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Manuel J. Castilla (1918-1980) |
Música y poesía |
Por Jorge Fondebrider
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No. 58 / Abril 2013 |
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Manuel J. Castilla (1918-1980) |
Música y poesía
La poesía de Castilla, así como las letras de sus canciones, dan testimonio del paisaje, entendido aquí como ámbito natural, pero también social. Se trata de una observación recurrente que Pedro Orgambide resume señalando que en su poética confluyen “una vertiente lírica, de amplia expresividad, y una vertiente realista, donde se incluye lo descriptivo, lo coloquial, el testimonio directo de lo vivido. En la confluencia de ambas vertientes, se encuentra la total identidad del poeta, cuyo canto, cuya entonación personal, borra por momentos toda calificación, para mostrarse en el renovado asombro de nombrar los seres y las cosas”.3 De acuerdo con el punto de vista del poeta argentino Santiago Sylvester, “En Luna muerta, de 1943, aparecen indicios de los temas que, con el tiempo, centrarán sus obsesiones: el paisaje rural, su gente, las leyendas y las tareas populares. En este libro, como en los dos siguientes (especialmente en Copajira) ya están los elementos, allí ya sacan la cabeza los asuntos americanos y la naturaleza desbordada; pero todavía falta, para que el lugar esté completo, algo fundamental: el lenguaje que lo ha de caracterizar, que le llega desde muchas partes, desplegado y celebrante, apoyado en el giro amplio de la frase, en el uso reiterado y sonoro del gerundio, y en una muy sutil, y nada folklórica, utilización del coloquialismo regional”.4 Hay con todo, otros matices que deben ser tenidos en cuenta. Tal como señalan Claudia Baumgart, Bárbara Crespo de Arnaud y Telma Luzzani Bystrowicz, en Castilla, “la actitud lírica frente a la naturaleza es reforzada por la enunciación en primera persona, en tanto que, al nombrar lo social, el discurso borra la singularidad del sujeto inscribiendo un sujeto impersonal que funciona como emergente de un grupo social y que se constituye a partir del cruce de voces diversas”. Lo paradójico, apuntan las autoras, es que la naturaleza se personifica y el mundo social tiende a la despersonalización. “Mientras que la naturaleza tiene la posibilidad de manifestarse y de ser –señalan–, del mundo social se predica el silencio y la imposibilidad de expresarse. El silencio cierra a menudo secuencias narrativas y caracteriza a los personajes ‘Y es como si domara la tierra con su puro silencio’ (‘El gaucho’, La tierra de uno). Dos situaciones límiten, que en general aparecen asociadas, permiten a los personajes quebrar el silencio: el alcohol y, especialmente, el carnaval, lugar en el que entran en contacto la naturaleza y lo social”.5 Si bien Castilla se sirvió de las formas fijas y de la rima, podría pensarse que unas y otra no provienen tanto de la poesía española contemporánea –como en algún momento señaló algún crítico–, sino más bien de las marcas propias de la poesía tradicional de su provincia, de donde también nos llega la fuerte impronta de oralidad de muchos de los poemas. Sin embargo, a medida que transcurran los sucesivos libros, Castilla, tal vez acusando la influencia del Pablo Neruda de Residencia en la tierra –como se dijo, muy leído por aquellos años– se lanzará al verso libre cada vez que éste le resulte necesario. Como ya fue dicho, es probable que su enorme celebridad a nivel nacional en el ámbito del folklore le haya restado lectores a sus libros. Pese a ello, su obra “escrita” –si cabe ponerlo en estos términos– está compuesta por Agua de lluvia (1941), Luna muerta (1944), La niebla y el árbol (1946), Copajira (1949, 1964, 1974), La tierra de uno (1951, 1964), Norte adentro (1954), El cielo lejos (1959), Bajo las lentas nubes (1963), Amantes bajo la lluvia (1963), Posesión entre pájaros (1966), Andenes al ocaso (1967), Tres veranos (1970), El verde vuelve (1970), Cantos del gozante (1972), Triste de la lluvia (1977) y Cuatro carnavales (1979),títulos a los que corresponde sumar la prosa de De solo estar (1957) y Coplas de Salta (1972). Como en muchos otros casos, esos libros aún esperan que se les haga justicia, ubicándolos entre los más importantes que el noroeste le legó a la Argentina en la primera mitad del siglo XX. A continuación, cuatro de sus letras para zambas y otras especies folklóricas, que forman parte del ADN argentino. La pomeña Eulogia tapia en la poma El trigo que va cortando El sauce de tu casa La cara se le enharina Viene en un caballo blanco Zamba de Juan Panadero Qué lindo que yo me acuerde Panadero Don Juan Riera Cómo le iban a robar A veces hacía jugando Por su amistad en el vino Juan del Monte Chacarera amanecida Yendo hambriao en los caminos Él no quisiera alabarse Nadie sabe que tiene hijos Cuando me le echan los perros Cuando canta con la caja Pobrecito Juan del Monte Zamba soltera Con el corazón amanecido Viven en sus sueños los recuerdos Llegan los grises retratos Guarda en su misal una flor mustia Siempre está buscando entre sus cosas |
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1 Giordano, Santiago. “El folklore, el pasiaje y el hombre”, en Página 12, 19 de julio de 2010. 3 Orgambide, Pedro. “Castilla, Manuel J.”, en Orgambide, Pedro y Roberto Yahni. Enciclopedia de la literatura argentina, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1970. 4 Sylvester Santiago, “Manuel J. Castilla: la elaboración del paisaje”, en La identidad como problema, Mar del Plata, EUDEM, 2012. 5 Baumgart, Claudia, Bárbara Crespo de Arnaud y Telma Luzzani Bystrowicz. “Prólogo”, en Castilla, Manuel J. Poemas. Antología. Buenos Aires, 1981. |