I

Manuel Astur (Sama de Grado, Asturias, España, 1980) es un poeta del presente. Ante un mundo que avanza con demasiada prisa, donde las palabras pierden peso, el caos ha invadido la vida social, los nacionalismos y fundamentalismos religiosos (y políticos) laten con tanta fuerza que incluso aquellos movimientos que se consideran progresistas terminan por ceder su voz al mandato del capitalismo. En un mundo donde el poder se basa en relaciones abstractas entre entidades numéricas, donde vivimos un sofocamiento, social, económico, ambiental, corporal y psíquico, como insinúa Franco “Bifo” Berardi, Astur viene y escribe El fruto siempre verde para decirnos que la poesía “es el canto de lo que no se ve, lo que no se dice, lo que no se sabe, pero se intuye. Es el intento de vivir más allá de los límites de la muerte, de convertir la finitud en una forma infinita”, según afirmó Octavio Paz.

Entre sus versos lo cotidiano se desviste de su banalidad y asoma con la hondura de quien ha visto, andado y saboreado la vida. Así, una moneda, una navaja o el sol anaranjado no son cosas, sino puentes; no tienen peso, sino destino.

En El fruto siempre verde el tiempo no avanza, rueda. No tiene prisa, pero tampoco pausa. Es una gota que horada, paciente, la roca de nuestra existencia. Por ejemplo, en “El librín de Rilke”, Astur transforma el acto de dar(se) en un ritual de despedida. Monedas y navajas son gestos de amor en miniatura, ofrendas para un viaje que se extiende más allá de las palabras. Leemos:


          Puse en tu mano unas monedas,
          algunas antiguas, otras nuevas,
          pues no sé a cuánto está el óbolo,
          y aquella navajita que había sido mía
          por si acaso allí te apetecía pelar
          ramas de avellano y hacer espadas de palo.
          Niño que olvidas el sueño y el miedo
          en cuanto te duermes en la cama profunda
          bajo la luna que te ama
          nada más despertarte en la mañana de verano.

          También pensé en ponerte un libro,
          tal vez ese de Rilke, diminuto y verde,
          que nos pediste que te leyéramos,
          pero para qué, pensé, si tienes
          para leer todo lo que es,
          todo lo que nadie escribió.


Las monedas tintinean en la oscuridad primera para devolverlos la ofrenda de la luz, porque Astur piensa —no sin razón— que la sabiduría está en la experiencia directa, no en los libros ni en lo ya escrito, porque el verdadero lenguaje es el que calla y se ofrece ante nosotros como una promesa. Pero, también, sujeto del ahora y lleno de contradicciones, el yo lírico se abre en canal y admite: “Temo que tras el golpe llegue el silencio.” ¿No es esta la confesión de todos? Aquello que nos aterra es el eco: lo que queda después. La idea de que todo presente lleva consigo su sombra futura parece alejarse, porque en estos poemas la sombra no se esconde: se desdobla y nos mira. El poeta no trata de sujetar la vida; la acepta con la experiencia de quien sabe que no hay otra forma de estar en el mundo. Ante la fatalidad, como revela Astur en “Los bromistas”, sólo nos queda reír, pues allí donde la crueldad se mezcla con la inocencia, donde la risa se convierte en máscara, hay una gallina decapitada que camina dando tumbos. Tal vez tardemos un poco en comprender que la gallina somos nosotros, que avanzamos ciegos y para quienes la vida es una tremenda broma. Astur nos recuerda, junto con Roberto Juarroz, que la poesía resulta el espacio ideal para convivir con el absurdo y lo grotesco, no para resolverlos, sino para mirarlos de frente, encoger los hombros, reconocerse en ese instante y seguir andando.



II

Escribe Wallace Stevens que debes hacerte de nuevo un hombre ignorante y ver con ojo ignorante el sol de nuevo. Cuando practicamos zazen, es decir, cuando meditamos, no debemos esperar nada. “Practicar por el mero hecho de practicar es nuestra forma de vida —recuerda Shunryu Suzuki—, como una flor florece sin apurarse, simplemente practica, y esa será la expresión perfecta de la naturaleza”. En El fruto siempre verde, la mirada del poeta vive en constante renovación. Observa pensativo el transcurrir del mundo; es firme como la vieja vara de bambú pero se deja mecer por el viento, porque sabe, como lo enseña el Tao, “cuando la vida comienza, el hombre es blando y flexible, que cuando muere, se vuelve rígido y duro, porque lo blando y lo flexible son compañeros de la vida; lo rígido y lo duro son compañeros de la muerte” (vers. de Ezequiel Zaidenwerg). Por eso la sabiduría viene siempre del afuera, de lo que está más allá de nuestros ojos, del rastro que deja la vida tras de sí. Por eso, la madre es consciente de que el cinamomo no da flores cuando se poda, la hermana se revela y se abrasa en la escritura, el recuerdo del padre ronda no como un fantasma shakespeariano, sino como un presagio de florecimiento. Porque quien ve con ojos nuevos el mundo sabe que el erotismo y la muerte son las dos caras de una misma moneda y que, en su paradoja, ambos resultan motores de la creación. Manuel Astur ha venido a decirnos con este nuevo libro, y citamos las palabras de Suzuki, que “en la mente del principiante hay muchas posibilidades, pero que en la del experto, pocas”, porque cuando la muerte venga a recoger el fruto, estará verde, tan inmensamente verde y robusto en su vacío que no le cabrá en la mano. Y nosotros la esperaremos sentados mientras tomamos una taza de té.







*

De El fruto siempre verde (Acantilado, 2024), de Manuel Astur




Los bromistas

Mi madre me contó que, cuando era niña,
unos hombres que partían leña
cogieron una gallina blanca que pasaba por allí,
la pusieron sobre un tocón
y de un hachazo le cortaron la cabeza.
Después, dejaron que el cuerpo siguiera andando
hasta que, al cabo de unos metros, cayó muerta.

Todos se reían.

