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No. 38 / Abril 2011 |
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Lautréamont
Quisiera como tú, arriesgar el viaje. No ser ni luz ni sombra: sólo límite. Dejar una penumbra por todo patrimonio y hacer brotar mi sangre, sentarla entre nosotros, oír cómo se apaga su cauce diminuto, el líquido aderezo que me impulsa, la lenta munición de mi existencia. Oigo un rumor de cosas que pasan por la calle, el miedo es la moldura que las une. Y si miráis más al fondo de mi vida, si acercáis el oído al acorde del frío, será la locura quien hable.
Pacíficamente he borrado mis huellas, he apoyado en la noche mi cuerpo impreciso, mi fe humeante. Acerco mi pecho al vacío. Es el aire un tarot de pájaros ciegos que escupe este canto futuro. Sólo quiero apurar mi edad, mi tierna maldición sin años y que la obscena clave de mi nombre suene por el triángulo del cielo, por el aula de las nubes que nadie ha conquistado, por todo lo que fue abatido y yo defiendo brindando a la salud de los siglos sucesivos, puntual en la violencia intermitente del invierno. Porque mi generación no existe nada hay más terrible que un clamor de multitudes. Escribir es no aceptar lo irremediable, buscar sin equilibrio, amar sólo del tiempo el oscuro sobresalto de su rumbo. Del olvido extraje un esqueleto afín al mío, un hermoso mástil. Bastará el día en que muera con escribirme el epitafio en la niebla de un espejo. Contra los héroes Dime: ¿qué importan los dioses? Tu inocente escritura caerá sin estruendo, ¿Y para qué los terribles héroes?, dime ahora. Retrato de mujer
(Egon Schiele, en el Museo Albertina)
Un solo cuerpo desnudo. Cuerpo sin madre. Un leve borde tendido, fruta de nada. Un dolor esencial o arrebatado a la noche. La carne difusa, dos sílabas negras el alma. Esto soy yo: rostro imperfecto, sexo, ceniza, fragmento. Soy el jardín rendido, la insistencia de una sangre sin costumbre, el tallo de la sombra, un himno a tientas por el verde de los labios.
Mira la tela. En ella eres tan sólo una curva transformada hasta ser nadie, una verdad muy lenta donde la herida transcurre: tu frío llega hasta nosotros como el ruido de un vivo corazón golpeándose en las jaulas. Un amor inaudible atraviesa la sala. La vida está en los ojos y casi no se mueve. Una mujer finge la luz y es la luz un río por fuera. Quisiera tocar el agua de su miedo, gastarme en lo concreto de su frente, equivocar tu calentura. Ser algo más que víctima o testigo de la tarde. Ser algo más que un hombre de mi tiempo admirando un desnudo delirante en un museo sin entusiasmo. Ser cualquier cosa antes que el estruendo de la calle derribe de una vez nuestra mitad humana. Pues más allá tan sólo existe el ascua ciega de este cuadro, su ozono dañado. Cabo de Creus Será un rasguño el corazón. Y aun así volveremos a este mismo lugar. ¿Quién habrá zarpado para entonces? Estabas esperándome donde se apaga el día, Allí donde se cierra el día menhires de sombra ondean Pero la noche no llega a lo que no será ceniza, Dejemos que este tiempo detenido sea candela del mar Del fin no temas su falsa evidencia, Y aun así volveremos a este mismo lugar En la obediencia del mar, |
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