Rom Freschi, Estremezcales, México, Proyecto Literal, 2024, 59 pp.



Más allá de una predeterminación significante, se encuentra un espacio de navegación para intérpretes dispuestos al juego del mundo, donde sucede lo imprevisto. En ese lugar el Eros es una mixtura de posibilidades que gana sentido, siempre y cuando no sea enumerado linealmente, si no se desea a la vez un delirio sin retorno hacia el Tánatos. Aparecen las imágenes en combinaciones silábicas y luego en jitanjáforas: Rom Freschi (Buenos Aires, Argentina, 1974) se regocija como un fractal que se abre, salta sobre las palabras, regresa del contrasentido para aplicarle re-versa al verso. Eso que se palpa en el estremecimiento, que comparece poco a poco para que el deseo no se pierda, tienta a la semilla hacia el lance de las virtudes de su tallo. La búsqueda de lo sensible permite los efectos en una experiencia inmediata en Estremezcales, un libro daimónico, facineroso entre lo humano y lo divino para una prestidigitación instintiva: lo ambiguo opera ahí como palabra concatenada que ocurre en el límite, unas veces en el delirio previo a la explosión, otras en el momento preciso —o a pocos palmos antes de ganar o perder su equilibrio—, para luego citar las consecuencias en aquello que ha sido fecundado. Y, en el arrebato voluptuoso de la experimentación, se accede a lo otro con apetito, sin predeterminación, logrando combinaciones que proponen un color y una forma ingeniosa, abiertas poco a poco a las necesidades de su propio deseo, que se va transformando en el del lector.


Lo escrito, incluso el poema, aparece siempre después, como constatación de aquello que fue y que se sabe no sabiéndose; una manifestación pre o postorgásmica, un todo hecho de breves gozos acumulados que convoca a las mareas posibles para describir algo, como el mar, indescriptible: lo trémulo a punto de la explosión, y aquello que ha sido imaginado como real en el momento preciso “del lado al ano, del ojo al labio, de la rótula amarga y tiesa hasta la frente anforal”. Luciferina en búsqueda de la luz, atada travesti nodal: Freschi, ni qué decirlo, se divierte en la parte más roja de la noche, el espacio profano para hacer que el lector, de por sí perverso, pueda sorprenderse con las combinaciones sonoras que se hilvanan a sí mismas:

Amarrada, he de multiplicarme, reverberarme hasta el estallido. Ocurre, oh, ocurre. Mil fulgores de estrellas, estrellan, estrenan, nuevas carnes, nuevos seres del estallido.



Sucede que “follecen”, que el sudor amielado y las lentejuelas, la luz brillante de la lámpara de espejos, nos sigue convocando a muchas y muchos hoy en el baile, en la sonrisa cómplice: en lo kitsch finisecular se fundieron los versos de generaciones enteras, mezclados en el espacio posible entre Ziggy Stardust y la Stella Maris, virgen marina, para no perder la estrella en las tormentas.


Pero Freschi revela también su técnica sin pudor. En el texto “Arte poética”, la estrategia de seducción es mediada por una sutil antipolítica de lo social, hacia un lector que ha avanzado ya en los deleites de sus imágenes, así como en las filiaciones a una carne sensible, y en la sagacidad que despierta, convertida en verbo. Primera incitación cortesana, imitando recato, que muestra el contorno de lo escondido: “un punto máximo de formalidad”. Ahí Tánatos. Pero el Eros coronado es una lúbrica pedacería que despliega las formas no sólo del poema, sino de estilos insurrectos para leer lo vivo en la excitación:

Tome un mortero o, en su defecto, un picahielos […] y con él estrelle, de manera irregular, su lenguaje hasta que parezca un glaciar refractario o la corona antigua de algún emperifollado rey.



Merodear el mundo, sus primeros artificios; jugar desde un claro barroquismo que usa las imágenes del cotidiano hacia su feminización henchida de abundancia, amorosamente aguda. La ahora reina coronada se ríe de los ingenios logrados mediante esa disimilitud que encuentra aparejamiento en el ritmo, en sus percusiones silábicas y su malicia. Frente a este tipo de fuerzas poéticas, pienso a menudo en lo que e. e. cummings advertía en el programa de una de sus obras:

Relájate y dale a la obra la oportunidad de pavonearse […] deja de preguntarte de qué se trata todo, como muchas cosas extrañas y familiares, incluida la vida, esta obra no es ‘sobre’, simplemente es. No trates de disfrutarla, deja que intente disfrutarte a ti. No trates de entenderla, deja que ella trate de entenderte a ti.



