Versión al español de José Saed Ayub

Auguste Rodin, Orphée et Eurydice. Mármol (1887-1893). Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.
El episodio que se presenta a continuación corresponde a la historia de Eurídice y Orfeo, cuya versión más famosa y detallada se encuentra, como el mito de Píramo y Tisbe, en las
Metamorfosis (X, 1-85) de Ovidio (43 a. n. e. – 17 d. n. e.). Narra la historia de Eurídice y del divino Orfeo —hijo de Apolo, el dios de la música, y de Calíope, la musa de la poesía épica y de la elocuencia—. Al contrario de otros episodios mitológicos, nada dice Ovidio sobre cómo se enamoraron los personajes. Sabemos, sin embargo, que, siendo hijo de quien era, Orfeo era capaz de conmover con su canto a los animales, a las piedras y a los árboles.
1 Así había logrado enamorar a Eurídice, con quien finalmente se había casado. Pero ya desde la propia boda se presagiaba un desenlace funesto, pues, aunque Himeneo había en efecto asistido a la ceremonia, su antorcha nunca había terminado de encender. Al poco tiempo del casamiento, el mal augurio se confirmaba cuando moría Eurídice, mordida en el tobillo por una serpiente. Cansado de llorarla, Orfeo se decide a intentar lo que nadie nunca ha logrado: descender al inframundo en su busca y volver, con ella, al reino de los vivos. Ya abajo, tomando su cítara y pulsando sus cuerdas, emprende un hermosísimo discurso que todo lo suspende, incluso el castigo de Tántalo, el de Ixión, y el del mismo Prometeo y el de Sísifo, quienes detienen la ansiedad de sus tareas para escuchar al poeta. Con este canto, Orfeo busca persuadir a los dioses del inframundo, Hades y Perséfone, de que devuelvan a su esposa al reino de los vivos. Los dioses —a quienes ninguna emoción suele afectar— esta vez acceden, conmovidos. No obstante, estipulan una sola condición: que Orfeo no vuelva la mirada hasta no haber salido de los valles avernos. Él encabeza el ascenso al reino de los vivos, mientras ella lo sigue por los mudos silencios (
per muta silentia). Ya cerca de la meta, es tal el silencio, la oscuridad y lo escarpado del camino, que el amante, inquieto y ansioso (
metuens avidusque), vuelve los ojos, por saber si su amada todavía lo acompaña. Pero lo único que ve es cómo Eurídice es jalada hacia atrás (
relapsa est), y cómo extiende todavía los brazos, luchando por tocarlo y por que él la toque, pero “la infeliz nada alcanza, más que aires que escapan” (“nil nisi cedentes infelix arripit auras”). Así, ahora arrastrada por el vacío, Eurídice muere por segunda vez.
El texto latino está tomado de la edición crítica de Hugo Magnus, que aparece en Die Metamorphosen des P. Ovidius Naso, Buch VI-X, publicada en Gotha, por F. A. Perthes, en 1885.
―José Saed Ayub
*
De ahí, por el cielo inmenso, velado con velo dorado,
se aparta Himeneo, y a las costas de los cícones torna
y en vano es llamado por la voz de Orfeo.
Es cierto, aquél asistió, mas no trajo las palabras rituales,
ni los gestos alegres, ni el favorable presagio.
También la antorcha estridente, que él sostenía,
estuvo siempre con lacrimógeno humo, y ningún fuego halló en su ajetreo.
Más grave fue el final que el augurio: pues, cuando la nueva esposa
vagaba entre hierbas, acompañada por una turba de ninfas,
murió por el diente de una serpiente, que recibió en el tobillo.
Cuando fue suficiente lo que lloró a las luces del día
el poeta de Ródope,2 para intentar también las penumbras,
se atrevió a descender, por la puerta del Ténaro,3 hacia la Estigia;
y entre pueblos ligeros y consumados espectros con la sepultura,
se dirigió hacia Perséfone y al que los grises reinos gobierna,
el señor de las sombras. Y, pulsando las cuerdas para el canto,
así dijo: “Oh, dioses del mundo bajo la tierra erigido,
al que caemos todos los que nacemos mortales,
si es lícito y, depuestos los rodeos de voz simulada,
me permiten decir la verdad, no bajé aquí para ver el opaco
Tártaro, ni para apretar la, hirsuta en culebras,
triple garganta del monstruo meduseo:
la causa del viaje es mi esposa, en quien una serpiente pisada
difundió su veneno, y arrebató los años mejores.
Quise poder soportarlo y no negaré haberlo intentado:
venció Amor. En las voces de arriba este dios es bien conocido;
dudo si aquí también lo sea: pero que también lo es aquí, adivino,
y si no es mentira el rumor del rapto antiguo,4
a ustedes también los unió Amor. Yo, por estos lugares llenos de miedo,
por este Caos inmenso y por los silencios de este reino desierto,
que retejan, les ruego, de Eurídice, el apurado destino.
