Roxana Crisólogo Correa, Dónde dejar tanto ruido, Álbum del Universo Bakterial, Lima, 2023, 104 pp.
 

 

La poesía de Roxana Crisólogo (Lima, Perú, 1966) no es fácil. Es quebrada, rota desde sus inicios. Un enfrentarse al lenguaje, a ese lenguaje que las mujeres y los sujetos de los márgenes trafican y recrean. A ese lenguaje que sube y baja de ese cielo y ese suelo desértico limeños donde vivió su niñez y juventud.

Desde su primera publicación, Abajo sobre el cielo (1999), Roxana exploró el lenguaje de la migración y la sobrevivencia. Dotó a sus personajes migrantes de una mirada siempre lúcida y terca a contrapelo de optimismos paternalistas.

Recientemente ha publicado Dónde dejar tanto ruido, título que obviamente pone en diálogo a dos creadores cuyos versos llevo siempre conmigo: César Vallejo y Carmen Ollé. Si Vallejo demandaba saber quién hacía tanta bulla y Ollé se preguntaba por qué hacen tanto ruido, Crisólogo pregunta por el lugar: dónde ubicar la hecatombe de la crisis ecológica y mental. Los ruidos que nos asaltan en un mundo medicalizado. En un mundo que tuitea el genocidio. En un mundo de fascismos institucionalizados.

Ya sea en el frío e impoluto norte europeo o en las calles sin asfaltar de Lima, rica en afecto, vivencias y personajes, desolada por la corrupción y el desprecio, el yo poético es consciente de “las hermosas palabras de la dictadura de las palabras”, de la manera en que somos nombrados o borradas de la historia. De la manera en que un nuevo vocabulario va instalando su poder. Desde el colonizador hasta el colonizado. Todos con su parcela de poder sobre el más pequeño, pero también aparece el lenguaje de aquellos heridos, asesinadas, sobrevivientes, enfermas. Las sobras de un lenguaje que ahora es onomatopeya y ruido y no se sabe dónde poner. Cómo olvidar el grito, el horror, “la mutilación de un país que se come a sí mismo” o la evidencia de ser un nombre en un formulario eterno.

Roxana Crisólogo deslumbra con su lenguaje. No se deleita con uno que se mira a sí mismo ni hace retruécanos.

El yo poético se levanta sobre un lenguaje de muerte y construye artefactos textuales.

Cada verso es un martillazo en la cabeza y el corazón.

Una poética de razón y corazón.