12 diciembre, 2022

Variaciones sobre la poesía
de Blanca Luz Pulido

de Alicia García Bergua | Ensayos

 

 
Hace veintipocos años, en Oaxaca, compré Cambiar de cielo (1997), libro de Blanca Luz Pulido (Teoloyucan, Estado de México, 1956) publicado por la editorial Verdehalago y la UAM de Azcapotzalco. No conocía a Blanca Luz; lo hice poco después y al leer los poemas de su libro, especialmente “Al alba y en secreto”, sentí admiración y familiaridad. Lo leo:

Hay palabras
que por siglos
han esperado en silencio
para surgir temblando entre las sombras
pronunciadas al alba y en secreto
susurradas apenas
entredichas.

Cuando el mundo detiene sus afanes
ellas vienen de gestos que olvidamos
y de pronto nos llegan
diferentes y antiguas
en mis labios que apenas las ensayan.

Como la noche suenan, como un árbol
que empezara a aprender de sus raíces,
y se supiera joven, verde ensayo
de vegetal frescura y de reposo,
no simplemente leña erguida, ni alimento
del fuego solamente,
sino canto y tiempo,
savia y luz en las ramas suspendidas.

Así las palabras que ciñen el transcurso
de estos días prodigiosos y serenos
tocan mis labios
y tejen tu mirada:
monedas del milagro
que nuestra sed reclama.

La poesía de Blanca Luz es una auténtica pasión por el lenguaje. Una pasión contenida, modulada con amorosa precisión, que se abre con delicadeza a lo que se percibe cada día: la luz, los pájaros, los árboles, al agua, los pequeños objetos, las manos que los toman…  Porque, para ella, el lenguaje es un milagro que tenemos que celebrar todos los días preservando su riqueza y su delicadeza. Por eso su poesía no se desgañita ni se ahoga; más bien es una búsqueda de una melodía que pese a todo se desprende del mundo que habita porque, además de poeta, Blanca es melómana y también canta.

Además, Blanca Luz es una ávida lectora y traductora de poemas, cosa que nos ha unido desde siempre. Digo de poemas porque ella, al igual que yo, no ve la poesía como un ente uniforme, sino como esos textos únicos y delicados que tienen que observarse aisladamente, con detenimiento. Es así como Blanca escribe sus poemas también, entrando con sigilo en lo que está sintiendo, observando y pensando, y buscando elegir esas palabras justas que iluminan y capturan lo efímero, por ejemplo, del agua y de un pájaro. Dice en su poema casi haiku “Tres gotas”:

Tres gotas cayendo
del pico del zanate
al mediodía.

Tres acentos en el agua,
tres fragmentos de sol
y la humedad terrestre.

Así las vi,
así regresan
a la sed del poema,
al azul del agua,
a la memoria.

La de Blanca Luz es una poesía de viajes de todo tipo por la materia y por los días. En 2007 fui con ella y con Antonio Deltoro a Machu Picchu. Lo que nos impresionaba a mí y a Antonio era cómo Blanca Luz era, pese a estar igual de arrobada que nosotros con la enormidad y la magnificencia del paisaje, capaz de atender a la par a todo lo pequeño, las plantas, los pájaros. No dejaba de ver, de trasladarse de lo pequeño a lo grande con enorme placer. Uno de los momentos en que capté esta maravillosa cualidad de Blanca fue al observarla mirar, al borde del abismo de unas ruinas, una planta y un pájaro. Si bien el abismo nos ofrecía también una vista panorámica arrebatadora y vertiginosa, ella mantenía pese a todo esa capacidad y también la calma de fijarse aún en lo pequeño que estaba a sus pies, en lo más próximo, y no dejar que la vista de ese panorama gigante la hiciera perder el pie ni tampoco los pequeños hallazgos de la vida más cercana. A mí, que padezco vértigo y no siempre de la curiosidad suficiente para superarlo, eso me llena de asombro.

No en vano, Blanca Luz le puso a uno de sus libros y a la reunión de su poesía el título de Cerca, lejos. Ahora, el dominio de los lenguajes y los algoritmos nos permiten mirar la vida a gran escala de un solo vistazo y creer que realmente vemos algo. Blanca Luz sabe que, ante todo, el lenguaje es un instrumento que puede prolongar nuestra visión e incluso reemplazarla en el caso de las personas ciegas, como lo señala Oliver Sacks en Los ojos de la mente, donde se concluye:

Se da aquí una deliciosa paradoja que soy incapaz de resolver: si existe de hecho una diferencia fundamental entre la experiencia y la descripción, entre el conocimiento del mundo directo y mediato, ¿cómo es que el lenguaje puede ser tan poderoso? El lenguaje, la más humana de las invenciones, posibilita algo que, en principio, no debería ser posible. Permite que todos nosotros, incluso los ciegos de nacimiento, veamos con los ojos de otro.

A mi parecer, Blanca Luz es muy consciente de este gran poder del lenguaje, y la fuerza de su poesía se atiene a él. En sus poemas, más que un argumento o una expresión emocional, hay una visión detenida, minuciosa e intensa de la vida y las cosas que suceden. En su poesía, el lenguaje se impone como una lente a lo contemplado y las palabras se convierten en los sentidos que contemplan, por ejemplo, en su poema “Nacimiento alado”:

En un instante
las cosas que no existen
se acercan a un centro incandescente
que las convierte en tacto y en oído.

