A continuación, como parte del dossier que el PdP presenta en homenaje al venezolano Rafael Cadenas por sus noventa años de vida, presentamos una pequeña muestra de su obra de traducción. Reunida en El taller de al lado (bid & co., 2005), el volumen, como señala Rafael Hernández, “es una de las aventuras literarias más solventes que se han hecho en Venezuela en materia de traducción. Porque se trata de un esfuerzo en el que quien traduce se multiplica”.
Inglaterra
Sus intensas imágenes de estrellas
Señor crucificado, en tu cruz nadas
sin movimiento. En infernales sueños
se mueve el cuerpo a veces pero en vano
y se vuelve uno con la eterna pérdida.
De una culpa que se ahoga eres el náufrago,
la redención del mundo en la colina.
Tuyo el cuerpo torcido por nosotros
en paciencia propicia para enmienda.
Oh inconsciente, ociosa vida
Oh inconsciente, ociosa vida /
conducida así, ya de otra forma /
subordinada por la cobardía /
corrupta por el “deber ser”. /
El armazón crustáceo /
repunta en cada nervio delicado. /
Las patologías mentales se endurecen /
en la costumbre y la reserva…
La réplica de un arte fútil
Versión y presentación de Hernán Bravo Varela.
Autor de la primera novela picaresca en lengua inglesa (El viajero desgraciado, 1594); amigo de Cristopher Marlowe, colaborador de Ben Jonson en la escena dramática y probable contribuyente de la primera parte de Enrique VI, de Shakespeare; agudo escritor de sátiras y libelos, Thomas Nashe vivió apenas 34 años, lo cual no impidió que sus panfletos políticos, religiosos y literarios —considerados entre los mejores de la época isabelina por su brillante inventiva y explosiva prosa— prendieran fuego en la Inglaterra del siglo XVI.
Menos conocida que el resto de su obra, la poesía de Nashe tuvo por propósito, de acuerdo con el crítico Reid Barbour, “la reforma moral, pero solo la elocuencia, fortalecida por la experiencia y el aprendizaje, puede llevarla a cabo. El orador o poeta debe navegar los extremos de la brevedad y la ligereza, pero siempre ‘persuadir a fondo sobre un punto, antes que enseñar muchas cosas de manera desperdigada’”.
Última voluntad y testamento de Sommers (1600) —irónicamente, última voluntad y testamento del propio Nashe como dramaturgo— fue escrita en octubre de 1592, mientras el autor se recluía en el palacio de Croydon, a salvo de la peste bubónica que asolaba a Londres. De ella se desprende “Una letanía en tiempos de plaga”, pieza que figura en buena parte de las antologías históricas de la poesía inglesa y que, en estos días y meses, ha adquirido una estremecedora actualidad.
—Hernán Bravo Varela
Una letanía en tiempos de plaga
Adiós, adiós, deleite de la tierra.
En este mundo nunca hubo certezas.
Cuán gratos y lascivos los juguetes
de la vida; no son así en la muerte
—de sus dardos no pueden escapar.
Debo morir, enfermo estoy del mal.
¡De nosotros apiádate, Señor!
Pudientes, no confíen en su riqueza:
no comprarán salud con oro y gemas.
Ha de desvanecerse el mismo cuerpo.
Las cosas fueron hechas con un término.
La plaga avanza sin mirar atrás.
Debo morir, enfermo estoy del mal.
¡De nosotros apiádate, Señor!
No es sino una flor esta hermosura
que será devorada por arrugas.
La luz viene del aire de allá afuera.
Han muerto reinas jóvenes y bellas:
el polvo cubrió a Helena sin cesar.
Debo morir, enfermo estoy del mal.
¡De nosotros apiádate, Señor!
A la fuerza la abate el cementerio;
gusanos se alimentan del gran Héctor.
La espada no se empuña con destino.
La tierra deja abiertos sus postigos.
El campanario gime «Ven acá».
Debo morir, enfermo estoy del mal.
¡De nosotros apiádate, Señor!
Con su perversidad, probó el ingenio
el amargo sabor de los que han muerto.
El verdugo infernal no tiene oído
para poder oír aquello mismo
que el arte fútil puede replicar.
Debo morir, enfermo estoy del mal.
¡De nosotros apiádate, Señor!
Recibe, entonces, cada honor aprisa
para dar a los hados bienvenida.
El Paraíso es nuestro patrimonio;
la Tierra, el teatro en el que actuamos todos.
Que ascienda al cielo nuestra humanidad.
Debo morir, enfermo estoy del mal.
¡De nosotros apiádate, Señor!
A Litany in Time of Plague
Adieu, farewell, earth’s bliss;
This world uncertain is;
Fond are life’s lustful joys;
Death proves them all but toys;
None from his darts can fly;
I am sick, I must die.
Lord, have mercy on us!
Rich men, trust not in wealth,
Gold cannot buy your health;
Physic himself must fade.
All things to end are made,
The plague full swift goes by;
I am sick, I must die.
Lord, have mercy on us!
Beauty is but a flower
Which wrinkles will devour;
Brightness falls from the air;
Queens have died young and fair;
Dust hath closed Helen’s eye.
I am sick, I must die.
Lord, have mercy on us!
Strength stoops unto the grave,
Worms feed on Hector brave;
Swords may not fight with fate,
Earth still holds open her gate.
«Come, come!» the bells do cry.
I am sick, I must die.
Lord, have mercy on us!
Wit with his wantonness
Tasteth death’s bitterness;
Hell’s executioner
Hath no ears for to hear
What vain art can reply.
I am sick, I must die.
Lord, have mercy on us!
Haste, therefore, each degree,
To welcome destiny;
Heaven is our heritage,
Earth but a player’s stage;
Mount we unto the sky.
I am sick, I must die.
Lord, have mercy on us!
El paraíso perdido de John Keats
¿Cómo sabemos de la importancia que tuvo para Keats aquel librito? Porque como todo ejemplar bien leído por cualquier lector exaltado, cunde de notas y de glosas. Ese Paraíso perdido está amorosamente desgastado no sólo por el tiempo, sino por los dedos y los ojos de su primer dueño. En los márgenes de muchas de las páginas del ejemplar pueden observarse las cursivas que comentan con gran emoción los pasajes que en Keats despiertan mayor interés, las líneas que subrayan los versos más cautivadores y los trazos de una pluma que se regodea en los ecos sublimes de Satanás, del Redentor y de los primeros habitantes del mundo creado.
Paradise Lost, o la epopeya (re)made in Mexico
Cuán sorprendente resulta enterarse de que John Milton, el mayor de los poetas ingleses (sin demérito de Shakespeare, harina de otros genéricos costales) haya gozado de admiración profunda en México durante el siglo XIX. Alguna evidencia de esto puede encontrarse en una carta que, en 1872, el polifacético Ignacio Manuel Altamirano envió a una joven y anónima poetisa.
Colmena (o algunos poemas recientes acerca de las abejas)
Arriba por escaleras de aire
hacia la beatitud del no es, alta,
viva joya, ella, ámbar tibio;
ser el que ha de allá morir.