Eduardo Langagne (Ciudad de México, 1952) ha publicado Infinito día después de ocho años de silencio, tras Verdad posible (2014); ha tenido tiempo para meditar y rediseñar su pensamiento poético. Infinito día es un poemario dividido en dos partes, más una suerte de intersticio titulado “Noticias”, que marca la inflexión de algunos temas, aunque existe una continuidad temática en todo el volumen.
La primera parte se abre con el poema “El ingenioso Hidalgo” (pp. 13-14), tomando como comparación el octosílabo “En un lugar de la Mancha”, y convirtiéndolo en patrón de la lírica popular, de la que nuestro autor efectúa un alegato. Más bien se trata de una elusión del barroquismo o del artificio, de la poesía oscura y hermética. Ahora bien, en otros poemas, como en “Conversación” (p. 62), se alude directamente al misterio de la poesía, cualidad intrínseca para que un poema sea poema, o como en “Apuntes”: “Está científicamente comprobado:/ la poesía no tiene ciencia./ Es el arte de expresar con palabras/ lo que no tiene explicación científica” (p. 74).
Este ir y venir alrededor de la poesía, con la metapoesía como centro, se observará en otros textos, tanto en la primera como en la segunda parte; aunque en cierto modo en la primera parte del libro destacan los poemas que hablan del pasado y, en concreto, de los amigos. Fe de vida. Una relectura del tiempo ido que es, a su vez, una invitación a gozar el presente, ese infinito día que da título al libro, y que es el último poema del poemario (“Convicción”, p. 97). Leer el pasado como método de impulso hacia el futuro, como en “Cuando niño el futuro era este” (p. 42), donde se cumple el futuro del pasado en este momento actual: el niño de entonces piensa al adulto de ahora.
Los amigos desaparecidos (“Amigos que perdimos”, p. 16) son, de la misma manera, testimonio de ese tempus irreparabile fugit, y de la tristeza de haberles sobrevivido, de quedarnos solos con nuestro recuerdo. Llega una edad en que el tiempo que queda por vivir es menor que el tiempo vivido, y eso puede crear una pesadumbre o melancolía que, en el caso de Langagne, es suave y no demasiado obsesiva. Posee sus puntos de inflexión, no obstante, cuando el poema nos habla de los sueños, de los monstruos de los sueños, escapan a través de ellos todas las frustraciones de la vida cotidiana, como en “Mal sueño” (p. 31), que dialoga en la segunda parte con “Sueño” (p. 96); ambos, sin proponérselo, pueden ser cara y cruz de una misma inquietud. Una melancolía optimista, resumiendo, atraviesa los poemas de este Infinito día, en consonancia tal vez con la saudade lusófila. “Marin Sorescu” (pp. 18-19), “A Rumen Stoyanov, en Bulgaria” (p. 20) y “Una fotografía” (p. 22) exploran a fondo la amistad, la nostalgia del tiempo ido o la añoranza por su pérdida. De ahí también esos “Espacios del recuerdo” (p. 30): “si antes la memoria era mi mayor tesoro,/ confundo ahora sus elásticos pasos/ en el sonido que me lleva arrastrando/ por los días que pasaron y ya tengo borrados o difusos” (ibíd.).
Como decía, en ambas partes de este volumen emergen con nitidez las reflexiones metapoéticas y se equilibran temáticamente. De hecho, hay textos y fragmentos que abordan este asunto en ambas secciones, incluso en el interludio “Noticias”. “Duermevela” (p. 32) y “Escritura” (p. 33) conformarían una dupla que se sumerge en los problemas de la creación poética, cercana al silencio. Por un lado, en “Duermevela” la poesía rompe el silencio: “A la mitad del sueño hay desesperación/ de nuevas realidades que brotan en silencio» (p. 32), pero necesita a éste para surgir, a pesar de que la palabra es todo lo contrario al silencio (su opuesto). Por otro lado, en “Escritura” se toma conciencia de los límites rilkeanos del lenguaje y de nuestra imposibilidad de decir aquello que sentimos, la distancia entre los sentimientos y las palabras: “¿Cómo encuentro la palabra que me falta / para expresarla en estas páginas inciertas?” (p. 33). En cualquier caso, tenemos que agradecer a Langagne que, contra todo eso, la poesía sigue erigiéndose como el mejor antídoto contra el silencio, y que aquello que no puede ser dicho no merece la pena intentar expresarlo, ni preocuparse por ello. Por eso se responde a sí mismo: “Empezaría diciéndole al poema/ que si quiere ir lejos le conviene/ seleccionar el viento más propicio,/ abrir las alas/ y celebrar su momento” (ibíd.). La poesía no debe cerrarse, enclaustrarse en una sola idea. La poesía debe estar preparada en cualquier momento para emprender el vuelo de la imaginación, para discurrir libre. “Palabras que se deslizan” (p. 66) es una buena muestra de ello, ya en la segunda parte, y quizás uno de los mejores poemas del conjunto.
En “Confirmado” (p. 68), Langagne dialoga con un poema de Fabio Morábito que comienza “Siempre me piden poemas inéditos”, de Delante de un prado una vaca (2011), para afirmar que la poesía no es sólo inédita, sino con el neologismo ilecta (p. 68). Ciertamente, un poema que se precie siempre posee un novum lingüístico que lo convierte en algo que se regenera en cada lectura que realizamos de él. Esa tradición cercana, además, se refuerza por la larga tradición de lecturas, gustos y preferencias que nos muestra nuestro autor desde el inicio, desde Antonio Machado, en la cita inicial que abre el libro y “En un puente de piedra” (p. 93), Ramón López Velarde y Fernando Pessoa (también por partida doble), las “Décimas lezámicas”, que jalonan estructuralmente ambas secciones, Carlos Drummond de Andrade, Federico García Lorca, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, José Asunción Silva, Edgar Lee Masters, John Keats, Edgar Allan Poe, Rubén Darío y Enrique González Martínez, sin pretender ser exhaustivos. Como vemos, el repertorio es amplio, lo cual nos indica la tradición en la que se engasta la propia voz de Langagne, de la que él se hace heredero. Ése es un pasado que también se actualiza en el presente, a través de su relectura, puesto que fue proyectado por sus autores hacia el futuro. Dejemos, sin embargo, la idea de posteridad al margen para no entrar en honduras que nos llevarían muy lejos…
Otros nombres anónimos, casi anónimos o menos conocidos, pululan por Infinito día. Por ejemplo, Diego Saúl Reyna y Alfonso Ramos, dos obreros que trabajan en el edificio Trump International Hotel & Tower en Vancouver, y que colocaron una bandera mexicana para reivindicar el valor de los “Migrantes” (p. 82), su honradez y buen hacer (conste que este texto podría ser otra de las “Noticias”). Sirva de paso este poema y otros fragmentos de Infinito día como un punto y aparte que marca un tono social en el que se denuncian las fronteras, las banderas y las injusticias de los mapas, “—aunque el viento del mundo no requiere documentos—” (ibíd.), como en “Geografías” (p. 85), cumpliendo un canto en contra de la propiedad privada de la tierra, «falsos propietarios, pues las islas son del mundo” (ibíd.), ya que el planeta Tierra no pertenece a nadie o, dicho de otro modo, pertenece a la humanidad, y en nombre de su explotación se han cometido las peores atrocidades. Por eso en “Ciudadanos” (p. 24) se dice «Estamos en la tierra. Somos sus habitantes” (ibíd.), y en “Buen deseo” (p. 79), el poeta, o la voz verbal del poema, no desea riquezas ni dinero. La puesta nos habla de un citoyen du monde.
El trasunto de los migrantes espolea la otra gran matriz temática de Infinito día, que es el camino (de estirpe machadiana también). El camino en el sentido del peregrinar (no en vano leemos “Peregrino”, p. 95), el iter medieval como territorio vital y la vida como una realidad in via, que se realiza en la medida que la vamos viviendo, es decir, transitando. En “Trayecto” (p. 38), por ejemplo, se aúnan tradición y camino vital, pues “Venimos de otros poemas” (ibíd.): excelente verso que resumiría buena parte de este poemario. Y son muchas las composiciones que hacen referencia semántica al camino, al recorrido: “Una ruta” (p. 44), “Horizonte y abismo” (p. 46), o “Caminante nocturno”, entre otros. Esto daría sin duda para mucho más, pero baste dejar este apunte aquí para incitar al lector a acercarse al poemario. Somos conscientes de que hemos dejado otras interesantes y estimulantes tramas por desgranar, pero este acercamiento pretende ser una viva invitación para bucear en estas magníficas páginas.
