, cuidadoras y amores; otros cuerpos que lo protegen y lo orbitan.

El track dos inicia con una cita de Emilio de Gorgot, un periodista que escribe sobre música, cine y literatura. En este track, la ruptura de las estructuras tradicionales de la música, a través del ritmo y de la decidida inconclusión de la melodía que había sido repetida, es también lo que leemos. Thelonius y su música se presentan con imágenes de nubes extraviadas. Aparece, asimismo, la imagen del movimiento asmático de sus dedos, la dislocación de sus manos. El autor descubre en Monk lo aéreo y lo marino, la constancia manifiesta a un lado de aparente caos que, sin embargo, es estratégico y emocional. Los opuestos están en la vuelta de Monk que termina donde inició. El yo, tan poderoso que no admitía influencias, se irá desdibujando paulatinamente. En el track la voz poética expresa, además, las sensaciones que provoca la música; se teje el hilo o la nada del pensamiento como formas de la presencia y de la ausencia.

El rojo, el azul, el blanco y el amarillo son los colores que predominan en este monk, poema documentado. Los colores no son adjetivos: funcionan acá como formas de la sensación.

También afloran locaciones en el poemario: desde luego Nueva York, pero también, y destacadamente, el mar con sus oleajes, sus barcos encallados y en naufragio, al igual que el cielo, que es cárdeno, estrecho, violento, desmedido, violeta, estrellado, encrespado, estridente y bipolar. Los animales —sobre todo los voladores— personifican estados y visiones.

El track tres comienza con una cita de Albert “Tootie” Heath, baterista de jazz, quien tocó con Coltrane y Thelonius. Aquí el retrato de Monk se teje con imágenes que poco tienen que ver con su fisonomía, salvo por la barba y algunos elementos de su vestimenta: aquí un traje, una corbata y una boina —aunque el músico usó asimismo sombreros, gorras y otras formas de tapar la cabeza, como si pensara que algo iba a escapar de ahí, pues hasta dormía a veces con ellos—. El retrato, más bien, se construye con la percepción estética y simbólica de quién es Monk, y con lo que implica escuchar su música.

Retrato de M

una navaja de afeitar oscura
una boina negra con insignias minúsculas de rostros olvidados
un ritmo que cae
un traje casi gris, casi café, casi negro
una corbata que es como el aire
una barba extraviada
una enfermedad elocuente
un ritmo insostenible
un rumor que parece una caja destemplada
un baile obtuso
unos ojos en blanco (p.47)

El track cuatro comienza con una cita de Julio Cortázar, un amante del jazz a quien conocemos muy bien. Este track se compone de poemas-paráfrasis de otros: de Gertrude Stein, Francisco Hernández, Leónidas Lamborghini y Yi Sang, los cuales se caracterizan por la repetición y el contrapunto, y me hacen pensar en Straight, No Chaser, donde la repetición melódica es afectada, en el buen sentido, por los cambios de ritmo y por la falta de conclusión de la propia melodía.

Los tracks cinco y seis no recurren a la cita inicial; sin embargo, el quinto está anotado con textos sobre la esquizofrenia y la bipolaridad de un sitio especializado de internet y otro de Oliver Sacks, mientras que el sexto se compone de poemas que rondan la biografía, el juego y la lista.

El cinco inicia con un poema que se apropia de un fragmento de “La nerviosa obesidad del triángulo”, del poeta coreano Yi Sang (proveniente del libro A vista de cuervo y otros poemas. Poesía completa), cuyo título, ideado por León, le da un nuevo sentido al fragmento de Yi para funcionar como una metáfora del efecto de los antidepresivos:

Soy un instrumento musical roto por las respiraciones.
Aunque me colme una insoportable soledad no haré x x. (p.7)

En este track, las clasificaciones formuladas como tipologías de la esquizofrenia (hebefrénica) y la epilepsia musicogénica se vuelven tanto hipótesis diagnósticas de la enfermedad mental de Monk como una posibilidad metafórica y visual de situar la enfermedad en el terreno de lo estético:

Hay un relámpago que cruza
el rostro de Monk, una sensación
de pérdida. Otra melodía,
un quiebre de realidad enferma,
un verano blanco, una sucesión
de hormigas temblorosas. (p. 67)