Atardecía. Olía a resina y a tierra húmeda.
Había golondrinas. El cielo
se oxidaba como una manzana pelada.
El repicar de la campana de la pequeña iglesia
caminaba por el valle como una vaca que regresa a la cuadra.
La eternidad se lavaba los pies cansados en el arroyo.

Dónde fuisteis, hombres que reíais,
tremendos bromistas.
¿Sois ahora la gallina decapitada?
¿O nacemos sin cabeza
y esos pasos,
esos pasos ciegos son la vida?




Eco

Eres mi eco:
paredes que rezuman
el suelo de tablones centenarios
montañas de papeles que llevaría una vida descifrar
guardados en un armario.

Me dijiste: Saluda al mundo
y yo saludé al mundo
y el mundo me respondió
y no podía ser de otro modo:
el mundo tenía mi voz.

Soy tu eco:
las galaxias vacías del orgasmo
la maleta nueva
él preparando la caída
y aprendiendo a andar.

Reíste y yo reí
frente al desfiladero
que devolvía nuestros saludos
y también se rio él
grité: Quién está ahí?

Ahora lo sé:
allí estaba este que ahora soy
sin ti.




Todavía vivir

Mientras estábamos de viaje
unas golondrinas pusieron su nido
en el alero del porche de casa
y han nacido cuatro pajaritos
que no paran de reclamar comida.

Cuando hace buen tiempo
me tumbo a leer poesía
bajo este nido
hasta que me quedo dormido.

Ayer una de las golondrinas vino veloz al nido
y como tantas otras veces
soltó la presa en la boca de una cría
pero en esta ocasión se le escapó
y una mosca grande y negra
cayó sobre las hojas blancas
de mi libro de poemas chinos.

La mosca zumbó sorprendida
se frotó las alas
y enseguida salió volando.
Qué suerte la suya: todavía vivir,
vivir todavía un día.




Al final

Quedará entero quien se sepa partido.
Ganará quien deje de luchar.
Al final, el que flota,
el que se mece.

Al final, el final interrumpirá
nuestros juegos,
dulcemente,
como la voz de nuestras madres
llamándonos al oscurecer
para que vayamos a cenar.




Idioma

Extiendo el dedo índice
entre el paisaje y mis ojos.
Miro el paisaje: un hórreo,
algunas casas que parecen de juguete,
prados, los trazos marrones del arado,
la espuma de los bosques
que reconquistan el monte abandonado.

Después miro mi dedo:
escucho el sonido suave
de mi vida humana rodando.
Las estrellas han de sonar parecido.

Pienso que no quiero aprender un idioma
que sólo pueda hablar yo.




La poesía

La poesía:
coger un carbón
de la chimenea apagada y dibujar con él
lo que recuerdas
del fuego
antes de que se te olvide.




Regreso

Encuentro junto a las macetas del muro
la taza azul que Raquel lleva días buscando.
De repente, la brisa acaricia el pelaje de la arboleda
y trae a mis pies la voz de la hija pequeña de los vecinos,
que canturrea una canción en un idioma inventado.

Los avellanos se estremecen,
los perros del pueblo ladran.

Y ya está aquí la certeza de haber regresado,
cuando no sabía que me hubiera ido.




 
Siempre he sido lenta escribiendo. Tardo mucho tiempo en escribir un nuevo poema, aunque antes de eso he convivido con la idea del poema meses o, incluso, años. Pero ninguno de mis poemas había tardado tanto en salir como “Agua”: más de medio siglo.

Cuando ocurrió lo que cuenta el poema, la muerte de mi amiga —o, más bien, la conciencia de que mi amiga iba a morir—, yo no sabía que algún día escribiría poesía, pero sí tuve desde entonces la certeza de que aquello, en algún futuro incierto, daría lugar a algo, aunque no supiera a qué.

Aparece en primer lugar la perplejidad en una mente infantil ante la posibilidad, en este caso ineludible y muy próxima, de que los niños también podían morir. Y, junto a ese oscuro asombro, el miedo y la incomprensión. La respuesta de mi madre —“la sangre se le está volviendo agua”— era la manera de explicar la leucemia; así se decía entonces.

Recuerdo con nitidez que sí, que pensé en sus venas, que me imaginé a mi amiga rellena de agua, un agua que circulaba por dentro de su cuerpo y que en algunos puntos, como las sienes, se le transparentaba. Su piel era blanquísima y permitía ese prodigio de la transparencia. Lo que decía mi madre era real, no había duda. Y si era agua, tenía que ser azul; de ese color la pintábamos siempre todos los niños en todas las épocas y en todos los lugares.

Que su madre me pareciera altísima es lógico, desde mi edad y mi estatura la miraba de abajo arriba. Pero, objetivamente, sí que era mucho más alta que, por ejemplo, mi madre. Y había otra diferencia llamativa entre ambas: a ella sólo la recuerdo embarazada, a mi madre nunca la vi así. Aún veo a esta mujer con una enorme barriga, empujando un carrito con un bebé, mi amiga agarrada a un lado del carrito y otro niño agarrado al otro lado.

He olvidado qué sentí cuando mi amiga murió, pero no he podido borrar de mi memoria aquella información terrible y previa. Saber que iba a morir y por qué (o de qué) cambió mi percepción de la vida, del agua y del color azul. Se llamaba María Elena.
 
 
Agua

Teníamos seis años y ella se iba a morir.
Le pregunté a mi madre por qué, si era una niña:
“La sangre se le está volviendo agua”.
Y yo pensé en las venas azules de sus sienes,
azules como el mar, como los ríos,
la lluvia y las piscinas.
Siempre pintábamos azul el agua.
Ella era delicada, blanca, rubia,
tenía dos hermanos menores y una madre
muy alta y muy embarazada.
Ella fue mi primera
idea de la muerte:
la sangre de las venas se convertía en agua,
por eso ella tenía
las venas de las sienes tan azules.
 
