1.
Amo las bibliotecas y los libros
quizá porque sus páginas recuerdan,
aunque si no tu voz, tu pensamiento que habla,
y es estar dentro de tu mente, abuelo,
tan pero tan cerca;
y aunque estés muerto caminar tu fuente.
Hoy tus palabras hablan
y puedo repetirlas;
me acercan al rigor que ancla tu fuego;
les doy mi comprensión y carne y fuerza
y en medio de tu alma me descienden.
En la hoja en blanco brota
con músculos tu esencia,
tu aliento que articula
y a símil de tu imagen me incorpora.
Extraño pan mental,
en que comulgo, la hoja,
donde pruebo el sabor de tu conciencia,
tu sangre también tan esforzada,
tu libertad que desde el alma enciende.
Las letras me heredaste,
que aunque no son las cosas,
son el ser por dentro que sostiene
cualquier mundo y rehace
desde el centro al camino,
y predice el avance,
también la madrugada.
Dan tus palabras alas
para un viaje de espuelas sin un muro,
para volvernos luz, ser del futuro.
2.
Est iter in silvis
Los caminos de la tinta me gustan
porque allí te escucho, abuelo,
y porque son tu andar, aunque sin cuerpo,
alternando en otra forma de existencia.
Son caminos que abren las entrañas de los tiempos,
de ojos que aún ven muertos
y que la sibila conoce
y atreve el héroe que los sigue hasta su infierno
y en paso inmaterial al alma encienden;
De muertos está hecha la escritura,
que aún podemos ver,
pues su tierra de tinta los sostiene:
línea es en sí que sumerge y enhebra
entraña audible de memoria
o párpado de fe, reptante y honda,
desatando de sombra al laberinto.
Tu tinta es senda inversa
con que oficia, la sombra, luz
como promesa; impetuosa quizá
igual que una semilla,
que impulsa una hoja y su árbol
y lleva a su ala al mundo
y entrona en luz lo cierto.
Otórgame tu hilo de noche, abuelo,
para mi andar de Orfeo, perdida,
que aunque nunca te abrace, allá en tu sombra,
luz en tu ausencia acaso es mi camino.
3.
Guarda la tierra en noches su diamante,
como siembra de un sol que interna atrapa,
luz prometeica, devorada
para habitar en los abismos,
que sustenta lo invisible y mira
donde aún te retiene la muerte en sus encierros.
Allí desciendo, abuelo.
Metal con sed de crimen te sustrajo
y tus huesos de luz mordió la tierra.
¿En dónde hallar la mina de tu estrella,
la luz que te robaron de honda guardia?
¿Dónde tu amanecer que me atraviesa
la noche entera hacia otra orilla?
¿Dónde sangra aún tu sol en esta tierra?
Me quise de cristal para seguirte,
sumergirme en tu sangre y mil batallas,
y hallar, aún en la piedra,
la luz con que ordenaste a un mundo
aún con entraña,
tu voz de fuego y ala,
robando en otra ley amor primero.
4.
Hoc opus, hic labor est
Yo leo tus palabras y mastico tu luz
como un pan sin ritual, ni mediadores,
un pan sólo de ser y amasada experiencia,
ejercitándose en mirar:
el pan del héroe, abuelo,
el pan de la verdad;
su arquitectura de luz
forjó otro mundo,
alas para una nueva libertad,
un sueño que despierta
las noches sin errar.
Zarza ardiente, tus libros
porque te reconstruiste en libertad
y en ellos vuelas.
Saltas en llama, abuelo,
audaz en tu mirar
que al tirano en sus crímenes desnuda
y su dura noche entrega
en holocausto a la verdad.
Fue tu incendio una aurora,
de sol aún incompleto
y sueños por cobrar,
fue viento sin bandera,
y senda sin ondear.
En tierra de ancla espesa,
ardua cima es tu vela
para hombres que han dado
más firmeza a la luz.