Textos

 
Poema para anne sexton, muerta en 1974

1

busco el significado de la palabra refugio y la rae dice que es un himenóptero
un insecto con dos pares de alas y aguijón como la avispa
es precisa la definición como la palabra amparo, abrigo
              /o casa

 
 
2

El refugio, imagino, es una suerte de aguijón
como el cigarro de anne sexton entre sus dedos amarillos, borrachos y largos
ella con los codos sobre la mesa y los ojos como dos disparos
              /contra la pared de la cocina
a las siete de la tarde
en algún momento
le da una calada y el cigarro inyecta su primer veneno
para cerrar los ojos para cerrar…
porque la vida porque la vid

doy un sorbo a mi trago
y digo la palabra refugio y pienso en la poeta
aferrándose a la cuerda de humo
que se va enredando en el cuello
ella al lado del frutero al centro del comedor
              /a principios de otoño
casi como un colibrí suspendido en el aire
pero con más colores y sediento
y con su vaso de vodka al ras
(era su casa favorita)

tenía 45 años y ya había intentado
9 veces refugiarse en la viga más alta del suspiro

al final de esa tarde oscura
dio un trago y luego otro y se retiró los anillos
de sus dedos aperfumados
que siempre buscaron la palabra precisa
“9 no es nada”, pienso que murmuró

Tomó aire
en la distancia el tren cortaba a la ciudad en partes iguales
acarició el vaso casi vacío
y fue a la recámara y se vistió el abrigo de piel de la madre muerta
y de vuelta en la cocina tomó las llaves del cougar
el tintineo llenó los pasillos de sus huesos
“si te quedas en el mundo no lo envenenes”, escribió en una servilleta
y se refugió en el garaje
para dar el último paseo en auto

la ciudad le dolía el aguijón del cigarro
como la cuerda con camisa de vodka y alma
              /compuesta de fibras de futuro y miedo
una manera de albergue para descansar, sin duda
como si de una playa se tratara
como el mejor filo para dejarse ir

 
 
 
Rosa poniente

Miro desde el muelle el puente de un extremo a otro,
de un barrio a otro
Marco Antonio Campos

Levanto mi whisky,
escama de luz
minuto líquido que se estrella
contra la noche toda la noche
dado lanzado sobre el paño de la apuesta
bebo y se construye un puente al pasado
regresa aquella bahía del pacífico
era julio
y las ajugas del sol caían en la espalda
y tú, onza de oro, piel de 18
mirabas al horizonte y el horizonte
se metía en tus pupilas

suspiro y paso la mano por la madera de la barra
el whisky calienta el recuerdo de la arena
entre tus dedos y la sal de tus labios
tus uñas largas eran otro tipo de marfil

¿cuántos años han pasado de aquel día?
¿Cuántos inviernos, uvas y manzanas?
En algún momento señalaste la isla frente a nosotros
Y dijiste
“a veces juego a que me veo verme desde aquel peñasco”

ahora, sentado a la barra,
el ventanal se abre al barranco a unos metros de mí
donde un río de lluvia duerme
y la moneda crece, la ceiba hace nido
y un cedro apenas visible en la boca de la noche se balancea
se aferra y hurga en la entraña de tierra el alimento

bebo y la bahía sucede una vez más
el rebaño que mostraba tu sonrisa
era similar al cantar de Salomón
mejor era el vino de tu boca que el vino
mejor el viñedo en tu voz
gacela acuática, pez de lumbre
granada desgranada entre mis manos

tú: mundo desdibujado, menos tu pulsera
menos ese vaso en forma de cintura
que deseaba sostener
¿qué sucedió entonces?
¿por qué hoy vuelve aquello?

el whisky es una telaraña que une y no deja de unir
recuerdo a un grupo de muchachos en la playa
algo decían detrás de nosotros
y la música era ronca y subía a la bóveda clara y solitaria

algo más dijiste esa tarde
algo del sueño del pez, creo
algo de un manantial cerca
que señalaste con el mentón
como si conociera la bahía
tan bien como tú

miro a mi alrededor
aquí faltas
falta la canela que perfuma tus pechos
la nota de clavo en tu valle
y la fragancia del durazno detrás del oído
tu cuello que desprende ese aroma a nuez moscada hasta las axilas

el whisky calienta la palabra que pienso
y el puente se ilumina como una pavesa

ahora soy parte de la historia de este lugar
como el cedro que crece ahí afuera
soy una puerta que no cierra
la anegada boca de tormenta en medio de la lluvia
soy toda la distancia hasta aquella bahía
que desde entonces no visito

de golpe bebo lo que queda en el vaso
y el puente se apaga
la telaraña se rompe
me quedo en medio de mi propia isla de luz
sostengo la respiración
y la noche, ahora sí, comienza

 
 
 
Caballito

En el mar
reconozco tu origen
alto reflejo, entre rojo y nube, como el cielo contra el agua
sueño del sueño que absorbe la fragancia
de la azucena y el árbol del incienso
como si el filo de la probabilidad fuera lo que llamamos respirar o beber
Aunque la palabra disminuya ante el trago
como garra o hambre
desde el acantilado del verso hasta lo vivido
con la filigrana del alcohol en los labios
como eso, señores
eso, digamos, la libertad que niega al pez

 
 

 
1

Te doy, Claudia
el Tiempo
de un zapato
con su suela brillante
el Mar en un puño
un regimiento de hormigas rojas
el oxígeno y el fuego
en San Juan
la Noche más larga
en el Sur del mundo
el recomenzar la Vida
la tuya
tan breve o tan larga
–como quieras habitarla–
el estornudo de la Primavera
la marea blanda
el Tiempo, Claudia
te concedo el Tiempo
de un Zapato.

