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Héctor Pedro Blomberg, letrista y poeta |
Por Jorge Fondebrider
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Héctor Pedro Blomberg, letrista y poeta |
Música y poesía
Como se puede leer, el color local es fuerte. La acción se sitúa en la época que los federales (vale decir, los defensores del sistema federal) ya vencieron a los unitarios (o sea, a los liberales) y Juan Manuel de Rosas (1793-1877), el estanciero que, tras derrotar al general Juan Lavalle se apoderó del gobierno de la Provincia de Buenos Aires, ejerciendo un mando absoluto entre 1835 y 1852, preside la llamada Confederación Argentina. Su gobierno, al que muchos calificaron de dictadura, contó con la ayuda incondicional de la Mazorca, brazo armado de la Sociedad Popular Restauradora, compuesta por policías y serenos. Llegados a este punto, está claro que, por más agradable que sea la canción, los datos que acabo de añadir permiten al oyente (o en este caso, al lector) comprender más plenamente de qué se está hablando. Por supuesto, esto no es un problema para los argentinos, que, por la mera frecuentación de las imágenes del período o incluso por el vago conocimiento que sobre éste brindan las escuelas, saben de qué se habla. De hecho, como dije más arriba, el texto de esta canción, que data de 1929, es uno de los más famosos del repertorio argentino. “La poesía de Blomberg –señala la crítica Beatriz Sarlo– tiene dos vertientes fundamentales: la historia novelada y romántica del rosismo y la nostalgia del mar y de los puertos, de un mundo apartado, misterioso o siniestro: poesía de la evocación es por lo tanto la suya”. Es esta última vertiente la que, desplazada por la veta campera y por el repertorio tanguístico, sólo en los últimos tiempos, ha comenzado a ser considerada. Así, es probable que la importancia de Blomberg hoy se mida no tanto por la minuciosa reconstrucción histórica que hizo del tiempo de las luchas entre unitarios y federales –muy presente en sus canciones– como por el aspecto portuario –y acaso funambulesco– de sus mejores poemas, que, si se quiere, prefiguran una de las vertientes más fértiles de la poesía de Raúl González Tuñón. Sirva como ejemplo, Las dos irlandesas: “Aquí estoy con los chinos y las dos irlandesas/ que llegaron a bordo del Jamaica Marú;/ Maggie, la mayor, tiene ojos como turquesas/ y bebe gin en este viejo bar del Dock Sur.// Nancy, la menor de ellas, parece una gitana,/ pero nació en el barrio más pobre de Dublín;/ arde en sus ojos negros una pasión lejana/ y en su pálida frente hay una cicatriz.// De dónde las trajeron los chinos taciturnos/ Maggie me habló al oído: “los conocí en Shangai…”/ (En el bar se morían los murmullos nocturnos/ y en los labios Poco importa aquí saber qué es el Dock Sur –aunque para los curiosos, tal vez valga la pena aclarar que El Doque, según suele nombrárselo, es una localidad del partido de Avellaneda, en la zona sur del Gran Buenos Aires, construida en la orilla sur del Riachuelo, uno de los límites de la ciudad– y mucho la pasión que se despliega en la historia de esas dos irlandeses, traídas desde Shanghai por dos chinos y que encontrarán su trágico fin en una zona marginal de una ciudad lejana. ¿Existe tanta distancia entre la letra del vals popular y el poema culto del poeta postmodernista? Probablemente, no. De hecho, ese oscuro poema, tantos años oculto en las amarillas páginas de uno de esos libros que ya nadie lee, hoy, gracias al oficio y la pasión de Juan “Tata” Cedrón, es un tango. |
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