Todo está destinado a ustedes y, demorados un poco,
más tarde o más pronto al mismo lugar nos apuramos.
Todos nos dirigimos aquí, ésta es la última casa,
y ustedes gobiernan los amplísimos reinos de la raza humana.
Cuando, adulta, haya cumplido los legítimos años,
ella también estará en su poder: les ruego como favor su disfrute;
mas si la voluntad divina niega el perdón a mi esposa,
estoy seguro de no querer regresar: gocen con la muerte de ambos”.
Mientras dice eso y acomoda las cuerdas a sus palabras
las exangües almas lloraban: y Tántalo la ola huidiza
no intentó capturar, y la rueda de Ixión se detuvo,
y las aves no desgarraron el hígado, y descansaron de sus vasijas
las Bélides, y tú, Sísifo, te sentaste en tu roca.
Es fama que entonces se mojaron con lágrimas, por el canto vencidas,
las mejillas de las Euménides,5 por vez primera. Ni la regia esposa
ni el que gobierna el infierno se atreven a negarse al que ruega,
y llaman a Eurídice. Estaba ella entre las sombras recientes
y, debido a la herida, avanzó con paso tardado.
El rodopeo Orfeo la recibe y, a la vez, también el mandato
de no volver los ojos atrás, hasta no haberse apartado
de los valles avernos: o quedarán sin efecto los futuros regalos.
Por los mudos silencios, recorren, cuesta arriba, el camino
escarpado, oscuro, denso de niebla sombría.
No estaban lejos de la orilla más alta de tierra:
aquí, para no separarse, inquieto y ansioso por verla,
volvió el amante los ojos; y ella fue enseguida arrastrada hacia abajo
y extendiendo los brazos, y luchando por asir y por ser asida,
la infeliz nada alcanza, más que aires que escapan.
Y, muriendo otra vez, ya no se quejó de su esposo:
¿pues de qué podría quejarse, sino de haber sido amada?
Y dijo el último “adiós”, que él recibió en los oídos apenas,
y al mismo lugar fue de nuevo devuelta.
Orfeo, por la doble muerte de su esposa, quedó estupefacto,
no de otra forma que el que, cobarde, vio los tres cuellos del perro
—el del centro llevaba cadenas—, quien por el terror no fue abandonado
antes que por su naturaleza primera, cuando la piedra surgió por su cuerpo.6
Tal como Oleno, que asumió para sí el delito y prefirió ser visto como culpable,
y tú, confiada en tu imagen,
desgraciada Letea, juntísimos corazones otrora,
piedras ahora que el húmedo Ida soporta.
Al que ruega y cruzar de nuevo desea en vano
el barquero había rechazado. Con todo, por siete días, él, descuidado,
en la ribera, sin el regalo de Ceres,7 se mantuvo sentado:
la inquietud y el dolor de su alma y las lágrimas fueron su vianda.
Quejándose de que los dioses del Érebo eran crueles,
al alto Ródope se retira y al Hemo batido por el viento del norte.
Tres veces el Titán8 había terminado el año, cerrado por los peces marinos,9
y Orfeo había rehuido todo amor femenino,
ya porque mal había resultado,
ya porque su palabra había dado. Aunque muchas tenían el deseo
de unirse al poeta, muchas sufrieron la pena de ser rechazadas.
Él, entre los pueblos de Tracia, también fue el responsable
de que el amor se transfiera a los tiernos varones
y, antes de la juventud, se goce la breve primavera de la edad y las flores primeras.
Inde per inmensum croceo velatus amictu
aethera digreditur Ciconumque Hymenaeus ad oras
tendit et Orphea nequiquam voce vocatur.
Adfuit ille quidem, sed nec sollemnia verba
nec laetos vultus nec felix attulit omen.
Fax quoque, quam tenuit, lacrimoso stridula fumo
usque fuit nullosque invenit motibus ignes.
Exitus auspicio gravior: nam nupta per herbas
dum nova naiadum turba comitata vagatur,
occidit in talum serpentis dente recepto.
Quam satis ad superas postquam Rhodopeius auras
deflevit vates, ne non temptaret et umbras,
ad Styga Taenaria est ausus descendere porta;
perque leves populos simulacraque functa sepulcro
Persephonen adiit inamoenaque regna tenentem
umbrarum dominum. Pulsisque ad carmina nervis
sic ait: “O positi sub terra numina mundi,
in quem reccidimus, quidquid mortale creamur,
si licet et falsi positis ambagibus oris
vera loqui sinitis, non huc, ut opaca viderem
Tartara, descendi, nec uti villosa colubris
terna Medusaei vincirem guttura monstri:
causa viae est coniunx, in quam calcata venenum
vipera diffudit crescentesque abstulit annos.
Posse pati volui nec me temptasse negabo:
vicit Amor. Supera deus hic bene notus in ora est,
an sit et hic, dubito. Sed et hic tamen auguror esse;
famaque si veteris non est mentita rapinae,
vos quoque iunxit Amor. Per ego haec loca plena timoris,
per chaos hoc ingens vastique silentia regni,
Eurydices, oro, properata retexite fata.