 
 
6

Mi marido tiene hambre,
es un gusano
                 yo
                 le traigo higos.

Ven,
limpiaré las costras marchitas de tu cuerpo
¿quién pudo hacerte esto?
–El amor.

–arranco cada costra
y me encargo de limpiar su sangre–.

 
Te llevaré colina arriba
donde sólo escuchemos
al viento
donde puedas ver                               la mar.

Te alimentaré
           respirarás en tres tiempos y entonces
saltaré al barranco

podrás regresar
a tu hogar
           sano y salvo.

 
 
8

El amor ascendía entre nosotros.
Miguel Hernández

 
Yo le ruego a usted
la tormenta
¿podría dármela aquí en mis manos?
Me la llevaré para plantarla en mi jardín

le ruego también los piececitos de mi hijo
dulces peces de río

tierra naranja
           esta tarde

¡el de allá es el mío!
Un venado.

Nadie puede jamás alcanzar las nubes
de ahí surgieron dos hombres
y una mujer.

Corría el tiempo de los cielos.
Usted tampoco ha sabido descifrar el secreto:
para eso hay que plantar un jardín
criar un hijo y
esperar la lluvia

No todos pueden hacerlo
¿verdad?

 
 
I

dos niños esta tarde se desnudan
ante sus madres y acarician un cielo
que nunca más será
igual de celeste

especies de hombres en miniatura
carentes de ropaje
brindan manzanas a dos mujeres
no vírgenes
que luego reptarán sobre la tierra

encuentran su corazón en medio de la espuma
pecadoras en el delirio
se auto infringen castigos
–lo que hicieron                      a quienes se negaron–
el placer
la carne
EL PECADO
los gemidos                
           y las sábanas rasgadas.

 
Golpean con sus manos la tierra
que se sacude con la marca del Séptimo Día.

Concluida la labor de parto
cualquier mujer se convierte
en hierba de campo
donde emigran las bestias.

Y así fue. Hizo Dios
las alimañas terrestres según su especie,
las bestias según su especie

tarde de inverno donde los corderos
en otros lugares del mundo buscan su rebaño

pecadoras redimidas
vuelven la vista y encuentran
­–en medio del infierno–

a dos niños que
se desnudan esta tarde

“Porque tanto amó una madre al mundo
que no entregó jamás a su unigénito hijo”.

 
 
Ten

Suppose I say summer…
Raymond Carver

 
(Sólo eres capaz de imitar a los grandes)

Supón que te llamo de noche
y que tu mirada atraviesa el ventanal

Supón que bajas la calle
doblas la esquina y encuentras
que salgo corriendo a tu encuentro

Supón todo eso

Ahora apunta la dirección:
–te espero–
At Sunrise,
Street.

 
 

 

 

Las primeras postales que tuve de Michael McClure (Marysville, Kansas, Estados Unidos 1932-Oakland, California, Estados Unidos, 2020) provenían de su vínculo estrecho con el rock: su inolvidable lectura, como invitado especial al concierto de despedida de The Band, del prólogo a Los cuentos de Canterbury de Chaucer; su presencia como coautor de “Mercedes Benz”, uno de los mayores éxitos de Janis Joplin; la amistad y colaboración con Jim Morrison y Ray Manzarek. Luego me fui interiorizando de su vínculo con la generación Beat, con Allen Ginsberg y Gregory Corso como compañeros de ruta, y también de la profunda admiración que Francis Crick, uno de los descubridores del código genético, sintió por su poesía. Michael McClure es un autor multidimensional que ha incursionado además en el teatro y el ensayo. En el prólogo al poemario Misteriosos cita una frase de Friedrich Schlegel que resume su credo: “Toda poesía debería convertirse en ciencia y toda ciencia transformarse en arte”.1