Del mismo modo, en este track, los ensayos para una biografía mínima de Monk son ejecuciones poéticas que hablan de sus sueños y de sus desórdenes mentales, que lo vuelven un personaje que habita una dimensión estética de las palabras. Hay fotos, apropiaciones de fragmentos de otros poemas, como “Rumor”, el cual usa un fragmento del texto de Lila Zemborain como una manera de presentar la dislocación del yo, propia de la enfermedad mental, pero también de la aparición del mundo Monk, en el que vive el músico y donde dialoga con sus percepciones y con sus roturas (poetizaciones de la alucinación):

un cielo estridente
una manzana cae a los pies de monk;
su mente tiene la blancura
de una herida.
algo se ha derrumbado:
en la noche, quizá.
como si fuera una rotura
en el agua (que
por supuesto no
puede romperse) (p. 77).

La herida y la rotura son intangibles pero reales. En este poema, la apropiación del de Kay Ryan, encaja perfecta y bellamente con el discurso. El track toca los últimos días, la nostalgia, el adentramiento a la mente de Monk, donde la enfermedad lo es para los otros aunque, en su interior, sólo es otro mundo para vivir.

El último track, el sexto, comienza con un poema que enumera las posibilidades de “Ruby, My Dear” y a continuación convoca a la mariposa (¿Pannonnica?), pero ésta —o, más bien, la imposibilidad de su vuelo— tiene que ver con una traducción de su yo a la música: un yo manchado y borrado por el “asma de Dios”. Aquí la realidad, las fechas, los datos no son lo que delinean una vida; en cambio sí lo es “una imagen del cielo encrespado. La violencia de cuatro estorninos en medio de una granizada” (p. 83). Este track es el de dos mundos: el poético y el informativo.

Finalmente, el libro termina con una “Adenda”, que es la lista de una discografía básica y la nota de los autores apropiados para ampliar la voz del autor. Aquí aparecen Jack Spicer, Anne Sexton, Leila Guerriero, Kay Ryan, Claudia Masin, Yi Sang, Jacques Ancet, Robert Hass y Lila Zemborain. Ellos prestan su voz a la voz poética, mientras que los citados con su nombre explícito nos transmiten la mirada del otro, que siempre nos circunda, define y relata.

El libro es espléndido en belleza y en referencias no sólo literarias o biográficas, sino plásticas y, por supuesto, musicales. Es rico también en las exploraciones rítmicas que Plascencia Ñol logra mediante el quiebre sintáctico en el corte versal, con la reunión de apropiaciones, citas y datos, así como con versos en prosa.

Este orbitar a monk, desde muchos sitios y mediante diversas voces, lo presenta a la vez que lo fija en una suerte de mar poético. A veces, incluso, nos preguntamos si la voz poética no se está haciendo oír a través de Monk y de este espacio —no el de la enfermedad, pero sí en el de la melancolía y el sueño que el músico edificó para sí—. La apropiación de fragmentos a otros autores como parte del poema nos recuerda que Monk dedicó gran parte de su producción a reelaborar, regrabar y recontextualizar sus composiciones y las de otros en múltiples álbumes. Su sentido de lo moderno, palabra que le gustaba para describirse, significaba no sólo romper con las tradiciones, sino también con sus piezas, establecidas.

El epígrafe del libro nos habla mucho sobre Monk y sobre Plascencia Ñol, por un lado, y sobre la libertad, la experimentación estética y del hacer collage con tipos de textos, por otro.

Yo lo que te digo es: toca a tu manera. No toques lo
que el público quiere oír. Toca lo que tú quieres y
deja que el público lo descubra después, incluso si
les cuesta quince o veinte años.
Thelonious Monk (p.7)

Leamos monk. Hay aprendizaje, reflexión y arrobamiento en este libro que no encuentra una palabra más atinada que la belleza.

 
La esforzada colección de poesía de Animal Sospechoso Editor, que dirige Juan Pablo Roa en Barcelona, nos ha sorprendido en los últimos años con una serie de publicaciones novedosas —en un intento por recuperar algunos de los autores más inquietantes de la España e Hispanoamérica actual—, con vistas a alzar un tipo de poesía al margen de cánones trillados; poesía esencial, cósmica. Hemos visto aparecer ahí una serie de obras, ya distintas en su diseño, encuadernación y selección. No en vano Roa se experimentó en el mundo editorial antes de emprender la aventura, primero con la revista Animal Sospechoso y en su trabajo en una de las grandes editoras barcelonesas, y luego con su experiencia como librero, lector y promotor de lecturas poéticas. Libros con un diseño atractivo, cosidos, con un formato de bolsillo, coloridos, alegres y con fondos trascendentes, hijos de la imaginación y la vivencia, libros de luz. Ahí se han reunido nombres como los de Teresa Shaw, Carmen Borja, Cristina Crisolía y una veintena más.