 
* El poema anterior proviene del volumen Azul el agua, publicado por La Bella Varsovia (2022).
 
 

 

 
La esforzada colección de poesía de Animal Sospechoso Editor, que dirige Juan Pablo Roa en Barcelona, nos ha sorprendido en los últimos años con una serie de publicaciones novedosas —en un intento por recuperar algunos de los autores más inquietantes de la España e Hispanoamérica actual—, con vistas a alzar un tipo de poesía al margen de cánones trillados; poesía esencial, cósmica. Hemos visto aparecer ahí una serie de obras, ya distintas en su diseño, encuadernación y selección. No en vano Roa se experimentó en el mundo editorial antes de emprender la aventura, primero con la revista Animal Sospechoso y en su trabajo en una de las grandes editoras barcelonesas, y luego con su experiencia como librero, lector y promotor de lecturas poéticas. Libros con un diseño atractivo, cosidos, con un formato de bolsillo, coloridos, alegres y con fondos trascendentes, hijos de la imaginación y la vivencia, libros de luz. Ahí se han reunido nombres como los de Teresa Shaw, Carmen Borja, Cristina Crisolía y una veintena más.

Uno de esos libros es Wyoming de Jaime D. Parra (Huércal-Overa, Almería, 1952) —escrito entre 1983 y 2020—, que no se la juega en otro espacio que en la vida post mortem, pues iba a ser póstumo y sólo gracias a Juan Pablo Roa se salvó de ese destino. Wyoming recoge el nombre del mundo onírico: el de una muchacha india que le habló en sueños y que el autor reconoció desde entonces como su propia alma —y que arrancado del cuerpo, como un pájaro, voló a otros mundos—. Un espacio interior a través de montañas, ríos, mares, noches y soledades. El libro comienza tras la incineración del personaje que luego, en una serie de capítulos, peregrina y pasea su errancia por el otro lado, sufre diversas aventuras y peligros y, al final, escapa (a través de otro sueño) más allá del cubo celeste o la rueda de las existencias para integrar al sujeto en la Gran Nada.

Un libro de poemas místicos que inserta obras fundamentales de varias tradiciones esotéricas y sagradas, y que vienen con flechas guía al comienzo de cada capítulo: la psicología de las seguidoras de Jung, el Libro de los muertos egipcio, el Bardo Thodol, el “Cántico espiritual” de san Juan de la Cruz, el Conde Arnau de Maragall, los Himnos a la noche de Novalis, El Archipiélago de Hölderlin, el Popol Vuh de los mayas, la Bhagavad-Gita, el Rigveda y las Upasinhads de los hindúes, los libros de viajes de Bashō, el Cantar de los Cantares de Salomón y el de Oswald de Andrade, la poesía de Macedonio Fernández y las rimas oníricas de Bécquer, así como otras tantas fuentes. Un viaje, como se ve, por las tradiciones herméticas que le sirven de luz al lector, que anda de noche pero no ciego.

— Neus Aguado

 
 
Apartamiento y regeneración (fragmento)

Es necesario alejarse a una casa alejada, a una casa donde no se oiga ningún ruido. Es lo más importante.
Abraham Abulafia

La vida se ha aparecido siempre como una planta que vive de su rizoma.
Carl G. Jung

Todo pensamiento, toda palabra, toda acción es una
persona.

Nasîroddîn Tusî

(Definición)

VIII

Wyoming, alas
que los brazos remueven,
alas que los pies engarzan,
halos que van al aire,
cabelleras que se deslizan,
aguas resplandecientes que resbalan.
Amor más que amar,
Adamar.

 
IX

Tú en Anolecrab,
orquídeas y tribulaciones,
pasos alucinados
y lana de corderos imposibles.

Centro con interiores
de grama y espasmo en lo verde;
volador de hebras.
Tus alas solas rotas, pespunte
de lo ignoto.

Cristal rugiente, cuarzo diáfano.

 
X

Wyoming,
va a llover

palabras amarillas y agua,
cobre y trenza color de india
tu tez morena;
al ocaso o al mediodía
constante es tu exilio
en delirio      luz negra
ilumina.

Una muerte no es más que una muerte.
Pero ¿tras un incendio?           

 
XI

Dichoso más que el fuego perseguido
en los interiores del rocío,

mi amor te busca y te enhebra
en las orquídeas.

Escanciar marfil en tu risa,
unirme al frenesí de rubíes
en los altos ardores de tu vino.

Escanciar y caminar.
Búsqueda y hallazgo que trasciende.

 
XII

Era su rosa y su labio
arrullo de la tórtola,
y color olvido
y azucena
      de plata

su figura
y su aroma de
luz
perfumada
   ¿qué Wyoming?
Sonido flauta de hueso
Y su sustancia es no morir.    

 
XIII
—Soy huidiza, tras la roca.
La inscripción de mi nombre
y mis ojos que te miran en soledad.

—Huidiza yo ¿qué tengo
y quién que mi nombre conozca?
Huérfana voy, hija de mi tierra,
y lejos de mi vida.

—En soledad, a solas, difícilmente, al margen.

 
XIV

Cruzar el puente es la mirada,
las tablas colgantes.
El abismo de la piedra sobre las aguas.
Arco iris de plomo que deja
un temblor que contagia los brazos
            de las ramas.

Estrecha es la senda y tus ojos grandes.
La vida un tris y el río mares de flores
              en llamas

 
XV

¿Quién eres tú?

Soy Wyoming,
La de los cabellos cobrizos que fluyen
y puedo verte.
Mi nombre es éste.

Soy flor cortada lejos
y alma en vilo.

Soy tu exilio en mi voz, que vuelve,
y puedo verte
al este del edén
o donde esté tu muerte.

 
XVI

Wyoming, el rocío que cayó de las
estrellas
y coloreó un cielo vacío de cometas
en fuga,
un pensamiento, que vale todo tu mundo.

Ella, el color.
Ella, la luz
Ella, la espada de la palabra, en vilo,
Y la pregunta qué.

