mayo 2025 / Reseñas

Mezclas, estremecimientos: la explosión de Rom Freschi

 
Rom Freschi, Estremezcales, México, Proyecto Literal, 2024, 59 pp.

 

 
Más allá de una predeterminación significante, se encuentra un espacio de navegación para intérpretes dispuestos al juego del mundo, donde sucede lo imprevisto. En ese lugar el Eros es una mixtura de posibilidades que gana sentido, siempre y cuando no sea enumerado linealmente, si no se desea a la vez un delirio sin retorno hacia el Tánatos. Aparecen las imágenes en combinaciones silábicas y luego en jitanjáforas: Rom Freschi (Buenos Aires, Argentina, 1974) se regocija como un fractal que se abre, salta sobre las palabras, regresa del contrasentido para aplicarle re-versa al verso. Eso que se palpa en el estremecimiento, que comparece poco a poco para que el deseo no se pierda, tienta a la semilla hacia el lance de las virtudes de su tallo. La búsqueda de lo sensible permite los efectos en una experiencia inmediata en Estremezcales, un libro daimónico, facineroso entre lo humano y lo divino para una prestidigitación instintiva: lo ambiguo opera ahí como palabra concatenada que ocurre en el límite, unas veces en el delirio previo a la explosión, otras en el momento preciso —o a pocos palmos antes de ganar o perder su equilibrio—, para luego citar las consecuencias en aquello que ha sido fecundado. Y, en el arrebato voluptuoso de la experimentación, se accede a lo otro con apetito, sin predeterminación, logrando combinaciones que proponen un color y una forma ingeniosa, abiertas poco a poco a las necesidades de su propio deseo, que se va transformando en el del lector.

Lo escrito, incluso el poema, aparece siempre después, como constatación de aquello que fue y que se sabe no sabiéndose; una manifestación pre o postorgásmica, un todo hecho de breves gozos acumulados que convoca a las mareas posibles para describir algo, como el mar, indescriptible: lo trémulo a punto de la explosión, y aquello que ha sido imaginado como real en el momento preciso “del lado al ano, del ojo al labio, de la rótula amarga y tiesa hasta la frente anforal”. Luciferina en búsqueda de la luz, atada travesti nodal: Freschi, ni qué decirlo, se divierte en la parte más roja de la noche, el espacio profano para hacer que el lector, de por sí perverso, pueda sorprenderse con las combinaciones sonoras que se hilvanan a sí mismas:

Amarrada, he de multiplicarme, reverberarme hasta el estallido. Ocurre, oh, ocurre. Mil fulgores de estrellas, estrellan, estrenan, nuevas carnes, nuevos seres del estallido.

Sucede que “follecen”, que el sudor amielado y las lentejuelas, la luz brillante de la lámpara de espejos, nos sigue convocando a muchas y muchos hoy en el baile, en la sonrisa cómplice: en lo kitsch finisecular se fundieron los versos de generaciones enteras, mezclados en el espacio posible entre Ziggy Stardust y la Stella Maris, virgen marina, para no perder la estrella en las tormentas.

Pero Freschi revela también su técnica sin pudor. En el texto “Arte poética”, la estrategia de seducción es mediada por una sutil antipolítica de lo social, hacia un lector que ha avanzado ya en los deleites de sus imágenes, así como en las filiaciones a una carne sensible, y en la sagacidad que despierta, convertida en verbo. Primera incitación cortesana, imitando recato, que muestra el contorno de lo escondido: “un punto máximo de formalidad”. Ahí Tánatos. Pero el Eros coronado es una lúbrica pedacería que despliega las formas no sólo del poema, sino de estilos insurrectos para leer lo vivo en la excitación:

Tome un mortero o, en su defecto, un picahielos […] y con él estrelle, de manera irregular, su lenguaje hasta que parezca un glaciar refractario o la corona antigua de algún emperifollado rey.