Uno de esos libros es Wyoming de Jaime D. Parra (Huércal-Overa, Almería, 1952) —escrito entre 1983 y 2020—, que no se la juega en otro espacio que en la vida post mortem, pues iba a ser póstumo y sólo gracias a Juan Pablo Roa se salvó de ese destino. Wyoming recoge el nombre del mundo onírico: el de una muchacha india que le habló en sueños y que el autor reconoció desde entonces como su propia alma —y que arrancado del cuerpo, como un pájaro, voló a otros mundos—. Un espacio interior a través de montañas, ríos, mares, noches y soledades. El libro comienza tras la incineración del personaje que luego, en una serie de capítulos, peregrina y pasea su errancia por el otro lado, sufre diversas aventuras y peligros y, al final, escapa (a través de otro sueño) más allá del cubo celeste o la rueda de las existencias para integrar al sujeto en la Gran Nada.

Un libro de poemas místicos que inserta obras fundamentales de varias tradiciones esotéricas y sagradas, y que vienen con flechas guía al comienzo de cada capítulo: la psicología de las seguidoras de Jung, el Libro de los muertos egipcio, el Bardo Thodol, el “Cántico espiritual” de san Juan de la Cruz, el Conde Arnau de Maragall, los Himnos a la noche de Novalis, El Archipiélago de Hölderlin, el Popol Vuh de los mayas, la Bhagavad-Gita, el Rigveda y las Upasinhads de los hindúes, los libros de viajes de Bashō, el Cantar de los Cantares de Salomón y el de Oswald de Andrade, la poesía de Macedonio Fernández y las rimas oníricas de Bécquer, así como otras tantas fuentes. Un viaje, como se ve, por las tradiciones herméticas que le sirven de luz al lector, que anda de noche pero no ciego.

— Neus Aguado

 
 
Apartamiento y regeneración (fragmento)

Es necesario alejarse a una casa alejada, a una casa donde no se oiga ningún ruido. Es lo más importante.
Abraham Abulafia

La vida se ha aparecido siempre como una planta que vive de su rizoma.
Carl G. Jung

Todo pensamiento, toda palabra, toda acción es una
persona.

Nasîroddîn Tusî

(Definición)

VIII

Wyoming, alas
que los brazos remueven,
alas que los pies engarzan,
halos que van al aire,
cabelleras que se deslizan,
aguas resplandecientes que resbalan.
Amor más que amar,
Adamar.

 
IX

Tú en Anolecrab,
orquídeas y tribulaciones,
pasos alucinados
y lana de corderos imposibles.

Centro con interiores
de grama y espasmo en lo verde;
volador de hebras.
Tus alas solas rotas, pespunte
de lo ignoto.

Cristal rugiente, cuarzo diáfano.

 
X

Wyoming,
va a llover

palabras amarillas y agua,
cobre y trenza color de india
tu tez morena;
al ocaso o al mediodía
constante es tu exilio
en delirio      luz negra
ilumina.

Una muerte no es más que una muerte.
Pero ¿tras un incendio?           

 
XI

Dichoso más que el fuego perseguido
en los interiores del rocío,

mi amor te busca y te enhebra
en las orquídeas.

Escanciar marfil en tu risa,
unirme al frenesí de rubíes
en los altos ardores de tu vino.

Escanciar y caminar.
Búsqueda y hallazgo que trasciende.

 
XII

Era su rosa y su labio
arrullo de la tórtola,
y color olvido
y azucena
      de plata

su figura
y su aroma de
luz
perfumada
   ¿qué Wyoming?
Sonido flauta de hueso
Y su sustancia es no morir.    

 
XIII
—Soy huidiza, tras la roca.
La inscripción de mi nombre
y mis ojos que te miran en soledad.

—Huidiza yo ¿qué tengo
y quién que mi nombre conozca?
Huérfana voy, hija de mi tierra,
y lejos de mi vida.

—En soledad, a solas, difícilmente, al margen.

 
XIV

Cruzar el puente es la mirada,
las tablas colgantes.
El abismo de la piedra sobre las aguas.
Arco iris de plomo que deja
un temblor que contagia los brazos
            de las ramas.