Epígono del vitalismo de Whitman y de los raptos visionarios de William Blake, se podría decir que el poema, en McClure, es un acontecimiento biológico, con la palabra como una estructura celular asentada en un campo de energías donde el sonido y el significado adquieren magnitud física. Esto es el resultado de una concepción antropológica enraizada en la naturaleza corpórea del hombre y su emplazamiento en un mundo cuyo acontecer asalta la percepción y, desde ella, la memoria, la inteligencia y la imaginación. Son las herramientas que le permiten codificar las oleadas de estímulos, inyectándoles una arquitectura y una dirección, en un esfuerzo orientador. Y es que el desvalimiento intrínseco del ser humano lo obliga a desarrollar patrones de amoldamiento, no sólo por necesidad de supervivencia sino también de sentido. El lenguaje y su desarrollo es, desde luego, nudo central de ese sostén. Valga esta digresión para acentuar el itinerario del propio McClure en su búsqueda de un fundamento biológico a su poética. “La carne es pensamiento”;2 a su vez, en el ensayo “Blake y el Yogui” reafirmará esta idea abriéndose a la posibilidad de “constelar” y “reconstelar” el gigantesco universo que es cada uno de nosotros.3 Ese entramado de partículas, células y tejidos es un microcosmos portador de una inteligencia que orienta su devenir. “Una inteligencia sentiente”, habría dicho Xavier Zubiri. Somos un haz de impulsos, un “cúmulo de percepciones” —a la manera de Hume—, que nos sitúan en el mundo como eslabones de una cadena metabólica incesante en la que absorbemos estímulos y entregamos energía física y espiritual que retroalimenta el ciclo. Estas nociones son tributarias de la filosofía de Whitehead y también ofrecen reminiscencias de la teoría del verso proyectivo o “composición por campo” que McClure toma de Charles Olson, para quien la arquitectura prosódica del verso, lejos de patrones impuestos, seguirá la fisiología de la respiración cuya “energía”, brotando en flujos y reflujos, será luego transferida al lector.4 El poema es entonces objeto corpóreo, gesto que repite el gesto. Pero más allá de Olson, en McClure, sospecho, yace un vitalismo cuya vocación estética más honda se remonta a Whitman y D. H. Lawrence: el poema como triunfo no de un intelecto rasurado del instinto, la pulsión o el sentimiento, sino al servicio de la vida, embriagado y estremecido por esta. Y es así como la escritura se tensiona por el pulso del aliento, quebrando a menudo la sintaxis y yuxtaponiendo modulaciones expresivas e imágenes en un trazado verbal polirrítmico. El diseño gráfico del poema es casi tan importante como el poema mismo y uno puede vislumbrar la tensión no menor que para un poeta como McClure, avezado y notable recitador, significa reproducir esa partitura al declamarla en vivo, como cuando se hace acompañar por el tecladista de The Doors, el ya mencionado Manzarek. El delicado contrapunto entre la palabra hablada (o cantada) y la palabra escrita es un dilema complejo. Es famosa la condena de Platón a la palabra escrita, una palabra de cuerpo ausente, signo mudo e inerte que nada responde al ser interpelada. En la vereda opuesta a Platón el poeta Philip Larkin, según nos recuerda Cristopher Ricks en su ensayo sobre Bob Dylan, inclinará el alegato a favor de “la página impresa”5 al existir peculiaridades en las marcas gráficas del poema que son consustanciales a la forma de este y cuyo vestigio, fuera de la hoja, se pierde o desdibuja. En McClure estas dos dimensiones se entrecruzan. De una parte está la presencia de elementos verbales y paratextuales, cuya visualización es fundamental para entender la disposición sonora; de otra, más allá de la página impresa, la esencial cualidad musical del verso, su línea melódica, que reclama más oído que vista. Aunque toda lectura atenta, como bien sabemos, es una experiencia multisensorial y hasta sinestésica: el ojo puede escuchar y el oído puede ver. En todo caso, lo definitorio de la aventura estética de McClure —valga aquí también la huella del verso proyectivo de Olson— se funda en abrir el poema como un acontecimiento provisional o tentativo cuyo autor es únicamente puerto de zarpe; el anclaje está en el lector, que culmina su itinerario desde aquello que la página esbozó: sus inteligencias y energías son múltiples. En “Canción” McClure escribe:

YO TRABAJO LA FORMA
del espíritu
esculpiendo la materia
con mis manos.
La
moldeo
desde
la matriz interior.6

A su vez, en “99 Tesis” afirma que

HAY UN LENGUAJE: ES EL GESTO, LA VOZ Y LA VIBRACIÓN DEL CUERPO.7

La divisoria cartesiana entre la res extensa y la res cogitans se debilita; hay un espíritu tangible, macizo, espacializado, y hay una carne incorpórea, destilada de tiempo y lugar; son el anverso y el reverso de una misma moneda: la vida y su impulso ancestral y acuciante. El poema es la geografía de ese territorio fronterizo, opaco, sorpresivo: uno podría imaginarlo como una constelación en movimiento donde fonemas y sílabas son los átomos y moléculas de esas células que son las palabras, desplegadas en cada verso hasta formar tejidos cuya asociación formaría los órganos encargados de dispensar la afluencia del significado, emotivo e intelectivo. No se trata, en consecuencia, de letra muerta; son estímulos en transmigración, de autor a lector, cuyos alientos puestos en movimientos, configuran un círculo virtuoso. McClure, en “Poética”, indica que la única vía política es la biología:

¡! HAY SÓLO UNA VÍA
POLÍTICA Y ESA ES
LA BIOLOGÍA.
BIOLOGÍA
ES
POLÍTICA.

Nos zambullimos en el oscuro,
el oscuro arcoíris
que señala el final
salvo que dediquemos
nuestras energías y brindemos amor
a la creación
de todo lo viviente.
Las viejas visiones
(gastadas e inhóspitas)
son eslabones
de la muerte.
Nuestro aliento
ES
PARA
SERVIR
A LA
RADICAL

belleza
de nosotros mismos.8

No es azaroso el fundamento biológico de lo político; menos aún que se lo subraye desde una poética que viene a ser una suerte de manifiesto. El triunfo expresivo de la poesía es el triunfo del insoslayable apetito humano de comunicar y, si hemos de comunicar, es porque somos esculturas celulares no autárquicas, en permanente intercambio con el medio que nos rodea; la apertura al otro, el amor por “todo lo viviente”, es la rúbrica de nuestra constitución orgánica. Como ya se viene repitiendo desde los griegos, el ser humano se realiza como tal en la polis y eso lo distingue de los dioses y las bestias. El poema es la huella ejemplar de esa voluntad de vínculo que hace al yo un abrevadero de conciencias donde lo propio reclama al otro; porque cada palabra, más que ser una ínsula, es un altavoz del universo entero.

 

* Ensayo perteneciente a Ácrata. Apuntes y visiones (Descontexto, Santiago de Chile, 2023).

 

 


1 Michael McClure, Misteriosos, Nueva York: New Directions, 2010, p. ix.

2 Michael McClure, “99 tesis”, en Agnosia y otros poemas, Santiago: Altazor, 2018, p. 28. [La traducción es mía.]

3 Michael McClure, Scratching the Beat Surface. Essays on New Vision from Blake to Kerouac, Inglaterra: Penguin Books, 1994, pp. 147-148.

4 Charles Olson, “Projective  verse”. Recogido en Postmodern American Poetry. A Norton Anthology (Paul Hoover, ed.), Nueva York: Norton, 1994, pp. 613-621.

5 Cristopher Ricks, Dylan poeta. Visiones del pecado, Eduardo Valls Oyarzun (trad.), España: Biblioteca Paralela Langre, 2007, p. 21.