Tuve un primer acercamiento a la obra poética de Nathalie Schmid (Aarau, Suiza, 1974) cuando —a invitación de la gran traductora Carla Imbrogno— preparé las versiones de una selección de sus poemas para El tiempo que vivimos, antología de poesía de Suiza que apareció en Colombia en 2021. El interés que produjo el trabajo incipiente en algunos de sus poemas me llevó a explorar con más detalle su obra, lo que aquí cristaliza en Otra forma de ternura, antología que reúne textos de dos de sus libros más recientes, Atlantis lokalisieren (Localizar la Atlántida, 2011) y Gletscherstück (Trozo de glaciar, 2019), ambos publicados por la editorial Wolff Verlag en aquel país.
Sus poemas surgen de una íntima contemplación, pasajes vitales que se revelan en el diálogo intenso con los paisajes naturales del noreste de Suiza: el valle del Jura, las riveras al cauce del río Aare, cuyas aguas provienen del deshielo de los glaciares alpinos, y luego sus lagos turquesa o de un azul que tiende al plata; granjas prolíficas y ordenadas con sus praderas de un verde intenso; la fauna que los habita. Elementos todos que, para el viajante que ingresa de otros espacios nacionales —pongamos, por ejemplo, desde el sur de Alemania— le resultan de entrada un asombro a la vista, en apariencia provistos al tiempo de esplendor y pulcritud. Es apenas cuando uno acerca la mirada que se percibe cómo late y se elabora profunda la vida, como avisa en las alturas el chillido intenso del milano. Encima del paisaje vivo se despliega, en estos poemas, un territorio latente en el que habita una voz de tenor delicado, que sondea desde un trabajo reflexivo acerca de lo íntimo y los afectos. Sobre estos motivos se despliega una trama particular de tiempo, en la que se entretejen el recuerdo, el diálogo con otras escrituras y lo cotidiano, la infancia y la vida familiar, la soledad o su ausencia.
La observación poética encuentra su forma en versos que no siguen una cadencia estable ni forman unidades contenidas en una línea. Si bien se parte de un registro contemplativo y conversacional, la ausencia de signos de puntuación y el encabalgamiento constante de ideas provocan en la lectura una cierta sensación de dinamismo y turbulencia. La poesía se ofrece así como un ritmo alterno, como una anomalía de las cadencias naturales que se impone, en esas latitudes, sobre las cosas. Y ese efecto perturbador parece provenir del testimonio que cosas y hechos del mundo tiemblan, se resquebrajan más allá de los órdenes impuestos –naturales, culturales, políticos– y vibran en su claves secretas, magnánimas o infames, que de acuerdo a su frecuencia pueden llevarlos a pervivir o a perecer a un cierto tiempo. Hay una expresión propia de esta región que se refiere al agua que se deshiela de los glaciares como Gletschermilch (en español, “leche de glaciar”): en ella es posible encontrar cómo el paisaje, el hielo abierto a su ser agua, adquiere a su vez condición animal. En el poema se deshielan los constructos que rigen convivencias cotidianas de todo tipo, y el agua de glaciar que en él aguarda nos refresca y deja ver más allá de su forma, de su cuerpo de ser vivo. La escritura imprime con ello percepción y gozo distintos, marcados por una emoción que es su forma de ser precisa, su forma otra de ser ternura.
En la voz poética de Schmid se amalgama una experiencia de persona, mujer en tanto escritora que nunca suspende sus roles de hija, madre o pareja, en un contexto suizo muy específico, propio de su lengua alemana y sus dialectos —apenas una del mosaico plural, pluricultural y plurilingüe que pugna en este centro del continente europeo—. Durante la elaboración y cuidado de mis versiones conté con el diálogo empático y cercano de su autora; la traducción procuró considerar los rasgos de la obra que aquí se delinearon, para ofrecer en lengua española una experiencia lo más cercana posible a lo que proponen los textos en su lengua origen; el traductor es consciente, sin embargo, de que esto queda a mejor juicio del lector y de que las versiones en otra lengua, así sea en pequeñísimos umbrales y momentos, siempre están expuestas a la posibilidad de su fallo. Por todo lo anterior es que su obra, consideramos quienes hemos trabajado sobre esta publicación, puede y aspira tener una recepción y un diálogo entusiasta en distintos espacios donde se vive la poesía en lengua española.
—Daniel Bencomo
en tono de susurro
fuimos a nadar en corrientes frías y templadas asumimos el riesgo de cruzar una alfombra de polen y también de regreso vaya desperdicio afirmas y desplazas tus piernas por en medio del polen impulsas los brazos de arriba hacia abajo un animal grazna entre el carrizo se hunde constante el gris saludo de los pasajeros en el ruido del motor de los barcos a mediodía subimos en la orilla sobre nosotros se mueve la pradera tú dices que el ave cucú está enferma escuchamos su llamado tan quedo nos busca todavía y de qué manera nos tendemos en la sombra de la pradera sobre lo que habíamos hablado la expansión del todo y del surgir de las plantas fanerógamas de nuestros trayectos de vida ya fijos de que tú puedes activar desactivar tus emociones procuramos sin cesar la cercanía un trepidar ligero entre los juncos difícil que haya sido un zorro que se busca animales más jóvenes estamos muy desarrollados para ser algo frugal en la noche robó el zorro tu zapato lo enterró en lo profundo del árbol y dices que estamos ocupados con eso de exterminarnos soy yo quien encuentra tu zapato en el hoyo de la pradera ante los sonidos del lago
im flüsterton
waren eben schwimmen durch kalte und warme ströme trauten uns durch einen teppich aus blütenstaub und wieder zurück was für eine verschwendung sagst du und bewegst deine beine durch pollen schiebst die arme auf und ab ein tier im schilf schnattert immerzu von den passagieren das matte winken sinkt ins motorengeräusch der schiffe am nachmittag steigen wir ans ufer über uns bewegt sich die weide du sagst dem kuckuck geht es schlecht wir hören sein leises rufen noch spricht er zu uns und wie wir eingebettet sind im schatten der weide worüber wir gesprochen haben die ausdehnung des alls und die entstehung der blütenpflanzen unsere fixen lebensbahnen und dass du deine gefühle ein und ausschalten kannst wir suchen unentwegt nach nähe ein leichter wellengang im schilf das kann kaum der fuchs gewesen sein er giert nach jungen tieren wir sind bereits zu weit entwickelt um genügsam zu sein in der nacht stahl der fuchs deinen schuh hat ihn tief im baum vergraben du sagst wir sind dabei uns auszurotten ich bin es die ihn wieder findet deinen schuh in der höhle der weide und vor den geräuschen des sees
helicóptero
a lo lejos en el cielo el rotor del helicóptero y un poco más cerca la radio esparce mensajes de occidente entre las manzanas y peras del señor suter la señora suter entre las plantas de frijol va y viene casi tan altas como un abeto como una especie de torre las voces de los niños se encienden aprendieron muy bien a maniobrar nos preguntan a intervalos distintos si es que nos amamos todavía si es que alguna vez seremos pobres si este país va a inmiscuirse en la guerra irascible que se encrespa y gira de una parte a otra de la Tierra helicópteros por doquier en la luz septembrina más tarde todavía en septiembre el señor suter desollará los conejos mientras tanto la radio esparce una vez más sus canciones y yo veo con qué lentitud se alejan hacia el campo
helikopter
am entfernten himmel das rotieren des helikopters und etwas näher das radio verströmt meldungen vom abendland unter die äpfel und birnen von herrn suter frau suter zwischen den bohnen auf und ab geht beinahe so hoch wie tannen auch eine art von türmen die stimmen der kinder schwellen an sie haben gut gelernt zu manövrieren sie fragen uns unterschiedlich oft ob wir uns noch lieben ob wir einmal arm sein werden ob dieses land eintritt in den launischen krieg der tobt und rotiert von einem erdteil zum anderen helikopter überall im septemberlicht im september später wird herr suter die hasen häuten inzwischen verströmt das radio wieder lieder ich sehe wie sie langsam ins feld hinaus ziehn
tu corazón
tu corazón de ballena tu único tu tan poco valorado en el que moran hojas de abeto al que circundan gramíneas tu corazón cubierto con una red de energía tu corazón late y se abate y palpita al viento del verano tu amplísimo corazón un buque de carga un ferry tu corazón cubierto por la marea a las ocho de la noche tu sano tu obstinado incombustible tu corazón ocupado tu corazón en estruendo inquieto inquieto tu cayendo sobre el tejado en los latidos y entre los latidos tu atento corazón el tuyo
dein herz
dein walfischherz dein einziges dein so unterschätztes mit fichtennadeln bewohntes und gräsern umsäumtes mit strom vernetztes herz dein herz es schlägt und schlägt aus und pocht im sommerwind dein geräumiges herz ein frachter eine fähre dein um ein uhr nachts überflutendes herz dein gesundes störrisches unverbrauchtes dein besetztes herz dein lautes herz unruhig unruhig dein stoisches herz dein aufs dach fallende dein unvergessenes herz zwischen den schlägen und in den schlägen horchendes herz dein herz
Bosque de abetos
El mirlo gira su cabeza como si inspeccionara el balcón y las macetas rendidas al sueño invernal. La casa en ruinas. Esquinas con moho el agua no transita con fluidez por los ductos. Prendo fuego al respaldo de una silla infantil y quisiera creer que los pájaros son visitantes que a mí se dirigen como el mirlo tan inmóvil y sereno que aguarda sobre el borde de una olla. El rosal se congeló aquella noche en que los vinicultores con sus lámparas correteaban entre los viñedos e intentaban salvar lo que todavía estaba para salvarse luces titubeantes en un barco en naufragio. Flores abrigadas en hielo. Debo dejar atrás un año de trabajo fructífero y serio. Voy a sembrar malvas en los cajones del huerto y estrellas blancas minúsculas cuyas semillas traje de Londres. La semana pasada traje fuego al mundo entre las palmas de mis manos. Solo un movimiento y ya se ha ido el mirlo más lejos su pico reluciente brilla todavía en el anverso de mi pupila en los linderos de mi corazón hay un bosque de abetos.