La penumbra visionaria
a través de un tul.
La herida precisión que escapa
al escarpelo.
La respiración que mantiene el ritmo
en lo que sucede.

 
* Poemas pertenecientes a Wyoming (Animal Sospechoso Editor, 2022).
 
 

 

 
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Tzin Ghao, el poeta ignorado por la corte del emperador, murió,
desconocido y feliz, alrededor del siglo XIV d.C.
Eduardo Chirinos, “Homenaje al poeta desconocido”.

 
En la obra de Eduardo Chirinos (Lima, Perú, 1960-Missoula, Estados Unidos, 2016) destaca su evocación de una gran diversidad de tiempos y referencias, recurso con el que el poeta conforma una muy personal miscelánea del universo. A lo largo de más de una veintena de libros, su palabra celebra indistintamente los dones que ofrecen la naturaleza y la cultura: de ahí la constante invocación a poetas de distintas geografías, idiomas y tradiciones, unidos por un impulso —activo a la vez que receptivo— que funde en un solo acto a la lectura con la escritura.

Este inusual impulso creativo, que lo llevó a ser uno de los poetas más prolíficos de su generación, no obstante, queda atenuado por la propia palabra, en ocasiones modesta pero siempre plena, cabal en sus resonancias íntimas. En cierto sentido, el anhelo que sostiene toda la escritura de Chirinos es construir una identidad personal a través de la literatura, pese a la posibilidad de que dicha identidad también sea ficticia. De este modo, sobreponiéndose a la duda, Chirinos expresa su confianza en la poesía concebida como un lenguaje autónomo, individual y a la vez colectivo, por el cual se desarrolla pacientemente una mitología privada (sin otras pretensiones fuera de las estrictamente artísticas).

En consecuencia, para el poeta que interpreta su vocación como designio, la lectura se impone como un destino. La tradición, entonces, se hace parte indisoluble del proceso creativo: un conjunto, a veces azaroso o inconsciente, de afinidades e influencias. Dicha libertad conduce a descubrir el placer de la escritura: el poema se puede hallar en cualquier estímulo (un acontecimiento, un libro o un recuerdo) que permita transformar las mil caras de la realidad a través de la palabra. Podría afirmarse que un poeta de esta estirpe asume con todas sus consecuencias el desorden propio de la vida, por lo que las emociones y el aburrimiento son tratados con idéntica dignidad. Pareciera que, ante el caos y la confusión imperantes, la poesía permitiera un refugio para la amabilidad y el sentido común. De ahí se reconoce en Eduardo Chirinos una inusual propensión, casi natural, a literaturizar la experiencia.

Mas, en primera instancia, es la lectura la que permite acceder al ritual de las palabras. A través de ella, Chirinos despersonaliza su experiencia para así universalizarla. No puede sorprender, entonces, que uno de sus maestros sea Fernando Pessoa (homenajeado en El fingidor, una deliciosa revista apócrifa), a quien continua desde una creciente pluralidad de voces y máscaras. Escribir constantemente sería, entonces, una forma de aprender y honrar un oficio que también tiene algo de fatalidad, de acto noble y vano por su escasa trascendencia social.

Los ocho libros que se recogen en Obra completa. Cuaderno rojo: Poemas, 1978-1998 (Pre-Textos, 2024) dan buena cuenta de la inusual mezcla de factores que marcan la obra de Eduardo Chirinos. Solvencia y versatilidad van otorgando coherencia a tonos en ocasiones abiertamente opuestos y, en otras, complementarios. Como rasgo general, podría mencionarse que el poeta es neoclásico en cuanto a temperamento y sincrético por la modernidad de su lenguaje. Un aspecto relacionado con el mestizaje cultural peruano, con su tendencia a absorber y reformular tradiciones. Mas aquello responde a una falta de pudor propia de la periferia de Occidente, esa práctica literaria consolidada a partir de una relevante lección de Jorge Luis Borges: concebir la lectura simultáneamente como una pesquisa y un tejido. Dichas certezas acompañarán al joven poeta en su práctica constante de la glosa y el homenaje.

Precisamente esa versatilidad del lenguaje pretende encontrar respuesta a una encrucijada: Lima, en la década de 1980, era una ciudad asediada entre la sofisticación y el caos. Cuando el joven Eduardo Chirinos empieza a escribir, en Lima estaban en activo al menos 15 poetas de primer orden —entre ellos Martín Adán, Carlos Germán Belli, Francisco Bendezú, Blanca Varela, Antonio Cisneros, José Watanabe y Enrique Verástegui, con exiliados notables como Jorge Eduardo Eielson y Rodolfo Hinostroza—, pero también se salía de una dictadura militar y empezaba a gestarse Sendero Luminoso (un conflicto armado que dejaría cerca de 70 000 muertos y más de un millón de emigrantes). La consolidación del neoliberalismo con Fujimori en la siguiente década produjo una profunda descomposición en la sociedad peruana, una hecatombe moral que destruyó cualquier incipiente institucionalidad e incrementó la violencia estructural. El Estado y la nación peruanos estaban en crisis; Lima debía renunciar a sus pretensiones de capital equiparable a las del primer mundo. La gran poesía del siglo XX escrita en lengua española, pese al apostolado de César Vallejo, nunca pudo integrar adecuadamente la cultura y la experiencia andinas. Fueron tiempos convulsos que necesariamente afectaron al poeta, quien exorcizó en sus textos temores, conflictos y dubitaciones juveniles en torno al futuro y a su vocación (un texto clave en este sentido sería “Un viento cálido sopla en las dunas del desierto”). Así, su actitud, su férrea alternativa por crear un mundo que unifique la vida y la literatura, corresponde no a una despolitización, sino al desprecio y la indiferencia que le suscita la búsqueda del poder, el mismo que decididamente subvierte desde lo privado y lo lúdico.

