Decirle adiós a todo lo que te sobrevive
| InéditosMullida Patria
1
La calle se alarga sin nadie. Salgo muy temprano
del hotel y camino junto a los bares cerrados
y la basura puesta a esperar junto a las puertas.
La basura y los vasos de plástico son todo lo que queda
de la fiesta de anoche. Camino por la calle larga
como el acuchillador que sigue a los ejércitos
después de la batalla, y como los cuervos detrás.
2
Comienza a salir el sol. Es inútil
pedir gran precisión a la tristeza. Apenas toco
la superficie de la vida como quien toca un lago helado.
Me consuelo pensando que al otro lado
del hielo camina un hombre antípodo
que ya viene de regreso, olvidado de este amanecer
y de esta calle, un acuchillador silbando
de vuelta a casa. Y lo que queda atrás son solo cuervos.
3
Donde pongas el pie indeciso, ahí acaba. Toda duda
se convierte en una frontera; algunas se quedan, otras
se borran con el tiempo y los pasos superpuestos.
Donde ha habido una frontera el aire queda partido,
crece una línea por encima de los muros y los ríos.
Mi suave, mullida patria, está hecha de hierro
y remaches: tiene todos los pasos repetidos
que los pasajeros han logrado reunir, los círculos
de la duda y las certezas de los caminos invisibles.
4
Suave, mullida patria la mía, a 36 mil pies
sobre el nivel del mar. Los cubreojos, la manta,
la pastilla de la risa y el olvido, cruzar las manos
sobre el cinturón y cruzar, cruzar. Suave, mullida patria,
no fume en el baño, no lance pajaritas de papel
al excusado, sobre todo no pida gran precisión
a la tristeza. Suave, mullida patria, no olvide
sus pertenencias, no olvide todo lo que ha perdido.
5
Declare qué trae en la aduana, diga de dónde viene.
No puede introducir al país más que un cuchillo
y algunos cuervos: recuerde, aquí también criamos
los nuestros, porque cada uno tiene derecho a escoger
cuál patria le saca los ojos. Suave, mullidamente.
Último tren
1
Decirle adiós a todo lo que te sobrevive.
Sentarse al fondo de un vagón que no se mueve
pero va cada vez más dentro. Un señor de abrigo
negro viene a diario y espera ocho horas
sentado en este tren como quien cumple
su horario de trabajo. Tú mismo: tu mirada miope,
tus recuerdos de juventud, un amasijo de sabor y tacto
que revive poco a poco en un tren inmóvil.
Al final del día recoges tu maleta y bajas, solo entonces
el tren se pone en movimiento y lo miras irse.
Mañana, otra vez lo mismo.
2
Volver a la ciudad, comenzar a buscarla.
¿Por dónde? Creo que ya nada está en el mismo lugar
y es obvio que ya tampoco es la misma hora.
Tal vez ya no es ninguna hora. ¿A quién preguntárselo?
Podría parar al primero que pase y decirle:
¿Sabe adónde fue a dar mi novia con la cuerda rota?
Podría caminar sin rumbo fijo y buscar a alguien
que se le parezca, aguzar la vista, no sea que pase de largo
y no la vea. Tal vez ya ocurrió: la he vuelto a perder
de vista. Mañana lo intentaré con más cuidado.
3
Bajar al centro desde la estación a comprar libros.
Señor librero, quiero un estremecimiento de hace mucho,
no recuerdo título ni autor. Busque bajo la E de estremecimiento,
hay muchos, pero solo son para quienes ya han vuelto de su viaje.
Si no se ha ido todavía no puede buscar en esa letra.
Escoja otra, la N de novia con la cuerda rota, por ejemplo,
o váyase en el tren de mañana, como debe ser,
y cuando vuelva busque en la E, ya con derecho,
si para entonces es lo suficientemente pobre de nostalgia.
4
Ir a la papelería. Pedir papel de algodón de Amalfi.
Asombro del vendedor. Pero mi joven poeta, si usted
no sabe lo que es el papel de algodón ni dónde está Amalfi.
Escribe en un cuaderno a rayas con un bolígrafo ¿recuerda?
No va a cambiar lo que escribe porque ahora crea que tiene
un mapa y puede buscar dónde está la costa de Amalfi.
No sabe usted nada, joven poeta, tiene que tomar el tren sin remedio.
5
Salir por la noche a buscar las luces, pero incluso las luces
han cambiado. En esa época Larkin estaba vivo o se había muerto
hacía poco y todas las luces venían de los suburbios de Londres.
No, jovencito, no es por aquí por donde se va adonde quiere ir.
Además ¿para qué se va? ¿No ve que lo único que logrará
es volver en veinte o treinta y su novia ya tendrá la cuerda
rota? No sé de qué luces habla. Las que hay aquí podrían bastarle,
qué tienen de malo. La noche es igual en todas partes.
6
Conseguir un reloj y una maleta para tomar el tren
mañana. Llegaré puntual y llevaré todo lo que debo llevar.
No escaparé con poca cosa y a destiempo.
Para llegar a las luces hay que ser organizado
y esquivar los dragones. Creía que habíamos quedado
en que nada de heroísmos, joven poeta, nada de dragones.
Compra un boleto, se sube, ya está. Un día vuelve
y busca bajo la E de estremecimiento.
¿El tren correcto? ¿Y eso quién lo sabe?
7
Decirle adiós a todo lo que te sobrevive cada día.
El tren no tarda ya en llegar. Tenle confianza al reloj
y a todo lo que tenga círculos. Tal vez cuando vuelvas
todavía queden libros bajo la E de estremecimiento,
tal vez solo haya calles que no te reconozcan.
Tal vez el tren siga sin moverse hasta el final del día.
Luis Arturo Guichard / Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1973. Poeta, traductor y ensayista. Su poesía reunida hasta 2012 ha sido publicada con los títulos Una fe provisional (2012) y Realidad y márgenes (2013). Posteriormente aparecieron Yo también estoy cruzando un puente sin orillas (2018) y El jardín de la señora D. (2017), con el que obtuvo el 41è Premi Vila de Martorell de Poesia en España y el Premio Iberoamericano de Poesía para Obra Publicada Carlos Pellicer INBA 2018 en México. Trabaja como profesor de literatura griega en la Universidad de Salamanca.