Aldo Vicencio, Tangram, México, Vitrali Ediciones, 2023, 62 pp.

Modelar imágenes con un número limitado de piezas es una de las habilidades más destacadas del ser humano. Sea a través del tangram, sea a través del lenguaje. Habilidad imposible sin la curiosidad y la imaginación, y profundamente necesaria para nuestro entendimiento del mundo. Bajo este orden lógico, la poesía es una estrategia cognitiva que nos permite mirar el mundo través de un caleidoscopio de sensaciones; una anomalía, un error de la forma, una figura superpuesta, oculta y variable.
En este sentido es que leo el libro más reciente de Aldo Vicencio (Ciudad de México, 1991), Tangram, que explora desde diversas ópticas y momentos lo que implica existir como cuerpo, como habitante de la ciudad caótica en que nos encontramos, como ser sensible y como nada. Este libro no aspira a otra cosa más que a existir. No es un libro que nace del proceso autófago de la dinámica de mercado; muy por el contrario, nace de la necesidad del yo poético por reflexionar sobre la condición del poema, del poeta y del proceso creativo, llegando a una conclusión que no debería sorprendernos en absoluto: el poema es el error. “El poema es el drama de la forma. Una consciencia disuelta, que empieza a abducir al sujeto del plano cartesiano y lo arroja a la radicalidad del mundo. No hay escenario, ni pre-consciencia. Instante, arrebato”. Podemos situar esta reflexión que hace el mismo Vicencio dentro de la tradición de la poesía mística, en tanto se entienda la poesía como un trance suprarracional que niega la idea de esencia y la idea de razón, pero no la idea de sentido: “El retozo de la forma en lo dramático, pero también su expansión asimétrica, que consume y crea sentido”.
Vicencio sabe que no es la inmediatez de la voz del poeta la que nos habla desde la poesía, sino un murmullo vivo que se va construyendo en tiempo real a través de la lectura. No hay que olvidar que, al final de cuentas, la poesía nos permite vincularnos y entender el mundo que habitamos. Y entiéndase mundo de cualquier manera posible, sin restricciones:
como estrella reducida en la oscuridad
estrecho, estrechos
tronando los dedos
sin torre los timbales
en el río los nuevos verbos
El lenguaje será el encargado de producir los momentos poéticos a través del autor, pero la posibilidad de su aprehensión radicará siempre en el lector. Sin embargo, para Vicencio, la creación de momentos poéticos a través del lenguaje también puede llevar a la destrucción: “El poema es también la más grande y jovial derrota”. Puesto que el poema que sueña con existir, con crecer cobijado por la imaginación, no siempre consigue su objetivo ni cumple lo que promete. Esta tendencia, que dibuja y desdibuja el poema como una Penélope, se encuentra en otros trabajos de Vicencio como Púlsar (Ediciones Camelot América, 2019), donde se retrata un viaje vitalista de las formas místicas, tanto occidentales como orientales, donde el “yo” poético se construye a partir del abandono del espacio que habita pero que, paradójicamente, lo va habitando.
En Tangram encontramos también esa dualidad vitalista donde los contrarios se reúnen, se desnudan y se suceden en largas tiradas con las que el poeta explora la intimidad de sus propios fantasmas:
ondura
palpitación, una reja compartida
registro, renovación
el nudo fuerte en mi boca
El libro se compone de dos partes: “1:/ El Sol derribado/” y “2:/ Punzones en las ingles: los gritos astillados/”. Esta agrupación responde a una necesidad editorial para una colección de poemas escritos en diferentes momentos, ligados a través de la experiencia vitalista y de la exploración del error que es el poema. La primera parte nos presenta estrofas y versos copiosos que a veces parecieran cerrarnos la puerta en la cara frente al misterio del poema. Pareciera que no nos permiten acceder a su sentido; sin embargo, si nos dejamos guiar por las palabras, por su música y caída, el poema se suaviza, nos guía hacia su sentido, nos sumerge en un trance que nos regala imágenes, sensaciones y momentos de lucidez:
alumbrado,
dióptrica,
planos de la imposibles
castelar asiento,
calma cerrada, saltimbanquis de negro mirándose
cresta de ascensores
—la sensación de viajar se pierde
derrución
piedra picada, asaltada por la hervidera de sombras
La segunda parte, por otro lado, es más directa; continúa con las copiosas tiradas pero el acceso es inmediato:
apenas oración, adivinación malograda
ante oquedades, espejos de humo
como canto, niños abandonados
hay ángeles malévolos que sueñan mariposas
Mentiría si digo que la poesía de Vicencio es sencilla. Se trata de una poesía vitalista pero hermética, que abreva de tradiciones tanto orientales como occidentales. Su complejidad radica en estar construida para un lector atento, cómplice de una experiencia ajena y abierto a no encontrar una revelación, a no aprender nada después de cerrar el libro. También, y tal vez, abierto a perder un poco de lo que va ganando con la lectura.
