Textos

 
Poema para una tarde de verano en Iquitos

Soy un bicho
atrapado en el hall de un hotel
tengo alas de mariposa búho
dos ojos en la espalda
patrón asimétrico

Asisto a mi propia extinción
la detecto con mi olfato
desconecto otros sentidos

Me miro revolotear tonta
entre cabezas y espirales
me refresco con el ventilador

Una hora son diez años
pierdo todas mis vidas entre paredes
golpeándome contra el cristal
tal vez horizonte
tal vez un portal
tal vez albedrío
alas y voluntad

Inédito



Levantarte un día y que llueva dentro de ti

Llueve dentro de tus órganos más queridos. Vives el día lloviendo, comes lloviendo, escribes lloviendo sin sol o arcoíris, sólo agua corriendo entre tus arterias.

Tu ser se vuelve líquido, atraído por los espejos, los charcos en el camino, el río voluble y la laguna-madre. Queda la sensación de ser como la fuente, hecha de recorridos pantanosos, sombreada a lápiz carbón. Ser la yakumama1 en su forma serpenteante, porque toda agua es camino de redención.

El ciclo se completa al llegar a las alturas, entre gigantes y rocas cautivas. Las rutas hacia el destino son extravagantes y cóncavas. Ya no eres agua, tu cuerpo se ha fragmentado en diminutos algodones. Aprendes a nevar. Tu nuevo estado es el hielo, los nuevos azules decoran el horizonte.

De Segunda llamada, 2024



Letra imposible

A los 12 años Santosa dejó el campo

Escribió con tinta el nombre,
era un cuaderno azul con notas musicales.
Las demás palabras brillaron.
Nunca fueron visibles:
casa, mujer, familia, Perú.

Las palabras eran brujas,
escurridizas, querían ser como Lady D.
   servirse café,
usar un pincel delgado.

Con ellas,
Santosa se sintió un garabato.
   El mundo como un lugar incógnito,
lleno de signos negros pegados a las paredes.

¿Qué significa una letra?
preguntó la maestra.
Un dibujo y una sílaba,
no representan un gorrión,
pero suenan como un ave e imitan sus plumas.

Ciudad letrada
   y Santosa no supo decir.
   Firmó en la iglesia
ante mamá Carmen
con su nombre,
un dibujo grande.

Aplaudieron todos,
   y Santosa pensó
que su alma estaba empeñada
   como sus manos,
sus arrugas,
   sus pecas ofrecidas en público.

De Canción y vuelo de Santosa, 2021



Buganvilias

Una flor que es la textura,
también color,
que trae recuerdos del caos.

Siempre lloran las mariquitas,
por encontrar sus pétalos.

Las arañas tejen lienzos,
adornan sus patas con polvos y especias,
la buganvilia vive al sol,
rebosante de fucsia y anhelos.

Se le muere un pétalo
a la indulgente flor.

La belleza es el tiempo que transcurre,
entre cortar sus ramas y verlas morir en la mesa
donde cenamos en navidad.

La belleza es la buganvilia copando el horizonte,
cerca de un río a dónde irá a deshojarse,
hasta quedar pálida espina.

Inédito



Sincretismo huanca

Runa waqakun
wayrapa kallpanta mikuchun

José María Arguedas

 
Entre los círculos de Dante se ubica el Hurin.2 Está Santiago León matamoros, convertido en patrón huanca, justiciero inquisidor, asesino de indígenas, devorador de tradiciones, con el hambriento Aia Paec.3 Son colegas los atormentadores, tienen una tenaza para dorar las almas y condimentarlas con sal de maras. Los diez de marzo, en luna llena, las mujeres peleamos por el destino y nos comemos al Dios cangrejo. Hacemos una hoguera y nos ponemos a contar historias. Aia Paec enfurece, le frustra no saber devorar mujeres, salvadas estamos. Santiago León nos teme, sobre todo a Santosa, quien le ofrendó un ramillete de flores en vida. Por su afición a las margaritas, Santiago pasa la eternidad librándola de todo mal. Suelen confundirlo con un dibujo sobre su lápida. Vive atrapado en el nicho, mirando feo a los niños. Taita Shanti,4 le dicen, suena la música barroca y un violín chillón. Hay magnolias junto a la tumba y no se resiste.

De Canción y vuelo de Santosa, 2021


1 Yakumama: mamá agua en quechua; es una palabra asociada a las deidades de los ríos.

2 Hurin: el mundo de abajo en la cosmovisión andina.

3 Aia Paec: Deidad de la civilización moche.

4 Taita Shanti: Papá Santiago, forma cariñosa de referirse al santo español en los pueblos andinos.

 
La tríada del deseo se implanta sólo si se concibe bajo los aromas
adecuados. Arrastra el candor, el aroma de una naranja recién cortada, el
vestido vaporoso que se fue volando entre los matorrales, en una tarde
perniciosa de verano. La verdadera trinidad está compuesta por el amado,
el amante y el elemento que encarna lo inasequible. Este tercer
componente es una contradicción activa: los mantiene en constante
anhelo y separación del otro. He ahí el verdadero equilibrio: en el deseo.
Como una danza continua, donde la distancia se elonga y se compacta,
pero nunca pueden tocarse. En ese espacio vacío habita Eros, entre un
lejano desierto de aromas posibles.



me suavizas, me ablandas, me aletargas,
tu voz me guía entre la bruma,
atravieso los pasos entre todos los infiernos,
soy agua trenzada en tus palabras,
y tu voz me teje como un rocío ceñido, íntimo,
soy el hilo que sale de tu lengua,
un escarabajo que danza al filo del precipicio,
se estira cuando el contorno de la quietud
casi me toca,
atravieso la puerta de un ocaso,
un valle cubierto de brea,
me encamino hacia un portal,
líquida de mí, exhausta,
me convierto
en la palabra que sueño.



gardenias brotaron, rotundas,
por todo mi cuerpo,
cual sagrada perfumista
que, generosamente, ofrece
sus óleos para sanar, pero
este florecer es, en realidad,
húmedo.



si vamos a ser algo, seamos el agua:
suave y fluida,
calmada para contenerse,
salvaje para transformarse.



Cuando el arco del lenguaje común ha caducado entre los amantes, se
experimenta una extrañeza, un latido amargo que rompe el hechizo. El
néctar del amrita se transforma en lágrimas y, al igual que el ciclo del
agua, se evapora, se precipita, se condensa.

Entre las historias de desilusión destaca la de Ofelia, doncella de
Dinamarca. Rechazada por Hamlet y en pleno duelo por su padre,
preparó su propia muerte con un ritual de naturaleza acuosa. Una vez
enloquecida, ofreció a su hermano Laertes: hinojo, ruda y margaritas.
Quería regalarle violetas, pero todas se marchitaron desde el entierro del
padre. Humedad y plantas medicinales, la acompañarían.



te has comido mi carne como un higo
mientras contemplabas mi muerte, a lo lejos.

(polvo de oro, hojas de vencedor,
se mezclan enardecidamente
con las lágrimas de la amada.
se maldice tres veces la ausencia del amante,
con su sagrado nombre inscrito debajo del sahumerio.
polvo de plata, aceite de ajonjolí,
cubran su sexo con hojas de laurel.)

el dolor es un líquido
que me pronuncia, a voz plena,
desde adentro.



Ofelia elaboró una guirnalda con ranúnculos, ortigas y flores purpúreas
que las doncellas llamaban “dedos de muerto”. Coronada con su tocado,
ascendió a un sauce ubicado a un costado del río. La rama se rompió con
el peso, y al arroyo fueron a dar el tronco, la corona de flores y su cuerpo
enloquecido. La corriente se la llevó cantando, como a una sirena. Ofelia
se hizo agua.



como un cántaro viejo y arrumbado
así late mi cuerpo en aquella esquina,
mientras pido, entre oraciones, atrapar lo posible,
como un arrullo que se agotó entre los escombros,
la piel, ese desierto lleno de secretos,
la palabra que me convertía en agua,
aquella cadencia —tu nombre—
el sabor que pronunciabas muy cerca
y que yo recibía al instante,
como un susurro mítico y enloquecido,
cuando era suave y fluida,
cuando trasitaba de calma en calma
como un agua tibia y salvaje,
un agua entre aguas,
mientras te deseaba tanto que no podía ni pronunciarme,
cuando toda la humedad, destilada en una esencia,
perfumista de la más alta categoría,
un agua sin nombre, sin contención,
era como la palabra:
inagotable.

