17 febrero, 2020

La descomposición es una forma de movimiento

de Olivia Milberg | Inéditos

Cuarenta gotas diluidas en dos dedos de agua

Puede parecer un gesto demasiado obediente
tomar la medicación a pesar de las circunstancias:
cuarenta gotas diluidas en dos dedos de agua
sin importar que llueva, que te hayas visto
las manos
congeladas en la luz de un relámpago. 
Y lo es. Pero no desprecies el gesto ni el remedio
es tu forma de profesar alguna fe.
Contá las gotas que caigan
en un susurro que suene a rezo.
Apretá la goma rosada del gotero
como si le acariciaras los pezones
a una santa ¿cómo la tocarías 
a la Virgencita de Guadalupe
si se abriera el manto
sobre tu cama, hoy que llueve
y el cielo te alumbró
así
las manos?

 

La sanjuanina

Descansa en su reposera
deshilachada
sobre la calle Ipiranga.
Tiene las manos enrojecidas
de agua fría y jabón en polvo.
Al rayo del sol su piel
es tierra pálida, rajada
la carne de los pies
desborda las chancletas
con el mismo gesto brutal
que tiene la naturaleza cuando crece
sobre edificios abandonados.

Ahora chumba un perro y la despierta
abre los ojos, dos semillas doradas de chañar
se desentierran

 

Lobo de mar (fragmentos)

No hay quietud en el agua, ni en la calma.
Los lobos marinos mueren en el mar,
las olas los traen a la orilla. Verlos pudrirse
nos da pena o asco. Sombras de empatía, sombras de amor.
La descomposición es una forma de movimiento.
El águila embalsamada en la cantina
se nos aparece, en pesadillas, como un monstruo.

*

Boquea en el aire, le acaricio el lomo.
No se asusta de mis manos, las manos de los pescadores
tienen otro olor, a sal, a cuero. Y otra fuerza.
Se mueven como si estuvieran envueltas en guantes gruesos.
Sus palmas son el mapa de la superficie del mar,
eso es lo que asusta a los peces.

*

Mamá elige palabras imprecisas,
se monta a ellas, acaricia
con la punta de la lengua
lo que realmente quiere decir.
Sus palabras son pistas.
Habla de sus deseos
protegiéndolos del mundo
al que quiere traerlos.

*

¿Te gustaría tener un hermanito?
Parecía pedir permiso.
Me miró como si yo fuera el peligro
más grande del mundo.
Tuve miedo de mí.

*
Estoy acostada en la orilla, donde la bestia
puede alcanzarme con sus lenguas,
lamerme las piernas, colarse entre mi panza y la arena
que cambia de forma cada vez que el mar respira.
El agua parece más tibia que antes, su corazón
se metió en mi cuerpo.

*
Cuando los mellizos cumplieron ocho
vi la piel de la oveja
del otro lado de la casa, al sol.
El peluche contra el pasto.
Después la encontré, desollada, sobre un plástico.
Piletita de sangre.
La lengua le cuelga ridícula. No tiene párpados.
Piletita de sangre.
Moscas. Mi corazón al aire, al sol.

*

Hay un punto en el que seguir cavando en la arena
sólo provoca que el pozo se agrande hacia los costados.
Cuando se llega al agua, el pozo mantiene su profundidad,
derrumba las paredes, se las traga.

*

Empezó el frío. Se despertaron las salamandras,
mamá las alimenta con acacias y brillan.
Nos miran. Lentas, nobles como los gigantes.

*
Las toninas se hincharon, se volvieron rosadas,
la carne del hocico desapareció primero,
quedó a la vista un hueso fino como un pico.
Las vi convertirse en pájaros nuevos, dormidos en la arena.
Y abrí la boca para conocerme la voz.

*

Cuando lloramos Iemanja salió de adentro nuestro, por los ojos.
Entonces supe, en cada flor, cada puñadito de tabaco, nos dimos un poco.
La ofrenda fuimos siempre nosotros.


Olivia Milberg / Buenos Aires, Argentina, 1992. Realizó estudios de canto y actualmente coordina la orquesta popular infantil y juvenil El Rejunte, donde también imparte clases de canto. Es autora del libro de poemas Lobo de mar (Añosluz, 2019).