Estrecha es la senda y tus ojos grandes.
La vida un tris y el río mares de flores
              en llamas

 
XV

¿Quién eres tú?

Soy Wyoming,
La de los cabellos cobrizos que fluyen
y puedo verte.
Mi nombre es éste.

Soy flor cortada lejos
y alma en vilo.

Soy tu exilio en mi voz, que vuelve,
y puedo verte
al este del edén
o donde esté tu muerte.

 
XVI

Wyoming, el rocío que cayó de las
estrellas
y coloreó un cielo vacío de cometas
en fuga,
un pensamiento, que vale todo tu mundo.

Ella, el color.
Ella, la luz
Ella, la espada de la palabra, en vilo,
Y la pregunta qué.

La penumbra visionaria
a través de un tul.
La herida precisión que escapa
al escarpelo.
La respiración que mantiene el ritmo
en lo que sucede.

 
* Poemas pertenecientes a Wyoming (Animal Sospechoso Editor, 2022).
 
 

 

Me aproximo a la figura de Rimbaud como quien busca una epifanía.

Me encontraba en la segunda clase del seminario de poesía, todavía con mi inexperiencia sobre los hombros, cuando la escritora a cargo me designó para mostrar mi poema. Su devolución consistió en que debía ser reescrito por completo, y me recomendó no parar de escribir hasta llegar a ese momento de iluminación. Recién ahí debía detenerme. El concepto me obsesionó durante días, semanas, meses. Le escribí pidiéndole ayuda o alguna pista sobre cómo se veía, cómo se sentía ese momento. Sus muy atinadas observaciones tuvieron que ver casi siempre con modos de lidiar con la frustración. Es así como mi obsesión, una uña encarnada en un conflictivo proceso de escritura, se encuentra con este cuaderno de poesía.

Las Illuminations de Rimbaud fueron publicadas en 1886, aunque habían sido escritas ya entre 1873 y 1876. Uno de los aspectos que me interpelan desde el principio debido a mi recorrido en el campo de la narrativa de ficción, y con motivo de la pregunta que me aqueja (¿cómo acercarme a la escritura de poesía?), es que se trata de un poemario escrito en prosa. Por momentos, parece que Rimbaud estuviera relatando una serie de cuentos con una secuencia narrativa definida. El cuento como estructura narrativa tiene una fuerte presencia en todo el cuaderno (aunque siempre tangencial), e introduce dos elementos que me interesa señalar para pensar la figura del poeta que forja allí su voz: por un lado, lo mágico y, por otro, la niñez.

Esa enfance, asociada a la risa, a lo gracioso que aparece en ciertos elementos del cuaderno, da cuenta de la inocencia con que pretende revestirse el yo lírico, en tanto alegría alejada de los problemas mundanos. Crea en la poesía su propio paraíso. Pero muchas veces también, al mismo tiempo, da cuenta de un lado más oscuro u ombragé, para retomar las palabras de Rimbaud, de esa infancia, que vuelve esa inocencia un tanto siniestra, ya que se asocia con una voz narrativa adulta.

El imaginario de cuento de hadas al que da acceso la infancia, así como la proliferación de figuras míticas grecolatinas, posibilita la aparición de una fuente de conocimiento nueva respecto de lo intangible. Será el poeta, al modo del Virgilio de Dante, quien tenga acceso a esta última. Así, la confianza en la existencia de aquello que no podemos ver está puesta en un lugar diferente al relato de las Sagradas Escrituras. El cuaderno propone que esa fuente principal de conocimiento sea la literatura misma. La inocencia que conlleva la infancia es lo que permite justificar en el niño este aspecto blasfemo. Constituye el elemento que posibilita en Rimbaud este gesto polémico. La inocencia de la niñez, su ingenuidad, es entonces lo que le permite al poeta —y más específicamente al yo lírico (que la conserva, o que accede a ella a través de la poesía)― acceder al conocimiento de la esencia del universo.

El yo lírico se presenta no solamente como aquel que tiene ansias de un conocimiento de tipo ontológico, sino como aquel que ya accedió a la visión general, completa de dicha esencia (“Assez vu […] Assez eu […] Assez connu” – “Départ”), y que además se hastió de ese conocimiento (el término ennui es otro que se repite) y se permite narrarlo.