* Poemas pertenecientes a “Amrita”, poema de largo aliento que forma parte de Nomenclatura secreta, libro ganador del Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2023.

 
Versiones del portugués de Fermín Vilela.
 
 
herencia

mi abuelo
gomercindo gonzaga
era un hombre fuerte
manos capaces de arrancar
las piedras de la tierra
y las tejas de las casas
de los inquilinos atrasados
sin dejarse conmover
ni engañar
por el truco de los malandros
de las prostitutas
de los colonos que habían abandonado
el interior profundo
en búsqueda de un futuro cualquiera
en Taquara

mi abuelo
gomercindo gonzaga
jugaba con su dentadura
en un vaso tosco de vidrio
agitaba delante de nosotros
fajos de billetes
ordenados jerárquicamente —
de los pequeños cruzeiros
a los barones del río blanco
tan altaneros
tan seguros de sí mismos
con sus lanosos bigotes de nieve —
no me acuerdo de haber visto nunca
a mi abuelo tan feliz
como en esos momentos

después vendrían los tres derrames
los hijos que abandonarían
sus dos pedazos de campo
el morro de casas ilícitas
la pedrera en que solamente los negros
—y él—
aguantaban trabajar
modelados a la atrocidad de las piedras—
polvo entrañado
definitivamente
en sus carnes

tus hijos se convirtieron en profesores
gomercindo gonzaga
tu nieto
hombre de la ciudad moderna
está domesticado
mantiene los dientes saludables
es incapaz de ganar una mano de cartas
nudo sobre la cama
un martes por la tarde
mira al techo
paralizado
maquina tantos universos
mientras la lámpara
sigue quemada

heredé de vos
abuelo mío
tus huesos sólidos
tus ojos chiquitos
burlones y ladinos
manos capaces de rasgar piedras
(si hubiera piedras que rasgar)

algo
sin embargo
se perdió en el camino

a los treinta y cinco años
con mis dientes perfectos
no tuve el gusto
de morder la carne de la vida
no vi brillar el amor comprado
en los ojos de una mujer
no levanté las paredes de este cuarto

los callos de mis manos
son mera herencia
de los hierros del gimnasio
no sé ordeñar una vaca
andar a caballo
manejar un camión
engañar en el minuto preciso

un día tuve un fajo de billetes
todos insubordinados
pero lo malgasté

 
 
 
inventario

tu ropa en el suelo del baño
misterioso exoesqueleto abandonado

un vaso de agua a los pies de la cama
espera la marca de tu boca insomne

un par de medias entre las sábanas
capullos antiguos para tus pies de hielo

la puerta entreabierta y el haz de luz
sin el chorro pacificador de tu orina

la gota de sangre seca en la alfombra del cuarto
meses que jamás buscamos contar

las claves de las botas que te anunciaban
compás que solo mi corazón reconocía

la manera en la que extendías la mano y me tocabas
aquello que para la carne es el abismo

una pequeña argolla plateada en el cajón
una grampa oxidada en la pileta del baño

las cerdas íntegras de tu cepillo de dientes
un frasquito casi lleno de esmalte rojo

 
 
 
hormigas del colorado

dentro de la librería de usados
(Porto Alegre se vuelve inútil afuera)
mientras los dedos recorren
con cautela desmesurada
los estantes ya deformes
libros de ciencias fantasiosas
apelan de la oscuridad —
un manual de biología
un tratado de química orgánica en español
un lomo grueso que dice en inglés —
hormigas del colorado

aunque el destino de las cosas
sea el olvido
me asusta el hecho de que un hombre
perdido entre lejanas montañas americanas
le haya dedicado su vida a las
hormigas del colorado

qué promesa de felicidad terrena
o eterna
puede llevar a alguien
a dedicar la fuerza de sus miembros
la usina de su cerebro
el combustible limitado de las gónadas
a las hormigas del colorado

casi lo puedo ver
lustroso de autoridad
en el cuarto decorado con esmero
maderas oscuras
y barnizadas
el fieltro verde bajo la tapa
el gabinete digno
del digno doctor
en hormigas del colorado

usted no tiene seriedad
mr. gonzaga
usted ama las payasadas
donde está su obra
mr. gonzaga
dónde está su legado
 
a costo
pienso en los dos volúmenes de cuentos de juventud
en el exiguo libro de versos a la espera de ser publicado

una cosa
mientras tanto
me consuela
y a usted le dedico esta sonrisa floja
señor hormigas del colorado—
estoy acá
me hierve la sangre
puedo ser fiera esta noche
tengo una mujer
que me espera
todos mis gestos
también se van a perder
pero no ahora

sus malditas hormigas
jamás me caminarán el cuerpo
seguirán royendo hojas del colorado
cavando galerías
en la tierra roja del colorado
obreras incansables
de una reina insensible
eternamente inconscientes
de lo que usted y yo
tenemos para decir sobre ellas

 
 
 
fue en un café del centro

fue en un café del centro
hace mucho había pasado
la primera juventud y había
en el rencuentro de los dos
ese tipo de aspereza
que florece verde en la penumbra

ella habló de sus conquistas
del primer casamiento
del segundo casamiento
él hablaba menos
el divorcio todavía vivo
un niño perdido
el trabajo en el estado
agarrado después de la facultad

en este café del centro
que amenaza con apagar las luces
ambos tienen la sensación de que la vida
es un veloz desperdicio de todo —
qué ridícula les parecía ahora
la esperanza de un beso
de un encuentro furtivo
a la tardecita

él trató
de tocar la piel fina y blanca
del pulso expuesto
que la blusa de ella no escondía
el llamado caduco y tardío
mientras el mozo volvía
con la pregunta y la guadaña —

van a querer algo más

 
 
* Poemas pertenecientes a La última temporada (2011).

 

 
I

quisiera hacer la introduc-
de algo que está incomple-
presentarles a perso-
obligadas a care-
  no sé qué partes    qué extre-
falten pues cada vez fal-
más y más    hasta que pier-
la noción de mi entor-
de cuanto me es dado pen-
ver    sentir    escuchar    to-
hasta faltarme yo mis-
  por ejemplo    falta un bra-
lo cual implica la ausen-
de las articulacio-
de los dedos    del flexi-
codo     de sus ligamen-
dispuestos en la venta-
a mirar un mundo tam-
incompleto    suponga-
otro día es un o-
lo que se pierde    y enton-
la ventana    el paisa-
de golpe se desvane-
el hueso     la carne    el ner-
operado    sutura-
el oído reventa-
con la granada que esta-
deja un zumbido conti-
superpuesto a la histo-
  unos muertos    pero so-
todo quedan subvivien-
a las armas subleta-
que son armas que no ma-
como su nombre lo indi-
subimpactan    subgolpe-
subhieren    subdejan siem-
la evidencia de su pa-
  ni arma blanca ni de fue-
letalidad reduci-
submortífera condi-
del Estado autorita-
  en un cordón policia-
en el encapsulamien-
a la pólvora se mez-
el humo de los incen-

    el esfuerzo en el gati-
es mínimo pero bas-
para disparar la ba-
que la multitud disper-
  es un verso mutila-
no    una mujer    un hom-
en el asfalto    sus de-
se confunden con cartu-
quemados    un macana-
el hocico les revien-
  otra forma de censu-

 
 
II

para extraer el caucho hay que hacer una in/
cisión en la corteZa
o como se dice     “hay que sangrar el árbol”

la historia no es circular
como el neumático en que se emplea
sino que se repite en farsa
y hoy    el caucho     en
b.a.l.a.s.    en gra/na/das
hace sangrar a los seres humanos
haciéndoles pagar el precio de un t  a  j  o

 
 
III

Pierre    a primera vista    es un joven como otros
hay que estar muy cerca de él
hay que conocer su historia para observar
entre parpadeos    que una pupila ya no es sensible
a la luz    ni a la sonrisa ajena