Tannenwald
Die Amsel dreht ihren Kopf als untersuche sie den Balkon im Winterschlaf vergessene Töpfe. Das Haus bröckelt. Ecken schimmeln das Wasser in den Leitungen fließt nicht gut ab. Ich verbrenne den Rücken eines alten Kinderstuhls und würde gerne glauben die Vögel seien Besucher die mich meinen wie die Amsel so regungslos und gelassen auf dem Rand des Topfes sitzt. Der Rosenstock erfror in jener Nacht als die Weinbauern mit Wärmelampen zwischen ihren Reben umherliefen und zu retten versuchten was noch zu retten war schaukelnde Lichter auf einem sinkenden Schiff. Blüten warmgehalten in Eis. Ich muss ein Jahr voller ernsthafter und fruchtbarer Arbeit hinter mich bringen. Ich werde im Gartenbeet Malven säen und kleine weiße Sterne deren Samen ich aus London mitgebracht. habe. Letzte Woche erzeugte ich Feuer zwischen meinen Handflächen. Nur eine Bewegung und schon ist die Amsel fort ihr leuchtender Schnabel glüht noch leicht auf der Rückseite meiner Pupille auf meiner Herzgegend liegt ein Tannenwald.
Trébol dorado
Mientras tú con las piernas abiertas te esfuerzas por sacar de la tierra la raíz pivotante hablamos de la familia. La mala hierba es también y tan solo un asunto de amor afirmas y sonríes. Pienso en el trébol dorado que antaño reuníamos en pequeños manojos para mi madre. Creíamos que esa era su flor favorita pero era tan solo una hierba brillante que crece a las orillas de la calle. En la palma de tu mano sostienes una oruga sus púas pequeñitas se erizan al cielo en el aire. Vanesa de los cardos dices tú, mariposa que vuela grandes distancias. Para su peregrinación de Escandinavia al África Occidental requieren de cuatro generaciones. Te limpio la tierra del rostro. Poseen una memoria generacional. Pienso en los fantasmas bajo nuestras camas cuando intentábamos quedar dormidos mano con mano antes que las falenas llegaran a la casa y se doblaran sobre nosotros con su aliento de vino aún extasiado por la noche. Las raíces pivotantes no se mueven. Me haces ver que el tejido de raíces no se extiende a lo ancho sólo a lo profundo se hunde estrato por estrato. Describe el mundo como lo veías de niño agáchate lo más que puedas.
Goldklee
Während du breitbeinig die Pfahlwurzeln aus der Erde zu ziehen versuchst sprechen wir über die Familie. Unkraut ist auch nur ein Geschäft mit der Liebe sagst du und lächelst. Ich denke an Goldklee den wir früher für Mutter zu kleinen Sträußen banden. Wir glaubten es sei ihre Lieblingsblume dabei war es nur ein leuchtendes Kraut am Rande der Straße. Auf deinem Handteller liegt jetzt eine Raupe ihre kleinen Dornen stoßen senkrecht in die Luft. Distelfalter sagst du fliegen ungeheure Strecken. Für ihre Wanderungen von Skandinavien nach Westafrika brauchen sie vier Generationen. Ich wische dir Erde vom Gesicht. Sie besitzen ein Generationengedächtnis. Ich denke an die Gespenster unter unseren Betten während wir versucht haben einzuschlafen Hand in Hand bevor die Nachtfalter nach Hause kamen sich über uns beugten mit ihrem Weinatmen noch aufgebracht von der Nacht. Die Pfahlwurzeln bewegen sich nicht. Du weist mich auf das Wurzelgeflecht hin es geht nicht in die Breite nur in die Tiefe durchstößt Schicht um Schicht. Beschreibe die Welt wie du sie als Kind gesehen hast bücke dich tief.
Fragmento
Hoy no salí de la casa. Junto al camino de bicicletas que va a la ciudad se extienden los cultivos que brotan al sol de la mañana. Las últimas flores de centáurea se yerguen a la orilla gatos se aposentan en las praderas y esperan. Esta ínfima parte del mundo. ¿Qué tan lejos puedo llegar? ¿Más lejos que a donde tu miedo al olor de mi vergüenza que te recuerda al olor de mi madre en el cuarto de baño que ella nunca cerraba? Doce milanos se posan de mañana en la copa del árbol y aguardan por ratones. En esta ínfima ínfima parte del mundo.
Ausschnitt
Ich habe das Haus heute nicht verlassen. Neben dem Fahrradweg Richtung Stadt liegen die Acker jetzt frisch aufgeworfen in der Morgensonne. Letzte Flockenblumen stehen am Wegrand Katzen hocken auf den Wiesen und warten. Dieser winzige Teil der Welt Wie weit kann ich gehen? Weiter als bis zu deiner Angst vor dem Geruch meiner Scham die dich an den Geruch deiner Mutter erinnert im Badezimmer das sie nie abgeschlossen hat? Zwölf Milane hocken in der Baumkrone morgens und warten auf Mäuse. In diesem winzigen winzigen Teil der Welt.
* Poemas pertenecientes a Una forma distinta de ternura (sel. y ver., Daniel Bencomo), México, Cuadrivio, 2024.
I
Manuel Astur (Sama de Grado, Asturias, España, 1980) es un poeta del presente. Ante un mundo que avanza con demasiada prisa, donde las palabras pierden peso, el caos ha invadido la vida social, los nacionalismos y fundamentalismos religiosos (y políticos) laten con tanta fuerza que incluso aquellos movimientos que se consideran progresistas terminan por ceder su voz al mandato del capitalismo. En un mundo donde el poder se basa en relaciones abstractas entre entidades numéricas, donde vivimos un sofocamiento, social, económico, ambiental, corporal y psíquico, como insinúa Franco “Bifo” Berardi, Astur viene y escribe Elfruto siempre verde para decirnos que la poesía “es el canto de lo que no se ve, lo que no se dice, lo que no se sabe, pero se intuye. Es el intento de vivir más allá de los límites de la muerte, de convertir la finitud en una forma infinita”, según afirmó Octavio Paz.