El “niño-adulto” que se encuentra en estos poemas no es simplemente un niño puro e inocente, sino que carga a la vez cierto rasgo siniestro o perturbador: la conjunción del niño con el adulto dará paso a la imagen de esa niña-monstruo de la que habla en “Phrases”, y donde la inocencia se ve de algún modo trastocada: “Ma camarade, mendiante, enfant monstre!” [“¡Mi camarada, mendiga, niña monstruo!”].

Entonces, si la figura del poeta se viste de niña-monstruo, la pregunta radica ahora en cómo narra lo inenarrable. Cómo narra ese conocimiento de la esencia al que puede acceder el poeta. Se trata de una pregunta que persigue la obra de Rimbaud y que nos hace replantearnos la polisemia del lenguaje poético como una posibilidad que radica en la desconfianza. “¿Las palabras nos traicionan?”, se preguntará Yves Bonnefoy, ávido lector de Rimbaud. “Otra vez, el paradiso del poema, esa insufrible eternidad que permanece sin decir”, dice María Negroni respecto del exilio del poeta y su relación con el lenguaje poético.

El acto de relatar este conocimiento de carácter ontológico es lo que explica que los poemas que conforman Illuminations sean tratados como imágenes en las que prácticamente no interviene la palabra. Se trata de un conocimiento primitivo en cuyo acceso el arte cumple un papel esencial, en particular la música. La elegancia y el lujo que caracterizan a esas imágenes (presencia constante del oro, la seda, las joyas), junto a la idea de elevación que aparece a la largo de todo el cuaderno (bâtirent, montez, en haut), construyen un conocimiento magnánimo pero al cual se accede como a un secreto.

La imagen del secreto está dada por la ausencia de la palabra como medio racional de acceso al conocimiento (la palabra nombrada aparece una sola vez en todo el cuaderno: “une fleur qui me dit son nom” – “Aube”) [“una flor que me dice su nombre”] y reemplazada por un acceso a través de otros “ruidos” que se caracterizan por cierta falta de forma específica, lo cual los hace lejanos y no delimitados normativamente, tal como es el caso de la palabra: en hurlant (“Vagabonds”), mugissent (“Villes”), bruits neufs / rumeurs (“Départ”), grondent (“Being Beauteous”), des tintements (“Antique”), ne sonne pas (“Enfance”), etc. Términos tales como bruissantes o bourdonnaient, de frecuente aparición, comparten la raíz de bruit, que refiere a un ruido que no respeta los límites convencionales que podrían definirlo y hacerlo aprehensible, comprensible para el sujeto. Cuando estos ruidos, que dan la impresión de escucharse bajo y de lejos (como un susurro o un secreto pero siempre incomprensible en su pronunciación), se ordenan o desordenan, toman armonía o desarmonía, es que se inscriben dentro de una forma que no es la palabra, sino la música. Dice Bonnefoy, a propósito de Barthes, quien

llegó a pensar […] que todo lenguaje es un orden, todo orden, toda orden una opresión, y por consiguiente toda palabra, aunque fuera una verdad científica, un instrumento que utiliza un poder; y que por lo tanto habría que ubicarse, para poder recobrar nuestra libertad, “fuera del poder”, hacer trampas con las palabras, burlarse de ellas jugando con ellas, lo que identifica el acto libre –y entonces la verdadera lucidez a pesar de todo, entendida esta vez como un acto- con la práctica del escritor que sabe ponerle fin a cualquier fórmula.

Ya en su obra anterior aparece esta desconfianza en el lenguaje, una experimentación con las palabras posibilitada por la excusa del mundo pseudo-infantil que crea en sus textos. Tomemos como ejemplo el poema “Voyelles”. Allí Rimbaud propone una asociación cromática alternativa a la usual (y también resulta una divergencia del canon, el orden con que presenta esa secuencia vocálica). Es decir que este conocimiento primero, que se asocia con el aprendizaje infantil, es reordenado por Rimbaud. Conjuga de modo alternativo los elementos primitivos a los cuales primero acceden los niños: los colores y las letras. Los conjuga de modo distinto y obtiene así un conocimiento completamente nuevo. Éste es el gesto de Rimbaud a lo largo de todo el cuaderno de Illuminations, y que ya se veía prefigurado en aquel poema previo: el poeta toma los elementos esenciales y los vuelve a ordenar, obteniendo algo nuevo. Si relacionamos el poema en cuestión con Illuminations, vemos que mientras la fragmentación que presenta el cuaderno excede ya la cuestión formal e incluso la cuestión del yo para volver resignificada, esto representa el mismo recurso, aunque más elaborado, que se perfilaba ya en “Voyelles” y que hace que las palabras como modo de acceso al mundo sean fragmentadas hasta su estado más primitivo, las letras, para ser reordenadas. El rasgo musical de las palabras será también, en apariencia, escindido de su función poética debido a la escritura prosaica y se presentará en Illuminations de modo separado. La disección es completa y el reordenamiento (a cargo del poeta), inminente.