Merodear el mundo, sus primeros artificios; jugar desde un claro barroquismo que usa las imágenes del cotidiano hacia su feminización henchida de abundancia, amorosamente aguda. La ahora reina coronada se ríe de los ingenios logrados mediante esa disimilitud que encuentra aparejamiento en el ritmo, en sus percusiones silábicas y su malicia. Frente a este tipo de fuerzas poéticas, pienso a menudo en lo que e. e. cummings advertía en el programa de una de sus obras:

Relájate y dale a la obra la oportunidad de pavonearse […] deja de preguntarte de qué se trata todo, como muchas cosas extrañas y familiares, incluida la vida, esta obra no es ‘sobre’, simplemente es. No trates de disfrutarla, deja que intente disfrutarte a ti. No trates de entenderla, deja que ella trate de entenderte a ti.

Ahí una comprensión nueva en la embriaguez, en la mezcla de elementos para el encantamiento y la aparición de las luces y las sombras. Toma de conciencia acerca la fiera infancia, sobre el embeleso del juego y el amor: uno no dominado por las contingencias de lo insuficiente. Amor en plena fiesta de disfraces: mezcal o mescalina, opio o ácido, derroche y efusión. No el malestar de la “verdad” a medias de las pasiones, sino el presente vívido de la transmutación: “Paradoja espléndida”.

 

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Selección de poemas de Estremezcales

 
Letrina

Orgasmina y potente se desliza almejhada, dice decir para divertir y divierte diciendo lo. Se han robado su piececillo mientras hablaba, le han robado ese precioso revés de aquilina y así sostiene la sonrisa…:

—Oh cuadernita, pizarra bizarra, me amarras aunque digo que me amas, amaranta, solo me amas si arrancada la pantorrilla te hago reir, te hago la pirueta amada en tu pisito amarillo y entonces sí, redundas, rebalsas, redondeas una letra barroca y terrosa, frankeinstina. Eres en verdad, monstruosa. Eres, en verdad, la res cornada que apunhala las extrañas entrañas que tú misma, tirana de Bergerac, incrustas y transportas del lado al ano, del ojo al labio, de la rótula amarga y tiesa hasta la frente anforal.

Me amontonas, espermita te crees, fecunda y ovular, vitoreas tu belleza sobre mí que sola y fértil, me condeno al amargo y cadenoso recreo de tus amores.

 
 
Amarrada, he de multiplicarme, reverberarme hasta el estallido. Ocurre, oh, ocurre. Mil fulgores de estrellas, estrellan, estrenan, nuevas carnes, nuevos seres del estallido. Nunca ha existido el silencio… la marca está en mis carnes, muertas, carne nueva, ella, ellas. Desechan ellas. Me fallecen. Me follecen, extrañas, amargas… políglotas de sonidos que no hablé, no hablaré nunca, no vinunca, dicen. He vivido. No ha ocurrido. No era yo. Cautiva, ida, ellas ya, ello, ellas ya brillan.

 
 
Arte poética

Receta para un apetitoso ‘Petit Poème’ a la Perfección.

1. Lleve su lenguaje (o al menos, un buen pedacillo) hasta un punto de máxima formalidad y cortesía, señora.

2. Tome un mortero o, en su defecto, un picahielos (si es posible con mango de incrustaciones en rubí y/o esmeraldas y topacios) y con él estrelle, de manera irregular, su lenguaje hasta que parezca un glaciar refractario o la corona antigua de algún emperifollado rey.

SMD en colaboración con Rita O’Neall

 
 
Un derrame de belleza anuncia ya tu soledad… desviada en el ojo, la mirada espejhada de otro mundo se revuelve contra ti como una mareada marejhada infinita de espumas. Ácida indiana y solidina, en tus huecos la queja rabiosa de mil dientes que has hincado quiébrase en medio del clamor, del ancestro amilado de voces, inmigrante insectado en ese, ya no tu ojo, en el lomo oleado, calcómano, fotónico y calidópico, el muerto estallar de tus tripas fluoresce invicto de toda virginidad.

 


mayo 2025