El trabajo limpio
| Inéditossectaria
la llaman maestra y posponen la propia hambre
hasta que la abeja reina come
sudan aquí cantan allá
olvidan la vida fuera
más allá del falso panal de infancia eterna
dios, se dicen, lo quiere así
ella es la fuente indigestible de sus deseos
si tan solo los mirara
si tocara sus cabezas
algunas quedarían embarazadas
otros hablarían en lenguas
todos acusarían recibo de mensajes encriptados de la muerte
llaman a eso transmisión
dicen que no tiene color ni cuenta en el banco
sudan aquí cantan allá
ella los toma de la mano y frota
jadea gime y olvida que dios
lo que no cabe en todo el universo
cabe en el corazón de un ser humano
borda
Sé lo que se siente zarpar y abandonarte a ti misma en el puerto. He agitado la mano y me he gritado adiós, mirándome sobre el malecón, cara lavada, libre de mí, dejándome atrás. Y sé lo que es pelar patatas y zanahorias y más patatas y zanahorias, arriar las velas, trapear la insolada cubierta donde llueven los insultos por mi bien, todo, por ser parte de la nao, cual clavo retorcido y oxidado que sueña, enterrado en un tablón podrido.
Hice todo eso decenas de veces. Mi madre y mi padre hicieron todo eso cientos de veces. Mi abuelo y mi abuela hicieron todo eso miles de veces.
El mar es peligroso. Te llena de invitaciones las orejas hasta que te ves rodeada de peces y bajando, ya sin oxígeno en los pulmones y bajando, colmándote de oscuridades promisorias, bajando más, hasta tocar la nada con las puntas de los pies, esos que olvidaste en la orilla, cuando zarpaste de ti.
mano de chango
a Lisa Warn
Hablemos del desafío que nos lanza la retroexcavadora esta mañana, torpe gigante abandonado en la cima de lo que un día llamamos nuestra vida. Hablemos de este umbral difuso que desencadena el loop infernal de salir y volver y salir y volver desde la misma puerta. Fisuras en el tiempo y pesadilla presente, eterna promesa de que todo se ha de derrumbar. Pero en verdad no todo ni para todas las personas. Hablemos del viento que no cesa de soplar en ciertos rincones del mundo, donde la vida vale menos y las placas tectónicas y los huracanes parecen saberlo. Hablemos de la pesada máquina amarilla y el sujeto-hombre que la maneja, sudoroso y encasquetado en Haití, Nueva Orleans, Ciudad de México, donde las advertencias llegan tarde. Hablemos de cómo la mano de chango embiste entre el lodazal o se equilibra bailarina sobre los restos de lo que alguien, un día, llamó mi vida, nuestra vida, ese montón de madera, vidrio y plástico, aquí, entorpeciendo el tráfico. Hablemos de cómo el sujeto-hombre se cansa de partir el desastre en pequeños fragmentos y encuentra una sombra para dormir la siesta con una franela roja cubriéndole el rostro, cual camellero del desierto. Hablemos de que nada es eterno, pero en verdad hay cosas que perduran en vecindarios elegantes, donde no falta el agua ni la luz ni la policía. No digamos más desastre natural. Hablemos del desastre humano. Digamos se muere más, se muere peor, aquí que allá.
los cuatro hombres suicidas
los cuatro hombres suicidas que he conocido
se han colgado
dos de día y dos de noche
con una cuerda
un cable
un cinturón
y un alambre
hubo que bajarlos
tender sus cuerpos
una faena
familia
policías
paramédicos
vecinos
y los cuatro lo sabían
que salarían la tierra con su gran cuchillada de odio
alguien más tuvo que criar a su descendencia
explicar lo inexplicable
rogar porque a uno lo enterraran
en la sección decente del cementerio
y los cuatro lo sabían
que alguna mujer
haría el trabajo limpio
Margarita Martínez Duarte / Ciudad de México, 1970. Poeta, narradora y cantante. Ha publicado tres libros de poesía: Viejas vecindades (1995), La cama (1997) y La mansión (2001). Ganadora del Premio “Setenta años” de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Este año publicará su primera novela.