Ahí una comprensión nueva en la embriaguez, en la mezcla de elementos para el encantamiento y la aparición de las luces y las sombras. Toma de conciencia acerca la fiera infancia, sobre el embeleso del juego y el amor: uno no dominado por las contingencias de lo insuficiente. Amor en plena fiesta de disfraces: mezcal o mescalina, opio o ácido, derroche y efusión. No el malestar de la “verdad” a medias de las pasiones, sino el presente vívido de la transmutación: “Paradoja espléndida”.


 

*

Selección de poemas de Estremezcales




 
Letrina


Orgasmina y potente se desliza almejhada, dice decir para divertir y divierte diciendo lo. Se han robado su piececillo mientras hablaba, le han robado ese precioso revés de aquilina y así sostiene la sonrisa…:


—Oh cuadernita, pizarra bizarra, me amarras aunque digo que me amas, amaranta, solo me amas si arrancada la pantorrilla te hago reir, te hago la pirueta amada en tu pisito amarillo y entonces sí, redundas, rebalsas, redondeas una letra barroca y terrosa, frankeinstina. Eres en verdad, monstruosa. Eres, en verdad, la res cornada que apunhala las extrañas entrañas que tú misma, tirana de Bergerac, incrustas y transportas del lado al ano, del ojo al labio, de la rótula amarga y tiesa hasta la frente anforal.


Me amontonas, espermita te crees, fecunda y ovular, vitoreas tu belleza sobre mí que sola y fértil, me condeno al amargo y cadenoso recreo de tus amores.


 
 
Amarrada, he de multiplicarme, reverberarme hasta el estallido. Ocurre, oh, ocurre. Mil fulgores de estrellas, estrellan, estrenan, nuevas carnes, nuevos seres del estallido. Nunca ha existido el silencio… la marca está en mis carnes, muertas, carne nueva, ella, ellas. Desechan ellas. Me fallecen. Me follecen, extrañas, amargas… políglotas de sonidos que no hablé, no hablaré nunca, no vinunca, dicen. He vivido. No ha ocurrido. No era yo. Cautiva, ida, ellas ya, ello, ellas ya brillan.


 
 
Arte poética


Receta para un apetitoso ‘Petit Poème’ a la Perfección.

  1. Lleve su lenguaje (o al menos, un buen pedacillo) hasta un punto de máxima formalidad y cortesía, señora.
  2. Tome un mortero o, en su defecto, un picahielos (si es posible con mango de incrustaciones en rubí y/o esmeraldas y topacios) y con él estrelle, de manera irregular, su lenguaje hasta que parezca un glaciar refractario o la corona antigua de algún emperifollado rey.

SMD en colaboración con Rita O’Neall



 
 
Un derrame de belleza anuncia ya tu soledad… desviada en el ojo, la mirada espejhada de otro mundo se revuelve contra ti como una mareada marejhada infinita de espumas. Ácida indiana y solidina, en tus huecos la queja rabiosa de mil dientes que has hincado quiébrase en medio del clamor, del ancestro amilado de voces, inmigrante insectado en ese, ya no tu ojo, en el lomo oleado, calcómano, fotónico y calidópico, el muerto estallar de tus tripas fluoresce invicto de toda virginidad.


 

 
¿Quién es La protestona (Editorial M. B., 2024)? ¿Dónde está el secreto de la plaza, ese topus uranus donde están las cosas? Como un Platón neomoderno, Carlos Morteo (Mar del Plata, Argentina) nos revela el misterio bajo una bóveda celeste donde los límites de las palabras hacen sus propios versos y andan los verdes; los árboles y canteros de un terreno donde niños, ninfas, seres alucinantes, casi fantasmitas, son muñecos de una aventura de lo imprevisto, en un aire que da pista al camino sin ir a ningún lado, y donde los solos y los enamorados prenden sus luces y los bancos se asolean. Son recuerdos de pasados y futuros pasados que allí permanecen, rastros de una felicidad que es para siempre y también la condena en ese silencio acompañado que limpia y barre el desconsuelo. El libro se cuenta así, con segmentos de versos encadenados y luego con entrecortes, fragmentando la prosa poética, abarcando campos incorporales que se van narrando con la prisa y la pausa del conversar, como una soledad visitada que hace libre a quien la transita, cuando el parque se “enfantasma” y estás sentado ahí en un banco de la vereda. Allí se dejan los amores y las quejas, hasta que uno se vuelve experto en ausencias y un vacío imposible de llenar invita a seguir, en la melancolía de los versos y la hidalguía de cada paso por sus baldosas que cubren el desierto de las letras que se hacen palabras. Versos que acuden a socorrer el incendio del bello poema: cuando el viento es llama, la voz está en llamas. El papel, la casa, la lluvia con sus árboles y hojas están en la maravilla del vuelo desplegado al aire; en la salvación de las cosas equivocadas, el futuro de un final cantado donde el banco espera, y allí la plaza donde morir un poco para volver a brillar.