2007    Pierre conversa con sus camaradas en una reunión pacífica
qué es esa arma que jamás nadie había visto
qué es toda esa sangre en el suelo    a sus pies
quién es el policía oculto tras el pasamontañas
    tantas preguntas impuestas

Pierre no sabe que el arma es la nueva versión del Flash-Ball
el LBD40
    no sabe    hasta que sus camaradas le dicen
que la sangre son las nuevas lágrimas de su ojo
que tras el pasamontañas se encuentra el policía que le ha disparado

y todo está hecho para que no se sepa
quién es el hombre oculto tras el policía
tantas respuestas negadas

acostumbrado a interrogar el mundo
antes que a lamentarse de su suerte
Pierre comprende que el suyo es el ejemplo
para que los jóvenes tengan miedo
de reunirse    de manifestarse    de protestar
y que acepten las órdenes de sus mayores
padres    maestros    policías    jueces    pero ese aleccionamiento no basta
y Pierre continúa protestando con rabia tuerta
doblemente visible
hasta que recibe una prohibición de manifestarse
bajo amenaza de ir a prisión    pero Pierre no podrá detenerse
vale más la cárcel que la ignorancia
viva la juventud que no acepta el desconocimiento
viva la juventud que mira el porvenir con sus ojos asesinados
viva la juventud que no aprende la lección del terror

saber    comprender    conocer    no pueden ser delito
la ignorancia lo es    jala gatillos
mutila    gira órdenes de aprehensión    oculta expedientes

Pierre no ha dejado su mirada joven y estudia sociología para explicarse
por qué perdió el ojo
por qué su sangre no coagula
por qué la policía se militariza
por qué la justicia no está de su parte
tantas preguntas que sólo puede hacerse un joven
que se niega a mirar el mundo como piden los adultos

2012    el tirador es identificado
en el juicio    la defensa argumenta que él sólo seguía órdenes
y la corte decide no condenarlo
obedecer te hace libre    parece ser la última lección

 
 
IV

) una bola por un cojón
en un intercambio no con
sentido    repentina    incrustada    bala castradora
“me dieron en los biiiiip
) censuran los periodistas la difusión de la queja
como si llamarle “testículo perdido”
restituyera al miembro su entero reposo
queremas menos masculinismo    no más emasculados
una bola transitoria por un Tanate
imperfecto    más pequeño tompiaTe
enseñando a los hombres que también san
gran los güevos    las Turmas
              sus espermas muertos
el fin de un ciclo    ) su media vasectomía
con anestesia posterior a la intervención
este fue un tiro reglamentado
pues no se apuntó a la parte alta del cuerpo

 
 
V

“no cierres la ventana    Zineb    deja que entre el mundo”
       pero Zineb no oyó esa voz
    [sino la de su hija a través del teléfono]
y su cara fue a encontrar una granada MP7    a 97.2 km/h
la violencia de dos manifestaciones en convergencia subió hasta el 4° piso
[al otro lado la hija ya no oyó a su madre
sino algunas de las más de 200 detonaciones de granadas del día]
con su mandíbula fracturada    con su paladar ro
to    oclusivo vs. su propia lengua que la ahogaba   
como el gas lacrimógeno que inundaba el departamento

Mamá Ziná    a 80 años conociste las lágrimas sin sentimientos
en el hospital    la anestesia obturó tu edad
conveniente al peritaje que concluyó “shock anestésico”
y no muerte causada por un tiro de lanzagranadas
[con alcance de 100m – un tiro a 33m – un tercio de tragedia anunciada]

así te fuiste    Mamá Ziná    sin ser operada
llevándote tu trémula quijada    tu paladar reventado    con el
     étér[e/n]o disgusto del gas

 

 

 

viejos amigos que se fueron antes
déjame llamarlos por sus nombres
por última vez    sembrando
en el poema sus cuerpos negros de tierra
un nuevo compañero llega

Jerome Rothenberg, “Siembras”
 
 

Ha muerto Jerome Rothenberg (Nueva York, Nueva York, 1931- Encinitas, California, 2024). Estoy seguro de que querría haber sido recordado como un poeta. Lo fue. Su vasta y excepcional obra lo atestigua. Prueba de ello fueron también la energía creadora que lo acompañó durante noventa y dos años, la radicalidad y la amplitud de su visión, y la generosidad que siempre demostró con quienes compartieron su devoción por la poesía. Jerome –“Jerry”, tanto para sus amigos más cercanos como para quienes apenas llegaron a tratarlo–, fue un estadounidense atípico. Hijo de inmigrantes judíos de origen polaco, creció en Nueva York en los años que siguieron a la Gran Depresión. Vivió para la poesía y se acercó a ella por vías poco convencionales. Fue un vanguardista radical que mantuvo siempre un ojo mirando al pasado. Desde muy joven abrevó de los sonidos misteriosos del yídish de las sinagogas y los ritmos de las calles del Bronx. Más tarde, pasaría años leyendo, escuchando y transformando en poemas las voces de hombres y mujeres desconocidos, que hablaban en lenguas y dialectos que no siempre comprendía. La traducción fue la base para mucha de su propia escritura. Era un modo de crear nuevos poemas o traerlos a las orillas de su mundo, un medio para mantenerse en contacto con otros poetas vivos y muertos y dejar que el coro de sus voces lo habitara.

La manera en que abordó el pasado poético y su necesidad de ponerlo a prueba, en todo momento, delatan su curiosidad permanente y un convencimiento de que es posible encontrar tesoros escondidos en todas partes. Es a esa singular preocupación por escuchar y aprender de otros –aún más notable si pensamos en una cultura literaria tan autosuficiente y refractaria como la de los Estados Unidos– a la que debemos que las palabras de innumerables poetas, cantores, jefes tribales, embaucadores y curanderos (muchos de ellos anónimos o apenas conocidos, incluso en sus lugares de origen) hayan llegado hasta nosotros.

Para hacerlo, investigó, tradujo, transcreó, fantaseó, empalmó y organizó grandes volúmenes que reunieron y revelaron maravillas desatendidas o ignoradas. Rothenberg entendió, como pocos, que una antología podía ser algo distinto a una mera selección de textos para su preservación o divulgación. La ocasión de reunir un grupo de materiales tendría que servir para hacer algo más provechoso que canonizar o desestimar a éste o aquel autor, o elaborar un discurso en torno a determinado movimiento, tendencia o generación. En sus manos, el acto mismo de ensamblaje se convirtiría en una herramienta de exploración del lenguaje y un procedimiento creativo. La antología, ahora, tendría que ser una forma.

En una primera lectura de su introducción a Técnicos de lo sagrado, su monumental y ya clásica antología de 1968, se advierte enseguida que Rothenberg no se plantea una mera recopilación de muestras de poesía oral y materiales pertenecientes a culturas consideradas “originales” o “primitivas”. No estamos ante un proyecto de rescate ni una mera reivindicación de obras derivadas de comunidades marginales. Al momento de elegir y montar, el autor pensaba ya en las posibilidades creativas y las nuevas rutas que el ensamblaje abría para su propia escritura y la de quienes, como él, entendieran la lectura como una actividad de riesgo que exige audacia e ingenio. Ni Técnicos de lo sagrado ni libros como el influyente Agitando la calabaza son el trabajo de un científico social, sino el de un explorador que perfora los estratos de lenguas, tradiciones y modos de hacer que existieron y se desarrollaron al margen de los preceptos del pensamiento occidental, y lo hace para mostrarnos qué es un poema, qué lo hace bello y cómo nos vincula al desconocido de quien brotó. Para el poeta Rothenberg, esa búsqueda sería una forma de salir de sí mismo y transformar su conciencia. Refiriéndose a esos grandes proyectos de ensamblaje creados en colaboración con otros poetas y editores como Pierre Joris y Javier Taboada y a las traducciones elaboradas con el etnomusicólogo David McAllester o el cantor seneca Richard Johnny John, Rothenberg señalaba que “al reunir palabras ajenas en el trabajo propio […] creo haber liberado a mi poesía para que se convirtiera en algo más de lo que había sido al inicio”.1