Tangram no es un libro de victorias, pero su existencia nos permite adentrarnos en la experiencia de otra mente, sin filtros, sin preceptos, sin expectativas. El poema da forma al pensamiento y el pensamiento a la realidad. No puede existir realidad sin ese procesador de modelos narrativos que es nuestra mente, lo que implica que vamos a entender de manera defectuosa el mundo que nos rodea. Siempre existirán el error y el poema.
Tres poemas de Tangram, de Aldo Vicencio
Mirar cripta
rosal en fiera
alumbrado,
dióptrica,
planos imposibles
castelar asiento,
calma cerrada, saltimbanquis de negro mirándose
cresta de ascensores
—la sensación de viajar se pierde
derrución
piedra picada, asaltada por la hervidera de sombras
espectros entumidos
de radiar angelical
los círculos contiguos
que se adentran en cuartos interminables
embalar esferas que cantan
[crecer blanco y amurallado, medio antiguo]
se forman corredores de lilas y tulipanes fingidos
parapetar el silencio, y pasar corriendo para
c o n v e r g e r
entre imaginaciones tectónicas
el ayer
in-cuerdo, in-cruento, in-sufrible,
el rato que se desprende
y anda airante sin soltar el piso
mecha
u
r
a
l
para re-armar danzantes
cantares de ojos
una veladora que se descarapela
hacia el techo
un Santo Patrono
que crece enmascarado
longitud recíproca,
marcha de mujeres planta,
la tierra enjuagada, limpia, soporante
como reflejo del oro que se desliza
cuando caen los vitrales y las escaleras
se agotan
los andamios de portones sin muros
callar centelleante,
capilla encendida
arriba las fosas solares
de un instinto arquitectónico
partir, refractar, multiplicar
brillantes campaneos
sillar volcano,
misterio
que despierta
la fuga más icónica de un plano inmóvil:
n í t i d o ,
el cuerpo horadado de si…
Orilla roja
el hueco del cuerpo
ondura
palpitación, una reja compartida
registro, renovación
el nudo fuerte en mi boca
[solsticio sin brillo, la tempestad
regido por manos que abanican el sudor
me sostengo, encrespo la humedad
sin poder estar salvo de mí
la exhumación de lo convulso
tiempo de cristales
hacia miles de grietas
las marchas, los martes, la muerte
entre el martilleo de los muslos
arroyos de pétalos
sinergia dócil, emulación de Gea
irrigación de hojas
laderas de ardor,
sin el cobijo de mi propia presencia
[no he sido yo,
sino la insinuación de mí,
una cobija desnuda
apartado
entre la lengua el hielo,
filo domesticado
un pedregal rodea mi nombre
Murmullo, Ronroneo, Grito
enjambres vertidos
mullir la luz
eruptiva, triple corriente
resido en el instinto que resiste
un reposo tan distinto
ha contendido la noche;
los pájaros duermen pálidos
recogido en la gravedad, sonrío:
una varilla marca llagas en toda la tierra
El nuevo desasosiego de Hamlet
fracción de la especie,
umbral:
escamas adosadas,
el ensayo de un amor oscuro
cortina abierta, ardor frío
aquí las sombras no nadan
[el eremita nace de un árbol
espadas, incertidumbre que navega
apenas oración, adivinación malograda
ante oquedades, espejos de humo
como canto, niños abandonados
hay ángeles malévolos que sueñan mariposas
éste gusto de no ser ni poseer
se arrodilla ante el desierto
liban animales sin inocencia
en el agua, nubes confundidas
[sin párpados ante la luz
ciruelos de lágrimas
entre pasillos la neblina
reiteración de la tarde: éste no-momento
suntuosidad carente
coronas de fertilidad
entre dos fresnos, cauda circular de palabras
código de oraciones que se reiteran
y bordan un ojo de obsidiana en la hierba
lo que vendrá no será recordado ni visto
cráneos entre flores, pétalos entre dientes
las generaciones han renunciado a su linaje y solo dibujan
acantilados de estrellas: el agua del mar solo carcome…