Omnia debemur vobis, paulumque morati
serius aut citius sedem properamus ad unam.
Tendimus huc omnes, haec est domus ultima, vosque
humani generis longissima regna tenetis.
Haec quoque, cum iustos matura peregerit annos,
iuris erit vestri: pro munere poscimus usum.
Quod si fata negant veniam pro coniuge, certum est
nolle redire mihi: leto gaudete duorum.”
Talia dicentem nervosque ad verba moventem
exsangues flebant animae: nec Tantalus undam
captavit refugam, stupuitque Ixionis orbis,
nec carpsere iecur volucres, urnisque vacarunt
Belides, inque tuo sedisti, Sisyphe, saxo.
Tunc primum lacrimis victarum carmine fama est
Eumenidum maduisse genas. Nec regia coniunx
sustinet oranti nec qui regit ima negare,
Eurydicenque vocant. Umbras erat illa recentes
inter et incessit passu de vulnere tardo.
Hanc simul et legem Rhodopeius accipit Orpheus,
ne flectat retro sua lumina, donec Avernas
exierit valles: aut inrita dona futura.
Carpitur acclivis per muta silentia trames,
arduus, obscurus, caligine densus opaca.
Nec procul afuerunt telluris margine summae:
hic, ne deficeret, metuens avidusque videndi
flexit amans oculos; et protinus illa relapsa est,
bracchiaque intendens prendique et prendere certans
nil nisi cedentes infelix arripit auras.
Iamque iterum moriens non est de coniuge quicquam
questa suo: quid enim nisi se quereretur amatam?
Supremumque “vale,” quod iam vix auribus ille
acciperet, dixit revolutaque rursus eodem est.
Non aliter stupuit gemina nece coniugis Orpheus,
quam tria qui timidus, medio portante catenas,
colla canis vidit, quem non pavor ante reliquit,
quam natura prior, saxo per corpus oborto;
quique in se crimen traxit voluitque videri
Olenos esse nocens, tuque, o confisa figurae,
infelix Lethaea, tuae, iunctissima quondam
pectora, nunc lapides, quos umida sustinet Ide.
Orantem frustraque iterum transire volentem
portitor arcuerat. Septem tamen ille diebus
squalidus in ripa Cereris sine munere sedit:
cura dolorque animi lacrimaeque alimenta fuere.
Esse deos Erebi crudeles questus, in altam
se recipit Rhodopen pulsumque aquilonibus Haemum.
Tertius aequoreis inclusum piscibus annum
finierat Titan, omnemque refugerat Orpheus
femineam venerem, seu quod male cesserat illi,
sive fidem dederat. Multas tamen ardor habebat
iungere se vati, multae doluere repulsae.
Ille etiam Thracum populis fuit auctor amorem
in teneros transferre mares citraque iuventam
aetatis breve ver et primos carpere flores.
1 Cf. Ovidio, Metamorfosis, XI, 1-2 y Apolodoro, Biblioteca, I, 3, 2.
2 Sc. Orfeo.
3 Promontorio en Laconia donde se pensaba que había una de las entradas a los infiernos.
4 El rapto lo cuenta el propio Ovidio en Metamorfosis, V, 341-348.
5 Las Erinias, a las que también se conocía como Euménides y, en latín, como Furias.
6 El perro al que se refiere Ovidio es Cerbero, que tenía tres cabezas y era capaz, como Medusa, de convertir en piedra al que lo miraba.
7 Es decir, sin probar alimento.
8 El titán Hiperión, sc. el sol.
9 Piscis es el último signo del zodíaco. Los griegos lo conocían como el zodiakós kýklos, que en español sería “la rueda” o “el círculo de los animales”. Por tal motivo, Ovidio escribe que los peces marinos cierran el año, esto es: el círculo del zodíaco.
Luis Arturo Guichard, Lo demás te lo enseñará el relámpago, Vaso Roto, Madrid / México, 2023, 88 pp.