Esta totalidad es contada no sólo desde un yo lírico fragmentado, sino también desde el papel del exiliado, el que habla desde el margen (para proponer un conocimiento nuevo, una producción divergente a la establecida). Para decirlo en palabras de Negroni: “¿No vivimos, acaso, en el lenguaje, esa tierra lejana, extranjera?”. Nuevamente, la capacidad de acceso al conocimiento de una totalidad, que se piensa como imposible para los límites de la razón humana, es usurpada y apropiada por el poeta. Ese Yo, asentado en la figura del extranjero (“Je est un autre”), usurpa el puesto de Dios. El poeta, en tanto reorganizador del plano no sólo semántico sino también formal del lenguaje poético, es ahora creador en un sentido nuevo. Es él quien tiene acceso a ese conocimiento primitivo, en un punto prelingüístico, que se sirve de las palabras sin agotarse, desconfiando de ellas. Es él quien contará el secreto al lector, tal vez por hastío.

En línea con la lectura de Bonnefoy, que afirma “la poesía no es otra cosa, en lo más intenso de su inquietud, que un acto de conocimiento”, es el mismo Rimbaud quien en Vies dice:

Exilié ici j’ai eu une scène où jouer les chefs-d’œuvre dramatiques de toutes les littératures. Je vous indiquerais les richesses inouïes. J’observe l’histoire des trésors que vous trouvâtes. Je vois la suite! Ma sagesse est aussi dédaignée que le chaos. Qu’est mon néant, auprès de la stupeur qui vous attend? […] Je suis un inventeur bien autrement méritant que tous ceux qui m’ont précédé; un musicien mȇme, qui ai trouvé quelque chose comme le clef de l’amour.1

 

Pablo Picasso, Retrato de Arthur Rimbaud. Litografía. 1960.


1 “Aquí exiliado tuve una escena para interpretar las obras maestras dramáticas de todas las literaturas. Les indicaré las inauditas riquezas. Observo la historia de los tesoros que ustedes encontraron. ¡Ya veo la siguiente! Como el caos, mi sabiduría también fue desdeñada. ¿Qué es mi nada, al lado del estupor que les espera? […] Yo soy un inventor harto meritorio como todos aquellos que vinieron antes de mí; un músico propiamente, que encontró algo así como la clave del amor” [Tr. del E.].

 
Aquí se puede descargar el libro completo.

 
Selección coordinada por la Dirección de Literatura y Fomento a la Lectura de la UNAM.

 

Claudia Magliano
(Montevideo, 1974)

EMIGRAR COMO LOS INSECTOS VERDES AZULES que golpean el aire entre las páginas del libro/ emigrar más allá de la urdimbre del alambrado/ de la urbe del ojo calcinado de la vaca por el sol por la lluvia ácida que hiere de cerca la mirada/ ser un animal de tropilla un animal que podría ser fiera y no lo es que podría ser selva y no lo es un animal domado como un gato o un pájaro en su jaula cantando quién sabe qué lamentos/ las arañas y las moscas son más libres/ cuanto más pequeña es la forma más libertad para emigrar y si se tiene alas mejor/ el miedo es proporcional al tamaño no es posible darle un marronazo a una hormiga a una vaca sí hay más espacio para no errar el golpe.

 
COMEMOS CARNE TODO EL AÑO viernes santo cuaresma herejía/ muerte al ganado impreso con fuego/ un lote de corderos se exhibe en las vitrinas frías de los supermercados una pata de cabra/ abracadabra la muerte del ganado es mágica porque no la vemos como aquellos muertos flotando en el río no la vemos y tragamos una y otra vez tragamos ni la sangre se salva de caer en el vacío para volverse espuma roja disecada por el aire no queda ni un solo resto nada salvo el rabo de las ovejas que nadie quiere/ hay ciertas cosas que no se comen/ agradecer al señor este alimento no el viernes santo no cuaresma herejía/ hoy morirá aquella vaca. No lo sabe.