En consecuencia, el primer tramo de la poesía de Eduardo Chirinos expone una identidad en conflicto, que recoge presiones sociales y familiares, pero que también descubre las propias de su entorno poético, en aquel entonces altamente politizado. La profunda crisis lo obliga a dejar el país, haciéndose parte de un exilio académico que es también otro rostro de la globalización. En 1993 el poeta inicia un periplo por diversas universidades estadounidenses. Luego de obtener un doctorado en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Rutgers, en 1998 se instaló en Missoula, Montana, una pequeña ciudad universitaria, alejada de los grandes centros culturales. Aquí se percibe la fidelidad a un temperamento, esa mesura, el aurea mediocritas de su admirado Horacio: quien vive oculto, vive bien.
 

*

 
Eduardo Chirinos es un poeta limeño representativo de un momento en que el proyecto que regía a la ciudad letrada peruana aún era occidentalizado, pero ya había dejado de ser criollo. La conciencia de este impasse hizo que su escritura trabajara la cotidianidad desde un confesionalismo comedido, que anhela un interlocutor perteneciente a una clase media culta, urbanita y sofisticada: aquella que, de acuerdo con una sensibilidad propia de la modernidad internacional, confía en un lector ideal que pueda conciliar la alta y la baja cultura (de allí tanto el empleo de la ironía como la alternancia entre los tonos elevados y medios, según la retórica de Cicerón). En esa apelación a un lector ilustrado se percibe la continuidad de un proyecto que, desde mediados de 1940, llevaron a cabo Emilio Adolfo Westphalen, Blanca Varela y Javier Sologuren.

Debe tenerse en cuenta, por lo tanto, que la propuesta de Chirinos surge en un momento en el que se había consolidado ya una reconfiguración del canon poético peruano (la cual respondía a aspectos políticos, sociales y retóricos). Fueron años en los que, de algún modo, la geopolítica regional propia de la Guerra Fría actualizó en Latinoamérica un debate en torno a la vigencia de una poesía pura o social, el mismo que fuera central a mediados de siglo (con polémicas que oponían a Eielson y Alejandro Romualdo, en las que participó el propio Mario Vargas Llosa).

Dicho clima cultural se apreció claramente en el protagonismo juvenil que desde la década de 1970 favoreció el surgimiento de grupos poéticos como Hora Zero y Kloaka, marcados por la militancia política, la rebeldía social, el experimentalismo y la estética del rock. Mas la irrupción de Chirinos representa precisamente una alternativa ante el influjo de Hora Zero (el desborde popular de la inmigración provinciana que transformaría Lima) y el Grupo Kloaka (la efervescencia y crisis de los partidos de izquierda); dándose en simultáneo también a la eclosión de una poesía femenina (Giovanna Pollarolo, Patricia Alba y Ana María Gazzolo, entre otras). Para el poeta de Crónicas de un ocioso, esta respuesta fue paulatina, pues debe recordarse que Chirinos vivió a su manera la experiencia generacional, formando parte brevemente del grupo poético los Tres Tristes Tigres, junto con José Antonio Mazzotti y Raúl Mendizábal.

No obstante, el cambio de sensibilidad se había iniciado en la década mencionada, cuando Lima pierde el influjo hispánico y francés, durante un periodo en el que se impone internacionalmente la cultura de masas, cuyo emblema en la obra de Chirinos serían Los Beatles, a quienes homenajea en esta colección con el título de Cuaderno rojo. El paralelo de este fenómeno en el ámbito de la poesía estaría en la asimilación de un supuesto “británico modo” (ciertos aspectos del modernismo anglosajón de Pound y Eliot o de Robert Lowell y la poesía beat). Una innovación retórica cuya flexibilidad versificadora condujo a la búsqueda de otro lirismo, con un registro ampliado en el que confluyen la épica y la lírica, el contar y el cantar. Chirinos, al igual que otros de sus contemporáneos, asumió el proyecto de escribir una poesía que lo abarque todo.

De este modo, en sus primeras entregas, el joven poeta continúa la adaptación del modernismo anglosajón que iniciaron Cisneros e Hinostroza, articulando una amalgama de recursos como el culturalismo, el conversacionalismo y la búsqueda de correlatos objetivos, lo que le confiere gran densidad a los textos. Mas, gracias a una inusual destreza, rápidamente la propuesta se desliza hacia una nota más personal e imprevista, que logra conciliar el tono menor y lúdico de Luis Hernández con la visión órfica y desencantada de Juan Ojeda. Fiel a su versatilidad, se destaca asimismo la búsqueda de cierto didactismo moral, como en las parábolas de José Watanabe.

Esta excepcional ductilidad representa una depuración con respecto a sus inmediatos predecesores. La poesía de Chirinos se desenvuelve así con gran libertad, sin hipotecarse a la historia o a la sociología ni asumir abiertamente la intelectualidad o el experimentalismo. Su tono apela a lo íntimo y a lo universal, aunque reconociendo y asimilando las aportaciones formales (como el ritmo prosódico que permite la máquina de escribir). De este modo, Chirinos asume con paciencia y laboriosidad el influjo innovador al adaptar para sus fines también la dicción y la contención de ciertos maestros de los cincuenta (Juan Gonzalo Rose, Washington Delgado y Javier Sologuren), aceptando paulatinamente que la tradición hispánica le concede versatilidad y virtuosismo (de allí su marcada elocuencia, su siempre renovada fe en el lenguaje). Éste sería el rasgo de un buen lector que identifica lo mejor de su tradición antes de integrarse a otras. En dicho sentido, la vuelta al orden de su propuesta coincide con la reivindicación de la gentility (refinamiento o finura) que sucediera en la poesía británica de la década de 1960 frente al quiebre modernista (la crítica de Robert Conquest en respuesta a Al Álvarez).

