Nahid Rivera, Cosas no reclamables, Chihuahua, Ediciones Arboreto, 2023, 31 pp.

Nueve de diez objetos no son reclamados, al menos eso leí en una nota de hace algunos años que hablaba de la Oficina de Objetos Perdidos del Transporte Público de Madrid. Una suerte de purgatorio o tal vez un mínimo aleph borgiano, si tal cosa es posible, donde se daban cita lo mismo un vestido de novia, un traje de torero, una silla de ruedas, un par de aletas, gabardinas, un saxofón, celulares, maletas, gafas y peluches descomunales de felpa. Esto fue en lo primero que pensé al leer el título de la ópera prima de Nahid Rivera (Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua, 1992), Cosas no reclamables, publicada en noviembre de 2023 por la editorial independiente Ediciones Arboreto en su colección Flores de Jardín.
También pensé en otra cosa, más íntima quizá, más a tono con los poemas de Rivera. Hace ya muchos años, una amiga de mi madre fue la gerente de una línea área internacional. Y cada cierto tiempo —tres o seis meses, la memoria a veces falla o finge fallar (eso lo sabe muy bien la autora y nos lo muestra sutilmente en sus versos: “el pensamiento solapa imágenes / la memoria es ante todo este invento sobre tus ojos en color negro”)— llegaba la amiga de mi madre con unas enormes cajas de cartón: eran los objetos perdidos y no reclamados de los vuelos. Después de un prudente periodo de espera, pues siempre existía la posibilidad de que un legítimo dueño reclamara su posesión, los objetos eran donados, ya fuese entre los empleados de la misma línea aérea o a alguna causa caritativa como orfanatos y casas de refugio; pero algunos cuantos llegaban, felizmente, hasta a mí.
Al escribir todo esto divago, pues si bien hay una semejanza entre el título y mis anécdotas, es más bien un aire de familia o de lingüística, tal vez de fonética. Es cierto que en el libro de Rivera los objetos son muy importantes, pero me pregunto si son éstos las cosas no reclamables. Pienso que éstas operan a partir de dos condiciones: a) la ruptura de un principio de propiedad debido, usualmente a la pérdida y la distancia, como en las anécdotas que he contado, o b) la ruptura de un principio de confianza debido a una acción por la cual nos sentimos traicionados: un servicio o producto que no fue lo que esperábamos, unas vacaciones que no fueron como la postal, el amigo que habló a nuestras espaldas o, tal vez, el mensaje que un amante nos ocultó.
Cuando se rompen estos principios existe entonces la posibilidad de un reclamo, pero también la opción de la pérdida, de la transferencia, como los libros y suéteres que llegaban a mí a través de la amiga de mi madre, o incluso de la compraventa, como ciertos negocios —el Unclaimed Baggage Center, por ejemplo— que se han especializado en revender objetos no reclamados en línea: ¿no es acaso encantador ese mundo? Claro, siempre y cuando la pérdida no haya sido nuestra. Pero ¿podemos subastar la memoria?, ¿nuestras ausencias?, ¿vender al mejor postor nuestros dolores?, ¿las libretas de una dibujante que nos atravesó el corazón?, ¿la receta de una calabacita tierna?, ¿la ansiedad de estar a la altura de las circunstancias y las expectativas?, ¿de ser, en última instancia, buenos hijos?
¿Cuáles son entonces las cosas no reclamables de las que nos habla la autora? Tal vez son aquellas sobre las que no se tienen propiedad, como las enumeradas en el último poema, donde se lee lo siguiente:
el apagador del foco con la mugre de mi dedo
tu salero redondo
las mañas de las llaves
las gotas dentales de los espejos
no sé cómo hablarte de esto
siempre tendré vergüenza al confesar
que los objetos notan cuando no estoy
¿En verdad son las cosas no reclamables de este libro el apagador del foco, el salero redondo, la maña de las llaves o las gotas dentales de los espejos? Descrean de sus autores, al menos de esa primera capa de significado. Quizá detrás de lo insignificante hay algo más profundo, un ciclo de ausencias y amores, un ciclo de vergüenza y un deseo de estar a la altura de ciertas situaciones —estar a la altura, sobre todo, de la memoria de ese amor materno fantasma—. Quizá las cosas no reclamables de este libro son aquellas sobre las que la confianza no se ha roto, esencialmente ese amor cargado y complejo entre una madre y una hija.
De esta forma, en los diez poemas que configuran este ópera prima de Nahid Rivera, se nos presenta un diálogo o, mejor dicho, el monólogo de una voz lírica con una madre ausente por circunstancias que se nos van insinuando poco a poco. Pese a ello, la voz se empeña en mantener viva la comunicación a través de ciertos lugares de memoria, entendido este concepto desde las ideas de Pierre Nora: “un lugar de memoria en todos los sentidos de la palabra —nos dice el historiador— va desde el objeto más material y concreto, posiblemente ubicado geográficamente, hasta el objeto más abstracto e intelectualmente construido”. La materialidad, la comunicación diferida a través de la escritura y su mundo analógico adquieren un papel central en estos poemas: recetas de cocina, una calabacita que se ha fugado, un cuaderno con dibujos, una agenda telefónica o un cuadernillo de crucigramas y, por supuesto, una casa donde se cohabitó son algunos de los lugares de memoria que pueblan este libro. En el fondo, todos los objetos y poemas ponen de relieve el problema lingüístico de la ausencia, ese querer seguir hablando a pesar de la distancia, aun si resulta insalvable como la muerte.