 
NOS FUIMOS QUITANDOla luz de los ojos.
Todo lo que habíamos visto no era nada más que la forma de la nieve.
Nunca dejamos nuestra huella camino a la montaña
nunca pudimos tocar el frío, sentirlo en las palmas de las manos como otras cosas sí se sienten
algo más delicado todavía
algo más suave que ese frío estático por donde se deslizan los inviernos
unos tras otros
como los pequeños pájaros de Dante que van cayendo tras de sí ante el llamado
implacablemente caen
pesan más que su propio cuerpo
algo los empuja hacia la Estigia
donde Caronte espera
a punto de zarpar.

Nos quitamos la luz de los ojos como si fuera un manto
entonces pudimos ver la nieve
pudimos tocar ese paisaje blanco por los siglos de los siglos dibujado para nosotras
que sólo habíamos vivido de los cuentos
y no conocíamos más que el tejado por donde iban las niñas
masticando el corazón de las ciruelas.

 

*

Lucía Delbene Azanza
(Montevideo, 1974)

Tecnología de las Costumbres

#tecnologías del hogar
En el centro de la casa brota la hoguera, se alimenta
de las costumbres, donde arde la leña del quehacer
tu cuerpo huele a pino y a jugo de animales caseros
la quema nos muestra el rojo, púrpura de los pueblos:

—No todos fueron sangrientos —preguntó
muchas decapitaciones en las despensas en los patíbulos
primero estuvo el fuego, después la ley y luego la costumbre.

—Las llamas tienen el color de nuestros corazones —dudaba él
y la andrógina montaña engendra al rubí en su seno
el fuego cuece despacio el vientre de una guayaba.

En todas las casas se baila con una fogata en el centro
su lengua nos dicta el relato y dice desde el principio
ofrendamos nuestros papeles como leyendas absurdas
para quemar el pasado en el futuro se encienden,
seguiremos girando alrededor de las brasas
bajo las hachas de luz seremos otra vez sombra
la historia es el contraste de la llama que ilumina.

La música te incendia —negaron.

 
#tecnología de los andamios
Deberías afirmar la casa en un andamio de magia, mira
el fino rayo al filo de las cosas tajeando en la alacena
firma los contratos como espectros dudosos, sonríen
en la celdilla de los días para una miel endemoniada
pues no hay campanario donde suene el llamado
la vigilancia quemando su trasto mecánico, la ciudad
porque soy una máquina de humo devorando
los corazones trincados en la cocina.

Las cuotas que pagaste por tu alquiler de estrellas vencieron
deberías haberte ido a un cuerpo ficticio como la patria
las prácticas de la soledad apuntan a lo contrario
escuchas a los planetas bajar explicando algo en órbita
mientras conectan las hebras de una red inexpugnable:

para blandir el áspid de la locura y grabar otra vez la ilusión
debes ir y volver de cacería.

 

*

Ana Strauss
(México, 1977; vive en Uruguay desde 1999)

 
Ororó (fragmento)

Ahora bien
ahora, sin mis pies pisando el suelo

la mirada hastiada
encuentra belleza
ahora la mirada
mira las sillas y la mesa
el sol se posa con cierta alegría en el cuenco
la palabra sol
derrama su luz
el color en la vocal donde me ovillo
y buscando algo de sombra
allí cuando la mirada se vuelve
y la mirada descubre el rostro en la mano del que mira
la línea del rostro donde fuimos manos
el minuto donde las manos otean
el rostro, la línea de cada letra hecha
y la línea del rostro
dirá
velada
y qué se mira en el rostro
qué se mira en la cara querida
qué se mira en la línea que define el gesto
la cara hecha a media hora
y cuando en los ojos cerrados qué
memoria de dátil
de ovillo
donde la mirada se opaca

una imagen que borre otra imagen
y acaso volver a
amar

 

*

Ann-Marie Almada
(Norrköping, Suecia, 1981)

Itinerario

Fumar
fumar
desayunar
fumar
tomar mate
fumar
pintar mandalas
fumar
almorzar
fumar
tomar mate
fumar
poner música
fumar
poner música
fumar
merendar
fumar
bañarse
fumar
61
jugar a la conga
fumar
poner música
fumar
esperar médico cenar
fumar
hablar
fumar
dormir
esfumarse.