Esta amalgama de agudeza y sensibilidad es la que hace de Eduardo Chirinos uno de los poetas más versátiles, prolíficos y variados de la poesía hispanoamericana reciente. El recorrido de sus primeros libros va desde el ludismo a lo oracular (como conciencia de la crisis finisecular) y de lo oracular a lo comunicacional. La alteración y hasta la refutación histórica del proyecto cultural que marcó a sus contemporáneos responden a su voluntad de superar una negatividad que lo asedia, lo que logra a partir de su definitivo exilio. Obsérvese asimismo su singularidad con respecto a sus pares continentales, pues la opción por un interlocutor y un ágora está también en las antípodas del experimentalismo vanguardista del neobarroso rioplatense. En otros términos, una fe irrenunciable en la palabra es la que hace que toda la poesía de Chirinos apele al lector antes que a la historiografía literaria.
 

*

 
De este modo, desde sus primeros años, la escritura de Eduardo Chirinos oscila entre el descreimiento, el juego y la esperanza, asumiendo las paradojas del anhelo de una improbable trascendencia. Un aspecto que puede rastrearse en el desprejuiciado empleo de formas y modelos clásicos como el epigrama, la fábula y el himno (incluso con cierta facilidad para el versículo, que le permite la articulación de un tono elevado, de resonancias proféticas o bíblicas). Su constancia e infatigable imaginación lo convirtieron pronto en un poeta prolífico, un modelo poco común en la tradición poética peruana, caracterizada hasta entonces por obras intensas y breves. Desde aquel momento, siguiendo un peculiar afán por subvertir la realidad, sus versos consiguen fusionar la identidad personal con una subjetividad poética ficcional, altamente literaturizada. La riqueza de la experiencia artística le permitiría entonces reparar las fisuras y las paradojas de una sociedad en inevitable descomposición, superando cierta culpabilidad inherente a una vocación atípica. Tal necesidad lo conduciría precisamente a urdir su primera máscara en Cuadernos de Horacio Morell: un poeta apócrifo y suicida, plenamente consciente de su condición marginal, enfrentado al poder con discreta rebeldía. Con aparente ingenuidad y gran convicción, Chirinos busca una hondura y una cultura totalizadoras, ambición desmedida que matiza con un peculiar sentido del humor, como una seña de vitalidad y optimismo, a pesar de cualquier circunstancia adversa. Así deja temprana constancia su “Poema para Groucho, el de los bigotes”:

Compañero Groucho:
Tú no tienes carnet del Partido
y dudo francamente que seas militante
pero mi hermana (la mayor)
no vio ninguna de tus películas
porque creía que eran de socialismo
y a ella no le gusta el socialismo
(ni nada donde aparezca el nefasto apellido de tu primo)

[…]

Así que me dediqué a la risa
y a coleccionar boletos de Ópera
de Circo
de Carreras
pensando que tal vez encontraría
la clave del poder.

En aquellos versos iniciales, el poeta opta por un culturalismo lúdico y ornamental que paulatinamente se iría atenuando hasta hacerse menos exteriorista y más profundo, como pronto demostraría en Archivo de huellas digitales. Sea en poemas en prosa o en verso, de breve o largo aliento, desde sus primeras entregas ya resalta la tendencia a actualizar mitos y recrearlos, buscando generar otros nuevos a través de la imaginación. De este modo convierte datos que extrae entre sus lecturas o a seres que observa en la cotidianidad indistintamente en personajes, con la misma naturalidad con la que transforma en lección moral la consulta de un diccionario etimológico. Mediante tales variados y disímiles recursos el poeta establece un tejido de retratos, citas y monólogos que evocan voces poliédricas. Así se manifiesta una inusual alternancia entre la poesía dramática y el lirismo, entre el tono elevado y el humor.

No obstante, los temas omnipresentes y recurrentes serán aquellos más definitivos en la experiencia humana: la identidad, la memoria y la literatura, a la par que el ensueño, los afectos y el deseo. Dicho repertorio temático ratifica el temperamento neoclásico de quien no pretende innovar o sorprender a toda costa. La escritura de Chirinos se aleja del lugar común, pero tiene asimismo la humildad de buscar el sentido común, y consigue de este modo rehumanizar la experiencia poética. Sus poemas ansían sostenerse emotivamente, apelando al culturalismo y al encanto. Su propósito último sería la manifestación de una experiencia específica rescatada entre el devenir temporal. De ahí la constante reivindicación de la imaginación e incluso de cierta ingenuidad que, a menudo, quisiera ser bondadosa.

Aquel rasgo se impone gradualmente a la duda y al escepticismo como una tenaz resistencia a perder la infancia. En consecuencia, muchos de sus poemas de madurez se resuelven a través de sabias dosis de fantasía, inocencia y ludismo. Pese a la diversidad de lenguajes, podría señalarse que toda la escritura de Chirinos comparte un propósito común: la expresión de una sincera amabilidad. De ahí el sistemático empleo del recuerdo para encontrar una anécdota o una palabra memorable. La poesía se manifiesta en consecuencia como una amalgama de orfebrería y sabiduría, apelando a la singularidad desde la sensibilidad, en el privilegio de ser simplemente poeta: un individuo que dedica su vida a recoger los frutos de la ensoñación y la cultura.

Asumido su exilio, Chirinos se convierte paulatinamente en un poeta en busca de nuevos lectores. Para esto resultó decisivo su contacto con España, en cuyo primer viaje en los ochenta había coincidido con la recuperación internacional de Cavafis, Pessoa y Pavese, maestros modernos dentro de un lenguaje figurativo o realista. Dicha afinidad permite al poeta peruano persistir en su búsqueda de un lector culto contemporáneo, al que nunca pretende seducir con el intelectualismo o el prestigio de una actualización vanguardista.