La audacia de Rothenberg lo llevó a traducir libremente textos de lenguas de las que en ocasiones no tenía conocimiento alguno, a intervenir la presentación visual de textos de otros o a contraponerlos con poemas dadá y otras escrituras de vanguardia. “Considero”, decía, “que la traducción podría ser una metáfora de todo el proceso poético. […] Mis esfuerzos personales siguen a otros en el uso del collage o la apropiación como una forma de abrir la poesía individual a la presencia de otras voces y otras visiones más allá de las propias. […] Me doy cuenta de que […] empiezo a aproximarme a lo que, en otros sitios, he denominado othering”.2

La elaboración de estos collages pudiera no parecer una apuesta tan radical para lectores que han crecido en un mundo donde sus grandes antologías ya han sido leídas y discutidas. Pero ese acto inicial de arrojo y lucidez lo llevó a desarrollar una serie de prácticas, ideas y procedimientos que hoy forman parte de lo que conocemos como etnopoéticas. Del uso de estilos de vocalización chamánica al poema como performance, pasando por modos variados del canto ceremonial, el happening o la exploración de lenguajes asémicos, Rothenberg intentó abarcar todas las posibilidades de “reinterpretación del pasado poético desde la perspectiva del presente”. Sus poéticas, articuladas desde la década de los cincuenta con la aparición de Deep Image [Imagen honda], pasando por las etnopoéticas3 y su concepto del poeta como testigo, nos han impulsado a leer de otra manera, permitiéndonos reformular constantemente nuestra relación con la tradición y transformando nuestra percepción de las posibilidades expresivas de la poesía en forma escrita o en sus manifestaciones sonoras y visuales. El gran proyecto rothenbergiano fue el de abrir caminos nuevos (o desbrozar algunos muy antiguos) que nos permitieran conectar la energía de lo otro con lo que creemos nuestro presente. Rothenberg entendió que la fricción producida por el contacto de mundos aparentemente opuestos genera una carga energética que mantiene vivo el espíritu creativo.

Ese cuestionamiento permanente está presente no sólo en sus antologías sino en libros de poesía como Polonia/1931 o Khurbn, donde se propuso explorar lo que llamaba sus “fuentes ancestrales” y recrear la Polonia judía destruida por el Holocausto. Lo hizo “para dejar hablar a los muertos” y “permitir que su testimonio sea parte del mío como un testigo”. “Ésa”, decía, “es la cosa más seria que un poema o un poeta puede emprender… además de conectarse con las fuentes primigenias de la poesía y de entender al poeta como nativo y salvaje, a fin de convertirse en un informante de su propio tiempo y cultura.”4

La suya fue una obra dialógica que, con el paso de los años y sin rehuir del todo al yo lírico, intentó distinguir lo testimonial de lo confesional. El yo múltiple de su poesía buscó poner en duda el valor impuesto a la noción de identidad en la literatura. Rothenberg sospechaba de la escritura que pregonaba certezas morales. Por ello, sus poemas apuestan por la inestabilidad del yo y se desplazan por caminos múltiples: del testimonio a la revelación visionaria, de la iconoclasia dadá y la provocación escatológica a la elegía, de lo político a la súbita revelación de la poesía en el habla coloquial, del empleo de la hermenéutica cabalística de la gematría al homenaje en forma de poesía visual. No rehuyen al desconcierto y entienden la contradicción como una fuerza creativa.

Desde su temprana lectura de Charles Olson, Rothenberg rechazó la idea de la poesía como forma de autoexpresión, cuya convencionalidad, consideraba, había sofocado a buena parte de la poesía de nuestro tiempo. En libros como Siembras o Un paraíso de poetas la introducción intermitente de una primera persona trasciende lo puramente personal. En otros, como Un libro de testimonio, Rothenberg volvió al uso de la primera persona como medio para entreverar las voces de amigos, contemporáneos y escritores admirados. “Yo” y “otro” son categorías falsas, decía. “Son trampas para mantenernos lejos del poema.”5 El poeta es quien oye y quien habla. Tanto sujeto como objeto. Testigo.

En ocasiones, Rothenberg sentía que sus poéticas y sus antologías habían relegado sus poemas a segundo término. Creía también que la variedad de recursos empleados y los cambios bruscos de dirección en su obra la habían vuelto un objeto escurridizo y difícil de encasillar. Sin importar el medio o el género, entendía su trabajo como un continuum. Fiel a sus obsesiones y a la energía que lo espoleó desde joven, trabajó hasta el final. En los últimos años invitó al poeta y traductor mexicano Javier Taboada a sumarse y ayudarlo a reformular una gran antología de las Américas, desde el origen al presente. En la entrevista que Taboada le realizó para el proyecto El libro de las voces, Rothenberg lo describió así: “Ya que en este momento no existe un libro parecido, nos sentimos libres para dar el primer paso y experimentar y explorar los posibles resultados de la yuxtaposición de poetas y tradiciones poéticas que abarcan todas las Américas y las distintas lenguas que la conforman: lenguas europeas como el inglés, castellano, portugués, francés, además de incluir las lenguas mestizas (criollas) y francas, y también lenguas originarias como el mapuche, quechua, maya, mazateco, nahua, entre otras. Al seguir esta línea, la idea de América como metáfora europea de ‘nuevo mundo’ se extenderá y ampliará, pero también reconoceremos y aceptaremos la realidad de dos mil años o más de poesía y escritura indígena y originaria […] uno de mis objetivos es que un libro así sea compuesto en labor colaborativa como un manifiesto en contra de los imperialismos culturales y lingüísticos (sean en inglés o en castellano).”6 La serpiente y el fuego, su última antología monumental, hecha en coautoría con Taboada, se publicará en los Estados Unidos el próximo otoño.

En un pasaje de “Siembras”, su elegía por la muerte de poetas queridos y un homenaje a la vida latente que, como una semilla, su poesía deja para siempre en nosotros, el viejo Rothenberg vislumbraba su propio final, desnudando una angustia común entre quienes, como él, “vivieron una vida de poesía”:

a veces me pregunto cuál será la última palabra
que diré o escucharé antes de morir,
y siento una gran tristeza por no conocerla
de antemano, o por no conocerla nunca.

Sus lectores sólo podemos imaginarla.

Huixquilucan, 28 de abril de 2024

 


1 Jerome Rothenberg, El libro de las voces, (Javier Taboada, trad.), Mangos de Hacha, México, 2021.

2 Ibid.

3 “Por etnopoética quiero decir Poética Humana. Supongo etnos=pueblo y, por lo tanto, etnopoética=poética del pueblo, o poética del lenguaje natural. Lo que yo temía del término […] era una especie de compromiso antropológico respecto al exotismo, a cualquier cosa que nos es remota y de alguna manera diferente: tribal si somos tribales, religiosa si somos seculares, obscura si somos claros. Ahí etnos=otro, así no Poética Humana sino Poética del Otro.” “La etnopoética y la poética (Humana)”, en Jerome Rothenberg, Ojo del testimonio (Escritos selectos 1951-2010), (Heriberto Yépez, trad.), Aldvs, México, 2010.

4 Jerome Rothenberg, El libro de las voces. Op. cit.

5 _____________, Ojo del testimonio (Escritos selectos 1951-2010). Op. cit.

6 _____________, El libro de las voces.

 
Versiones del gallego al castellano de la propia autora.

 
Carta al hermano

No aprendemos, Alberto;
la luna nueva le fue a alguien esta noche con el cuento
de que hay quien tiende a colocarse en la guardia de delante
en parte para poderse proteger.

Fui más alta que tú durante años;
qué bien hiciste cardando tus cuerdas vocales como en un trueno.
Hasta los hijos únicos necesitan un cutter
para descoser el pegamento de los álbumes familiares.
Para cuánto más.
No es fácil heredar zapatos
y despegarles de las suelas las pisadas.

Con todo siempre hemos custodiado un cierto parecido,
al fin y al cabo ambos soñábamos con tener coche, ladrar,
dormir a horas mal vistas y que las
noches se filtrasen por nosotros hasta bien tarde.

