marzo 2025 / Miscélanea

La sangre se le está volviendo agua

 
Siempre he sido lenta escribiendo. Tardo mucho tiempo en escribir un nuevo poema, aunque antes de eso he convivido con la idea del poema meses o, incluso, años. Pero ninguno de mis poemas había tardado tanto en salir como “Agua”: más de medio siglo.

Cuando ocurrió lo que cuenta el poema, la muerte de mi amiga —o, más bien, la conciencia de que mi amiga iba a morir—, yo no sabía que algún día escribiría poesía, pero sí tuve desde entonces la certeza de que aquello, en algún futuro incierto, daría lugar a algo, aunque no supiera a qué.

Aparece en primer lugar la perplejidad en una mente infantil ante la posibilidad, en este caso ineludible y muy próxima, de que los niños también podían morir. Y, junto a ese oscuro asombro, el miedo y la incomprensión. La respuesta de mi madre —“la sangre se le está volviendo agua”— era la manera de explicar la leucemia; así se decía entonces.

Recuerdo con nitidez que sí, que pensé en sus venas, que me imaginé a mi amiga rellena de agua, un agua que circulaba por dentro de su cuerpo y que en algunos puntos, como las sienes, se le transparentaba. Su piel era blanquísima y permitía ese prodigio de la transparencia. Lo que decía mi madre era real, no había duda. Y si era agua, tenía que ser azul; de ese color la pintábamos siempre todos los niños en todas las épocas y en todos los lugares.

Que su madre me pareciera altísima es lógico, desde mi edad y mi estatura la miraba de abajo arriba. Pero, objetivamente, sí que era mucho más alta que, por ejemplo, mi madre. Y había otra diferencia llamativa entre ambas: a ella sólo la recuerdo embarazada, a mi madre nunca la vi así. Aún veo a esta mujer con una enorme barriga, empujando un carrito con un bebé, mi amiga agarrada a un lado del carrito y otro niño agarrado al otro lado.

He olvidado qué sentí cuando mi amiga murió, pero no he podido borrar de mi memoria aquella información terrible y previa. Saber que iba a morir y por qué (o de qué) cambió mi percepción de la vida, del agua y del color azul. Se llamaba María Elena.
 
 
Agua

Teníamos seis años y ella se iba a morir.
Le pregunté a mi madre por qué, si era una niña:
“La sangre se le está volviendo agua”.
Y yo pensé en las venas azules de sus sienes,
azules como el mar, como los ríos,
la lluvia y las piscinas.
Siempre pintábamos azul el agua.
Ella era delicada, blanca, rubia,
tenía dos hermanos menores y una madre
muy alta y muy embarazada.
Ella fue mi primera
idea de la muerte:
la sangre de las venas se convertía en agua,
por eso ella tenía
las venas de las sienes tan azules.
 
 
* El poema anterior proviene del volumen Azul el agua, publicado por La Bella Varsovia (2022).
 
 

 


Autor

Amalia Bautista

Madrid, España, 1962. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Es autora de Cárcel de amor (1988), Cuéntamelo otra vez (1999), Hilos de seda (2003), Estoy ausente (2004), Pecados (2005, en colaboración con Alberto Porlan), Tres deseos. Poesía reunida (2006 y 2010), Roto Madrid (2008), Falsa pimienta (2013) y Azul el agua (2022), así como el libro de poesía infantil Floricela (2019). Poemas suyos han aparecido en diversas revistas y antologías y han sido traducidos a varias lenguas. Sus libros han sido publicados en Portugal por la editorial Averno. Editó Juegos de inteligencia (2011), primera antología española de Rosario Castellanos.

marzo 2025