Rocío González (Juchitán, Oaxaca, 1962)
Uno
Mi cabeza es un nido de pájaros.
La madre ha dejado de cantar y los pequeños pían confusos, poco a poco aprenden a deletrear la ausencia. No la descifran, solo cantan.
Mi cabeza toma sentido en esas notas tararí tarará tararí tarará.
Los nidos de colibríes miden dos centímetros de ancho y tres de largo. Los pingüinos no construyen nidos. Mi cabeza, pese a todo, trata de volar apoyándose en el canto de los pájaros. A veces lo consigue. ¿Qué mira desde ahí? No encuentra ángeles sino rutas. Mientras asciende oye en el viento la música de sus latidos, nada más.
Mi cabeza es un nido de pájaros y no quiere pensar.
Mi cabeza construye pensamientos de lo que mira y no quiere interpretarlos. A veces busca ángeles que nunca ha encontrado, pero no desiste. A menudo pierde fuerza y tiene que volver al nido. Se alimenta de lo que los mismos pájaros le ofrecen: es un parásito sin pensamientos.
Tiempo atrás aprendió algunas palabras que ha repetido para sobrevivir y las usa, si es necesario.
Mi cabeza quiere aprender de los pájaros el secreto del canto. Tararí tarará hasta quedarse sorda.
Tengo una cabeza y me paso las manos sobre ella para sentir cómo van creciendo los vellos que de ella surgen; mientras tanto la cubro, la adorno, la acaricio, la saco a bailar, la pinto, la perforo con frases de salvación, a ratos elegantes. Aunque no puedo abrazarla le digo que es mía eres mía como una hija favorita o un olor irresistible o un tamatam que anuncia algún regreso o una palabra que huye.
Yo sé que hay nidos que semejan sonrisas y otros que semejan laberintos: el mío comparte ambas semejanzas, pero también sé que todo está en mi cabeza; al menos eso dicen la infinidad de tratados que me dan a leer. Elijo las sonrisas y los laberintos porque me dan calma y me entretienen, mientras desentraño algún nudo desaparecen los porvenires y voy deletreando el tararí tarará que termina por envolver también el pasado.
Éste es el punto: dicen aquí y ahora, y mi cabeza se tambalea buscando un equilibrio. Mira los pájaros que vuelan y a mi gato acechándolos desde una ventana que nunca saltará. Se siente como un huevo y es una cabeza, se siente como una pelota y es una cabeza, se siente como un ronroneo y es una cabeza: una cabeza que habla y lee versos para no morirse.
Dos
Se fracturó el lenguaje una mañana, sin previo aviso, la frase se rompió mañana sin frase aviso la rompió lenguaje
monosílabos para atar la realidad a un yo una erre seguida de una i o una jota y no este silencio con su escándalo en los ojos mientras tanto mamá miraba la leche derramarse atontada por el calor y la asfixia de las preguntas prohibidas tarareando la canción monocorde preámbulo de la fuga y adorable limpiando con mis manitas sus lágrimas Lo demás permanecía grotesco y transparente. Incluso mastiqué una ración de amanecer. ¿Por qué duele la felicidad? Todavía no me aprendo los nombres de tus aromas ni ese buscar al otro lado de la tarde ¿qué perdiste ahí mamá? gritas al remolino de la feria a sus brazos sin amparo porque retumba furioso el vendaval de la sangre que todavía no reconoces Venía de ordenar otras palabras [no éstas con su magenta indeleble] [no éstas de la cátedra y su urdimbre] un juego de rompecabezas hermosamente cómico que se parece más a un intercambio de tinta entre estudiantes muchos nidos y aulas y academias cruzando esas etapas en ráfagas de multitud, de abandono y regocijo. No podía advertirte aunque quisiera el derramamiento de la leche. Fascinación por el instante. Solo podía esperar tu llanto y recogerlo. Envuelta en lenguaje del pío pío a la hermenéutica sintaxis, metonimia, lítote concordancia y oxímoron. Por qué metáfora no o por qué sí, trama para ausentarnos y para volver a estar en algún lugar de la complicidad al desconocimiento. Preferí las costumbres de mi perro: echarse a la sombra mirar las nubes desde la horizontalidad prescindir del discurso Nunca he sabido las respuestas quién cuándo para qué o adónde enuncias las preguntas en un licuado de precipitaciones con su tinmarín sin do pingüe y lo intentas aunque sea por el eco y su encantadora de serpientes serpientesserpientesserpientesserpientes estrangulando en no aviso previo la no tarde, la encantadora pulcritud del eco ¿cuándo se nos agotó la risa? ¿a fuerza de mirar? Por un momento todo se apagó la palabra que tenías en la punta de la lengua el chiste que te hacía llorar el trabalenguas en zapoteco de la infancia el estribillo que no te puedes quitar de la cabeza el Dios te salve elomnipadmeum y todo lo que repites sin saber porqué el alma se apacigua dicen con la respiración acompasada y frases dichas hasta la locura o hasta la redención ¿el miedo estuvo siempre? ¿tuvo un comienzo? Podríamos hacer tratados: mis hermanos y yo. Mi madre y yo. La defensa del padre. Su vida por mantenerlo a raya por inventar un mundo sin él. Dejar el miedo fuera. Construir mundos perfectos. Papá perfecto. Dientes perfectos. Se apagó. La línea horizontal y sin sonido. Aquí la nada la gran nada como la imaginen. La nada fue perseguir tigres en las orillas de la carretera. La nada fue nadar de muertito y escuchar el silencio. La nada fue el calor presagiando la soledad más extrema: su conciencia. La nada no fue la muerte. No la mía. Fue la juventud arrancada sin piedad. Después volvió: voces, rostros, preguntas tantas horas sin luz y te vas acostumbrando y adviene el clic de la computadora y la televisión, la cafetera: el mundo que conoces y te habla lo que recuerdo del amor son sus metáforas sobre animales. Amé como animal. Me comporté como animal mientras amaba. Reconocer quién fui Seguir siendo Era lo mismo y todo había cambiado
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