Entre sus versos lo cotidiano se desviste de su banalidad y asoma con la hondura de quien ha visto, andado y saboreado la vida. Así, una moneda, una navaja o el sol anaranjado no son cosas, sino puentes; no tienen peso, sino destino.
En El fruto siempre verde el tiempo no avanza, rueda. No tiene prisa, pero tampoco pausa. Es una gota que horada, paciente, la roca de nuestra existencia. Por ejemplo, en “El librín de Rilke”, Astur transforma el acto de dar(se) en un ritual de despedida. Monedas y navajas son gestos de amor en miniatura, ofrendas para un viaje que se extiende más allá de las palabras. Leemos:
Puse en tu mano unas monedas, algunas antiguas, otras nuevas, pues no sé a cuánto está el óbolo, y aquella navajita que había sido mía por si acaso allí te apetecía pelar ramas de avellano y hacer espadas de palo. Niño que olvidas el sueño y el miedo en cuanto te duermes en la cama profunda bajo la luna que te ama nada más despertarte en la mañana de verano.
También pensé en ponerte un libro, tal vez ese de Rilke, diminuto y verde, que nos pediste que te leyéramos, pero para qué, pensé, si tienes para leer todo lo que es, todo lo que nadie escribió.
Las monedas tintinean en la oscuridad primera para devolverlos la ofrenda de la luz, porque Astur piensa —no sin razón— que la sabiduría está en la experiencia directa, no en los libros ni en lo ya escrito, porque el verdadero lenguaje es el que calla y se ofrece ante nosotros como una promesa. Pero, también, sujeto del ahora y lleno de contradicciones, el yo lírico se abre en canal y admite: “Temo que tras el golpe llegue el silencio.” ¿No es esta la confesión de todos? Aquello que nos aterra es el eco: lo que queda después. La idea de que todo presente lleva consigo su sombra futura parece alejarse, porque en estos poemas la sombra no se esconde: se desdobla y nos mira. El poeta no trata de sujetar la vida; la acepta con la experiencia de quien sabe que no hay otra forma de estar en el mundo. Ante la fatalidad, como revela Astur en “Los bromistas”, sólo nos queda reír, pues allí donde la crueldad se mezcla con la inocencia, donde la risa se convierte en máscara, hay una gallina decapitada que camina dando tumbos. Tal vez tardemos un poco en comprender que la gallina somos nosotros, que avanzamos ciegos y para quienes la vida es una tremenda broma. Astur nos recuerda, junto con Roberto Juarroz, que la poesía resulta el espacio ideal para convivir con el absurdo y lo grotesco, no para resolverlos, sino para mirarlos de frente, encoger los hombros, reconocerse en ese instante y seguir andando.
II
Escribe Wallace Stevens que debes hacerte de nuevo un hombre ignorante y ver con ojo ignorante el sol de nuevo. Cuando practicamos zazen, es decir, cuando meditamos, no debemos esperar nada. “Practicar por el mero hecho de practicar es nuestra forma de vida —recuerda Shunryu Suzuki—, como una flor florece sin apurarse, simplemente practica, y esa será la expresión perfecta de la naturaleza”. En El fruto siempre verde, la mirada del poeta vive en constante renovación. Observa pensativo el transcurrir del mundo; es firme como la vieja vara de bambú pero se deja mecer por el viento, porque sabe, como lo enseña el Tao, “cuando la vida comienza, el hombre es blando y flexible, que cuando muere, se vuelve rígido y duro, porque lo blando y lo flexible son compañeros de la vida; lo rígido y lo duro son compañeros de la muerte” (vers. de Ezequiel Zaidenwerg). Por eso la sabiduría viene siempre del afuera, de lo que está más allá de nuestros ojos, del rastro que deja la vida tras de sí. Por eso, la madre es consciente de que el cinamomo no da flores cuando se poda, la hermana se revela y se abrasa en la escritura, el recuerdo del padre ronda no como un fantasma shakespeariano, sino como un presagio de florecimiento. Porque quien ve con ojos nuevos el mundo sabe que el erotismo y la muerte son las dos caras de una misma moneda y que, en su paradoja, ambos resultan motores de la creación. Manuel Astur ha venido a decirnos con este nuevo libro, y citamos las palabras de Suzuki, que “en la mente del principiante hay muchas posibilidades, pero que en la del experto, pocas”, porque cuando la muerte venga a recoger el fruto, estará verde, tan inmensamente verde y robusto en su vacío que no le cabrá en la mano. Y nosotros la esperaremos sentados mientras tomamos una taza de té.
*
De El fruto siempre verde (Acantilado, 2024), de Manuel Astur
Los bromistas
Mi madre me contó que, cuando era niña, unos hombres que partían leña cogieron una gallina blanca que pasaba por allí, la pusieron sobre un tocón y de un hachazo le cortaron la cabeza. Después, dejaron que el cuerpo siguiera andando hasta que, al cabo de unos metros, cayó muerta.
Todos se reían.
Atardecía. Olía a resina y a tierra húmeda. Había golondrinas. El cielo se oxidaba como una manzana pelada. El repicar de la campana de la pequeña iglesia caminaba por el valle como una vaca que regresa a la cuadra. La eternidad se lavaba los pies cansados en el arroyo.
Dónde fuisteis, hombres que reíais, tremendos bromistas. ¿Sois ahora la gallina decapitada? ¿O nacemos sin cabeza y esos pasos, esos pasos ciegos son la vida?
Eco
Eres mi eco: paredes que rezuman el suelo de tablones centenarios montañas de papeles que llevaría una vida descifrar guardados en un armario.
Me dijiste: Saluda al mundo y yo saludé al mundo y el mundo me respondió y no podía ser de otro modo: el mundo tenía mi voz.
Soy tu eco: las galaxias vacías del orgasmo la maleta nueva él preparando la caída y aprendiendo a andar.
Reíste y yo reí frente al desfiladero que devolvía nuestros saludos y también se rio él grité: Quién está ahí?
Ahora lo sé: allí estaba este que ahora soy sin ti.
Todavía vivir
Mientras estábamos de viaje unas golondrinas pusieron su nido en el alero del porche de casa y han nacido cuatro pajaritos que no paran de reclamar comida.
Cuando hace buen tiempo me tumbo a leer poesía bajo este nido hasta que me quedo dormido.
Ayer una de las golondrinas vino veloz al nido y como tantas otras veces soltó la presa en la boca de una cría pero en esta ocasión se le escapó y una mosca grande y negra cayó sobre las hojas blancas de mi libro de poemas chinos.
La mosca zumbó sorprendida se frotó las alas y enseguida salió volando. Qué suerte la suya: todavía vivir, vivir todavía un día.
Al final
Quedará entero quien se sepa partido. Ganará quien deje de luchar. Al final, el que flota, el que se mece.
Al final, el final interrumpirá nuestros juegos, dulcemente, como la voz de nuestras madres llamándonos al oscurecer para que vayamos a cenar.
Idioma
Extiendo el dedo índice entre el paisaje y mis ojos. Miro el paisaje: un hórreo, algunas casas que parecen de juguete, prados, los trazos marrones del arado, la espuma de los bosques que reconquistan el monte abandonado.
Después miro mi dedo: escucho el sonido suave de mi vida humana rodando. Las estrellas han de sonar parecido.
Pienso que no quiero aprender un idioma que sólo pueda hablar yo.
La poesía
La poesía: coger un carbón de la chimenea apagada y dibujar con él lo que recuerdas del fuego antes de que se te olvide.
Regreso
Encuentro junto a las macetas del muro la taza azul que Raquel lleva días buscando. De repente, la brisa acaricia el pelaje de la arboleda y trae a mis pies la voz de la hija pequeña de los vecinos, que canturrea una canción en un idioma inventado.
Los avellanos se estremecen, los perros del pueblo ladran.
Y ya está aquí la certeza de haber regresado, cuando no sabía que me hubiera ido.
Soneto a las tentaciones alimentarias
El gastronómico placer anima la harina que en pastel adquiere forma. Tu libera de toda forzada horma el vivir que el antojo tanto estima.
No sea causa de ninguna muina ni comida chatarra que deforma ni azúcar demasiada que transforma tu figura contenta en triste ruina.