Mamá y papá tuvieron que acostumbrarse a
recogernos utopías y blasfemias por la casa como si fueran pétalos.
Necesitábamos comprobarlo por nosotros mismos.
Apearnos de las chaquetas, frases hechas y apellidos.
Salir a encontrar aquella parte de nuestro cuerpo
que vivía en la espesura, donde nadie había mirado.
También somos los pedazos que no remontan venas arriba.
Como cuando nos marchamos de su casa y descubrimos
otras órbitas: horas feroces, sábanas violetas, vinagre
de manzana.
Esas flores de liquen blanco que crecen sobre los grifos.

Alberto, la gente no lo dice, pero en el fondo
aman los grilletes, nosotros en cambio
queríamos nadar, sacudir el tiempo, queríamos levantar
nuestra propia disciplina.
Nos dijeron que si arábamos la decepción con mucho esfuerzo
podría dar una col que nos cubriese de la intemperie.
No sé cómo pudimos tragarnos
la inhábil épica del trabajo, Alberto.
O será apenas que el mundo está simplemente cambiando.
Mamá y papá tuvieron que acostumbrarse,
acabamos estabulando a esa bestia en nuestras casas
y de unas ubres tan pobres tampoco salía gran cosa.
Pertenecían a otros y era tarde. Nosotros
llevábamos ya los anticuerpos.

Alberto: cuando sujetaste el cielo con las manos
nadie estaba mirando.
Las venas de los brazos tiraban
y un estruendo desde las alturas.
El solo del interlunio del front man:
Cuando te mantuviste en pie con todo encima
nadie alrededor miraba.

Mucho más alta que tú no lo fui por tanto tiempo.
Sé bien que tu propia médula también te la trenzaste
con cadenas de ADN, líneas de horizontes
y de tus cuerdas vocales el pentagrama revuelto.

Todo lo que buscábamos era la maleza del camino,
la misma sabiduría que guarda la piel del hipopótamo:
de vez en cuando hay que enfangarse para poderse refrescar.

El templo de la independencia se parece a un zigurat;
en su cima hay esquinas de sobra
para reunirnos los cuatro.
Corre aún un torrente genuino a pesar de los anticuerpos.
Nos sentaremos a rebañar la miel de los más inútiles viajes.

Tenemos que admitir que, en instantes, todo cuanto deseábamos fue nuestro.
El foco trasero de la fantasía, algún motín, músculo y canto.
Nosotros somos
sucios y valientes, somos
los mejores enemigos de nosotros mismos.

Sólo queríamos capacidad
para tener capacidad, un poco de sol, un grito,
libertad para equivocarnos, Alberto,
libertad para equivocarnos.

 
Carta ao irmán

Non aprendemos, Alberto;
a lúa nova foille a alguén co conto esta noite
de que hai quen tende a se colocar na garda de diante
en parte para se protexer.

Eu fun máis alta ca ti durante anos;
que ben fixeches cardando as túas cordas vocais coma nun trono.
Ata os fillos únicos precisan dun cutter
para descoser o pegamento dos álbums familiares.
Para canto máis.
Non é doado herdar zapatos
e despegarlles das solas as pegadas.

Así e todo sempre custodiamos un certo parecido,
ao fin e ao cabo os dous soñabamos con ter un coche, ladrar,
durmir a horas malvistas e que as
noites se filtrasen por nós abaixo ata ben tarde.

Mamá e papá tiveron que afacerse
a recollernos utopías e blasfemias pola casa coma se fosen pétalos.
Necesitabamos comprobalo por nós mesmos.
Apearnos das chaquetas, frases feitas e apelidos.
Saír a encontrar esa parte do noso corpo
que vivía na espesura, xusto onde ninguén buscara.
Tamén somos os anacos que non remontan veas arriba.
Como cando marchamos da casa deles e descubrimos
outras órbitas: sabas moradas, horas feroces, vinagre
de mazá.
Esas flores de lique branco que medran na superficie das billas.

Alberto, a xente non o di pero no fondo
aman os grillóns, pero nós
queriamos nadar, sacudir o tempo, queriamos levantar
a nosa propia disciplina.
Dixéronnos que se sachabamos na decepción con moito esforzo
podería medrar de aí unha col que nos cubrise da intemperie.
Non sei como puidemos tragar
a inhábil épica do traballo, Alberto.
Ou será apenas que o mundo está simplemente cambiando.
Mamá e papá tiveron que afacerse,
acabamos estabulando esa besta nas nosas propias casas
e dunhas ubres tan pobres tampouco saía gran cousa.
Pertencían a outros e era tarde. Nós
xa mamaramos anticorpos.

Alberto: cando suxeitaches o ceo coas mans
ninguén estaba mirando.
As veas dos brazos turraban
e un balbordo dende as alturas.
O solo do interlunio do front man:
Cando te mantiveches en pé con todo enriba
ninguén ao teu redor miraba.

Moito máis alta ca ti non o fun por tanto tempo.
Sei ben que te trenzaches a túa propia medula
con cadeas de adn, liñas de horizontes
e das túas cordas vocais o pentagrama revolto.

Todo canto procuramos era a maleza do camiño,
a mesma sabedoría que garda a pel do hipopótamo:
hai que se enzoufar na lama de cando en vez para refrescar.

O templo da independencia aseméllase a un zigurat;
no seu cumio hai abondo esquinas
para reunírmonos os catro.
Aínda corre un torrente xenuíno a pesar dos anticorpos.
Sentarémonos a repañar o almibre das máis inútiles viaxes.

Temos que recoñecer que, en intres, todo o que desexamos foi noso.
O foco traseiro da fantasía, algún motín, músculo e canto.
Nós somos
sucios e valentes, somos
os mellores inimigos de nós mesmos.

Só queriamos capacidade
para ter capacidade, un pouco de sol, un grito,
liberdade para equivocarnos, Alberto,
liberdade para equivocarnos.

 
 
La rueda de la fortuna

Hay mujeres a las que, con el lucero de cada día veintiocho,
les baja un caudal de liquidez a sus cuentas,
endometrio o salario,
una bendita
      hemorragia de billetes.

A mí, en cambio, me chorrea
una gravosa hipótesis
–cada ciclo menstrual es una inútil nostalgia–
se me abre un collar de diminutos abortos
este no, este tampoco, ni este otro, ni este…
todos esos gérmenes haciendo turno para precipitarse
intentando morir y no les cuesta
mis embrionarios fracasos, yo
hago un nido para acurrucármelos
me quedo a solas y, en bajito, les susurro a mis ovarios:
¿no podéis
       segregar
             algo más productivo?

Me trago una pastilla
y corro a abusar de mí misma.

 
A roda da fortuna

Hai mulleres que, co luceiro de cada día vinte e oito,
báixalles un caudal de liquidez ás súas contas,
endometrio ou salario,
          unha bendita
hemorraxia de billetes.

A min, porén, píngame
unha gravosa hipótese
–cada ciclo menstrual é unha inútil nostalxia–
ábreseme un colar de diminutos abortos
este non, este tampouco, nin este outro, nin este…
todos eses xermes facendo quenda para precipitarse
intentando morrer e non lles custa
meus embrionarios fracasos, eu
fago un niño para me recostar con eles
quedo a soas e, en baixiño, besbéllolles aos meus ovarios:
non podedes
       segregar
              algo máis produtivo?

Trago unha pastilla
e corro a abusar de min mesma.

 
 
* Poemas pertencentes a Materia (ed. bilingüe gallego-castellano, Visor, 2023), que obtuvo el Premio Nacional de Poesía 2023.

 

 

Orla de la muerte

Ningún guijarro
donde la ausencia grabara su nombre
rueda hacia la orilla
donde el sueño suyo
se ha sumado a la parvada mortuoria
que fuera su amable séquito.
Palomas o buitres, ruiseñores o cuervos,
juntos cacarean un idioma
desconocido de nosotros,
un esperanto
que sólo aprenden los muertos.




Taller de costura

Qué ángel de la misericordia
te cosiera a ti el alma al cuerpo
con un pespunte finísimo
—un hilo de plata y otro de seda—
para que no pudieras irte,
te quedaras encadenada
a la franela de la sábana de hospital,
hecha una suave pradera nevada
bajo las migajas rutilantes de tus huesos.
Y así, de costurero el ángel,
te concedieran un tiempo más,
una gota de pilón
que se deslizara por el cuello de la clepsidra
para permitirte decir y volver a decir
como un mantra de despedida
las palabras indulgentes
que no supo urdir tu garganta.




