13 diciembre, 2021

Benavides o el encuentro definitivo con la belleza

de Manuel Espinosa Apolo | Reseñas

Paco Benavides, X (Vida y Milagros), Ediciones de la Línea Imaginaria, Quito, 2021.

Javier Palmiro Benavides, mejor conocido como Paco Benavides, nació en 1964 en uno de los pueblos más antiguos del Ecuador: Tusa, que el ultraconservadurismo de provincia cambiaron por el nombre de un arcángel guerrero con pinta de español blanco y godo —San Gabriel, ícono de la lucha del catolicismo contra los paganismos indígenas—. Entre las evocaciones cósmicas que induce la geografía andina y las turbias aguas del colonialismo ibérico, Benavides navegó y se extravío, buscando descifrar los enigmas de su condición. Se entregó por entero a la poesía y, de forma semiclandestina, a la pintura, siguiendo los caminos trazados por el surrealismo y el cubismo.

Benavides es, sin duda, uno de los grandes exponentes de la poesía ecuatoriana de su generación, y pertenece a una camada que prosperó al abrigo de los talleres literarios en la década de los ochenta del siglo XX. Experimentales, parricidas —los mejores de aquellos— y, a diferencia de los de la generación anterior, consagrados como artistas antes que como intelectuales. No les interesó continuar en el agobiante y agotado debate sobre la función social de la poesía, ni elaborar un manifiesto más para exponer nuevas proclamas del arte poético. Al contrario: se centraron en las técnicas y formas de escribir, en el culto a los grandes referentes literarios de Europa y América, a la veneración de aquellos que, más espirituales que comprometidos, se acercaron al ideal del escritor iconoclasta.

El quehacer literario de Benavides devino trabajo de laboratorio, lo que supuso un trabajo audaz con las palabras. Paco fue, sin duda, uno de los más diestros e ingeniosos en esta técnica que derivó en una suerte de ardua y cuidadosa labor artesanal. Al margen de la narrativa, huyendo siempre de lo prosaico y lo explícito, y deslumbrado por la poesía surrealista y los deleites barrocos, elaboró una breve aunque lograda obra poética donde se percibe su gran oído para la música de las palabras, un sentido insospechado del ritmo y su gusto por hilvanar figuraciones. Los poemas narran sin narrar, dicen sin decir; son, en ocasiones, vocalización más que escritura: exponen y exudan imágenes, denotaciones, connotaciones. Benavides es a veces inercial, mientras que en otras tiende a los límites. Lúdico, onírico e incansable buscador del sentido espiritual de la existencia; pero, sobre todo, gran talento lírico que produjo poemas semejantes a cánticos. Porque, a pesar de sus vagabundeos verbales, Benavides deja la piel en los poemas, se juega la vida cuando escribe y exhibe sin resquemores su alta sensibilidad. Sus palabras esenciales expresan la verdadera condición de su humanidad, el hondo desgarramiento de un ser entre dos aguas: la tradición y la innovación, su apego a lo local y sus ansias cosmopolitas; a caballo entre la nostalgia por la pérdida y la tentación por lo desconocido. Benavides no puede disimular lo que es: un escindido, frágil, melancólico y, por lo mismo, una especie de ángel caído, un hombre auténtico e irrepetible.

Bohemio y diletante, criatura gregaria, insigne miembro de su tribu, al final de su vida se vio irremediablemente solo, necesitado de un hilo de Ariadna para salir del laberinto. Así se muestra en su último trabajo: X (vida y milagros), en el cual traza una suerte de autobiografía con intensas vivencias expuestas como piezas descoyuntadas, que rompen con el discurso convencional, fusionan el habla coloquial y la alta cultura, exhiben nuevamente su ingenio verbal y rítmico, y pintan imágenes gozosas y conmovedoras. Con su último libro, Benavides parece culminar y agotar una forma de escribir por la que apostó. Sus lectores sentimos los logros de aquel extravío: la cosecha de su incesante búsqueda, las manifestaciones más claras de la complacencia y la desolación.

Su alejamiento decidido del grupo cuando era tan barrial; de lo nacional cuando era tan ecuatoriano, sumado a su repulsa de la funcionarización y la oficina, lo condujo al autoexilio en un paraje europeo tan inaudito como adverso para la poesía y para su persona. En ese sitio, paradójicamente, sucedió su encuentro definitivo con la belleza, que se plasmó sin pudor en últimos poemas y asombrosas pinturas. Buscando su propia consagración, desembocó en un irremediable desamparo; pero esa apuesta le permitió reencontrase consigo mismo. Cuando reparó en sí, comprendió su incompatibilidad con el espacio al que las falsas ilusiones y las decisiones audaces lo arrastraron. Lleno de poesía, se acercó al abismo que lo había tentado siempre. Entonces, se dejó morir al anochecer.


Manuel Espinosa Apolo / Quito, Ecuador. Escritor, investigador, catedrático y divulgador de temas relacionados con el mundo andino: identidades, mestizaje, literaturas, mitologías e historización de las culturas populares. Miembro de la Academia Nacional de Historia del Ecuador, ha sido director y productor de diversos programas radiales y podcats.