No sea causa: disfruta el momento. Tu doctor tal vez te advierta, severo, haz ejercicio y tu dieta reforma,
pero el Buda sonríe: el alimento aprecia en su transcurso pasajero. Que el sabor sea del sabio la norma.
Soneto a las sensaciones intensas
Obedece al impulso que te obsede: disfruta en lo profundo cuando bebas el agua viva que el placer concede. El paraíso en este mundo pruebas.
Tanto azul en total el cielo excede que lo pleno en su esencia así compruebas. Ve claramente lo que a lo alto accede y goza cuando tus sentidos cebas.
La conmoción abstracta del orgasmo revela una verdad perecedera donde se alían lucidez y pasmo:
que viva largamente la libido en su ansiosa delicia pasajera porque sólo lo vívido es vivido.
Soneto sobre el misterio de la vida consciente
¿Cómo comprender la materia urdida de lábil fibra y persistente brea que en el cosmos hostil se agrupa y crea el milagro de lo que cobra vida?
Fuerza tenaz de célula ceñida, extraño humor que en su interior flamea, en el seno de insustancial jalea se aferra a su fatalidad herida.
En un momento clave se detiene y mira, atónita, cómo se trunca el principio sutil que la sostiene.
En suspenso la suerte de su estado, percibe, sin esclarecerlo nunca, el tremendo misterio de lo dado.
Soneto a la variedad de la vida
De la arcaica bacteria a la magnífica ballena, de los bosques venerables a la formicular ciudad prolífica, de sus profundidades insondables
se desenvuelve la vida, mirífica, en sus metamorfosis incontables. Reza la mantis su oración beatífica ante tantos milagros adorables.
No es la muerte sin fin sino la Vida que en los confines del cosmos prospera más allá de la lógica medida:
más, más allá, en su evolución estricta, como crisálida de luz que espera su floración cabal, suprema, invicta.
* Poemas pertenecientes a Dones del día. Noventa y seis sonetos de ocasión, México, Bonilla Artigas Editores, 2024.
Despeñadero
A Daniel Calabrese
¿Cómo lograremos quitar, madre, la piedra que cerca tu puerta?
Yannis Ritsos
Es extraño cargar tanto peso y sentirse vacío.
Hay Sísifos que empujan cada día la sombra de una piedra.
Dentro de las palabras habitan lágrimas de polvo,
podría ser peligroso hurgar las vísceras de alguna lágrima,
la nostalgia carga sus voces ciegas.
En su torrente,
la memoria también va arriando piedras.
Cada noche es un despeñadero que se abisma en la lengua.
Son piedras que tropiezan dos veces con la misma vida.
Licor de la carroña
A Vladimír Holan, que supo escuchar
la lluvia que cae en las prisiones
¿Qué rueca hila la lluvia que cae en las prisiones?
¿Qué danzarina torpe la destrenza como a una sopa rancia?
Licor de la carroña
Lo que fermenta es el graznido de los mercachifles,
los sueños escaldados,
y el tibio hollín en la memoria,
Ahora toca barrer, desplumar al silencio para escuchar
los goterones, salivadas bruscas.
el chubasco de púas que tachona ventanas y crucifica todo lo que toca.
Lagrimales feroces borronean la letra de las cartas
que nadie va a escribir.
Barruntan
La imaginación, primero la imaginación, porque va dos
pasos adelante, ¿qué duda cabe en el lugar de todas las
preguntas? ¿y después?, más imaginación, ¿qué pasos cruzan
por fuera del jardín que almacena el polen del deseo?
Hay quienes saben, creen saber, vociferan
su altura, largo y ancho, barruntan
su longitud de onda, presumen
conocer a qué temperatura hierve, ignoran
que bastaría con tirarse al piso para mirar debajo de su
enagua, la libertad, ¿qué duda cabe?
Con su caligrafía infantil dibuja las líneas de una
mano que vive en el exilio, ¿qué noche tizna su bandera?
la libertad nunca rapada o sometida o muda, ningún
convite por fuera de la mesa de anhelos, ¿qué duda cabe?
ni de rodillas frente a la fuente de los espejismos
Va recostada sobre la grupa de un viento descuadernado
y bronco, ya muy cerca de brasas y vapores de un curanto
como un vuelo enterrado en un sueño, porque, ¿qué duda
cabe? primero lo primero, ya despuntan sus brotes,
la imaginación y sus manjares, digo, sus aventuras.
El eterno aprendiz
A Emiliano Bustos
Perdió un brazo el deseo ¿en qué lugar?
A la carrera iba, sordo a las advertencias y ciego a los avisos de todos los caminos.
Desoyendo las voces de aquellos que peregrinaron hasta sus oídos para entregar canastas de prudencia.
¿Fue una herida de guerra? ¿hubo una guerra?
Murmuran los que llevan agua a su molino: “al brazo hay que tenerlo cerca del bolsillo”, “hay que lustrar
el rédito”.
¿Y él? ¿qué acarreaba? ¿sed?
¿trastabilló? ¿rodó por la pendiente de las cosas inútiles?
¿su brazo abrió los ojos al goce o al espanto?
Comenta el vecindario: “calculó mal”,
“ya nadie arriesga un sueño en la selva de las cifras amargas”.
Otro dijo: “quería ver mundo, pobre”.
Nadie mencionó más al aprendiz aquel que sin un brazo lleva consigo su carcaj, su arco,
y en el centro del bosque de las conjeturas tensa la flecha y canta.
Lamento por los garabatos de Thomas Shelton
(A la manera de Sidney West)
thomas shelton, inglés para más datos, traducía
la lengua de los minuteros en una relojería de spokin hill.
Toda vez que oía con atención el murmullo del tiempo,
su esposa murmuraba: “un bueno para nada”.
Fue el primer estenógrafo en anotar el dictado feroz de una borrasca,
Cierta vez transcribió a gran velocidad la lista de secretos arrumbados en los rincones de la casa.
y un día se le atrevió a las voces sobreactuadas de un trueno.
Cada noche en spokin hill, los varones acunaban su rabia, menos thomas shelton arropado por un coro
de astillas.
En los pequeños pueblos donde se castiga la placidez y se prohíbe el sosiego, son extensas las filas del odio.
thomas tejía su red de garabatos: garfios, puntas de flecha, dardos, ideogramas, ganchos, arpones y ganzúas.
Después, con habilidad de torero, lanzaba una verónica y recogía un extenso cardumen de palabras.
Y su esposa de nuevo: “se le va la vida en la cantina”.
Así fueron los años del taquígrafo que compitió con discursos de piernas largas y siempre salió invicto.
Oh shelton, shelton, con su cerveza y su marmita hirviendo un enjambre de signos como anzuelos parlantes.
Cavilaciones
¿Y si lejos de sí mudó la gente,
como si en un traslado hubiera olvidado sus enseres de espíritu, las sombras de sus cavilaciones, la enjundia
de sus sueños?
¿Y si en un trasiego de pasos apurados extravió la música de la emoción?
Porque la poesía sigue ahí.
Siempre ahí.
¿Y si los muchos prefirieron mudarse al corral de las obviedades fulgurantes, lo previsible, lo palpable?
¿Y si la gente pospuso lo humano de su entraña y congeló su imaginario?
¿Domesticaron a la intuición? ¿se fugaron?
¿se olvidaron de sí?
Porque la poesía está a la mano,
no se apartó de nadie,
aun cuando muchos se acostumbraron a la oscuridad y se volvieron nadie.
Versión al español de la autora.
Jacal de zacate
I
No navegues al nacimiento del sol
porque su placenta te puede asfixiar.
No barras el panal de noche
porque las abejas abandonarán la casa.
Nána:
amarra la milpa,
en la fiesta de san Miguel,
para que el maíz
no camine con el viento,
porque ese día
se desvanece el hambre en el río.
II
Sentada en la fogata
en compañía de Lundú
—el que ladra en los tiempos de duendes—
y Senta, la gata
—que la encamina en el abandono—
cimbró el jacal de nuestra voz.
El comal de barro irritaba la espalda de las tortillas,
en el estómago del molcajete ardía de salsa roja.
Una totuma de agua tostada apaciguaba mi garganta
y sus manos estrelladas de palma
sirvieron bocados en su boca.
III
El dolor se quejó por mi boca: ¡Maá, me voy pa’l otro lado!