6 Michael McClure, Agnosia y otros poemas. Op. cit., p.54.

7 Ibíd., p.30.

8 Ibíd., p.38.

 
Versiones al español de Belangela Tarazona
 
 

casorio

una vez papá se iba a casar y fue a la prefectura y después a un restaurante y no sabíamos muy bien dónde sentarnos, pararnos, escondernos, porque en cierta forma realmente no pertenecíamos a ese casorio, en cierta forma éramos un extraño y algo fatigoso equipaje que papá llevaba consigo, algo que se le salía de los bolsillos, a pesar de lo mucho que trataba de esconderlo, y la novia estaba embarazada en ese casorio y llevaba a su pequeño de la mano y era obvio para todos que ésa era la nueva familia en la que había que apostar y, por eso, los invitados nos miraban tanto con vergüenza como con lástima
 
 
 
quién

una vez no hacíamos más que robar y decíamos mentiras y decíamos groserías, y le arrancábamos las patas a las moscas y nos tirábamos del pelo y comprábamos discos de Abba con dinero ajeno, fumábamos cigarrillos en las escaleras que dan al sótano, nos tirábamos toallas mojadas, pero éramos demasiado pequeñas para todo, demasiado endebles, y nuestros pensamientos como telarañas o rocío o brasas de una fogata apagada, nos sentábamos allí y la pasábamos en el peldaño como pequeños que portan las llaves sin llave, como destinos, como la presencia sin dirección, brasas rocío telarañas, qué íbamos decir, a quién le íbamos preguntar
 
 
 
canción vespertina

una vez nos acurrucamos junto a mamá que escuchaba Bob Dylan, tenía los ojos brillantes y soñadores y afuera la gente deambulaba en la oscuridad, en la nieve, o yacían dentro de sus casas de madera, padecían de vinterpip,1 estaban insomnes o dormidos, se ponían maniáticos o lloraban, nos encontrábamos al norte del círculo polar ártico y esperábamos el sol que no llegaba, esperábamos el rompehielos, esperábamos el barco de las naranjas que estaba retrasado, esperábamos a que mamá se contentara y riera y nos lanzara al aire y nos atajara de nuevo, pero ella hacía una mueca sombría y cantaba una canción vespertina y con eso bastaba Throw my troubles out the door/ I don’t cant them anymore/ cause tonight I’ll be staying here with you
 
 
 
libertad

una vez mamá anunció quiero mi libertad y había mucha gente que quería, adivinábamos qué tipo de libertad era esa: poder volar, librarse de ir al dentista, a la gris guardería después de clases, de los repollitos de bruselas, pero se hablaba de libertades completamente distintas, algo con hombres desconocidos, mujeres desconocidas, algo sensual, pero también opresión, lucha de clases, algo extremadamente importante ¿un deseo que a lo mejor estaba relacionado con la solidaridad? sin duda era algo sobre niños que tenían que seguir el paso y esperar mientras los adultos se tomaban sus libertades que, de alguna manera, eran sus derechos

 
* Los poemas en danés aparecen en el libro Poesibog (2008) y son parte de la suite engang.
 


1 Locura de invierno [Nota de la traductora.]

 
Ilustraciones de Laura B. Marrero
 

Ítamo

Escribía poemas
en la luz del semáforo,
y en la luz del semáforo
los vendía. Morfemas
lexicales. Problemas
de la verde y la roja.
Yo me hacía la coja
y vendía poemas.
Me dolían las yemas
al final, ¡qué congoja!

 
 

Ruda

Necesito leer
a Bukowski en inglés.
En inglés, sin estrés.
Y tocar. Y coger.
Necesito poner
la palabra en la boca
como si fuera poca
la palabra en inglés,
y seguir hasta diez,
y dormir, si me toca.

 
 

Llantén

En la calle una grieta
donde meto la pata.
En la pata una mata
que me pica y me aprieta.
En el ave una aleta.
Yo también aleteo
cuando suspiro y leo
con astucia y detalle.
Una grieta en la calle
que no veo, no veo.

 
 

Canistel

Al abrirse el taller
donde fui a tararear
me encontré en el hangar
de mañana y de ayer.
¿Dónde debo toser?
¿En ayer o en mañana?
¿Dónde está la catana,
el botón, la gamusa?
¿No me quito la blusa?
¿No regreso a La Habana?

 
 

Sábila

Para cuando se acabe
el espacio, la baba,
no serás yugoslava,
o serás, ¿quién lo sabe?
Para cuando se acabe
el afecto, la prueba,
la doctrina, la ceba,
el deseo, el verano,
no será ya temprano,
o será, si se eleva.

 
 

Kiwi

Más paciencia, belleza.
Más conciencia, cariño.
Seguirá tan lampiño
como ayer. A la mesa.
Sin embargo, limpieza
y cuchillo sí veo.
Algo es algo, yo creo.
Más cuidado, cariño.
Ata bien el corpiño
aunque el nudo sea feo.

 
 

 
¿Hasta dónde?, pregunta la mujer
que corta mi cabello.

Por encima del hombro,
responde papá.

Papá quiere que tenga el cabello
por encima del hombro
pues sigue sin saber peinarlo.

Cinco de las siete mañanas
colma sus manos con agua
y me la echa encima.

Colma sus manos
tantas veces
 
que termina
 
   por vaciarme
 
      toda el agua
 
de la casa.

Justo después,
dibuja una línea recta
que empieza en mi frente
y acaba en mi nuca.

En el colegio,
nadie le ha desmentido a la maestra:

no es que me bañe diario
desde hace tres meses;

es que toda el agua de la casa
fue necesaria para poder peinarme.

Nadie le ha contado tampoco
que cuando se termina,

papá llora

   para colmar sus manos

      con esas lágrimas.