La plaza como un hogar al aire libre, un camposanto donde baja el universo a darse cierta paz, consuelo, una pausa para que el alma pueda imponerse a la mente: ése es el sitio. Y el sitio del poema que es un devenir del poema fragmentado en otros sucesivos que dan el toque, la nota para que todo funcione y el sentido vuelva a su ruta para ser verdadero y vivo. ¿Quién o qué nos dice que la felicidad es posible? Se charla de esa verdad oculta que aparece en todos los destellos al andar por la plaza-libro, lo que va más allá de las palabras, lo que no puede expresarse y nos acerca. Una sinfonía de pensamientos que se interiorizan y exteriorizan a cada instante, el acontecimiento de un mundo que no se agota fuera de la inmensidad temporal. El poema hace su ecosistema y empuja a los sentidos a ocupar todos los espacios. “Ese sol diferente señala un banco de madera porque además de quemar ensordece uno imagina una lengua de fuego furiosa”; o cuando el niño vuela en la bici y las rueditas se instalan en el alma para siempre: es el ojo en la mirada del poeta que se abandona, se despoja y se entrega a lo allí experimentado como única causa de vida. El cuerpo se adueña de los espacios porque ya no pertenecemos a este mundo. Habitamos en él, ya que no pertenecemos a ningún banco. Vamos y seguimos por todos estos espacios, pues “la plaza está llena de amores y yo estoy allí para que consideres que hay un sitio dentro de mí para que te lo adueñes y ser banco en tu plaza”. Allí, en el poema-plaza, hay señales por todas partes para poder sacar sentido pleno de ellas y recibir un nuevo gusto por la vida, una nueva ternura.

—Pablo Queralt

 
Barrilete un día

la plaza tiene espacios aéreos
         donde el papel y las cañas remontan
a veces en un día de hacerse humo   aire
               toca salir medio barrilete
 viste con ropa sutil      lleva una cola de historias atada
    ¿lastre o timón?         una adquisición de los días
       que dice      el hilo es el corazón del asunto
igual va por la plaza      con el ovillo en la mano
      remonta vuelo y espera que el cable se corte                         
     alienta al viento               invoca todas las locuras
         intenta la perversa sabiduría del olvido
hoy barrilete     vive una jugada de carcelero y reo
             donde el papel no es de estraza
               las cañas no son huecas
        y el cordel enroscado   cuanto más largo
               más nos ata a los adioses

 
 
Máquina de escribir

los te ando buscando por todos lados
     no alcanzan    aun cuando te encuentro
hace un tiempo
     un adolecer era un hechizo
         ahora ya grandes    es brujería
ahí se anotan un punto los poetas
no me salen los buenos versos
    por qué llevar a mi barro de papel y lápiz
    a quien suspira con mi musa y no mi ser
te busco en palabras en cada banco de esta plaza
        en el fondo del vidrio del alcohol
me hablaron de una máquina de escribir
             que aunque sin tinta
        marca sus quimeras en el papel
da trabajo leer sin color
no logro que me imagines galán
             aunque hago ruido
sueño como esa máquina sin tinta
        te doy mis pasos por la plaza

 
 
Llegada de las hojas hasta el suelo

más o menos    por estos lares
  a finales de abril llega el otoño a desvestirlo todo
la plaza jamás está lista para ese aluvión
      de seres que mueren necesariamente
ella entonces se viste con una gama de colores
    distintos de los habituales verdes y florvivo
se hace tan ocre y hojas secas
           anda así   liviana de ajuar
las hojas   una de las amabilidades de los árboles
    se enamoran de las charlas con los pájaros
escuchan de la maravilla del vuelo
  de la belleza del plumaje desplegado por el aire
las hojas se hacen kamikazes  
aún vivas          se lanzan al planeo un día de viento
               de esos de otoño
no se piensan pájaros
 simplemente se arrojan en la oportunidad del vuelo

 
 