La cena en silencio
barrió su mirada de noche,
su estómago encogió el desconsuelo
hasta cimbrar sus manos,
la tortilla perdió el olor azulado
en la boca de Lundú.
¡Se fue el hambre!
Ve’e ita ndu’ú
I
Kúvi súta un kìví káku ñù’u tyi koto ka kìta kùàkò suku un. Tí’iví un yòkò ñúu tyi koto kunu ndi’i tìmii yòkò ve’e.
Nána: Nadakatún itu, vekó Sa Miye ñà ná ndátyí nùni xi’in tàtyí, tyi kìví yó’o kia sá táni ra soko xi’in ìta.
II
Índu’ú koo ña ñánu’u xí’in Lundú −ti ndá’yù ñúun nú í’na− xi’in Senta, kalu ti −xíxi xi’in ña tá ndóò mií ña−; nìtàxa ve’e kìví ndatu’ún ndi.
Xìyó ñu’ún sà sáa sàtá ixta, Ká’aun ini ko’ó xá’a xi’in tia’a kua’a. Iin yaxín tìkui yá’a taavi sùkún i ta nìndùvà ndi’i nú nda’a ña xi’in ñùú, ta táan ña ixta yu’ú ña.
III
Tá’aví ka ví ini i ta nìka’an i xi’in ña:
¡Maá, ku’un i inka xiyo! In kùtáxin yu’u ixtá, in kua’an vàxi tínuu ña xíto ri nú naa, nìxíta kue’e kútàmà tixin ña ndakua kísi a nda’a ña, ndañú’u xìkò ixta ndi’í ini yu’u Lundú. ¡Kua’an va soko!
Versión al español de Miranda Martínez Bonfil
El PdP agradece a drift agencia literaria la autorización para reproducir los siguientes poemas.
—La Redacción
La fotografía como consecuencia*
En la agitada noche en que el barco Estonia se hundió,
la gente usó los flashes de sus cámaras
como llamado de ayuda ante
las puertas del mar que se cerraban.
Al final, algunos sobrevivientes descubrieron
que habían tomado fotografías de los últimos momentos
antes de que el barco se hundiera.
Fotografías que no son fotografías
sino rastros de la necesidad de ver.
Una es de un hombre sentado en el casco
justo antes de que éste se deslizara hacia abajo.
Sin esperar.
Lo que venía vendría.
Aquella quietud suya,
el horizonte escorado,
el futuro allí
en la pendiente de su hombro.
La fotografía contiene el accidente del traslado,
el antes y el después.
En la fotografía vamos hacia atrás
y él viene hacia adelante
a donde la muerte había llegado.
* 852 personas murieron cuando se hundió el barco Estonia en el Mar Báltico el 28 de septiembre de 1994.
The Photograph as Consequence*
On the heaving night the ship Estonia sank, people used the flashes of their cameras to signal for help against the closing doors of the sea.
In the end, some of the survivors found they had taken photographs of the last moments before the ship went down.
Photographs that are not photographs but traces of the need to see.
One is of a man sitting on the hull just before it must have slipped below.
Not waiting. What was coming was coming.
The stillness of him, the tilting horizon, the future there in the slope of his shoulder.
The photograph contains the accident of translation, the before and the after.
In the photograph we go back and he comes forward to where death had arrived.
*852 people died when the ship Estonia sank in the Baltic Sea on 28 September 1994.
Aliento
El lenguaje es aliento,
es tacto, es baba,
es el silencio antes de hablar.
Ruso
Una mujer aprendiendo ruso describe
la nueva inclinación de su cabeza,
su pecho, sus manos,
la tensión de su labio superior
como picaduras de abeja alrededor de la boca,
los cambios musculares de su lengua
una invasión desde adentro.
Árabe
Te enseño a decir la primera letra de mi nombre,
un sonido entre la g y la h,
para el cual no hay letra en inglés.
Inhala,
toma un sorbo de agua,
exhala.
El sonido del aliento dejando la garganta
es el comienzo de mi nombre.
Breath
Language is breath, is touch, is spit, is the silence before speaking.
Russian A woman learning Russian describes the new inclination of her head, her chest, her hands, the tightening of her upper lip like bee stings around the mouth, the muscular changes in her tongue an invasion from the inside.
Arabic I teach you to say the first letter of my name, a sound between g and h, for which there is no letter in English.
Breathe in, take a sip of water, breathe out.
The sound of breath leaving the throat is the start of my name.
La pluma
Tres días antes de que mi padre muriera
perdí la pluma plateada con mi nombre en ella,
un regalo de mi tía por mi cumpleaños veintiuno
que había conservado por casi diez años.
Ese día, supervisando estudiantes en Khayelitsha
que colgaban un aro de baloncesto, regresé a casa
para pedirle prestadas sus herramientas.
Caminamos alrededor del garage y yo taché
la escalera, el taladro, los clavos y el desarmador de mi lista,
y él sugirió que agregara un martillo y un nivel.
En algún momento entre apilar y empacar
el coche, perdí mi pluma sin siquiera notar
que se había resbalado de mi mano.
Cuando me fui a casa tarde ese día,
negocié con la pérdida como siempre lo hago,
no yendo de regreso al garage a buscar la pluma
en caso de que no estuviese allí,
sino manteniendo su ausencia inconclusa,
para que pudiera regresar algún día.
En tres días
las secuencias imposibles de la muerte.
Repasé
todo lo que dijimos ese día
y los años en que no hablamos
y la reconciliación, casi sin palabras,
cuando caminamos el uno hacia el otro con la mirada gacha
y lloramos mientras nos abrazamos.
La noche que murió
sentí la plenitud de la pérdida,
de la ausencia sin negociación,
y sin embargo también lo que aún estaba allí,
ese moverse el uno hacia el otro,
sin mirar.
The Pen
Three days before my father died I lost the silver pen with my name on it, a twenty-first birthday gift from my aunt I’d kept for almost ten years.
That day, supervising students in Khayelitsha putting up a netball hoop, I came home to ask to borrow his tools. We walked around the garage and I ticked off the ladder, drill, nails and screwdriver on my list, and he suggested I add a hammer and level. Somewhere between stacking and loading the car, I lost my pen without even noticing it had slipped from my hand.
When I went home late that day, I negotiated with loss as I always do, not going back to the garage to look for the pen in case it wasn’t there, to keep its absence incomplete so it could come back one day.
In three days the impossible sequences of death.
I went back over everything we’d said that day and the years when we didn’t speak and the reconciliation, almost wordless, when we walked towards each other with our eyes down and wept while we hugged.
The night he died I felt the completeness of loss, of absence without negotiation,
and yet what was still there, that moving towards each other, without looking.
* Textos pertenecientes a A Hundred Silences, Ciudad del Cabo, Kwela Press, 2006.
1.
Facilis descensus Averno
Amo las bibliotecas y los libros
quizá porque sus páginas recuerdan,
aunque si no tu voz, tu pensamiento que habla,
y es estar dentro de tu mente, abuelo,
tan pero tan cerca;
y aunque estés muerto caminar tu fuente.
Hoy tus palabras hablan
y puedo repetirlas;
me acercan al rigor que ancla tu fuego;
les doy mi comprensión y carne y fuerza
y en medio de tu alma me descienden.
En la hoja en blanco brota
con músculos tu esencia,
tu aliento que articula
y a símil de tu imagen me incorpora.
Extraño pan mental,
en que comulgo, la hoja,
donde pruebo el sabor de tu conciencia,
tu sangre también tan esforzada,
tu libertad que desde el alma enciende.
Las letras me heredaste,
que aunque no son las cosas,
son el ser por dentro que sostiene
cualquier mundo y rehace
desde el centro al camino,
y predice el avance,
también la madrugada.
Dan tus palabras alas
para un viaje de espuelas sin un muro,
para volvernos luz, ser del futuro.
2.
Quale per incertam lunam sub luce maligna Est iter in silvis
Los caminos de la tinta me gustan
porque allí te escucho, abuelo,
y porque son tu andar, aunque sin cuerpo,
alternando en otra forma de existencia.
