mayo 2025 / Traducciones

El fervor de todo antiguo misterio

 
Versión al español de Jorge Esquinca

 
A sugerencia de Ezra Pound, la joven Hilda Doolittle (Bethlehem, Pensilvania, 1886 – Zúrich, Suiza, 1961) decidió firmar sus poemas solamente con sus iniciales: H. D. Así aparece en las sucesivas ediciones de los libros que confluyen en sus Collected Poems. 1912-1944. Con Pound compartió la fascinación por el mundo y la poesía de la Grecia clásica, y se inició en algunas corrientes de pensamiento esotérico que florecieron en el Egipto faraónico. Al paso de los años, esta curiosidad se convertiría para la poeta en una pasión, a cuyo estudio dedicó buena parte de sus empeños. Un libro suyo, sólo parcialmente traducido al español, da cuenta de tan singulares indagaciones: Notes on Thought and Vision es una intensa meditación donde la poeta expone un concepto más amplio de las capacidades de la mente, donde la conciencia, la imaginación y la creatividad juegan, en conjunto, un papel esencial en nuestra percepción del mundo y en la forma en que nos relacionamos con las diferentes dimensiones, visibles e invisibles, de la realidad.

“Las islas” es uno de los testimonios tempranos de su filiación helénica. Lo publicó por primera vez en enero de 1920, a sus 33 años, antes de emprender uno de sus viajes a Grecia. A lo largo de siete cantos escuchamos el lamento de una voz femenina, una nueva encarnación de Ariadna abandonada por un poder más vasto y difícil de entender; una mujer que, al lamentarse, interroga el significado profundo de este abandono. Los nombres griegos de las islas emergen en el agua del poema como talismanes. El amor por la tierra –Grecia como una patria espiritual– es el único amor que permanece inalterable frente a la naturaleza caprichosa del amor humano. A su manera, “Los misterios” hace explícito el amor por la tierra –su íntima parcela– que ya se anunciaba en los versos del poema anterior y evoca la antigua luz de la revelación que subyace en todo ciclo amoroso. Vuelven los nombres griegos: la Pitia, Delfos, Adonis, Deméter… Un canto de resurrección, como advierte la poeta, que se resuelve también en estos términos: respeto, contemplación, paz. “No destruir, santificar” es la consigna con la que H. D. encarna, a través de las palabras, a través de las épocas, un proceso de renovación que se equipara a los trabajos de la propia naturaleza. Hay una estrecha relación entre ambos poemas: la tradición helénica, como un limo nutricio, y el fraseo que le da cuerpo, arrojan luces de una semejanza cardinal.

San Antonio Tlayacapan, abril de 2024

 
 
 
Las islas

I        

¿Qué son para mí las islas,
qué es Grecia,
qué son Rodas, Samos, Kíos,
qué es Paros de cara al poniente,
qué es Creta?           

¿Qué es Samotracia,
nave que se alza,
qué es Imbros cuando calma en su pecho
olas de tormenta?     

¿Qué son las islas:
Naxos, Paros, Milos,
qué el círculo de Licia,
qué el blanco collar
de las Cícladas?       

¿Qué es Grecia
–Esparta, roca altiva–,
Tebas, Atenas,
qué es Corinto?        

¿Qué es Euboia
–sus violetas insulares–,
qué es Euboia, cubierta de hierba,
de veloces bancos de arena,
qué es Creta?

¿Qué son para mí las islas,
qué es Grecia?
 
 
II

¿Qué puede darme el amor por la tierra
que no me has dado tú?
¿Qué saben los altos espartanos
y las buenas gentes de Ática?    

¿Qué más pueden tener
Esparta y sus mujeres?                

¿Qué son para mí las islas
si yo te pierdo
– qué son Naxos, Tinos, Andros,
y Delos, broche
de una pálida diadema?
 
 
III

¿Qué puede darme el amor por la tierra
que no me hayas dado tú,
qué puede abrir en mí el amor por la batalla
que no hayas abierto tú?          

Aunque Esparta tome Atenas,
Tebas destruya Esparta,
cada una cambia como agua,
la sal se levanta para sembrar el terror
y volver a derrumbarse.
 
 
IV

“¿Qué te ha dado el amor por la tierra
que no te he dado yo?”               
He consultado a los tirios
en sus asientos
sobre las negras naves
cargadas de riquezas,                  
he preguntado a los griegos
de las blancas naves,
y a los griegos de rojos navíos
y grandes espolones que tendían sus proas
en la arena húmeda.                    
He preguntado a los lúcidos tirios
y a los altos griegos:
“¿Qué te ha dado el amor por la tierra?”
Y ellos respondieron: “Paz”.
 
 
V

Pero la belleza es otra cosa,
la belleza, fraguada por el mar
es una roca árida,
la belleza comienza
con un naufragio de barcos
en nuestra costa, la muerte aguarda                                                        
en los arrecifes –la muerte espera
aferrándose a nosotros
desde las profundidades.

La belleza es otra cosa:
los vientos que azotan su playa
levantan remolinos de tosca
arena hacia las rocas.                                                           

La belleza se aparta
de las islas
y de Grecia.
 