Las otras dos mañanas
le pido una trenza.

En voz baja me dice que no sabe.

Cierra la llave de agua
y dibuja una línea recta
que empieza en mi frente
y acaba en mi nuca.

 
 
 
Nunca había tenido un pez
 
         … Mamá no me dejaba.
 
Ella solía decir
que terminaría siendo la única
en hacerse cargo
del agua y la comida.
 
      No imaginó que sólo es una mancha azul

               en medio de la transparencia

   y que es papá quien cuida de nosotros.
 
Le compró una pecera grande
—nadie merece estrechez de espacio—,

me ayuda a limpiarla dos veces al mes,
investiga cuál es el mejor alimento para su especie

—lo he escuchado decirle a la cajera
que le sorprende lo cara que resulta
la comida de un ser tan pequeño.

Cuando oscurece, nos quedamos en la sala:
y mientras merendamos

      observamos nadar al pez

—así evitamos la cocina
que nos recuerda a ella
cuando bajaba del estante tres platos,
nunca dos.

Mamá jamás se imaginó
que estamos pensando comprar más peces

   para que ninguno vuelva a sentirse solo.

 
 
 
Algunas veces he querido llorar en reuniones familiares

 
   Entonces mi padre me dice
         que si levanto los ojos al cielo
es imposible que mi cuerpo llore.

     A lo mejor a Dios le da vergüenza
  que sus criaturas se lamenten

            viéndolo a la cara.

 
 
 
En tu estómago anidó un vacío

      que llenaste con palabras.
 
  Pretendías servirlas
en el tazón de cereal
      la mañana de cualquier día.
 
Pero aquel domingo se te hizo tarde
y al llegar ya me había ido.

 
Sin saber que volvería,
      te fuiste también.
 
En medio de tal desconcierto, lavé mi rostro…
  Liberé a tus jilgueros para no tener que contarles de tu ausencia.

 
 
 
Si no he de volver a habitar tu vientre
 
debería arrancar el cordón
que cuelga seco de mi ombligo.

 
 

 
Escena en un semáforo 

El torso de un hombre se acuesta 
en el cofre de mi coche: 
su pecho, de pronto, a centímetros del mío
separados por el cerco de cristal. 

Sinuosamente 
el vidrio recupera la transparencia 
como el mundo que observan 
unos ojos abiertos 
después de un sueño turbio. 

Bajo la ventana y siento
el aire frío como quien sale
de una cueva después de mucho tiempo 
y se reflejan las luces nocturnas
en el metal de las monedas. 

(Escribo la palabra frío
apartado del frío, en un cuarto
en el que no pienso en la temperatura,
en el que pienso dónde acomodar frío,
mirando a través de la ventana
un viento que se enreda entre los árboles,
que se adhiere a la piel del jardín,
como a la piel de un hombre que espera
a que cambie el semáforo de color
para caminar entre los coches.)

Subo la ventana y avanzo por la avenida.
Por el espejo retrovisor 
miro al hombre mirar el semáforo 
con la esperanza 
de que se encienda un cuarto color, 
impredecible, 
como cuando algo no esperado 
rompe la monotonía de la costumbre 
y nos libera por un momento 
aunque no sepamos de qué. 


 
Gravedad

Para Jimena

Como un ciego frente al mar…
Luis Alberto Spinetta

Asciendo, floto, me alejo, 
mi pasado: 
un planeta del tamaño 
de la yema de mi índice. 

Desciendo
como un buzo. 
Mi respiración es más pesada, 
densa, contrarreloj. 
Se esfuerza más el viento submarino, 
como un elefante corriendo. 
Todo tiembla, se agita, 
una onda gruesa atravesándolo todo,
y la respiración del buzo
atravesando la onda. 
Queda el rastro: 
constelación de burbujas 
en la superficie. 

Soy lo que fui, 
no lo que soy, 
y al ser lo que soy, 
me alejo de lo que fui. 

Me alejo de lo que fui: asciendo. 
Mi memoria ya no tiene gravedad. 

Arriba, 
enclaustrado en esa incertidumbre, 
cierro los ojos: desciendo
y no veo nada allá abajo, 
soy un ciego 
sintiendo la caricia de lo amado 
en medio del duelo progresivo 
de la pérdida de formas y colores. 

Hoguera acrecentada de recuerdos, 
arriba, abro los ojos y soy 
testigo del olvido forjándose:
observo
al planeta minúsculo incendiarse, 
una esfera de fuego moribundo, 
la flama de un cerillo consumiéndose. 


 
Alaska

La palabra Alaska estaba escrita 
en un lápiz que encontré 
en un cajón cualquiera de mi casa. 
El lápiz no era mío, 
era ajeno 
igual que el sitio nevado, 
igual que la palabra Alaska

Hay lugares lejanos 
como palabras de lenguas que no conocemos, 
palabras lejanas 
como lugares de países que no conocemos. 

Depende de una costumbre, 
de la insistencia de una repetición: 
aprenderse de memoria 
las grietas de una pared, 
como aprendemos todas las sílabas de un verso. 

He dicho mi nombre, Alejandro, tantas veces. 
He desgastado sus letras con el filo de mi voz. 
Se han vuelto distantes como aes 
que nombran sitios lejanos, 
como la palabra Alaska 
escrita en un lápiz olvidado 
en un cajón cualquiera de una casa. 

Le saco punta al lápiz de mi nombre. 
Las finas láminas de madera
vuelan, ingrávidas,
como las alas desprendidas de un insecto. 
Cuando piso una hoja seca
confundo el crujido con el eco de mi nombre.  


 
Otoño 

mi conciencia, mojada por el hisopo, es un 
ciprés que en una huerta conventual se contrista. 
Ramón López Velarde 

Amarillas, oxidadas, parcialmente vivas, 
las hojas secas son los recuerdos 
del verde presente del árbol. 