Son caminos que abren las entrañas de los tiempos,
de ojos que aún ven muertos
y que la sibila conoce
y atreve el héroe que los sigue hasta su infierno
y en paso inmaterial al alma encienden;
De muertos está hecha la escritura,
que aún podemos ver,
pues su tierra de tinta los sostiene:
línea es en sí que sumerge y enhebra
entraña audible de memoria
o párpado de fe, reptante y honda,
desatando de sombra al laberinto.
Tu tinta es senda inversa
con que oficia, la sombra, luz
como promesa; impetuosa quizá
igual que una semilla,
que impulsa una hoja y su árbol
y lleva a su ala al mundo
y entrona en luz lo cierto.
Otórgame tu hilo de noche, abuelo,
para mi andar de Orfeo, perdida,
que aunque nunca te abrace, allá en tu sombra,
luz en tu ausencia acaso es mi camino.
3.
Guarda la tierra en noches su diamante,
como siembra de un sol que interna atrapa,
luz prometeica, devorada
para habitar en los abismos,
que sustenta lo invisible y mira
donde aún te retiene la muerte en sus encierros.
Allí desciendo, abuelo.
Metal con sed de crimen te sustrajo
y tus huesos de luz mordió la tierra.
¿En dónde hallar la mina de tu estrella,
la luz que te robaron de honda guardia?
¿Dónde tu amanecer que me atraviesa
la noche entera hacia otra orilla?
¿Dónde sangra aún tu sol en esta tierra?
Me quise de cristal para seguirte,
sumergirme en tu sangre y mil batallas,
y hallar, aún en la piedra,
la luz con que ordenaste a un mundo
aún con entraña,
tu voz de fuego y ala,
robando en otra ley amor primero.
4.
Sed revocare gradum superasque evadere ad auras, Hoc opus, hic labor est
Yo leo tus palabras y mastico tu luz
como un pan sin ritual, ni mediadores,
un pan sólo de ser y amasada experiencia,
ejercitándose en mirar:
el pan del héroe, abuelo,
el pan de la verdad;
su arquitectura de luz
forjó otro mundo,
alas para una nueva libertad,
un sueño que despierta
las noches sin errar.
Zarza ardiente, tus libros
porque te reconstruiste en libertad
y en ellos vuelas.
Saltas en llama, abuelo,
audaz en tu mirar
que al tirano en sus crímenes desnuda
y su dura noche entrega
en holocausto a la verdad.
Fue tu incendio una aurora,
de sol aún incompleto
y sueños por cobrar,
fue viento sin bandera,
y senda sin ondear.
En tierra de ancla espesa,
ardua cima es tu vela
para hombres que han dado
más firmeza a la luz.
Rom Freschi, Estremezcales, México, Proyecto Literal, 2024, 59 pp.
Más allá de una predeterminación significante, se encuentra un espacio de navegación para intérpretes dispuestos al juego del mundo, donde sucede lo imprevisto. En ese lugar el Eros es una mixtura de posibilidades que gana sentido, siempre y cuando no sea enumerado linealmente, si no se desea a la vez un delirio sin retorno hacia el Tánatos. Aparecen las imágenes en combinaciones silábicas y luego en jitanjáforas: Rom Freschi (Buenos Aires, Argentina, 1974) se regocija como un fractal que se abre, salta sobre las palabras, regresa del contrasentido para aplicarle re-versa al verso. Eso que se palpa en el estremecimiento, que comparece poco a poco para que el deseo no se pierda, tienta a la semilla hacia el lance de las virtudes de su tallo. La búsqueda de lo sensible permite los efectos en una experiencia inmediata en Estremezcales, un libro daimónico, facineroso entre lo humano y lo divino para una prestidigitación instintiva: lo ambiguo opera ahí como palabra concatenada que ocurre en el límite, unas veces en el delirio previo a la explosión, otras en el momento preciso —o a pocos palmos antes de ganar o perder su equilibrio—, para luego citar las consecuencias en aquello que ha sido fecundado. Y, en el arrebato voluptuoso de la experimentación, se accede a lo otro con apetito, sin predeterminación, logrando combinaciones que proponen un color y una forma ingeniosa, abiertas poco a poco a las necesidades de su propio deseo, que se va transformando en el del lector.
Lo escrito, incluso el poema, aparece siempre después, como constatación de aquello que fue y que se sabe no sabiéndose; una manifestación pre o postorgásmica, un todo hecho de breves gozos acumulados que convoca a las mareas posibles para describir algo, como el mar, indescriptible: lo trémulo a punto de la explosión, y aquello que ha sido imaginado como real en el momento preciso “del lado al ano, del ojo al labio, de la rótula amarga y tiesa hasta la frente anforal”. Luciferina en búsqueda de la luz, atada travesti nodal: Freschi, ni qué decirlo, se divierte en la parte más roja de la noche, el espacio profano para hacer que el lector, de por sí perverso, pueda sorprenderse con las combinaciones sonoras que se hilvanan a sí mismas:
Amarrada, he de multiplicarme, reverberarme hasta el estallido. Ocurre, oh, ocurre. Mil fulgores de estrellas, estrellan, estrenan, nuevas carnes, nuevos seres del estallido.
Sucede que “follecen”, que el sudor amielado y las lentejuelas, la luz brillante de la lámpara de espejos, nos sigue convocando a muchas y muchos hoy en el baile, en la sonrisa cómplice: en lo kitsch finisecular se fundieron los versos de generaciones enteras, mezclados en el espacio posible entre Ziggy Stardust y la Stella Maris, virgen marina, para no perder la estrella en las tormentas.
Pero Freschi revela también su técnica sin pudor. En el texto “Arte poética”, la estrategia de seducción es mediada por una sutil antipolítica de lo social, hacia un lector que ha avanzado ya en los deleites de sus imágenes, así como en las filiaciones a una carne sensible, y en la sagacidad que despierta, convertida en verbo. Primera incitación cortesana, imitando recato, que muestra el contorno de lo escondido: “un punto máximo de formalidad”. Ahí Tánatos. Pero el Eros coronado es una lúbrica pedacería que despliega las formas no sólo del poema, sino de estilos insurrectos para leer lo vivo en la excitación:
Tome un mortero o, en su defecto, un picahielos […] y con él estrelle, de manera irregular, su lenguaje hasta que parezca un glaciar refractario o la corona antigua de algún emperifollado rey.
Merodear el mundo, sus primeros artificios; jugar desde un claro barroquismo que usa las imágenes del cotidiano hacia su feminización henchida de abundancia, amorosamente aguda. La ahora reina coronada se ríe de los ingenios logrados mediante esa disimilitud que encuentra aparejamiento en el ritmo, en sus percusiones silábicas y su malicia. Frente a este tipo de fuerzas poéticas, pienso a menudo en lo que e. e. cummings advertía en el programa de una de sus obras:
Relájate y dale a la obra la oportunidad de pavonearse […] deja de preguntarte de qué se trata todo, como muchas cosas extrañas y familiares, incluida la vida, esta obra no es ‘sobre’, simplemente es. No trates de disfrutarla, deja que intente disfrutarte a ti. No trates de entenderla, deja que ella trate de entenderte a ti.
Ahí una comprensión nueva en la embriaguez, en la mezcla de elementos para el encantamiento y la aparición de las luces y las sombras. Toma de conciencia acerca la fiera infancia, sobre el embeleso del juego y el amor: uno no dominado por las contingencias de lo insuficiente. Amor en plena fiesta de disfraces: mezcal o mescalina, opio o ácido, derroche y efusión. No el malestar de la “verdad” a medias de las pasiones, sino el presente vívido de la transmutación: “Paradoja espléndida”.
*
Selección de poemas de Estremezcales
Letrina
Orgasmina y potente se desliza almejhada, dice decir para divertir y divierte diciendo lo. Se han robado su piececillo mientras hablaba, le han robado ese precioso revés de aquilina y así sostiene la sonrisa…:
—Oh cuadernita, pizarra bizarra, me amarras aunque digo que me amas, amaranta, solo me amas si arrancada la pantorrilla te hago reir, te hago la pirueta amada en tu pisito amarillo y entonces sí, redundas, rebalsas, redondeas una letra barroca y terrosa, frankeinstina. Eres en verdad, monstruosa. Eres, en verdad, la res cornada que apunhala las extrañas entrañas que tú misma, tirana de Bergerac, incrustas y transportas del lado al ano, del ojo al labio, de la rótula amarga y tiesa hasta la frente anforal.
