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La Santa
José Javier Villarreal |
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LA SANTA
Por Karla Martínez
Viajera de corazón de pájaro negro
Tuya es la soledad a media noche Alejandra Pizarnik
Así, La Santa de José Javier Villarreal, cercana a la dualidad del paraíso y el infierno, como una María Egipciaca, se asoma en el recuerdo de un cuerpo desnudo y los olmos que guardan la memoria de relinchos nocturnos y cielos sin estrellas. Santa como un pretexto para congraciarse con el alma, para rumiar su ausencia y el fracaso, pero también para desatarla de una sola vez. Y no sólo es santa esa figura femenina que se acerca a un estado de barroquismo absoluto, al colmarse de imágenes febriles acometidas por la furia de no retenerla o la felicidad de poseerla, santa también es la semana en que aparecen las más grandes pérdidas, la partida de ella: Entonces como si nada marcó el número
"Semana Santa"
No tiene sentido seguirla, nunca la alcanzarías. Primero
La Santa II
En La Santa de este poeta, el recuerdo también representa una búsqueda, donde la evocación se convierte en un refugio para continuar en el ahora. Tal como lo afirma Marcel Proust en su ensayo De la imaginación y del deseo: “El presente de presencias no es si no una abigarrada plétora de ausencias, recuerdos, estados de ánimo, afectos, ideas, sensaciones, fantasmas y movimientos de la memoria, porque la memoria al introducir el pasado en el presente sin modificarlo, tal como era en el presente, elimina precisamente esa gran dimensión del tiempo con arreglo al cual se realiza la vida”. Y de pronto ella se convierte en una Santa con velas apagadas, emancipación sensible que actúa contra el olvido. Ya en "Leonardo" se vuelve violencia que impregna el amor, la muerte, la desolación, y sin embargo termina siempre en un perderse al final de todo: Estábamos asidos como bueyes de carreta, como mulas Con la misma destreza con la que Virgilio guió del infierno al paraíso, así también Villarreal inicia en el infierno y nos lleva poco a poco a la reconstrucción del dolor para terminar en una imagen apacible de la luna como un fragmento del paraíso y la quietud de ella que provoca una pausa en el deseo. Pero antes nos invita a observar la "Infancia" como una remembranza de los sueños que circularon en algún momento, repletos de mar, nimiedades, naufragios y más vacíos: Así estaban en una confusión que sube por el dorso Luego aparece él con esa ausencia pesada y fría que paradójicamente acaba con el caos de un dolor antiguo y un adiós postergado que, a fuerza de repasarlo, vuelve con una nitidez apagada, efímera, que poco a poco se debilita, como su infancia. ¿Quién se imaginaría lo que habría Así, también regresa al hogar, al origen. El desierto se materializa, ya es tan real como el verano, los chamizos, los animales ponzoñosos y los ríos secos y su poética se hace dura, punzante, más firme. El niño convertido en hombre encuentra una iglesia grotesca, una mujer rota, desilusionada, que indaga en sus propias palabras esa otra que fue, la de antaño, la de las siembras en todo el pueblo, las mujeres lavando la ropa en el río, los hijos que aún no estaban ausentes o el brillo (ya apagado) de sus ojos. Con esa aridez asequible sólo al paisaje, también los sentimientos y los planes se secan, se pudren adentro y no hay una sombra para escapar. Hueles en ese despertar (Final del cuento) Al final una quietud herida: "Se quedó sentada sintiendo la incomodidad en su cintura, la corona de espinas y la herida en el costado, callada en esa resolana que abraza el monte y evapora las lomas del fondo".("La Santa III"). Aparente en la superficie, pero adolorida y profunda debajo de la piel, apaciguarse sólo con la esperanza de un estado donde nada cambie, donde nada acabe, donde se encuentre el paraíso y el salto en la distancia.
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