Mi mejor amiga y yo compartimos un ipod y nos quedamos en su cama hasta la tarde
Escuchamos música
y me pregunta
¿podrían gustarte?
Desliza sus labios
que parecen una carretera
donde un árbol se incendia
y las personas sienten miedo
pero se quedan fascinadas
a la vez.
Su lengua roza mi ceja
y compruebo que existe
arriba de mi ojo,
en su posición de sombrilla.
Me pregunta de nuevo:
¿te gustan?
Y soy yo
una criatura pequeña,
un cangrejo que
la gente
ve pasar;
una palabra que se aprieta en los labios.
¿Qué dirían tus papás
si se enteran
que te gustan las niñas?
Sus labios ya un derrumbe
sobre mí
y yo
el jugo del melón,
una granada abierta,
el sabor de un limón socarrado.
La canícula verdadera
parecida
a cuando se está en el tráfico
para llegar a la playa
y el sol te calienta el rostro,
las manos.
Nos besamos,
nos reímos.
Somos dos adolescentes
en su cuarto
y nuestros uniformes
nos atraen
y nuestra lengua
nos atrae
y su cuarto de ladrillo
nos atrae.
Tomamos distancia
y pienso
en los mejores momentos de mi vida:
ir a la feria por primera vez,
subir un árbol,
comer pan francés,
pero ninguno de esos momentos
como éste
donde
sé,
exactamente
la geografía de mis cejas.
Donde
sé
claro,
era esto,
un beso,
la canícula verdadera.
Soy, apenas, todos los recuerdos de mi niñez:
algo que es ficción y, sin embargo, real
Creí y dejé de creer
en la virgen
sobre un subibaja
que me producía cosquillas en el estómago
cuando bajaba,
y luego
el temor
de estar arriba,
desconfiar de mi prima
que podía irse del juego
y dejarme a mí
en el suspenso
de la caída.
Subía.
Las nubes-edificios,
la casa de rojo quemado de mi abuela.
Podía ver todo, señalar cada cosa hasta bajar
de nuevo:
las hormigas rojas por mis piernas,
el pasto que se estira.
Cada vez más rápido,
subía.
La amistad con mi prima
que me invitaba
a jugar con las barbies:
y tú eres Ken y nos besamos
mua mua.
Cada vez más rápido
bajaba
el frío en mis talones,
subía.
Mi nombre a esa altura
como nunca nadie volverá a llamarme
porque he crecido
más rápido
la tarde pierde,
se escuchan los grillos,
el aire huele a naranjas tostadas,
la casa de mi abuela
un rojo ya ceniza.
Bajaba
y de pronto
el dolor de creer en algo
adentro,
mi tía se enoja porque juego con un Ken
y beso a la Barbie que es de mi prima
mua mua.
Subo,
algo se rompe
y me siento mal
como si mis piernas estuvieran embarradas de lodo
sangro.
Una virgen con el ceño fruncido
cruza sus brazos,
me dice
qué niña tan desobediente,
me da unas nalgadas
y me obliga a mentir
porque a esa edad
no se me puede romper nada.
Es sólo
un subibaja,
mi prima dice
que quiere regresar.
Pone un pie en el suelo
el equilibrio justo
para mi descenso,
mi prima dice
unas carreritas para la casa
¿o qué?
Se echa corriendo,
yo toco mi entrepierna
y la noche
huele como siempre.
* Poemas pertenecientes a Esta batalla que fue, México, UNAM, Ediciones de Punto de Partida, 2024.

Autor
Lucía Rueda
Ciudad de México, 1996. Poeta trans no binario, lesbiana y zurdo. Autor de Esta batalla que fue (Ediciones de Punto de Partida, 2025). Su obra también se ha publicado en Reunión de poetas mexicanas (1989-1999) (2020). Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía y es licenciado en Escritura Creativa y Literatura por la Universidad del Claustro de Sor Juana.