Hay mucho viento en mi memoria. 
Hay recuerdos que van y vienen, 
bordean postes, se atoran en coladeras, 
rozan el asfalto
como ríspidas caricias
y luego, a veces, regresan. 

Cuando los recuerdos se diluyen
como los objetos borrosos
de la penumbra de nuestro cuarto,
las hojas están secas 
en el árbol enraizado en mi cabeza: 

la nostalgia es el otoño de la mente. 

Camino por esta calle, 
noviembre, 
piso las hojas, crujen mis recuerdos, 
las sacudo y las miro
buscando una escena de mi vida que no encuentro. 

Esta calle está llena de árboles. 
Esta calle está llena de espejos. 


 

 
Prefacio y versiones del alemán de Patricia Gola, y versiones del ruso, en conjunto con Mariya Nikíforova
 
 
A modo de prefacio

Hace un par de años comencé a traducir a Ósip Mandelshtam (1891-1938), uno de los grandes poetas rusos del siglo XX, nacido en Varsovia en épocas del Imperio Ruso y educado en San Petersburgo, París y Alemania. Lo hice a partir de una selección realizada y vertida al alemán por Paul Celan (1920-1970) en 1959. Hacía cerca de treinta años que había comprado ese librito en una edición de bolsillo, cuando viajé, por primera y única vez, a Alemania, a la ciudad de Bremen, precisamente aquella a la que Celan dirige su entrañable Discurso.

Mi impulso era el de conocer mejor los poemas de un poeta por el que me sentía atraída. Los traduje del alemán porque me di cuenta de que las versiones de Celan eran ciertamente peculiares, poemas con un impulso propio que conservaban la huella de uno y otro como en una especie de palimpsesto. Sentí que la voz de ambos poetas, Mandelstam y Celan, confluía y dialogaba, estableciendo un contrapunto, a través de ese hilo que es la poesía. Oía ciertamente al poeta condenado por escribir versos satíricos en contra de Stalin, pero también resonaba allí la voz tan personal de Celan. Sin duda él había encontrado en Mandelstam una sensibilidad afín y, quizás, aun la premonición de su propio destino.

Prefiero decirlo con las palabras penetrantes de mi padre, Hugo Gola, a propósito de un ejercicio de traducción que él mismo realizó:

Traduzco del francés un poema de Paul Celan sobre Mandelstam. Diría que Mandelstam es el objeto y el centro del poema, pero en un momento de la escritura el poema gira y se abre hacia Celan. Es de él y ya no de Mandelstam de quien habla. ¿Es acaso porque Celan se identifica con el objeto inicial del poema? Creo que a cierta altura Mandelstam y él son intercambiables, pero no sólo por la identificación del autor con su materia, sino porque Celan pierde identidad para convertirse en Mandelstam y el destino de los dos poetas se vuelve uno. Es por una especie de alquimia que se produce en este proceso. La identificación de ambos proviene de una semejanza esencial de vida y destino, de tal modo que Celan y Mandelstam se identifican o se funden. La historia personal de cada uno de ellos tiene infinidad de contactos, de ahí que Celan, que al principio centra el poema de Mandelstam, no puede impedir que esa relación profunda se filtre en sus versos y al cabo el poema sea una revelación de un destino común. Hay una proximidad insoslayable en la vida trágica de estos dos poetas, y ello, posiblemente, lo indujo a fusionarse en el poema.

No me atuve a la rima, siempre presente en el original ruso, a pesar de que Celan lo hizo en sus versiones alemanas, pero sí atendí al ritmo y a la cadencia de esa poesía. Opté por traducir a Mandelstam en verso libre. Me parecía que respetar la medida y la concordancia sonora al final de cada verso no nos devolvía el poema en español, en toda su complejidad, sino que lo endurecía y convertía en un artificio que, en definitiva, nos alejaba de su poesía.

El resultado fue una selección de dieciséis poemas (¡dieciséis, ay!, como aquellas fatídicas líneas del epigrama que le quitaron a Mandelstam la vida), doce de ellos pertenecientes a La piedra (1913), tres a Tristia (1922) y un último a Poemas (1928). He de decir aquí que el libro de Celan del que partió mi traducción (Ossip Mandestam. Gedichte. Aus dem Russischen übertragen von Paul Celan, Fischer, 1983) es más extenso. Celan incluyó allí cuarenta poemas. Mi trabajo fue menos numeroso pero en adición pensé que valía la pena arriesgar una traducción del original ruso de esos mismos poemas.

Tras haber realizado, entonces, ese ejercicio poético, tuve la suerte de que entrara en mi vida Mariya Nikíforova. Una amistad suele ser fructífera en muchos sentidos. La nuestra, que tiene muchas vertientes, desembocó en la traducción del ruso (con una breve apoyatura en el inglés) de esos mismos dieciséis poemas.

Sin tener quizá plena conciencia de lo que estábamos haciendo, como un experimento que nos colmaba y deslumbraba, quisimos acercarnos a esos versos desde la lengua en la que habían sido escritos. De más está decir que toda traducción es mediación y no hay pureza posible. Siempre que se traduce se lo hace desde la propia experiencia de la vida y de la poesía. Es imposible dejar afuera aquello de lo que se está hecho: el material de los propios sueños.

Tras haber trabajado durante algunas semanas, o quizá meses, nos encontramos con los mismos dieciséis poemas, traducidos ahora directamente del ruso, y al mismo tiempo con otros distintos. Tanto, que no nos pareció descabellado, sino hasta deseable, publicarlos en un mismo volumen. Lo que el lector tiene ante sus ojos es ese viaje. Ojalá la travesía emprendida haya tenido sentido.
 