Lo demás te lo enseñará el relámpago es el título del reciente poemario de Luis Arturo Guichard (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México, 1973) publicado en Vaso Roto. Esta editorial resulta significativa como eje de análisis porque sus puntos principales de publicación unen dos lugares que dinamizan la obra completa de este autor:1 México y España, o bien Hispanoamérica y Europa, asunto visible en lo que propongo como uno de los tópicos principales de su poesía: el viaje como lugar de asombro, contemplación, duda, aprendizajes2 e incluso como fantasía o no lugar. Por su parte, de todos los poemarios de este autor, éste es el que presenta más dinámicas de la así llamada tradición clásica: manipulándola, jugando con ella y modernizándola. En uno de los poemas aparece Prometeo como creador de los aviones, importantísimos en su obra: “Amo los aviones, los pájaros más poderosos que inventó Prometeo” (p. 32). En un poema largo y de registro narratológico, quizás el más diferente y posmoderno del libro, y de vena carsoniana,3 se compara a la amada con Lesbia: “—¿Quién es esa Lesbia de la que hablas a veces?—Una antepasada tuya, una gacela endemoniada como tú, que vivió en Roma cuando los mármoles. Se sabe de ella por un poeta y un político” (p. 53). Y en un texto en donde es posible apreciar lo que considero la hibridación hispanoamericana de la tradición clásica es en “Águila y sol”, en donde se fusionan el mundo mexicano y el griego con el propósito de darle protagonismo a un choque de contrarios, integrantes del destino humano en tanto vida y muerte: “¿Cuál de sus caras habrá quedado/ hacia abajo, tocando la lengua,/ cuál habrá visto Caronte al cruzarlo?/ Águila o sol, cara o cruz, la vida y su reverso” (p. 76).En cuanto a estructura, el libro se encuentra dividido en las siguientes secciones: 1) “Ningún dios ni ningún hombre”, 2) “El mundo está vacío y arde”, 3) “Si es redondo y gira”, 4) “Cinco juguetes robados a Catulo” y 5) “Llevando con nosotros los fantasmas”. A estos cinco ejes intertextuales4 debo agregar el poema de entrada, el cual no posee ubicación temática, quizás un “no lugar” que identifica la perspectiva literaria de un viajero poético. Tal texto, sin título (como prácticamente todos los poemas de este libro)5 podría verse como preámbulo de lo que el poemario le ofrece al lector. Desde su primer verso, “La luz de las estrellas muertas”, adquiere cierto protagonismo un choque de contrarios particular en la poesía de este autor, cuyo objetivo, según parece, es romper con lugares comunes para colocarle una aureola a la ficción, asunto que, tomando prestadas las palabras de la poeta Celia Carrasco en la contraportada, deja ver una de las intenciones estéticas de Guichard: la poesía puede detener el paso del tiempo, al menos lo que dura un relámpago. Además, desde el primer texto son notables ciertas pistas que aparecen desarrolladas en otros poemas; entre ellas, propongo las siguientes: 1) la escritura como lugar de reflexión, cuestionamiento, diálogo y fuerte trabajo, 2) exploraciones corporales, 3) el paso del tiempo [en donde puedo adjuntar los recuerdos y la reflexión en cuanto al impacto que tiene lo veloz o lo efímero], 4) la recurrencia al tema de la muerte,6 5) la dualidad de las cosas: un yo y un tú, preguntas y respuestas, el todo y la nada, el principio y el final, y 6) la mirada como un lugar de asombro, reflexión, observación y reconocimiento.
No obstante, debo destacar la falta, en términos referenciales, de uno de los principales aspectos de este libro y que documentan un trabajo bastante distinto en la obra de este autor (y, por eso, su posición en un primer plano): el amor7 y el erotismo8 como lugares de diálogo y reflexión.9 En este asunto destaco, en el ámbito amatorio, el siguiente poema:
Aquí están los amantes construyendo castillos de naipes.
Una sonrisa a tiempo en la primera fila,
una frase oportuna la segunda. A partir de la tercera
la cosa se pone seria, porque ya lleva todo el peso
de los cuerpos. Y de ahí, adonde haya que llegar,
siempre hacia arriba, siempre con el temblor
de las manos más presente, más dispuesto a que todo
se venga abajo. Los amantes, los de verdad,
los que valen la pena, no están jugando
con los naipes, sino construyendo un castillo
para quedarse dentro. Endeble y definitivo (p. 26).
Este texto gira en torno a la idea de dos tipos de amor, uno que puede ser quizá duradero (aunque para ello requiere de toda una planificación, una arquitectura sólida: como el proceso creativo del poema) y otro que únicamente es un juego o pasatiempo, para lo cual queda perfecta la alegoría de los naipes, porque no sólo hacen referencia a las cartas como diversión, sino que este juego no puede ser eterno y se acaba, tal vez tan pronto como la velocidad de un relámpago. Asimismo, debido a que el epicentro de la poesía de Guichard remite a lo dudoso e incierto, esta metáfora de lo posible corresponde a su idea del amor, porque, aunque los amantes vivan dentro del castillo, al estar construido con naipes, podría destruirse en cualquier momento. Sin embargo, quizás esto no importe tanto como vivir el presente,10 el momento, el paso del relámpago, el único que posee respuestas.
También me permito comprender la importancia dialéctica del relámpago a lo largo del libro, en tanto que despierta sensaciones y emociones. Acaso recordando el poema 31 de Safo, Guichard es consciente de que uno de los signa amoris es la fiebre y por eso la añade, otorgándole su estilo, a partir de un diálogo corporal entre los amados: “Sólo esta fiebre es de veras nuestra” (p. 30). Además, ésta se relaciona con el calor y, de allí, sus nexos semánticos con el fuego, el relámpago y el ardor (“Eso/ que seguiremos buscando como si nunca/ lo hubiéramos tenido. Eso que arde”, p. 33), en donde, según este libro, se encuentran muchas respuestas que no conducen hacia una verdad absoluta, sino más bien hacia muchas dudas y ficciones.