Mediante la señalada ambivalencia y alternancia de tonos, Chirinos logra superar la crisis de la sociedad civil peruana y logra finalmente redefinirse desde otro tipo de identidad, más ficticia o fabulada, como corresponde a la actividad literaria. Si el universalismo y la trascendencia parecen ciertamente otra entelequia, ese ajuste con la realidad le permitiría perfilar su sensibilidad no hacia lo latinoamericano, sino hacia lo posnacional: la poesía del idioma, la de la comunidad de lectores del español en sus distintas entonaciones. Asunto que representaba un reto estimulante para un poeta que, circunscrito a la crisis de su tradición más inmediata, empezaba a ceder ante el escepticismo y lo fragmentario. En este sentido, una afortunada intuición en su obra propone un giro hacia una lírica sin límites en cuanto a identidad idiomática. Por consiguiente, no es una casualidad que la poesía de Chirinos empiece a internacionalizarse —de lo que dan buena cuenta publicaciones en Estados Unidos, Italia, México, Ecuador y Colombia— en el momento en el que las editoriales españolas incrementan su presencia en Hispanoamérica.

Una de las aportaciones de Chirinos estaría vinculada entonces a su predilección por un lenguaje comunicativo, siempre equilibrado, que evita caer tanto en el intelectualismo y la abstracción como en el populismo sentimental. Consecuentemente, sin renunciar a la inteligencia, el poeta nunca alardea de ella, transitando las lecciones de la tradición clásica (la grecolatina y la del Siglo de Oro). Una frecuentación que se aprecia en el eficaz desarrollo de temas y motivos, y en su dicción parsimoniosa, serena. Solvencia y dignidad que resultan cruciales para la verosimilitud de sus referencias culturalistas y monólogos dramáticos.

Con tal propósito la lectura se ofrece como una fuente infinita de anécdotas que constituirán la materia prima del poema. De este modo, para Chirinos, la vida puede vivirse a plenitud vicariamente a través de la imaginación, en un juego infinito que asumiría incluso los beneficios de una mala lectura (misreading). Mediante aquella sabia ligereza se potencia el cruce de la historia con lo mítico, y de lo mítico con lo personal. Lectura hedonista y lúdica que, a su debido tiempo, será continuada por la escritura como un regreso a los cuentos de la infancia; pero, también, a la manera de un asedio oblicuo e implacable a la memoria y a lo onírico, en una introspección cercana a lo psicoanalítico.

Tras la saturación de referentes culturales, Chirinos desarrolla otras estrategias que le permiten integrar finalmente la experiencia personal a su literatura, en un recorrido inverso al de sus orígenes. Gradualmente, al entregarle sus secretos, la palabra también le enseñaría a vivir. La voz del poeta se fue haciendo desde aquel momento más clara y definida, hasta alcanzar una suficiencia de recursos con la que logra superar cierta negatividad que lo había obsesionado y que amenazaba con limitarlo a través del vacío, la inutilidad y el sin sentido. Un momento que, no obstante, dejó poemas emblemáticos como “Retorno de los profetas”:

Los profetas han muerto.
Cuernos de guerra anuncian la pronta llegada de la peste,
nuevos tiempos de miseria y escasez.
El campo de batalla está desierto, el cielo se oscurece, la infinita
rueda se ha quebrado.
Dicen que ángeles bellos y monstruosos nos vigilan
pero ya no tenemos ojos para verlos.
Los profetas han muerto.

[…]

Nadie ahora nos engaña, nadie nos confunde, nadie
nos dice la verdad, y estamos solos.
Estamos solos esperando la señal que nos indique
dónde hemos de ir para honrar con dolor a los profetas.

El anhelado giro hacia la aceptación y el equilibrio se insinúa en El libro de los encuentros, donde lo histórico se mezcla armónicamente con lo personal, brindando una mirada distinta sobre lo cotidiano (como en el poema “Templo del Debod”, que constata una primera aproximación a España). Este proceso supone la superación de aquella voz órfica que fuera la sombra de sus temores y sus dudas, tan elocuentemente manifiesta antes en la tensión agonista de libros como Rituales del conocimiento y del sueño y Recuerda, cuerpo…

Chirinos es entonces un poeta del lenguaje, del dominio del lenguaje, no de su incertidumbre hábilmente publicitada. En toda su obra prima el cuidado a la palabra en su transformación artística, manipulada con destreza para atesorar un sentido rescatado entre lo cotidiano, reconociendo la belleza del paisaje, de la vida doméstica y de las lecturas como manifestaciones plurales del privilegio de estar vivos.

Como se aprecia, aquella peculiar vitalidad imaginativa es un aspecto crucial para suscitar el aprecio y la fidelidad de los lectores. Libro a libro, Chirinos fue plasmando una voz cada vez más honda y entrañable, entregándose a escuchar la música de las esferas, sin pretender imponerse, sabiendo también darle la razón al otro. Un proceso que se resuelve finalmente en El equilibrista de Bayard Street, cuando el exilio le brinda una nueva realidad que, coincidiendo con su madurez expresiva, también convertirá en literatura mediante una mirada empática: así sus versos se abren a la vida en pareja, descubriendo la belleza de nuevos paisajes y situaciones, siempre iluminados por las lecturas, como en “Junto a la tumba de Salinas”:

Un pequeño saurio atraviesa la tumba de Salinas,
husmea el óxido que mancha la blancura del mármol
y se oculta rápidamente entre la hierba.
Entonces lo contemplo.
Qué de besos perdidos frente al mar,
qué de labios bebiendo sus gotas azules,
qué de cielos nunca hollados, fortalezas
donde el amor se rindió a los abrazos de nadie.
Nadie, Salinas, buscando entre sombras un cuerpo desnudo,
nadie en las palabras que alguna vez ardieron por nosotros.

Yo también me enamoré con tus poemas.
Ellos sabían lo que habría de ocurrirme, me leía en ellos,
pero tú plagiaste mi vida, la dignificaste, la hiciste del revés.
¿Mereces entonces el perdón?
Ahora que estás bajo un cielo verdadero,
devorado por los insectos de la tierra, pronombre
encadenado a la carne de unos besos que yo di por ti,
te ofrezco estas flores.
Acéptalas, Salinas, como un homenaje de quien quiso creer
y vivió feliz en el fecundo engaño.