 
 
Se me dio un cuerpo —¿quién
me dice para qué? Es sólo mío, sólo él.

La alegría apacible: poder respirar, vivir.
¿A quién darle las gracias?

Debo ser el jardinero, debo ser también la flor.
Aquí en el calabozo del mundo no estoy solo.

El cristal de la eternidad exhala
mi aliento, mi calor.

El dibujo en el cristal, la letra:
no la lees, no la reconoces.

Aunque el vaho desaparezca pronto,
el delicado dibujo permanece.
 

De Piedra, 1909

 
 
Man gab mir einen Körper –wer
sagt mir, wozu? Er ist nur mein, nur er.

Die stille Freude: atmen dürfen, leben.
Wem sei der Dank dafür gegeben?

Ich soll der Gärtner, soll die Blume sein.
Im Kerker Welt, da bin ich nicht allein.

Das Glas der Ewigkeit – behaucht:
mein Atem, meine Wärme drauf.

Die Zeichnung auf dem Glas, die Schrift:
du liest sie nicht, erkennst sie nicht.

Die Trübung, mag sie bald vergehn,
es bleibt die zarte Zeichnung stehen.
 

1909

 
 
 
No los busqué, Casandra, mientras los segundos florecían:
no busqué tu ojo, tu boca.
Y sin embargo ahora en diciembre —oh festiva vigilia—:
nos atormenta el recuerdo…
 

De Tristia, 1917

 
 
Ich sucht sie nicht, Kassandra, da die Sekunden blühten:
dein Aug, ich sucht es nicht, ich sucht nicht deinen Mund.
Doch im Dezember, jetzt – o festliche Vigilie –:
uns quält Erinnerung…
 

1917

 
 
 
Concierto en la estación

Ni un respiro. El cielo repleto de gusanos.
Mudos los astros, ninguno brilla.
Pero encima de nosotros Dios lo ve, música allá arriba­.
La estación tiembla con el canto de las Aónides1
Y de nuevo el aire de los violines, desgarrado
por señales, se confunde.

El parque enorme. La esfera cristalina de la estación.
El mundo férreo de nuevo encantado.
Y festivo rueda el tren en dirección al Edén
de niebla hacia un banquete de sonidos.
Un graznido de pavo real. El estruendo de un piano.
Llegué tarde. Estoy soñando, sí. Tengo miedo.

El bosque de cristal se contorsiona, ya estoy adentro.
El plañido de los violines agitados.
El olor de las rosas en canteros hediondos,
el coro de la noche salvaje se eleva.
La querida sombra que arrastró…
Su aposento nocturno: un pabellón de cristal…
 

De Poemas

 
 
Bahnhofskonzert

Kein Atmen mehr. Das Firmament – voll Maden.
Verstummt die Sterne, keiner glüht.
Doch über uns, Gott siehts, Musik, dort oben –
Der Bahnhof bebt vom Aonidenlied.
Und wieder ist die Luft, zerrisen von Signalen,
die Geigenluft, die ineinanderfließt.

Der Riesenpark. Die Bahnhofskugel, gläsern.
Die Eisenwelt – verzaubert, abermals.
Und feierlich, in Richtung Nebel-Eden,
zu einem Klang-Gelage rollt die Bahn.
Ein Pfauenschrei. Klaviergetöse.
Ich kam zu spät. Ich träum ja. Mir ist bang.

Der Glaswald rings, ich habe ihn betreten.
Der Geigen-Bau – in Tränen, aufgewühlt.
Der Duft der Rosen in den Moder-Beeten;
der Chor der Nacht, der anhebt, wild.
Der teure einst, der mitzog er, der Schatten…
Sein Nachtquartier: ein gläsernes Gezelt…
 
 
 
Se me dio un cuerpo —¿qué hacer
con él, tan entero y tan mío?

¿A quién agradecer, díganme,
por la apacible alegría de respirar y vivir?

Soy el jardinero y soy también la flor,
en el calabozo del mundo no estoy solo.

Sobre el cristal de la eternidad
se ha posado mi aliento, mi calor.

Impreso sobre él queda el trazo,
hoy ya irreconocible.

Que corra el lodo del momento,
el trazo amado no será suprimido.
 

De Piedra, 1909

 
 
Дано мне тело – что мне делать с ним,
Таким единым и таким моим?

За радость тихую дышать и жить
Кого, скажите, мне благодарить?

Я и садовник, я же и цветок,
В темнице мира я не одинок.

На стекла вечности уже легло
Мое дыхание, мое тепло.

Запечатлеется на нем узор,
Неузнаваемый с недавних пор.

Пускай мгновения стекает муть –
Узора милого не зачеркнуть.
 

1909

 
 
 
A Casandra

No busqué tus labios, Casandra, cuando
el tiempo florecía, no busqué tus ojos,
pero en la vigilia festiva de diciembre
nos atormenta el recuerdo.
 

De Tristia, 1917

 
 
Кассандре

Я не искал в цветущие мгновенья
Твоих, Кассандра, губ, твоих, Кассандра, глаз,
Но в декабре торжественного бденья
Воспоминанья мучат нас.
 

1917

 
 
 
Concierto en la estación de trenes

No se puede respirar, y el cielo hierve de gusanos,
y ninguna estrella habla.
Pero Dios sabe que hay música sobre nosotros,
la estación vibra con el canto de las Aónides,
y de nuevo con los silbidos del tren
se forja el aire desgarrado del violín.

Un parque enorme. La esfera de cristal de la estación.
El mundo de hierro está de nuevo hechizado.
Un vagón se desliza festivo
hacia una ruidosa fiesta en el brumoso Elíseo:
el grito de un pavo real y el estruendo de un piano.
Perdí el tren. Tengo miedo. Es un sueño.