Por otra parte, si algo caracteriza la poesía de Guichard —no sólo me refiero a su último libro— es la duda11 y lo sugerente. Ambos aspectos sirven como sustancia retórica para condimentar sus poemas, algunos de ellos con una particular ironía y otras veces de tonos abstractos que requieren de la complicidad de sus lectores. Respecto a este último aspecto, contrario a la inmensa cantidad de literatura “light”12 que se ubica por doquier en medios digitales y en redes sociales como parte de uno de los peores engendros del siglo XXI, mucha de la poesía de Guichard requiere de una lectura detenida, que logre desentrañar la aparición de silogismos y juegos discursivos como el siguiente: “Demasiadas vidas: ése es el fracaso del poeta./ […] Demasiadas vidas de las que no se sabe nada. Y de la propia, tampoco. Ésa es la vida de un poeta” (p. 11). Guichard reconoce el proceso creativo13 como un espacio de interrogantes donde el poeta debe indagar en su vida y en la de los demás no necesariamente para saber, sino más bien para enterarse de que no sabe, de que el lenguaje lo debe conducir hacia el abismo y hacia un existencialismo filosófico cada vez más profundo.
Uno de los poemas que hacen referencia a asuntos ya mencionados y que debo destacar, por mantener un hilo, es el siguiente:
Para viajar hace falta creer:
creer en la promesa de lo no visto
todavía, en eso apenas intuido
al quitarse los zapatos el día anterior.
Creer de la misma manera que para enamorarse
o escribir libro: al filo del descreimiento,
en la frontera de la duda con el fulgor.
Viajar, escribir libros, enamorarse son bellas ficciones
que nos ayudan a vivir: si son buenas,
se convierten en verdades
por las que vale la pena casi cualquier otra cosa.
Incluso a riesgo de ser un amante lastimoso,
un mal poeta y un viajero extraviado.
Yo he sido los tres en un parpadeo.
Viajo poco últimamente. Gasto casi todas las energías
Que me quedan en las obras ficciones (p. 12).
Tal y como se observa, en este poema se encuentra parte de la esencia del significado de ese relámpago, que, según el título del libro, tiene el don de sugerir y de enseñar. Sin duda, estamos frente a una palabra polisémica. En el contexto poético, Guichard le ofrece al lector muchos de sus significados, entre ellos: fuerza creadora y telúrica (aspecto que crea un vínculo con el rito), imaginación, ficciones (el relámpago como máscara o artificio), contemplación, asombro de lo efímero, búsqueda de la verdad (en tanto su relación con la luz y el fuego), el lenguaje, la duda, la vida y la muerte14, e incluso el propio poema (cuyo destino siempre es un misterio que se conjuga con la recepción por parte del público). El relámpago, en este caso, apela por la observación y la creencia en lo que está más allá de la mirada consciente y de lo racional, y que por ello mismo es tan importante en esta obra; no sólo sirve como viga, sino que también ayuda a camuflar aspectos biográficos y personales del autor, entre ellos: su placer por los viajes, los libros, la escritura y el amor. Respecto a este último tema, tal y como lo apuntan los poemas, es concebido como un enigma, muy distinto a como lo miraba de joven,15 pues ahora sabe que éste es propenso a lo efímero16 y como tal debe disfrutarlo al máximo, así dure una milésima de segundo, pues en la contemplación de esa milésima de segundo se encuentra el esplendor de la belleza del caos.
Por eso, “viajo poco últimamente” remite a un acto irónico; el libro en su totalidad permite ver que, con el paso de los años, la idea del viaje por parte del yo lírico es más completa, desordenada e impactante, como el propio relámpago. Es posible pensar en sus formas múltiples de viaje: de la vida, del poeta a través de la imaginación mientras escribe o incluso antes, mientras piensa y contempla la creación del poema o del reconocimiento del cuerpo de la amada (la gacela),17 que también sirve como alegoría del amor y los deseos.18
Además, para hablar del impacto de lo ficticio, como marco referencial del relámpago, es necesario citar el siguiente poema, uno de mis preferidos:
En Aoshima, una isla de 1,5 km en el sur de Japón,
por cada persona hay seis gatos
Reuters
Abrirás los ojos y te limpiarás la arena
apelmazada de cara y el cuello:
un triángulo de poca extensión
del que sobresale un torso, las piernas todavía
en el agua. El sol dando ya poco brillo a la orilla.
A tu lado sólo gatos. Te frotarás los ojos.
Los cerrarás y volverás a abrirlos. Sólo gatos
Sentados alrededor y caminando frente a ti.
Has visto esto en sueños muchas veces,
pero tendrás que esperar un rato para saber
si esta vez has logrado llegar a esa isla
que está en Japón y sólo tiene ancianos y gatos.