 
VI

En mi jardín
los vientos plegaron
a los lirios en flor;
en mi jardín, la sal
marchitó los primeros
brotes del joven narciso,
y del más pequeño jacinto,
y la sal se deslizó
bajo las hojas del blanco jacinto.

En mi jardín,
las anémonas yacen
rotas por el viento, al final.
 
 
VII

¿Qué son para mí las islas
si yo te pierdo,
qué es Paros
si tus ojos me evitan,
qué es Milos
si a ti te asusta la belleza,
la terrible, la tortuosa, la aislada:
una roca baldía?                      

¿Qué es Rodas, Creta,
qué es Paros de cara al poniente,
qué la blanca Imbros?             

¿Qué son para mí las islas
si tú no te decides,
qué es Grecia si tú das la espalda
al terrible,
al frío esplendor del canto,
y a su desolado sacrificio?

(De Hymen, 1921)

 
 
 
Los misterios
Coro de Renacimiento

I

Oscuros
días han pasado
y días más oscuros se avecinan;
oscuridad aquí,
oscuridad allá
amenazan al espíritu                                       
un montón de huéspedes,
un vivo
puñado      
de tres veces funestos lanceros
enemigo aquí,
enemiga una porción    
de colina
y cima de montaña
y colina abajo;              
nada antes del misterio,
nada antes,
sólo el vacío,
trampa de muerte,
terror,
el torrente,
el temblor de tierra,
tempestuoso mal;
luego voz en el tumulto,                
el leve aliento
que cuenta como lo haría una flor
del pasado invierno                        
(que mata
con arco de Pitia,
la peste délfica);                             
una flor,
menuda voz,
revela
toda santidad
con una frase:
“hágase
la paz”.
 
 
II

Un cetro
y un tallo de flor
y una lanza,
una flor puede matar al invierno,
así este raro
encantador
y mago
y arcipreste;          
una flor puede matar al invierno
y encontrar la muerte;
así esto
va y viene
y muere
y vuelve a bendecir
una vez más,
una vez más;          
un cetro, una flor
y un cercano                 
protector
de los perdidos e impotentes;                                                                               
sí,
estoy perdida,
mira la estrella más cercana;
sí,
soy débil,
mira
qué encantada armadura
arropa la mente intrépida
que despoja los ropajes
del pensamiento marchito;
mira la manifiesta sabiduría,
qué sutileza
qué gracia
y qué luz;           
mira, estoy completa,
sin amado, sin amante,
una voz en el delirio,
este menudo aliento
desmiente nuestro miedo
y nuestra desesperanza,
“mira,
estoy aquí”.
 
 
III

“No destruir,
nunca, santificar
la flor
en que brota
Adonis
de entre los muertos;
mira,
mira los lirios
cómo crecen,
considera qué bondad,
considera qué encarnada pureza
(pues el amor ha muerto)    
mira a los lirios
que sangran                  
por amor;
ni emperador ni soberano,
nadie podría lucir
tal esplendor;                
ningún rey podría nunca presumir
un adorno tan hermoso
como el huésped          
del campo
y los lirios de la montaña”.
 
 
IV

“No destruir,
nunca, santificar
cada llama                    
que brota
en la frente de Amor;
no destruir
sino volver a invocar
y dar de nuevo un nombre
a cada flor,                   
serpiente
y abeja                          
y pájaro;
mira,
mira
qué astuta
la taimada serpiente;
mira a la paloma,
al gorrión,
nadie muere
sin que el padre lo sepa;                                              
el hombre dispone la trampa
y ordena el vuelo de la flecha,
el hombre atrapa al ave madre
mientras está en el nido
y deja morir de hambre
a las crías estremecidas;
nadie,
nadie,
nadie
puede nunca temer                                                       
que ella,
tamizadora del aire amoroso,                                      
sea abatida por un gavilán,
destrozada
en trampa de rústica madera,
muerta
en el cepo de rústica madera,
mi padre
y yo    
sabemos”.
 
 
V

“No destruir,
nunca, santificar           
el fervor
de todo antiguo misterio;                                                                             
mira cómo se deslíen los muertos,
la hierba yace
pisoteada
y manchada
y empapada;
mira,
mira,
mira
cómo la hierba desdeña
al torrente
de nieve y lodo y lluvia;
la hierba,                       
la hierba
se alza
llena de capullos;
la semilla
levanta su frente radiante
de nuevo hacia el sol;                                                                                                    

mira,
mira
cómo los muertos
ya no mueren,
la semilla es oro,
hoja,
tallo
y simiente;
los misterios
están en la hierba
y en la lluvia”.
 
 
VI

“Los misterios permanecen.
Yo guardo el ciclo                               
de la siembra,
el ciclo del sol y de la lluvia;               
Deméter en los campos
multiplico,
renuevo y bendigo
a Baco en la viña;                                                                                
yo sostengo la ley,
conservo la verdad de los misterios.
El primero de todos
es nombrar a los vivos, muertos;
soy el vino, soy el pan.

Yo guardo la ley,
conservo la verdad de los misterios,
soy la vid,
las ramas, soy ustedes,
soy tú”.

(De Red Roses for Bronze, 1931)

 
* Poemas pertenecientes a Desde Eleusis, volumen aparecido en la colección El Oro de los Tigres (UANL, Monterrey, 2024).
 

 


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