Eco triple

Tres repiques                   y el silencio
Oye tú            el ulular de las aves de rapiña
   en tu noche de hoy                 Oye bien ese aria lunar
Son las notas de tu violín espiritual        Es el son
    que bailaste
          en el carnaval de los olvidados



Cicatriz

Qué es eso, te preguntaron tus pretendientes
Nada, tuve un accidente, contestabas
Qué tipo de accidente, quisieron saber
Un accidente, contestabas de vuelta
Nosotros
(que sin embargo habíamos visto la cicatriz)
ignorábamos en qué circunstancias
te habías lastimado así
Quién para saber
qué descalabros en la piel
pueden afear el alma de alguien
de esta manera



Sordera sobrenatural

¿Estás sorda, completamente sorda, o bien, oyes todavía las voces que cuchichean del otro lado de la puerta? ¿Está a prueba de sonido, ese portón de granito que los seres de luz escupen en todo momento entre la cámara y la antecámara, entre tu mundo y el mío, habitado por voces que te llaman suavemente? ¿Escuchas música, ruido, aves cantando, el murmullo del agua, el mugido del viento y el susurro de las hojas dormidas en los follajes, el ábrego que canta su melodía a los abedules sobrenaturales? ¿Escuchas aún la voz humana, salida de las más bellas cuerdas? ¿Escuchas el estruendo de mi corazón que se desbarranca? ¿Estás sorda, completamente sorda, o bien, oyes mi llamado todavía?




Medusa celeste

Su alma latió como medusa           en el color azul de la ruta suya          el camino
terrestre
          //  que tal vez no pasó por el cielo                       sino que unió
como un cordón umbilical caduco                pero necesario         lo negro con lo blanco //              
Ese gris
   // lo negro y lo blanco mezclándose                                     impolutos 
              cada quien en su polo
       como flores solitarias antes del cruce de los difuntos //    
            ese gris                    entonces
¿lo habrá hollado ella en camino                 
         viajando del dolor al suave regazo del ángel?



Filología celestial

¿Qué idioma hablas ahora? Ni que fueras canario que hable pájaro, tiemble que hable árbol. Tal vez las lenguas del mundo sean más específicas, y el canario habla canario, y el tiemble habla tiemble, entonces tú hablas muerto. ¿Hay, en este lugar, una palabra para expresar el amor, describir el vacío que agujeraba tu corazón? ¿Existe un sustantivo para nombrar el exilio de tus allegados? ¿Qué sonido hay, en esta campiña inimaginable, que pueda traducir los balidos de tu alma? Imagino un aria inaudible para el oído humano. Imagino tristemente que [murmuras] ahora como murmuraban los bosques en [tu] patria de origen.



Selección innatural

Quería yo que escogieras mi rostro, mamá, entre los objetos que amaste, te lo llevaras
   como un pañuelo inicialado, un talismán de tu elección para el vado que irías a
   atravesar a remo emplumado.

Pero no escogiste mi rostro, mamá, para bitácora de vuelo: preferiste el florero de cristal
   de Daum, el broche de oro o el dije con el aguador vertiendo agua invisible que
   te regalará papá, el camafeo de la abuela Caroline, aquella blusa color salmón
   que te quedaba de maravilla.

Y mi rostro, mamá querida, una bandera transparente, izada a media asta en la
  tempestad de tu alma.




Joyería materna

Tu corazón
   debió haber sido                   mamá                          engastado
          por un joyero profesional
para que no se te cayera así                                               de bruces en la vida
                peso muerto     
      de una hoy muerta
Pero no conocías                                                                              a ningún joyero
         experto
   en alhajas exclusivas                               que fijara sólidamente
           a las costillas de tu alma
     el órgano ese        exclusivo también     que excluía a Fulano              
a Fulana
               a mí         yo que no heredé tu aguador de oro
   ni el diamante old cut de tus esponsales              Veo con cariño tu corazón
      intonso
           cuya larga cabellera era la de Medusa          
Mamá tan vanamente querida            te lo digo con amor y no con reproche
              (no me verás con los brazos en jarras):
                       lo de gemas y metales preciosos                                      es arte              para muy pocos



Ballesta

De mi ballesta,
mamá,
sale disparada
una rosa,
una flor sin espinas,
tan roja
como tu corazón.
Un blanco en las nubes,
mamá,
eres tú ahora.


 
prehensa la corriente nébulas del día chumbe por más more el desconcierto lumbra hilo ahí diagonal desse inverno paraná velar envista tiempo plúmbeo nido anqué delire recuerda el temblor sucumbe la carne liga en su lengua úvula tirita el canto umbela haz de luz tienta y precisa o m bregar por la indivisa senda tumba qué pueblo dentro: arcaico prisma el poniente umbo hilván seda capullo gota sé goza hambre sístole umbra olvídese incline la carca le dio proveerá.
pálida lembranza palma ahuecada vez a la vera ronda diminuta cuerda vibra en la nada lanza d’este yo endeble, quiénes derivan dentro flotan y aúnanse os brilhos frágiles mamparas alma sal de la orilla ala inquietud, olvidaban los rastros liebres líquenes al margen titilando desprendióse el azul, ultima el oroluz su canto y - para mañana - l’ agua volverá límpida estrella del río.
agua cúmula vida tiembla este gualicho llega d’oeste y diste hilacha labra no manto da piel horada muda en su pala cava y ha: ¡ v a c í o d e n t r o ! libra el punto cántaro divino pasa tú, corazón guarda el paso pluma real por la guarida leuda el canto - un extravío moro la oquedad - piedra rastro tu cielo oro.
abra costumbre integre desconcierto mombe’u, corroído sustento sigue hilera peregrina, aurífero m u r m u r o sales o tientas la noche temida travesía de luz, arrima estrelas da conta os brilhos mombe’u, haya camándula mañana desgrana ora puntual de las leudanzas, tu innúmero dentro pulsa y religa: suculentos nudos en la hechura, la mesura imposible mombe’u, a palpo hiría sin oriente en la caída derrumbo ¡muro acá! el desmorone real d’estos restos dejos cavidad para ~ nada navegable acontece ~ mombe’u, um ilhado dista y pasa da cuenta rezo tu hueso cárdeno cristal templa en el filho mombe’u ¡ v e n c í a l o p r ó x i m o ! cortejo en espiral de los descensos.
ensimismordisqueabaporunísonoroversomerohuesocavahuellamásallácalcáreacavidadrelucesyahondas¡ay!maradentrotallastúquépiedranegratiemblavociferacantodestilasilenterraresignorotrazoestrelacaídarojaideantedestellodahíloinvisibleveporfuegoydondeoírsequemaegoygotanacedesconocidacriaturaforadesnudarramatiritaentítemploluzprocuraentrelashojaspeaelsolidosolaparezcaeldial´umbresintonisonidoabrelasalaslabraveravíapresagiándolaviraoropéndolahuyeycúmulosopesaslacargargant¡ha!pérdidotrinointrépidotrinoverdefilholáminadaorogiroalfilofin¡oh!sentidoensí.
si en huecos el ruedo de otros cielos descascara, un ferino agazape, su afilar oídos en ton de las internas cuencas q’ disuelven en silencio al deglutido, si fuera carcomer la diferencia, ladrara la palabra, carne can ladrido canto ¡ah! en torno nuevos giros el remolino penetrara, neste aullido voraz qué otros aguzaba ) son de las escuchas ( cavidades que cobijan secreto al devorado ¡oh! si fuera vociferar la transferencia rumiara la palabra, cuero del cérvido bramido vivo.
o misma lanza dentro palabra larva en el descenso h a v e r á agua quieta todo negro agua negra onde río converge no culmina, pozo obscuro palpo fondo toco fosa turbia senda turmalina ¡oh! agua escura larga noche solo moro tu silencio ouro cielo oro preto ¡ha! herida mía flor tu parto rezo, sin tiempo neste hueco instante c o r a z ó n abierto despabilo feral, cuál letargo.quien rodea la estera qué entre detén poliniza los poros inicia acá ~ uno supo kuéra ~ hay paciencia cuero cuál canto da vía ponte arriba han de lagunas cruzar ~ hacía puntitas en pie ~ paraver beleza anque a deshora feita la malacostumbre deshilacha entérese: sol sale y oriente ¡salares en voz dilapidé! no hoyo ha ~ yo nde ha’e ~ na húmedos olhos desparrama dorada trama y un lomo animal asoma el ande y toda vez lidia en tres.
y la crecida negrura inicial flotara una semilla intacta continúa o plúmula oscura leve late ’nel río dulce agua negra azul y noche sin luna aún la ora perdura pura cifra cáscara guarda o dolor atenúa su bruma ilusa oigo rumor de nunca y secreta tiembla en tu hueco hasta súa muerte atravesar o un hilo canto hubo líquido ahí en la quietud ninguna y en ese eterno diminuto luminal comulga una línea fleje da luz o trémula y sola contra los muros púrpura.