Me amontonas, espermita te crees, fecunda y ovular, vitoreas tu belleza sobre mí que sola y fértil, me condeno al amargo y cadenoso recreo de tus amores.
Amarrada, he de multiplicarme, reverberarme hasta el estallido. Ocurre, oh, ocurre. Mil fulgores de estrellas, estrellan, estrenan, nuevas carnes, nuevos seres del estallido. Nunca ha existido el silencio… la marca está en mis carnes, muertas, carne nueva, ella, ellas. Desechan ellas. Me fallecen. Me follecen, extrañas, amargas… políglotas de sonidos que no hablé, no hablaré nunca, no viví nunca, dicen. He vivido. No ha ocurrido. No era yo. Cautiva, ida, ellas ya, ello, ellas ya brillan.
Arte poética
Receta para un apetitoso ‘Petit Poème’ a la Perfección.
1. Lleve su lenguaje (o al menos, un buen pedacillo) hasta un punto de máxima formalidad y cortesía, señora.
2. Tome un mortero o, en su defecto, un picahielos (si es posible con mango de incrustaciones en rubí y/o esmeraldas y topacios) y con él estrelle, de manera irregular, su lenguaje hasta que parezca un glaciar refractario o la corona antigua de algún emperifollado rey.
SMD en colaboración con Rita O’Neall
Un derrame de belleza anuncia ya tu soledad… desviada en el ojo, la mirada espejhada de otro mundo se revuelve contra ti como una mareada marejhada infinita de espumas. Ácida indiana y solidina, en tus huecos la queja rabiosa de mil dientes que has hincado quiébrase en medio del clamor, del ancestro amilado de voces, inmigrante insectado en ese, ya no tu ojo, en el lomo oleado, calcómano, fotónico y calidópico, el muerto estallar de tus tripas fluoresce invicto de toda virginidad.
El poeta Peter Cole (Paterson, Nueva Jersey, 1957) estuvo de visita en nuestro país hace unos meses para presentar su libro La poesía de la Cábala (trad. de Aurelio Major, Vaso Roto, 2024). Pocas personas saben o recuerdan que su primer poema traducido al español se publicó en México, en el número 3 de la revista Mandorla. Nueva escritura de las Américas, en 1993. “Rift”, aquí traducido como “Grieta”, es el poema que da nombre al libro homónimo publicado en 1989 en la editorial Station Hill. En él se anuncian los temas que habrían de aparecer en la poesía posterior de Cole, siendo la relación con lo sagrado el no menos importante de ellos. La disposición espacial del poema sobre la página, las elipsis y la erosión de la sintaxis no dejan de ser tópicos que contribuyen a decantar la voz que se pronuncia —y se condensa— en estas líneas.
—Gabriel Bernal Granados
1
Aguda mirada y arcos
y espirales en el ocaso
de golondrinas
girando,
como zancudos
en enjambre
los dardos
más altos
atravesando un espacio
abierto
y dos,
quizá tres
se disparan
rápidamente
hacia abajo, atraídos
uno por otro
anterior
pero los tres
por un cuarto
y sexto
y décimo,
y dentro
después fuera del
atranco
delineado de manera
oblicua rematan
los techos
mientras otros, más solitarios
descienden
y se elevan,
con calma
en las corrientes y en ascenso y en lo alto
y más alto su entrada y salida de una
luz
al gris
y el brillo
blanco
y de nuevo
al negro—
su caída
súbita
hacia un aleteo
y fuga—
y el parche
callado
vacío
y después
colmado
con violeta extendido y más profundo y estrellas
Noche excesivamente
clara
es casi
azul
casi un
negro
Pilar.
La luz
atrapada.
En el mismo
medio
casi un índigo
casi
en absoluto. Nadie
dijo
una palabra, nin-
guno
Audible:
: en el
meollo
del mármol.
Medio: lo escuché
moviéndose.
Vi el cuerpo
destrozado
en metal y
vidrio
y la presencia
para entonces aferrada.
Nadie dijo.
Al
borde de
la letra.
Me detuve a observar
al pichón.
que-mueve-increíblemente-su
cabeza-
atrás-y-
adelante
al andar.
Ni
buey ni
león;
ni ballena;
ni el halcón ni el águila
de nadie.
Pichón: bobo.
Un alba destruye
lo negro
de nuevo
sobre la ciudad el zafiro
esplende
en la pluma de una
paloma—
la villa
de un judío
otrora
y la luna
delgada
donde el fulgor
se dobla;
lo blanco de oro
palideció,
lo oscuro
en silencio
y acabado,
el sol como cualquiera y el lugar
no
bastarían, por lo que toda la
noche
un enseñar al cerebro lo que
Nosotros,
Abstractos y
sin mesura
como whiskey.
Todo
excepto lo que sobró
aún
en el cero, abajo
Lluvia, también, como una especia
Por el sonido ella
golpea
en nosotros
Piedras
mojadas y dormidas, extrañamente
más fácil.
O por completo
despiertas al aroma.
Enero. Impreso en un
diccionario—
pétalos secos
nervados
y su sexo bellamente
aplastado
en aquel
lugar: marrón, fucsia, carmesí.
2
El instante distinto de
Cristo,
que no
tendrá fin, que se rendirá
a cruz ninguna
ni a la sangre
de nadie
sino a la propia.
Antes de la luna
y la grúa
similar a un dios— la aleada
composición de níquel.
Bajo
ese gris.
El.
Rothko.
Como si él fuese
atrapado,
en descenso. Ella es
una
sombra
junto a las otras
sólo.
Ninguna boca.
Llamando.
Bajo ese
verde.
Más fácil: su idea
tosca.
A la puerta,
y las estrellas griegas,
patéticas como
A veces ella
quería
que él llegara
por detrás
con
su verga
dura
como si
la tocase
ahí, adentro
de él.
Realmente lo que él quería era
siempre
pequeño, siempre
la palma
en el blanco
del sueño,
siempre el cordero
que ella era.
Realmente
había cantado lo que siempre
perece
donde fuera que estuviese
y lo que quedaba de los
lobos.
3
Los pasos no son para
duro
el después de ti el
techo
súbito las
palabras más duras
abajo
duro el rostro que lo atraviesa duro el sonido adentro
de lo tan duro el siempre
no
lo lejos lo casi
duro
y justo
reconocer lo siempre
duro
la base para
admitir
el sonido
afuera
para ti lo
duro el
ciervo
el agua
Y cuál es
el trigo
y cuál
la paja
¿y acaso el sueño
estafa
su ruina
las espinas
crepitantes
y obstinadas,
o quizás el aire
en erosión
por un momento
en calma?
y qué es lo maravilloso.
El ruido
ahora la tormenta
y árboles
sobre las casas
un reloj
marca la hora
tarde
en la cual es
erróneo
y cuando la ilusión
de nubes
en movimiento
bajo esa
estrella
que la acelera—
azul
bajo la (más cercana)
oscuridad:
anochece.
El calor
se fue
de su
donde
y la gente en casa: el cielo
velozmente
ennegrece el Sabbath y
(Detrás de la lluvia, el rocío
blanco
y los vientos
abriendo
un terreno,
un lote
baldío—
anémona
muda, cicatriz
roja— abriéndose
ahí
bajo el
negro
manto y
fin
ciudad y
libro
posiblemente
una y otra vez
lejos
Ahí,
un camino
y tal vez
un retorno
Sólo esencias
de
ser de, sólo
la plegaria.
Zorros. Grieta. Ningún rostro.
4
Nomujer y estrellas
parpadeando
afuera e índigo
escalando
del púrpura detrás de ello.
No-
mujer de ámbar que abajo arde. Nomujer
y oro
y los muros giraron.
Nomujer cantando los muros de
cal.
Nomujer que doble al alero.
Ella
con babosas y mosquitos y menta y cizaña.
Nomujer
aquí en la
cisterna
viendo a las golondrinas
que barren
el aire. Nomujer y yo
y el alba y el ocaso de las golondrinas
custodiando
una hora del judío
y baja sin remedio la marea
y canción
Nomujer y salmo.
No mujer
y palabras
que esperan
ahí
donde los alambres
negros
cruzan y
lentamente
cortan y doblan
la curva de una golondrina
y el silencioso fulgor de la sílaba.