Cada quien es su isla: puede llenarla con lo que quiera.
Cada quien es su isla: y en ésa no estoy yo (p. 14).
A partir de una noticia sobre el caos que se vive actualmente en Aoshima con respecto a una invasión de gatos, que se han convertido en una verdadera amenaza, Guichard piensa la simbología de la isla, ya no en el sentido de la Ítaca de Cavafis, es decir, como interior humano, sino como la mente-imaginación y de allí que cada quien, así como el propio proceso de creación de un poema, pueda habitarla y rellenarla con las ficciones que quiera. Él, por ejemplo, hace de la realidad una ficción y viceversa, pues al jugar irónicamente con la idea de que no está en la isla de nadie, se presenta como un sujeto ficticio que deambula por los espacios de la imaginación a través del poder del lenguaje. (¿Es el lenguaje uno de los relámpagos de los que habla este libro?)
A su vez, al decir que no se encuentra en la isla de nadie, tratando de presentarse como un ser casi que insignificante,19 quizás un Ulises del siglo XXI, frente a aspectos demoledores como el propio relámpago o la muerte y el olvido, Guichard retoma un tema fundamental en su poesía y para los procesos creativos en general: vivir alejado del ruido y la vanidad. Esto lo convierte en un ser que puede pasar inadvertido. Él se confunde con la niebla,20 asunto notable, entre otros, en una estrofa como la siguiente: “Algunos escriben para que lo vean todos/ —curioso oficio éste— y otros se tatúan/ donde sólo ellos puedan verlo” (p. 15). En este caso, la sugerencia al significado del texto queda abierta, lo cual es muy importante y por eso constituye uno de los aspectos que destaco de su obra: el final o cierre justo de casi todos sus poemas. Creo que este autor pertenece a ese tipo de artistas que él mismo cataloga como los “otros”, que se caracterizan por construir una obra en silencio, sin necesidad de autoelogios ni espectáculos, según sucede con muchos autores hoy, cuya vanagloria, más que por la calidad de sus textos, es producto del culto a sus imágenes en redes sociales.21 Asunto lamentable para quienes creemos en la así llamada “buena poesía”: ajena a las pretensiones de la fama y el narcisismo, y que por tanto debería volver a sus orígenes místicos y sagrados en donde debe ser el silencio y el propio tiempo quienes hablen. Guichard parece seguir el buen ejemplo de autores antiguos a quienes estudia, lee y traduce como parte de su formación como helenista, para quien muchos autores antiguos siguen más vivos que nunca debido a la calidad que ofrecen sus textos o, por lo menos, lo que queda de ellos.22
Por último, Guichard también aborda temas socialmente fuertes, desde su perspectiva relacionada con el cambio del tiempo, de lo antiguo que llega hasta un presente caótico —lo cual, de nuevo, tiene que ver con su profesión como filólogo clásico y poeta—. Tal es el caso del poema “Esponjas”:
Lo cuenta Apiano en su bello poema
sobre la caza y la pesca.
En otro tiempo las esponjas
costaban el pulmón de un buzo.
Había que bajar a pescarlas
en ese mismo Egeo en el que ahora
circulan barcos de turistas.
La belleza y la suavidad tenían un precio
muy alto, tanto como la profundidad
a la que estaban. Belleza violenta,
suavidad violenta con la que el pescador
se ganaba la vida o la perdía.
Ha pasado el tiempo. Las esponjas
miran ahora desde el fondo las barcas
de los inmigrantes y los cuerpos
que no alcanzan la orilla
dándoles sombra como árboles
de copas azotadas por la tormenta.
En otro tiempo y también ahora las esponjas
son lo último
que acaricia el rostro de los muertos (p. 73).
En este texto aparece un tema cada vez más preocupante para la humanidad: los migrantes muertos, que fallecieron intentando llegar a un supuesto destino mejor. Guichard les otorga vida a las esponjas y permite que el lector se imagine ese momento desgarrador, ese aumento de inmigrantes muertos; aunque si algo deja claro es que la esponja —como testigo del destino humano, de la tragedia— y la muerte no poseen época alguna. Asimismo, otro poema impactante en el sentido humano y con el que quiero cerrar este comentario, aborda el problema de las condiciones sociales, quizás más comunes en Hispanoamérica y lo mismo en África que en Europa (más si del norte se trata). En este caso en particular, a través de una mezcla entre idea y emoción, Guichard se interesa, según parece, en el sentido trágico de la desolación humana, en donde incluso con los lentes rotos resulta imposible no sensibilizarse, no sentir el impacto del relámpago, frente a las condiciones de pobreza que deben sufrir muchas personas desde su infancia, obligadas a trabajar para poder sobrevivir y ello, en muchos casos, les impide acceder al derecho a la educación en escuelas y colegios:
Trópicos (2)
Hay un niño caminando solo por la calle.