 
Pedro Provencio, Obrador. Poesía reunida (Marcos Canteli, introducción), Madrid, Dilema, 2023, 534 pp.
 
 

 
 
La palabra obrador nombra un taller artesanal (que suele ser de pastelería, pero no necesariamente) y, también, a la persona que obra, que actúa, con una etimología (operator, operarius) muy próxima a la de obrero. Pedro Provencio (Alhama de Murcia, España, 1943) ha titulado así su propuesta de poesía reunida, atraído seguramente por el arraigado sonido de la palabra, y para hacer presente la cualidad de un trabajo artesano, de quien se afana, objeto a objeto, cada vez inevitablemente distinto, para convertir la materia en obra. Este volumen le muestra al lector atento la importancia de su escritura, la singularidad de la vía que ha ido trazando, una vía por la que se ha de sentir admiración.

Con la actitud de vigilancia del obrador, Provencio ha sometido a crítica la idea de poesía reunida y entrega una selección de sus libros (apenas la mitad de sus títulos, y en un orden no cronológico) que ofrece un texto autónomo, una lectura con sentido propio. Desde el índice y desde las primeras páginas de Obrador, se perciben la complejidad que, de manera creciente, ha venido distinguiendo la poesía de Provencio y su continua voluntad de investigación, su inconformismo permanente. Una opción, podría decirse, de jugársela cada vez; como él ha escrito: “Sólo puede cobrar sentido lo que consigue expresarse en el brocal del pozo”.

Por todo esto, la poesía de Provencio pide lecturas múltiples; no una inmediata lectura lineal, sino la atención continuada de quien no tema repetirse ni contradecirse; es renuente a la simplificación y el resumen, a la interpretación unívoca, se las arregla siempre para permanecer abierta. Obrador comienza con 104 días, libro publicado en 2003. Compuesto como el diario de 104 jornadas sucesivas de una primavera y un verano, con anotaciones situadas en la mañana, la tarde o la noche, lleva a evocar una frase de Travesía, la última sección de Obrador, frase que ofrecería en el cierre del volumen la guía para su principio, el signo de un recorrido circular: “Libro que contenga todo lo que en un día pueda decirse de ese día. Este día”. Aspiración máxima y también, desde otro punto de vista, mínima, bien concreta —y el gesto significativo de traerlo todo al presente, este día.

Al empezar a leer el diario, se percibe la intensidad de las breves notas que lo integran; aunque pronto nos damos cuenta de que lo pregnante de su palabra no radica en lo que sucede, sino en la atención de quien anota. El diario no recoge una crónica de hechos, sino que registra el movimiento de la conciencia en todas sus formas: pensamiento, relato, emoción, memoria… —formas, todas ellas, hilvanadas y truncadas a la vez, sumando en su sucesión y negándose a un desarrollo, frases que son siempre nítidas y también forman grumos, obstruyen el flujo. Es un diario del presente, cuyas palabras miran también adentro, anotan el runrún de la vida interior —subidas y bajadas, enroques, súbitos impulsos, luz—. Es un espacio de expresión y reflexión, de opinión y de singular intimidad.

Tras 104 días, el volumen incluye Onda expansiva, libro de 2012, el más extenso y el último hasta ahora de Pedro Provencio: una composición coral que da la palabra a las 191 víctimas mortales de los atentados de Atocha, el 11 de marzo de 2004, en Madrid; cada una de ellas tiene su espacio, encabezado por su nombre y su lugar y fecha de nacimiento, y la de muerte, compartida por todos.

Ambos libros, de origen y enfoque tan distintos, tienen en común su composición: forman un mosaico, disgregado en múltiples teselas, pero también estructurado. En realidad es la misma apuesta de 104 días, que con Onda expansiva adquirirá una nueva, y enorme, dimensión. Y se percibe con claridad el trabajo exigente, riguroso, para formalizar, para dar cauce al flujo de los días y las vidas, de las voces y los silencios; así, un esquema compositivo se repite a lo largo de muchas páginas, en cada día y cada voz se van sucediendo las mismas secciones, los mismos rasgos de cada sección. Y, no obstante, todo se siente variable, aleatorio, imprevisible: la formalización da cauce a lo informe. El sentido se hace móvil; la realidad no parece tener otra consistencia que el tiempo, y sólo la palabra le da cuerpo, acogiendo su dispersión y su descentramiento.

La lengua va atravesando las estructuras, asumiéndolas y socavándolas. Algunas frases aisladas formulan esta poética: “Nudos, sí, pero ni uno solo/ igual a otro: ése es el ritmo”; o también: “No soporto escribir dos poemas seguidos en un mismo ritmo; en seguida me pongo en guardia”. Así, la articulación de los textos se basa en la discontinuidad, la distribución de la página en fragmentos de extensión variable, el movimiento sinfónico de las teselas, los grandes mosaicos tan regulares como cambiantes. Y en Travesía (1995)—quizá el lugar en que con más nitidez sugiere Provencio una poética de la composición­— puede leerse: “En vez de ritmo hay una expectativa permanente […], la armonía tiende al infinito”.

Cabe aún, en este juego tan peculiar de formalización y dispersión, otro tipo de tejido que completa el funcionamiento de los libros: las teselas están aisladas, no se engarzan a las contiguas y, sin embargo, resuenan en otros lugares, forman enlaces virtuales en la distancia, conexiones de sentido, acordes más o menos leves, de modo que la lectura va dejando luces y ecos, sugiere hilos que seguir, descubre al avanzar todos los caminos que no están aún desbrozados. Estos hilos no crean relato, son tan autónomos como poco a poco perceptibles: el sol, el escriba, el gorrión, el maestro, el verbo ser, una banda de música, el arpista, el pueblo de la infancia —sus ramblas, el hermoso y duro trabajo del esparto: “esparto humedecido/ y machacado sin descanso, pero a mano/ en callo vivo, con maza de madera/ cilíndrica y robusta, pero todo el día/ para que el relente de la noche lo oree/ y el nuevo sol lo seque abierto,/ flexible, vaporoso…” Lo social es aquí un choque, una alarma, el umbral de lo inaceptable: “mucho mirar por la ventana/ y nada que comer”. Este aviso, Eso y nada (2001) lo repetirá en el verso suelto que cierra cada poema: “Señal de odio sumiso”, “¿Señal de que nada ha cambiado?”, “Señal de que algo está ocurriendo”…

Y hay también un hilo más grueso, que resulta decisivo en Onda expansiva, iluminando quizá el conjunto de la obra. Provencio se fija en algo del 11-M que no siempre aparece a la vista: la inspiración religiosa de los atentados, y entiende que hay una responsabilidad común a las tres grandes religiones monoteístas —la musulmana, la judía, la cristiana—, en su historia y en componentes innegables de su doctrina: la superioridad de cada una respecto a todas las demás, la exclusividad de la salvación, el uso de la violencia para defender su fe, la irracionalidad: “bajo el filo del hacha/ desde siempre esgrimida/ por dioses y criaturas de dioses”, “maldito el que viene en nombre del dolor”, “palabra de Dios/ matadlos a todos”…