Así, este primer poemario de Rivera nos envuelve en un círculo de ausencias: una hija que resiente a una madre que no está y sin embargo no para de hablar con ella, una madre que intenta contactar a una pareja que ha desaparecido en un pueblo en medio del gran norte y su desierto, y entre ellas, nosotros, los lectores, atravesados por nuestras propias ausencias, heridos por quienes ya no están con nosotros e incluso por la ausencia misma que es condición de todo poema, de todo acto de lectura en el que la figura autoral se desvanece detrás de lo escrito: fantasma de papel, la literatura es ausencia que vivifica.
Cierro con una astucia extratextual y que, no obstante, opera en el lenguaje: Nahid Rivera lleva la ausencia en el nombre. Cada vez que leo las cinco letras que lo conforman, algo en mí quiere pronunciar la h, su rasposa textura cercana a la j, pero refreno mi lengua y recuerdo que es una consonante ausente, ahí, en medio de su nombre, aquí, en medio de nosotros, aquí, en medio de los poemas que hoy nos comparte desde la generosa h de su nombre y que nos atraviesan en este círculo de ausencias de la escritura y también, cada vez más, la vida.
calabacita tierna
cuando mi mamá muera voy a leer sus libretas para traerla de vuelta
los rincones donde he encontrado sus hojas
estarán esperándola
blancos y polvosos
mientras rehago a mi madre y pienso en por qué nunca quería cocinar
me voy a limpiar la cara con la mano
y no aguantaré las lágrimas
ayer me habré cortado un dedo partiendo cebolla
soplaré la herida mientras escucho esa voz
más sal
más fuego
que esté listo todo antes de las cuatro
mamá para entonces estará en otro sitio
pero tengo sus notas
me voy a decir
iré a buscarlas
niña después de la escuela
ya llegué ma
busco las notas que te harán regresar
estaré a las dos vaciando cualquier bote
para encontrar en el fondo unas hojitas que dicen
un kilo de pechuga
dos kilos de arroz
medio de frijol pinto
cuatro calabacitas
con tiempo iré a comprar lo que falta
según mi madre
para revivirla
un pollo escrito que es mi herencia
y una falta de memoria en un renglón azul manchado
voy a regresar poniendo sobre la mesa su legado y su mandato
uno dos y tres productos
debieron ser cuatro
¿dónde ha quedado el otro?
¿en qué parte del trayecto hizo fuga una calabacita?
estaré en la calle como cualquier otra huérfana
¿alguien ha visto una calabaza?
releeré sus notas pensando si borrar el cuatro de las calabacitas
antes de ir con un notario
poner un tres
seguir con lo mío
no es herencia lo tuyo
sino lo de tu madre en ti
me dirá el actuario
y en ese momento apuraré como ella el paso
esta tarde, como cada día la revivo
le voy a responder
serán ya las tres y media
y en la calle sobre un poste que se ha de burlar de mí sin ella
pegaré una hoja de su cuaderno que diga
busco calabacita tierna
cómo serían las mañanas
si fueras tú quien quita la cáscara a esta papa
¿afilarías el cuchillo o te sería suficiente su estado actual?
todos los días tomo decisiones pensando en qué dirías
cargo fresas con azúcar en mi bolsillo
por si alguien quiere detenerse a platicar
quejarse del dinero
o del clima
me olvido de ti un rato y hago otras cosas
que sirven para perder tu cara en las voces de la gente
que opina mucho todo el tiempo
por ejemplo
estás presente al endulzar las cosas que cargo
pero al momento de compartirlas me quedo en blanco
y qué bien se siente
en el otro bolsillo
las papas terrosas
también se comparten
no recuerdo ya si tus ojos eran azules o verdes
un día a la gente ya no le importas tanto
el pensamiento solapa imágenes
para evitar dar cara a la muerte
la memoria es ante todo este invento sobre tus ojos en color negro
quiero testificar que en algún tiempo tuve suficiente valentía
en la casa antigua se quedan cosas no reclamables
el apagador del foco con la mugre de mi dedo
tu salero redondo
las mañas de las llaves
las gotas dentales de los espejos
no sé cómo hablarte de esto
siempre tendré vergüenza al confesar
que los objetos notan cuando no estoy
algo me impide hablarte del futuro
si no es desde lo insignificante
por lo pronto
hago constar mi amor por las ausencias
¿qué es el recuerdo sino esto mismo?
la pintura deshecha en el cielo del baño
el mosaico partido de la cocina
las puertas caídas
los polvos eternos de las ventanas
¿alguien más mirará la grieta del pasillo?
aunque parezca
esto no es una despedida
si acaso un inventario de lo que dejo
* Poemas pertenecientes a Cosas no reclamables.