Es un mediodía de trópico y veo mal
con mis lentes caras y veo borroso,
se mueven los objetos que no deben,
quedan fuera de ellos mismos, su densidad
se me escapa. Hay un niño caminando
solo por la calle, le hablo, le pregunto
cuántos años tiene. No contesta a eso,
me mira como si yo también fuera difuso
y estuviera fuera de mis límites. Hace calor.
Vende caramelos de miel que mi diabetes
me impide comer. Se los compro de todos modos.
Lo veo irse difuso en el calor.
Se me han rotos las lentes caras hoy, pero eso
no es un problema. El problema es
que todos caminamos solos por la calle (p. 81).
Resulta significativo apuntar que el énfasis en el precio de los lentes (“caros”) permite que el poema no diga, sino que sugiera. En este caso la referencia indica que, ante la desigualdad y el asombro de ver a un niño a quien se le escapa su infancia trabajando en la calle, el dinero no tiene ningún sentido, pues el valor de las cosas debería encontrarse en el arte de ser humanos. Todos merecemos sentir el impacto del relámpago, así sea durante un lapso efímero.
Bibliografía
Guichard, L. A. (2024). Lo demás te lo enseñará el relámpago. Vaso Roto.
Salazar Torres, F. y Gallo, F. (2021). Ghazhal / Gacelas. Espolones Editores.
1 A la poesía reunida de Luis Arturo Guichard (Una fe provisional: Poesía 1992-2012) me refiero en un comentario que aparecerá en el número 19 de la revista hispanoamericana de poesía Ærea. En tal comentario, hago referencia a la alternancia de publicaciones entre México y España por parte de este autor.
2 Respecto al viaje de la vida, véase el poema “Homo viator” (pp. 71-72).
3 En referencia a Anne Carson, una de las autoras actuales favoritas de Guichard, quien ha dedicado estudios a su obra y ha impartido clases y conferencias al respecto.
4 El primer título, por ejemplo, nace del fragmento 30 DK de Heráclito. La presencia de este filósofo es constante a lo largo de la obra de este autor. A esto se suman otros nombres, algunos de ellos frecuentes en otros libros de Guichard: Adam Zagajewski, Óscar Hahn, Eugenio Montejo, Catulo, Lope de Vega y, por lo menos para la quinta parte “Llevando con nosotros los fantasmas”, las experiencias de vida y el paso de los años como si de un autor de bolsillo se tratara.
5 Este aspecto resulta cercano a los poemas que este autor incluye en el que considero, en ámbitos epistémicos, su poemario más posmoderno hasta hoy publicado: Campanas subterráneas (México, 2012), en edición bilingüe inglés-español bajo el título Subterranean Bells (España, 2022).
6 Debido a que la mayoría de poemas de Guichard trabajan en el asunto de la sugerencia para que el lector sea parte del proceso, parece ser que el siguiente verso “El pasado acaba de llegar a recuperar lo que es suyo” (p. 19), en donde el yo lírico desea escribir en tiempo presente y de un momento a otro se topa con lo que aparenta ser un funeral, es factible sugerir que ese verso alude al recuerdo como metáfora de la muerte, ser supremo en tanto merodea nuestra mente a lo largo de nuestras vidas y hace que recordemos seres queridos que han emprendido un viaje, quizás a un más allá, lo cual sólo puede saberlo el relámpago.
7 Guichard construye un marco de ideas creativas alrededor de este tema. Esto le permite establecer distintas relaciones, aparte del amor y el relámpago, entre la escritura y el amor. Ambas experiencias deben escribirse en papeles (cuerpos) que ardan con la pasión, así sea de manera efímera, en un tiempo preferido para las retóricas posmodernas: “Y este libro también/ es una pérdida de tiempo. Pero está escrito/ en buen papel y eso lo hace arder” (p. 44). Por eso, también, la referencia al sudor “Este libro habla del sudor” (p. 47) tiene una doble referencia: el amor como una lucha, un proyecto, y también la escritura creativa.
8 Debido a que Guichard suele unir su profesión de traductor con la de poeta, podría presumirse, a modo de lector activo, que el interés por esta temática, aparte del plano personal, proviene de la traducción que se encuentra realizando de los epigramas eróticos pertenecientes al quinto libro de la Antología palatina.
9 Además del tópico referente al viaje, aparecen las experimentaciones cotidianas, en donde adquiere un protagonismo singular lo personal y biográfico (el maestro de escritura creativa, traductor, amante de los papiros, las momias y las literaturas antiguas, entre ellas del periodo helenístico en diálogo con obras contemporáneas, muchas referidas a lo largo de los libros como pistas intertextuales y mediante títulos o epígrafes) y las recurrencias importantísimas al tema del tiempo y la muerte, ambas colofones en la obra de este autor.
10 A esta idea llega el yo lírico tras dejar claras sus muchas experiencias en el amor. Por eso, aunque no lo nombre, en el poema cuyo primer verso nos dice “Sí, yo también lo he arrastrado como el saco sucio” y en los últimos dos versos “Siempre ha estado/ listo cuando le he dicho que iniciábamos nuevo viaje”, hace referencia al amor como un Dios, un Eros maltratado, pero que aun así lo sigue acompañando.