Este análisis —aun matizado en muchos tonos, de la indignación a la parodia— destaca por su fuerza y contiene el núcleo de una firme posición moral y existencial, que se desdobla en dos direcciones. En primer lugar, encuentra un inesperado vínculo entre el fanatismo religioso y la concepción económica basada en el consumo: “¿cómo van a creeros/ si no compráis?” —no me puedo extender en ello, pero, según los poemas, esta lógica económica ayuda a distinguir quiénes, según cierta manera de hablar, serían los nuestros—. En segundo lugar, se acoge la certeza científica de que el llamado espíritu es el producto de una serie de operaciones químicas: “el trifosfato de adenosina creó el espíritu”, “el primer enlace de partículas/ […]/ fue/ tan certero que ahí sigue, convertido/ por la materia en lo que sea el espíritu”. Y, aunque la composición en teselas e hilos se oponga a cualquier pensamiento global, en la lectura se dibuja un sencillo y limpio materialismo. No como solución, sino como contrapunto: “Antes de que llegaran los dioses y los héroes/ tú ya estabas aquí, gorrión pandillero”…

El pensamiento, por tanto, habría de mantenerse parcial y disperso para no cuajar doctrina ni autoridad. Y quizá por ello las voces de Obrador a menudo tienden a afilarse hacia el aforismo, sea en prosa sentenciosa o en caligrafía lírica: “Embocadura de tierra: el árbol/ suena hacia las raíces”. En ese rumbo, el habla irá dejando paso a la escucha de lo que casi no está dicho. La rotundidad de algunas afirmaciones no cristaliza por su falta de continuidad; su resonancia se propaga sin apenas sonar —en esto, la voz y el silencio acaban casi fundiéndose: “Despegas cuidadosamente del papel la línea/ que dice yo y descubres el cobijo de la resonancia/ del acorde final”. No hay que olvidar que a ese yo esporádico de los poemas, en su adolescencia, le habían asignado como instrumento en una banda de música la caja de resonancia y que “el maestro” le aseguró que había sido el más afortunado. Por aquella zona de 104 días podía leerse: “Entre un parche y otro de la caja se refugiaba un ser vivo de pura tensión que con cada nota vibraba y crecía hacia dentro de sí mismo”.

Todo se deja abierto, como para reiniciar el itinerario circular tras cubrirlo: “La línea retorcida que dibuja las letras esboza nudos encadenados pero no cierra del todo ninguno”. Este movimiento abierto de ida y vuelta tiene su lugar también en el flujo temporal, y en buena medida esto lo subraya Embrión (1991), protagonizando un contacto entre el principio y el final que se extiende por todo el volumen: “una orilla es alguien/ que acaba de morir, la otra/ un recién nacido”, “¿Qué música es ésta que requiere intérpretes/ muertos recientes y recién nacidos?”, “vislumbrar el resplandor que forman juntas/ la despedida y la bienvenida”. La vida, para Provencio, como desarrollo material que es, se mueve con radical inmanencia; sin embargo, el flujo circular que sus libros impulsan da forma a una trascendencia de la vida, que no se remite a su exterior o a un más allá, sino a las demás vidas, a la continuidad de la vida.

En la presentación de Onda expansiva, se subraya que quien muere por voluntad ajena “se queda para siempre con un gesto interrumpido de ir a decir algo”. Pese a la terrible diferencia de esta muerte con otras muertes, no deja de ser cierto que tal “gesto interrumpido” podría ser el de cualquier fallecimiento. Lo que el admirable trabajo formal de Pedro Provencio en Obrador muestra es que ese gesto, realmente interrumpido, también realmente se prolonga, aun si lo hace en lo no dicho, ese lado oculto que late en una conversación, o en la resonancia, en la energía tensa de la resonancia. Y no sólo lo muestra, sino que estos mismos poemas son parte del desbordamiento del gesto ininterrumpido de la vida.

 

 

 
piedras

A Virginia Woolf

si los poemas fueran piedras
si pudiera caminar hasta el río y llenarme los bolsillos
para hundirme en sus aguas profundas
si cada poema fuera una piedra
si el río me llevara hasta el fondo
si cada poema humedecido fuera el ancla para no volver jamás
si pudiera hacer su mismo trayecto
y hundirme con los poemas en los bolsillos
si no me pesaran tanto los hombros
si los poemas fueran livianos
si las piedras en mis bolsillos me hablaran de ti
si las piedras fueran poemas
que pudieran ser leídas en lo hondo del río
me hundiría hasta el fondo contigo
para que me lleven las aguas bien lejos con tus poemas
hechos de agua
escritos con la misma tinta del río que te vio partir

 
 
adagio sostenuto

un ritmo de este árbol
que late en la vena del tiempo
la música es un pájaro
que aletea entre pequeñas pausas como pasos
voy
en los silencios pesados como pies
siento el peso liviano
que me aplasta lentamente
voy
tiemblo entre cada golpe
el árbol ha subido
el ritmo es una serena canción
ya no
es una ola y la roca está debajo
o quizás la ola esté arriba
la música es agua
pero también a veces es sólida
entonces el árbol vertiginoso se despierta
hay algo aquí
una descripción pequeña no se ajusta
sin embargo crece crece la ola
lo empapa todo
es un ritmo total
voy
la boca abierta
sorbe este líquido de sal
el agua me ha cubierto
voy
como una boca
que sorbe un líquido especial
descanso en el fondo
con los brazos extendidos
ya el árbol es sus raíces
ya la música es más pausada
ya el volumen ha bajado
siento sólo murmullos
que me llevan de aquí hacia más acá
y un ritmo de este árbol
que late en la vena del tiempo

 
 
estribillo

no puedo respirar
me sofoco
el aire es una gran telaraña
y la araña escondida
está a punto de atraparme
soy la mosca en la sopa
y el gusano en la manzana
soy el témpano de hielo
y la aguja en el pajar
cuento mis dedos
pero ninguno es un cuento
mis fantasmas de viaje
y los monstruos de mis sueños   
se juntaron para darme ánimo
en mi noche más larga
los invito a devorarme
pero ya perdió la gracia
les doy de mi copa
pero ya estaba muy rota
me despido no sin antes
alertarlos de mi estrofa
se repite y se repite
como la mosca en la sopa
y el gusano en la manzana
el témpano de hielo
y la aguja en el pajar
es un barco con muchas velas
pero sin ningún capitán
es un mar lleno de olas
pero sin costa que divisar
la historia se repite
como un rictus
en la faz de la memoria
soy la mosca en la sopa
y el gusano en la manzana
soy el témpano de hielo
y la aguja en el pajar

 
 
melodía singular

si escuchara la melodía
si la pudiera escuchar
si tuviera el momento
la ocasión
el exquisito instante
si me ensimismara de nuevo
si lo lograra tal vez
si se me diera la chance
el fruto
el mordisco perfecto
si viniera a mi oreja
el zumbido
la vibración
si pudiera sentir
con la atención que los peces
oyen el mar
cómo anticipa la oruga
su muda de piel
si escuchara el murmullo
las notas
una tras otra
de la melodía singular
si pudiera
si lo hiciera
si tuviera la posibilidad
de ver la estructura
la construcción
ya hecha
lograda sin vacilación perfecta
si así fuera
el poema como un pan horneado
en el barro del espíritu
estaría hecho
listo para comer
con la letra crujiente
el apetito abierto
la sensación satisfecha
pero no
el poema se queda en las migajas
no hay levadura que lo eleve
ni semilla que lo haga germinar
se le ha roto el cordón
vaga insólito y sin matriz
como una melodía para sordos

 
 
solfeo

sonidos vegetales caen de los árboles
corteza pentagrama donde notas de savia
suben y bajan al ritmo de la tierra
se sienten lejanos y cerca
cercanos y lejos
sonidos motrices
movimientos sonoros
vegetales sónicos
al ritmo de árboles de piedra
no sé cómo los oigo
uso mis manos como un insecto sus antenas
vibro en mis huesos
mi tronco en su tronco
su tronco en el mío
el ritmo eterno de vegetales verticales
el vértigo de sentir y dejar a un lado
la horizontalidad muerta