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Por Lauri García Dueñas |
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No. 58 / Abril 2013 |
Elena Salamanca (El Salvador, 1982) es de las voces poéticas más perturbadoras de la contemporaneidad centroamericana. Luego de sus sugerentes Peces en la boca donde el Facebook y una reescrita Sor Juana, aguijonean dulcemente la yugular del lector, crece en mancha, hacia lo oscuro y lo terrible, como helecho acuático y nocturno en Landsmoder (Editorial Equizzero, 2012), publicación consecuencia de haber obtenido el primer lugar en el 1er Concurso Ipso Facto de dicha editorial. La primera parte del libro Colegio de señoritas españolas venidas a menos habla-canta-denota lo no dicho por toda una clase social desvencijada, educada (adiestrada emocionalmente) en colegios religiosos donde el patetismo crece en capilla ardiente. La ausencia del padre, dibujada en transparencia por una voz niña víctima que no pretende victimizarse, se reproduce en la conversación con una tiesa maestra de primaria, dando origen, a mi juicio, al poema más contundente del libro y a uno cuya completud brilla (como un vidrio roto en tierra negra) entre otros muchos poemas rebuscados de su generación y ubicación geográfica.
En la segunda parte: Galería de los héroes, pincha, la desgarradura se abre en el poema Las niñas se levantan la falda y paren:
Y luego, como si el poema metiera el dedo en la cerilla del trauma social:
Más adelante, en el poema Muchacho, amor perteneciente a El cuerpo de la nación la maldición de la patria terrible, exagerada e histérica, es llevada a sus últimas consecuencias, abre fauces:
La patria es en los dedos de esta escritora, todo menos lo cursi, lo restringido de los fetiches folclóricos que en El Salvador aún no se han derrumbado. Pero la patria, esa cosa indefinible, con la que nos tortura la voz poética, no es sólo la salvadoreña, es cualquier patria que aun teniendo ese nombre mayestático no es país ni mucho menos. En algunos momentos el lector podrá preguntarse ¿Es tan grande el martirio? ¿No es exagerado lo horrible? Y sí, lo horrible se repite, crece:
Madre horrible. Hijos que devoran a la madre. Rotos quedan los arquetipos. El libro de Elena Salamanca me recordó El asco de Horacio Castellanos Moya. Libros donde el ojo de lo simbólico se abre para poner el dedo sobre la llaga nacional y recordarnos nuestro patetismo autoinfringido. Cierto halo de tragedia grandilocuente también me trajo a la mente a César Vallejo. Pero Elena es muy Elena. Ella, la autonombrada “Reina de la Independencia”, escritora, historiadora, artista visual, performer, promotora cultural que organiza una feria de arte llamada FEA, brilla (como vidrio roto en tierra negra) con sus dos libros de poemas y los que vienen. Anómala, escritura de lo anormal (de ese tipo particular de anormalidad que pare belleza), atípica escritora centroamericana. Hay que leerla, como un mantra.
*La portada del libro es de Albertine Sthal |
Leer poemas…
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