11 Tal y como aparece en los siguientes versos: “Me marcharé porque no sé. Volveré porque no sé” (p. 49).
12 Me refiero a un tipo de poesía vacía, banal, inmadura y llena de un sentimentalismo repugnante y ególatra, escrita por personas de todas las edades y no sólo por jóvenes, como se suele decir hoy.
13 La referencia a los procesos creativos es muy importante a lo largo del libro, entre otros, destaca el poema que inicia con el siguiente verso: “Caer es el oficio de la flor” (p. 15).
14 “El temblor de la vida puesta de pronto/ frente a sí misma. Pasó el relámpago” (p. 61).
15 En los siguientes versos queda testimonio de ello: “me he jubilado de los poemas/ de despedida: que los más jóvenes hereden/ ese género. No les faltará ocasiones” (p. 48).
16 El amor, la vida, la inspiración y los procesos creativos en general comparten rasgos comunes: “Estaremos vivos mientras dure ese relámpago” (p. 62). La episteme posmoderna, asunto al que ya me he referido en artículos científicos, concibe el presente como un tiempo incierto; no cree en lo duradero, sino en lo disperso y desequilibrado (uno de los enfoques principales de la obra de Guichard). A ese mismo tema se ha referido también Guichard en sus estudios.
17 Destaca el poema cuyos primeros dos versos dicen lo siguiente: “Duerme bien, descansa, gacela del amor. Mañana/ es luna nueva y se cebarán en tu cuerpo todos los demonios” (p. 42) y llegando al final destaca el epíteto que Guichard le otorga: “señora del relámpago” (p. 42). Esto permite un hilo dialéctico con los fines estéticos de su libro, en donde ficción y realidad se abrazan de manera constante: “Te visitarán los demonios/ mañana y yo seré uno de ellos. Duerme bien. Sueña conmigo” (p. 42). Guichard personaliza al Eros y juega con él a través de tonos irónicos, creativos o picarescos como los siguientes: “plantita carnívora que hemos dado a luz” (p. 30) y “el amor, ya lo ves, no se conformará/ con morderte el cuello como yo” (p. 28). Por su parte, un tono de creatividad que raya en lo cómico y asombroso se encuentra en el siguiente verso “manzana podrida en la papelera” (p. 31) en donde infiero, debido al tono erótico-amatorio y cotidiano del poema, la semántica de la manzana y su contextualización en un posible hotel, que está haciendo referencia a un preservativo desechado luego del acto sexual.
18 Según Maximiliano Cid del Prado, en el libro Gacelas de Fernando Salazar Torres, Gacela, en el ámbito literario, deriva del árabe لزغ (Ghazal) y proviene de la casida, forma arábigo-musulmana desarrollada en el siglo VI d. C. Además, ésta “fue la forma preferida para cantar al amor o al elogio por las tribus árabes de Mesopotamia. Hija de lo arábigo-persa y de lo islámico-israelí, la casida había ya sido estudiada y normalizada por las Escuelas filológicas de Cufa y Basora que habían recogido la herencia literaria de la Arabia pre-islámica” (p. 22).
19 Insisto en considerar este asunto como propio de las retóricas posmodernas, pues les interesa concebir el mundo y la escritura misma como un campo fragmentario, efímero e incluso inútil (la utilidad de lo inútil): “Vengo haciendo este juego inútil hace tantos años/ que tengo toda una tipología imaginaria del viajero,/ igualmente inútil y que ya ni siquiera me divierte” (p. 20).
20 La niebla es otro de los tópicos más importantes de la poesía de este autor. Cabe destacar los significados diversos que le otorga a tal metáfora, con el afán de no caer en los repetitivo. Entre sus diferentes fines estéticos destaca su significado como portal hacia lo efímero e incluso, utilizando las certeras palabras del poeta Ruy Ventura en la contraportada: más allá de lo tangible y lo intangible. Algunos de sus usos arquitectónicos, si se quiere vitruvianos, son los siguientes: “Entraremos en la niebla, con el tiempo/ redondo vuelto línea” (p. 38), “Nos quedaremos en la niebla, lineales y remolinantes, en horizontal y en círculos como el reloj detenido, así avanzaremos hacia ninguna parte” (p. 39), “Dentro de la niebla estamos los dos solos/ aunque alrededor, donde el sol pone/ a funcionar las cosas, siga todo/ en su realidad viscosa” (p. 40), “Y como tú y yo sabemos,/ estamos hechos de ella” (p. 41).
21 Para un modelo de lector activo, la escritura de este tipo de autores cibernéticos y narcisistas generan serias dudas, aunque sigan teniendo apoyo por un asunto vinculado, en muchos casos, con juegos de poder, de mafias e influencias en el campo político y en el literario.
22 Respecto a este tema, entre otros, véase el poema “Libros limpios, libros sucios” (p. 65).