Un tono más sosegado, personal y sabio, próximo a un sermo cotidianus: una elección que corresponde a una depuración de motivos, a una decantación de influencias, reconociéndose en el deseo de hablar a un lector concreto, alguien a quien dirigirse horizontalmente en el presente. Sin pretensiones explícitas de trascendencia histórica, pero tampoco con la condescendencia que exige un público al que se pretende entretener o aleccionar.

Madrid, marzo de 2024

 

* Prólogo a Eduardo Chirinos, Obra completa. Cuaderno rojo: Poemas, 1978-1998 (Pre-Textos, 2024; Jannine Montauban, edición).

 

MARTÍN RODRÍGUEZ-GAONA, LA VOZ QUE SE CONVIRTIÓ EN LUZ – Revista Mal de Ojo

 

 
Poetas con Ñ es una propuesta de trabajo colaborativo entre el realizador audiovisual Juan Carlos García-Sampedro, la escritora Adriana Bertorelli y la Asociación Multimedia de Acción Solidaria, con el objetivo de recoger una muestra transversal que permita apreciar la vitalidad y la riqueza de la poesía femenina contemporánea en español. Asimismo, pretende convertirse en un archivo vivo y en constante crecimiento de estas poetas y sus universos propios a través de la videopoesía, trabajando en la búsqueda de la expresividad metaliteraria desde la voz femenina.

La propuesta es unir la palabra en vivo con las expresiones multimedia y con esta premisa recorrer distintos destinos en España y Sudamérica presentando recitales que incorporen nuevas voces de poetas locales que se grabarán y se convertirán a su vez en videopoemas.

Así, tendiendo puentes experimentales desde la musicalidad de los distintos acentos femenino del español, se apuesta por esa otra forma de poesía que surge de la combinación de la palabra con su entorno, y también de las identidades que las multiplican a través del lenguaje audiovisual.

Nuestra propuesta es documentar en video, durante esta primera edición, a al menos treinta mujeres poetas de distintas procedencias y, a partir de allí, crear videopoemas como aporte a la difusión y al registro cultural de la diversidad de voces femeninas que definan su propia poética.

Juan Carlos García-Sampedro (realizador) y Adriana Bertorelli (curadora literaria)

 
 


 
 

 

 
Los domingos me aprietan los zapatos

Ahora que el miedo se disfraza de torres altas
a las que se debe abrazar sin desvelar cómo.
Ahora que el silencio son dos perros que callaron
de pronto, en mitad de la noche.
                                                       Sin motivo aparente.
Ahora que el dobladillo del corazón se quedó largo
por expectativas que ya rozan el suelo.
                                                       Sin llegar a tocarlo.
Ahora que este calor nos aprieta —como los zapatos—,
y no espera al invierno.
Ahora que el atardecer tiene prisa
por encontrar la noche,
ahora que el Sur es más Sur que nunca.
Ahora es cuando la libertad sabe a poco y el futuro
se viste de eterno bochorno para ser siempre verano.


 
Habitación con luz

La luz entra de pronto sin avisar. La persiana se resiste.
Pequeños ruidos se convierten ya en conocidos y veo,
por la ropa tendida, que los vecinos despertaron
hace media mañana; el niño hoy cose
el pantalón con un hilo que casi puedo tocar:  l  a  r  g  o
como un vuelo a Madrid, ahora que pilla a desmano.
He vuelto a mudarme porque olía a humedad
la camiseta que sudé en el gimnasio.
Al entrar en mi cuarto he reconocido un arcoíris
que ha despertado mientras tanto,
y la luz seguía de pie, en la habitación
donde he guardado todos mis zapatos.


 
Querida libertad

Huid de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales.
Nunca perdáis contacto con el suelo; porque sólo así
tendréis una idea aproximada de vuestra estatura.

Antonio Machado

Volví a casa con las manos llenas y
el corazón a medias. Me subí al ático,
y las ventanas encogieron el ombligo.
Nos sincronizamos como lo hacen los gemelos.
       Preparé la mesa con todos mis elefantes
       dispuestos a desnudarse conmigo,
       y escribí a mano lo que tenía en el pecho.
       Esa presencia que fue humana y es recuerdo.
       Lo que ahora leéis y fue motivo efímero de fracaso.
Un bochorno para mí misma, y costumbre
para mis pies, que los dejé a un lado.
Doné el peso de los años a un funambulista
que no pasó el periodo de prueba.
       Ahora que me he concedido la amistad,
       me otorgo la libertad de andar
                 d e s c a l z a.


 
Prefiero

Prefiero no discutir cuando las letras inundan
cualquier conflicto que no sea bélico
y ponga en un aprieto a la primavera.

Prefiero ser delirante en este justo instante
en el que se desploma el quinteto y
hasta a la rima le cuesta salir
víctima de la compostura que la abandonó.

Prefiero ahogarme entre lirios asonantes
que ver en cascada los gestos que cubren,
de noticias amargas, la magia. Ejércitos de fieras
que no conocieron a Lorca, eternos parias
discordantes a los que la Tierra no se tragó nunca…

Prefiero usar la poesía porque,
aunque no sea el día,
sigo celebrando en su refugio la suerte
de ser y estar. Prefiero entre sus manos;
todo parece más icónico entre sus manos,
aun cuando la trinchera me recuerda
cualquier desastre en campo enemigo,
cualquier falacia a la que responder con un disparo.
Prefiero que sea lento, como cuando el sol
se manifiesta en tierras como esta,
en tiempos como estos, en los que la poesía,
                a veces
                muchas veces
podría salvar de cualquier guerra.

Prefiero discutir entre mapas desordenados
en los que quepa también la magia del caos
y el sufragio de la marioneta.

Prefiero que, si lo hacen, hoy me llamen poeta.

 

* Los tres primeros poemas pertenecen al libro Cuadernos de Guinea. Travesía incompleta (Santa Rabia Poetry, 2023). El último fue el poema ganador de la décima temporada de Letras & Poesía Slam (enero de 2024).