 

*

Lucía Courtoisie
(Montevideo, 1986)

Visiones inaugurales — del después (fragmento)

I

En el día del sol detrimentado e impecable
del invierno helado el estío seco y las astucias
de la hora retraída en las inmediaciones del dios
de lo que está entre
     el dios
que tomaba carrera en el discurso
          enrevesado diciendo va a decir
                    que ya había dicho

que éste es el principio de otros tiempos.

Éste es el presente del pasado del después
que ahora sí comienza ahora
con el exilio de cada quien afuera
con el nuevo claustro afuera de cada quien
de la tierra
       comprometida.

Los desiertos serán del aire puro
y el aire azulado con la meditación volátil
                 en tropel
satelital de las muchedumbres en silencio
que protesten que digan
   lo que quieran.

El cielo y la tierra serán reunidos
con la rara murmuración de ese sistema
de los nombres de dominio
y los mítines volátiles y la polisemia
obsesional y todos
    los peros que valgan
se irán asimilando como tos convulsa
en la convalecencia inflacionaria de la mundiala neumonía
o en la rebelión si Terry Gilliam dirigiera
fuera el dios
de esta película.

Irrumpen con la luz los emisarios
del más allá        acá nomás
los arieles truculentos los cerúleos
con el disfraz transparente del respiro
con metralleta de versiones de aforismos
con la fingida iniciativa de la ráfaga
con la lisa voz virtual del campanario
a anunciar los momentáneos cataclismos
en la historia de esta hora
                 reseteada.

 

*

Elisa Mastromatteo
(Uruguay, 1988)

A destiempo

En los días quietos
la luz entra repentinamente
por la ventana
y ahí se queda
como un mar que asume
en calma
la llegada de la siguiente ola.

Mis pies se hunden
en el colchón amarillento
sobre una sábana mal puesta
(pienso que también
esperan algo
mientras doblo aún más los dedos
y mi cintura se afloja
involuntariamente).

En los días quietos
no hay verdad, ni siquiera
una verdad pasajera
para conversar sobre ella.

Hay el resto de un día anterior
que resuena impreciso.
Se tiene sólo la sospecha
la suposición de un ayer.

Suficiente para ver en la luz una ilusión
y sostenerse al margen de las olas
a la orilla de la espera.

 

*

Marina Cueik
(Florida, 1991)

 
Esa noche vinieron. Se llevaron todo.
En el lugar de mi memoria dejaron un cuerpo.
Lo cubrieron con flores, lo bañaron de cenizas.

Además se llevaron mi muerte.
—Los pájaros pertenecen al viento —decían.

 
Traer el cuerpo de regreso nunca fue volver.
Condenada al exilio de la lengua
aún no aprendo a morir:
¿es que ya no viven aquellas palabras?

Y tú dices que rezas
—¿para qué?

 
Has encontrado flores debajo de la máscara.
Ahora crece un jardín donde antes hubo un incendio.

 

* Poemas pertenecientes al libro Todo es muy simple… y sin embargo. Poetas uruguayas actuales (DLFL UNAM/Libros UNAM, 2024).
 

 

 
Aquí puede verse la entrada anterior de este dossier.
 


 
 

 

 
Retratos de las momias de El Fayum

Tenían predilección por los ojos grandes
por las miradas fijas que atraviesan el tiempo
para clavarse en nuestras pupilas siglos después

Se conectan con nosotros en un mismo deseo:
congelar la vida en el instante
del infinito diálogo silencioso
con que los muertos se dirigen a los muertos

 
 
Retrato de mujer con túnica azul

Por favor, haz bien tu trabajo
no embellezcas mi rostro
conmovido por la tristeza o el duelo
pinta mi cicatriz en el pómulo
la asimetría de mi faz
las manchas que el sol impune tatuó en nariz y frente
la velada nube que atraviesa mi ojo izquierdo
la amargura que deforma mi sonrisa en leve mueca

Pintor, haz bien tu trabajo:
entre realidad y belleza elige el gesto natural
con el que los vivos habrán de reconocerme
con el que sabrán que aún existo
aunque sea sólo para que me miren

 
 
Retrato de un adolescente

Ahora que mi mayor ocupación consiste
en sostener la mirada sin pestañear
de cara a la eternidad y la historia
el menor de mis problemas es preguntarme
por qué los ritos funerarios
son un leve, breve y temporal
asunto de los vivos