El contenido de la forma: la poesía de Mariano Peyrou

La poesía de Mariano Peyrou parece, pues, una poesía reflexiva, concebida como un lugar para el pensamiento. Actúa en ella el gusto por considerar cuestiones generales —de la existencia, de la moral, de las costumbres o la psicología, de la teoría literaria…— no a través de grandes desarrollos, sino con tendencia a la definición, al momento aforístico, y con frecuentes preguntas o cierta ironía, también, agrietando estos mecanismos de cierre; en su voluntad especulativa y analítica, no desdeña el léxico filosófico o el lingüístico, el teórico.

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Escribir nada más sobre insistencias

En el caso de nuestro autor, además, el gusto por la parsimonia y su noción de escritura como “secreta labor” llevan aparejados un tercer elemento: la escritura como rumia o digestión, como pensamiento dilatado en el tiempo y arraigado en la carne, en los ritmos del cuerpo y de la sangre.

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Solo es sobrenatural quien puede

De vértice a vértice se traza la línea de todas las cosas. / Lo digo para especular. La especulación es la medida / más exacta. Y añado que tal poder nace a partir de aquello / que al principio las personas sin ojos sí se atreven a pedir.

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Juan Larrea y su luz iluminada

Juan Larrea Celayeta nació en Bilbao, España, en 1895 y murió en la Córdoba argentina en 1980. Su vida está marcada por el desplazamiento. En Francia, donde residió prácticamente desde mediados de los años 20 hasta su exilio a México en 1939, escribió la mayor parte de su poesía, reunida en Versión celeste, e inició el extenso diario intelectual —Orbe— que dio comienzo a una larguísima lista de ensayos “poéticos” en los que el autor perseveraría hasta el fin de sus días. Entre ellos se cuentan algunos tan ambiciosos como Rendición de espíritu (1942), La espada de la paloma y Razón de ser (ambos de 1956), publicados en México bajo el sello de una revista de título muy larreano que cofundó a principios de los cuarenta: Cuadernos Americanos.

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No estábamos allí: Sobre la poesía de Jordi Doce

El lugar de la ausencia. El lector siente, en los poemas de Jordi Doce, que algo importante de lo que allí acontece, tal vez lo decisivo, no se nos dice y, sin embargo, de una manera intensa y concreta, está presente. La lectura apunta siempre a otro lugar, hay un continuo desplazamiento, la sensación de habitar un terreno indeciso, una tierra de nadie.

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Sonetos en cuarentena

Convocamos a varios poetas a escribir sonetos que incluyeran el endecasílabo “Y así se pasa el tiempo en cuarentena”, para tener diferentes lecturas de la crisis mundial del coronavirus y sus efectos en la sociedad. Recibimos sonetos desde México, Estados Unidos y España que tematizan el privilegio de la cuarentena, pero también la ansiedad que produce; sonetos diversos, asimismo, en su manera de acercarse a esa forma clásica y reinventarla (o incubarla).

—La redacción

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La gramática de la soledad

Estos poemas saludan eso que se ha llamado la mediana edad con un entusiasmo que no está exento de crítica, buen humor y, lo que es más peculiar, una sana nostalgia que mira hacia adelante. Son poemas que arden como esa pausa que se promete en el título, con la pulsación propia de la llama encendida, a la vez estática y en combustión.

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La madurez de la inocencia

La poética de Villena es de juventud y sensualidad, con sus fáusticos contrastes, mas en Imágenes en fuga de esplendor y de tristeza destaca un elemento que llama la atención y que podríamos denominar la madurez de la inocencia. Me refiero con ello a la naturalidad, a un tiempo sentida y meditada, de expresar sentimiento, vivencia, marcha histórica y tradición literaria. El poeta consigue destilar para nosotros versos que dan cobijo e impulsan a vivir, a seguir adelante, a valorar o a ponderar lo que se fue. Sabe que sólo el alma dictamina la vejez.

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La rutina desprecia nuestros símbolos

Ayer estuve trasplantando tus flores. /
Ayudaba a mamá, sostenía la maceta/
para hacerlo más fácil,/
mientras la tierra nueva /
creaba formas en las baldosas. /
La planta había crecido y crecido/
como en una leyenda muy antigua/
y nos era difícil guardarla en cualquier parte./
Cuanto más lo intentábamos,/
cuanto más impacientes o nerviosas /
intentábamos darle algún espacio,/
más rápido era el ritmo de su transformación…

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