junio 2025 / Traducciones

Testigo de una fría voluntad que no pasa


Versión y nota introductoria de Fabio Morábito.

Quien conoce Liguria, reconocerá en los poemas de Huesos de sepia [1925], el primer libro de [Eugenio] Montale [Italia, 1896-1981], una auscultación casi encarnada de su paisaje marino, en especial la parte que va desde Génova hasta Cinque Terre, donde la familia de Montale tenía una casa de veraneo en la localidad de Monterosso; un paisaje escabroso, en el que la violencia del oleaje, el viento, los rociones de espuma y la vegetación aferrada a la roca se constituyen en emblemas de una radical dificultad de vivir, de una indecisión crónica que tiene su objetivación más acabada en la luz del mediodía, esa luz paralizante y a menudo espectral que ha tenido en Montale, tal vez, a su cantor más profundo.


El mar, con su incesante rehacerse y deshacerse, no solo provee a Montale de una amplia metáfora existencial, sino que lo alecciona estilísticamente, inspirándole una economía de recursos y un rigor expresivo que, desde la aparición de Huesos de sepia, en 1925, cuando el poeta cuenta con veintinueve años, será el sello distintivo de su poesía. El mar, ocupado en mondarse de sus escorias, esos “huesos de sepia” que dan título al libro, proclama en cada uno de sus movimientos la “severa ley” que hechiza al poeta, la de “ser vasto y cambiante/ y al mismo tiempo fijo”…


*


In limine

Goza si el viento que entra en el pomar
vuelve a traer la oleada de la vida:
aquí donde se hunde una maraña
inerte de memorias,
huerto no había, sino un relicario.

El aletear que escuchas no es un vuelo,
sino el estremecerse del regazo eterno;
ve cómo se transforma en un crisol 
este rincón de tierra solitario.

Cunde un tormento en este
lado del muro. Si avanzas, acaso
encuentres al fantasma que te salve:
se urden aquí los actos, las historias
borrados para el juego del futuro.

Busca una malla rota en la red
que nos oprime, ¡sal afuera, huye!
Ve, por ti lo he rogado —ahora la sed
me será más leve, menos acre la herrumbre…

Los limones

Óyeme, los poetas laureados
solo se mueven entre plantas
de nombres inusuales: boj, ligustro o acanto.
Yo prefiero los caminos que conducen
a herbosas zanjas donde en charcas medio secas
capturan los muchachos
una pequeña anguila:
los senderos que bordean las hondonadas
descienden entre las matas de las cañas
y llevan a las huertas, entre los limoneros.

Mejor si la algazara de las aves
muere engullida por el cielo:
más claro se oye el susurrar
de las ramas amigas en el aire
casi inmóvil, y el fondo de este olor
que no sabe desprenderse de la tierra
e inunda el pecho de dulzura inquieta.
Aquí de las desviadas pasiones
la guerra calla por milagro,
aquí también nos toca a los pobres
nuestra parte de riqueza,
y es el olor de los limones.

Mira, en estos silencios en que las cosas
se abandonan y parecen
cercanas a mostrarnos su último secreto,
hay veces que uno cree que está por descubrir
una omisión de la Naturaleza,
el punto muerto del mundo, el eslabón faltante,
el hilo que, desenrollado, nos entregue
al fin una verdad. Los ojos escudriñan,
la mente indaga, asocia, descompone
en medio de una avalancha de perfume
que avanza mientras languidece el día.
Son los silencios donde puede verse
en cada sombra humana que se aleja
alguna perturbada Divinidad.

Mas la ilusión no dura: el tiempo nos devuelve
a la ciudad ruidosa donde el azul se muestra
por retazos, arriba, entre cornisas y molduras.
La lluvia, luego, cansa la tierra;
se espesa arriba de las casas el tedio del invierno,
la luz se vuelve avara, amarga el alma.
Hasta que un día, de algún portón dejado
sin cerrar, entre los árboles de un patio,
vemos el amarillo de los limones
y el oprimente hielo se deshace
y a nuestros corazones bajan
las notas fragorosas
de los clarines de oro del esplendor solar.

No nos pidas la palabra que de par en par exhiba
nuestro ánimo informe y con letras de fuego
lo declare y resplandezca como una amarilla
flor perdida en un terreno polvoriento.

Ah, el hombre que camina sin recelo,
amigos de los otros y de sí mismo y no se cuida
de su sombra que en el punto extremo
del calor se imprime sobre un desconchado muro.

No nos pidas la fórmula que mundos pueda abrirte,
sí alguna sílaba torcida seca como una rama.
Sólo esto podemos hoy decirte:
lo que no somos, lo que no queremos.

Tal vez una mañana yendo en un aire de vidrio,
árido, volviéndome, veré cumplirse el milagro:
la nada a mis espaldas, el vacío atrás de mí,
con un terror de borracho.

Después resurgirán completos, como en una pantalla,
árboles casas montes para el engaño de siempre.
Pero será muy tarde; y yo me iré callado
entre los hombres que no se vuelven, con mi secreto.

¡Ah, ser escueto y esencial
como las guijas que volteas,
comidas por la sal y el yodo,
astilla fuera del tiempo, testigo
de una fría voluntad que no pasa!
Nada de eso he sido, sino alguien que mira
en sí mismo y en los otros
el hervor de la vida fugaz
—hombre tardío en sus actos, que nadie, después, destruye.
Quise encontrar el mal
que mina el mundo, la leve torcedura
de una palanca que detiene
el artefacto universal
y vi todos los hechos del minuto
listos a colapsarse en un derrumbe.
Seguido el trazo de un sendero tuve
otro en el corazón que me llamaba.
Tal vez necesitaba el tajo del cuchillo,
la mente que decide y labra su camino.
Otros libros me hacían falta
y no tu atronadora página.
Pero no guardo ya remordimientos:
tú todavía derrites
los nudos más ocultos con tu canto
y tu delirio alcanza ya los astros.

* Introducción y poemas provenientes de Cien poemas de Eugenio Montale, (traducción, prólogo y notas de Fabio Morábito), México, UNAM, 2006.



Autor

Eugenio Montale

Génova, Italia, 1896 – Milán, Italia, 1981. Poeta, ensayista y crítico musical. Su primer libro de poemas, Huesos de sepia (1925), se volvió un clásico de la poesía italiana contemporánea desde su publicación. En 1962 recibió el Premio Internazionale Feltrinell. En 1967, el presidente Giuseppe Saragat lo nombró senador vitalicio como reconocimiento a su contribución artística. En 1973 recibió la Corona de Oro del Festival de Poesía de Struga y en 1975, el Premio Nobel de Literatura.

Traductor

Fabio Morábito

Alejandría, Egipto, 1955. Poeta, ensayista, narrador y traductor mexicano. Es autor de los libros de poemas La ola que regresa (Poesía reunida) (2006), Delante de un prado una vaca (2011), A cada cual su cielo (2021) y Canción segunda (2024 y 2025), así como de los libros de narrativa Cuentos populares mexicanos (2014), Madres y perros (2016), El lector a domicilio (2018) y Jardín de noche (2024), entre otros. Además, tradujo la poesía completa de Eugenio Montale. Su obra ha merecido el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer, el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Roger Caillois.

junio 2025