Y entro al bosque de cristal de la estación,
los violines confusos y en llanto.
El comienzo salvaje de un coro nocturno
y el aroma de las rosas en invernaderos putrefactos –
donde bajo el cielo de vidrio la querida sombra familiar
pasó muchas noches entre multitudes nómadas…
 

De Poemas

 
 
Концерт на вокзале

Нельзя дышать, и твердь кишит червями,
И ни одна звезда не говорит,
Но, видит Бог, есть музыка над нами,
Дрожит вокзал от пенья Аонид,
И снова,паровозными свистками
Разорванный, скрипичный воздух слит.

Огромный парк. Вокзала шар стеклянный.
Железный мир опять заворожен.
На звучный пир в элизиум туманный
Торжественно уносится вагон:
Павлиний крик и рокот фортепьянный.
Я опоздал. Мне страшно. Это – сон.

И я вхожу в стеклянный лес вокзала,
Скрипичный строй в смятеньи и слезах.
Ночного хора дикое начало
И запах роз в гниющих парниках –
Где под стеклянным небом ночевала
Родная тень в кочующих толпах…
 
 

 


1 En la mitología griega, las Aónides eran las diosas inspiradoras de la música y el arte (nota de las traductoras).

 
Cede
       la luz 
de la tarde
    
en su apagarse:
  pequeñísimos peces
oscuros y vivos
   entre los juncos.

*

Agua dulce entre los juncos.

*

Oscuros y alegres 
     los peces temblaron
 en el amor del día.

*

De amor temblaron.

 
 
 
Tu amor nació
en los nidos ocultos de los teros.

La mañana
           aún no nacía.

 
 
 
El paisaje
                                 su alma es la música
                        de los juncos
que atravesaron el invierno

el color líquido de los pastizales
cuando la niebla se deshace en amor
cubriéndolos.

*

La primavera tocó las aguas embarradas.

                  
          El olor tierno de la madera 
       nos convoca
                  a este camino 
   donde las hojas reverdecen.

*

Los mosquitos despiertan con tus pasos, con el aire
con la dulcísima oscuridad rosada

o con esta llovizna sobre las corrientes.

 
 
 
Amorosamente
la mañana
      la noche
                      caen

                y tu vida está     
en una ramita de jengibre

        en los brotes, rosados,
            del membrillo
                         sobre el agua.

*

Brotes rosados
              en la nieve.

La rama de jengibre
alimenta 
         mi corazón.

 
 
 
El sol
se extiende 
     hacia los cardos

      encendidos
     bajo la helada.

Callás. 

En el tesoro del aire
           cuelgan hojas.

Húmedas
      tu mano las recibe.

 
 
 

Este es el antiguo camino de Jing Ling 
donde la juventud se desvanece
Feng Yansi 

Maestro, algo pequeño murió en mi corazón,
como una piedra, pequeñito,
como el espíritu que vive en la madera del algarrobo. 

Maestro, te pido el rumor del agua en el pasto,
los sonidos que nacen tras la niebla, 
el silencio, te pido 
del antiguo camino de Jing Ling.

 

* Poemas perteneciente al libro inédito La cornamenta de los ciervos.

 
Los cuartos de maravillas

Cuando el silencio hace arremeter contra los sueños
nace el dolor inevitable de un niño caído
un espanto de intramuros cubiertos de arena.
Creí en esos sueños y dije un remolino que aún
espera a la mañana que no llega,
de este modo, mi serenidad fue vertida como sangre
dentro del cuerpo de dios 
y me hice olvidar el amor colateral como quien aguarda
sin descanso a la noche que no llega.

Los cuartos de maravillas están hechos de las promesas
de quienes creen que la cordura es una idea de fuego
derramándose sobre un animal enjaulado
y que su certeza vagabunda que se tuerce
como un avioncito de papel
es la necesidad que deshilvana al mediodía,
sobre el agua de los túneles,
bajo la planta del pie, 
en una corriente helada de zarpazos atestados de rabia
que fue hecha solamente para la memoria de los niños

 
 
 
Hadria

I

Recuerdo el incesante vuelo de mosca.
Para una niña, soñar con el vuelo de una mosca
es lo mismo que intentar reconocer a su madre
por las florecitas de los ataúdes.
En los sueños, el aleteo es inagotable
y en todos los lenguajes me dice
que es amenazante el devenir.

Date prisa.

 
 
II

A pesar de no haberlo buscado nunca,
encontré el cuerpo de mi padre.
Estaba desmembrado
con el fin de convertirse en las teclas de un piano
que utilicé como escalera.
En el último escalón estaba
la declaración material de todos mis recuerdos.

El vértigo es igual a la agonía, su raíz es la condena.
Debo irme.

 
 
 
Ars naledi

1

Una impresión del mundo,
todo el espacio contenido a través del tiempo
y una oración hace cerrar los ojos.
Nuestra plegaria es común, la conexión de todos los pecados,
el espectro de los golpeados
en su unánime voluntad fantasmal
y el resto de los huesos que todavía están dormidos.

 
 
2

La reflexión y el ardor diseminado de mi carga espiritual
enramaron cierta especie de enlace,
un arquetipo de agua movediza
que a su vez es barro,
la materia prima de la que están hechos mis hijos.

 
 
3
 
A estos niños se les negó brotar
su boca de carbono y dejar crecer
su pelo de nitrógeno
y de un bocado, la vacilación
arremetió contra su inmensidad
e hizo insípida su aurora,
amortiguó con retazos de otros hogares, su regreso.

 
 
4
 
Delante de mis posibilidades
un monumento de piedra y palabra,
debajo de mis promesas
el memorioso trabajo de mis años
y mi vacilante resguardo contra el silencio.