Una roca se desprende en la montaña
un halcón avanza
y una paloma conoce su última visión del cielo.

Entonces las palabras
se deslizan entre sombras
y llegan del aire o del alba,
rumor de sílabas o ramas,
y son el grito del halcón
o la última mudez de la paloma.

Hay en la poesía de Blanca Luz, por otro lado, una sinestesia que le permite también mimetizarse por momentos y formar parte de otro ser. Leo su maravilloso poema “Casi iguana”:

El ser de la iguana
quizá no sea tan diferente
del mío, salvo
por la visible corriente de sudor
que atraviesa mi frente,
labios, mejillas y espalda,
cuando inmóviles las dos la miro.

(Ella suda por dentro,
la recorren ríos de piedra y fuego,
paraísos de sangre vegetal
y hondas cañadas.)

Si camino lentamente
imitando su tranquilidad,
su reposo al sol de los cuarenta grados,
tal vez me acerque lo bastante
para mirar sus escamas y su cresta
tornasol y orgullosa, culminación
del muro entre jardines,
escultórico ladrillo,
antes de sufrir
un golpe de sol que me revele
que somos las dos criaturas frágiles,
sí,
combinación de idénticas formas esenciales
–es seguro–,
pero de familias distanciadas
por divergencias ciertas de temperatura.

El sol de la tarde cruza
su larga espalda,
prolongándola en la barda.

Sigo mirándola,
y casi iguana a veces
me siento a compartir
su concentrado aspecto
de esfinge tropical.
sus pensamientos verdes,
rojos, amarillos,

pero debo decirlo,
a salvo ya
en esta sombra protectora.

En la poesía de Blanca Luz transitan muchos mundos; se trazan mapas de palabras para llegar a ellos y sumergirse a fin de lograr esos trazos confusamente verdaderos que cita en las partes cinco y seis de su poema “Peces de asombro”, dedicado a la pintura de Gabriel Ramírez. Dicen ambas partes:

5

No hay tiempo que perder:
el mundo, ráfaga que vira al amarillo,
sin aire que separe los objetos:
arriba es abajo; hoy, eternamente
miro el cuadro y me baña su luz,
llenando sombras la tenaz vigilia.
Soy
ese personaje indefinido
de trazos confusamente verdaderos.

6

Verdes como soles,
soles de piedra,
piedras flotando en un cielo
de oxidado azul.
Mirando el mundo, el cuadro que me mira
me transformo en sus márgenes cambiantes:
soy la arista, la piedra abandonada
la esquina donde se deshoja el verde en ocres.

Hay en la poesía de Blanca Luz un continuo fluir donde las palabras penetran en el mundo, nos bañan, invaden nuestro ser y lo transforman. Palabras como la tentación de irse a ese momento más auténtico que sostienen la luz, el cielo, la lluvia, los pájaros, los árboles, el mar y los mismos objetos. Porque a la luz de esta poesía somos también esa materia que no logramos discernir plenamente de nosotros mismos. Somos manos que se pierden en lo que hacemos y rompemos, el fuego que contemplamos, los pájaros, el filo del cuchillo, las claves, los botones y todas las señales que vamos dejando. Hay en esta obra una continua inmersión en lo que parece fugaz. Es una poesía que, como los pájaros que adora, se despega siempre de este suelo y vuela de pronto junto a poetas como Xavier Villaurrutia:

Sueño de la estatua

La estatua acecha mientras las sombras duermen
entre el silencio y la luz petrificada.
Perderse en el eco de sus pasos,
en su mirada hermana del insomnio,
en el rostro cubierto
por el blanco grito
que su sangre domina en los espejos.
El eco, fugitivo de su sombra,
labra este sueño cien veces en mis dedos.

La estatua ya me alcanza,
desnuda al fin de eco de sí misma,
dormida para siempre
en la cárcel de mis párpados cerrados.

O vuela también junto a poetas como Jorge Luis Borges:

Tu rostro

De los enigmas del mundo
elijo tu rostro, cifra y sueño.

En la orilla del silencio, en los milenios
somos solo un silencio,
un gesto de los días,
pero en tu rostro contemplo
los infinitos seres que en ti han sido,
las constelaciones, las mareas,
los naufragios que habitan en tu sangre,
las estrellas que fueron necesarias
para inventar el cielo que, una noche,
ambicionó que tus labios existieran.

Para mí, ha sido una gran fortuna no solo ser amiga de Blanca Luz Pulido sino ser poeta junto con ella; que hayamos compartido tanto lo que escribimos, leemos y apreciamos; que mantengamos una conversación de tantos años, la misma que sostiene a la literatura —esa conversación con los amigos que nos hace la vida tolerable.
 


Alicia García Bergua / Ciudad de México, 1954. Poeta y ensayista. Es una de las coordinadoras del portal-taller de escritura creativa en divulgación científica Cienciorama (Dirección General de Divulgación Científica de la UNAM). Autora de los libros de poesía Fatigarse entre fantasmas (1991), La anchura de la calle (1996), Una naranja en medio de la tarde (2005), Tramas (2007), El libro de Carlos (2007), Ser y seguir siendo (2013) y Canciones en voz baja (2021), así como de los libros de ensayos Inmersiones (2009) y La lucha con la zozobra (2022).