Diferencias entre un banco de plaza y la silla de un bar para una cita

la cuestión no es sentarse dónde
el banco de la plaza no tiene celos de la silla del café
 sí le gustarían esas conversaciones llenas de planes
los que acuden a él    son los desiertos   los descansos
         la melancolía después del beso
        todo lo que dice el humo del cigarrillo
el banco de la plaza es solitario
la silla del café es del ruido de la sociedad apilada
allí te sentás a esperar alguien
         a elucubrar un plan de amores
        a arreglar el mundo y sus negocios
en el banco de la plaza te detenés a esperar algo
                 que ya sucedió
la del bar dice del futuro   a veces de un final
el de la plaza posee la espera y sus revelaciones
 la furia de la impaciencia por las cosas equivocadas
en la silla del bar intento convencerte
en el banco de la plaza
        paso mi brazo sobre tus hombros
        y morimos un poco los dos

 

* Poemas pertenecientes a La protestona (Editorial M. B., 2024).

 

 

 

Sin título. Gouache sobre papel, 20 × 20 cm, 2019.

 
 
 

Lee estrellas como letras. Gouache sobre papel, 20 × 20 cm, 2020.

 
 
 

Para Fede in memoriam. Gouache sobre bastidor de madera, 20 × 20 cm, 2019.

 
 
 

Incipit perenne. Gouache sobre papel, 20 × 20 cm, 2020.

 
 
 

Africano. Gouache sobre papel, 20 × 20 cm, 2020.

 
 
 

Sin título. Gouache sobre papel, 25 × 25 cm, 2018.

 
 
 

Dones que descienden de lo alto en su propia forma. Gouache sobre papel, 20 × 20 cm, 2023.

 
 
 

El cielo es para los que piensan en él. Gouache sobre papel, 30 × 30 cm, 2020.

 
 
 

Para Julia. Gouache sobre lienzo, 58 × 58 cm, 2024.

 
 
 

Maderitas. Gouache sobre 16 maderas de 10 × 10 cm, 2021.

 
 
 
 

 
 

 
músicos de sesión

(fondo de una playlist similar a Eggleston)
camisas y faldas planchadas
como una línea de melotrón
que se va apagando
poco a poco
(eso que ocurre poco a poco
es siempre precioso).
árboles al fondo. el auto
estacionado sobre una alfombra de mini golf
y el cabello de los dos
que no necesita esforzarse.
cielo gris industrial,
el tiempo es un trapo viejo
en el baúl

 
 
una línea roja
inclinada apenas, lo suficiente,
sobre un metalizado crema.
palabras de café,
promesas como servilletas muy finas
que al doblarse
ya se marcan.
es la geometría del cosmos,
argumentará alguien bajo una lámpara
para quemar hormigas

 
 
si te fijás bien
el mecanismo es perfecto
con las armonías que cantan
my lips will kiss
y el zapato con medias blancas
es un anexo materno.
diamante residual de navidades
con ruido de papel regalo.
fantasmas de almidón
chasquean los dedos
en medio de la tormenta

 
 
una granja, tal vez, detrás
de la arboleda, como las que aparecen
en los poemas de James Wright
y marchan de lujo,
tanto que sólo podés pensar
en una trompeta de sesionista.
un sujeto puesto ahí
donde el amor y la música
no se dividen

 
 
 
Cassavetes

para usar en otro libro anoté
una frase de John Cassavetes
que claramente
no sólo habla de cine
“la gente no sabe lo que está diciendo
la mayor parte del tiempo”.
quiero registrarlo todo
como en sus películas,
conversaciones disparadas
a sangre fría
(una calle sin aviso, el tumulto
de lo que descarta por sí solo
el proceso de enlatado).
abandonar y cubrir costos
con horas durmiendo en el trabajo,
relatos que siguen un plan
de camarones con salsa

 
 
6.37
el zumbido de la mañana
los tachos de basura rebalsando
el asfalto brilloso
alguien gritando
“no paran de romper los huevos”
el zumbido de la mañana
el mono con gafas en la parrilla
la luz radiactiva del almacén
al que no entra nadie
volquete con el escudo del club
grafiti verde que dice CNVA
grafiti blanco que dice KELY
el auto chocado en el lavadero
la casa con muérdago en agosto
el zumbido de la mañana
cartel inmobiliario caído
de un sexto piso
doblado el aluminio en una punta
primeros pájaros
todo lo que ha vencido

 

* Poemas provenientes del libro gris industrial (inédito)

 

 

 
31/12

siempre tan ventosa esta vereda
dice una señora a otra
en la puerta del caserón
cuelgan luces de colores
titilan
se aferran unas a otras
como un amuleto
se funden

en un abrazo eléctrico con la casa
que un poco trémula
contiene a sus humanos
en la calle vacía
sólo quedamos
los árboles danzarines y yo
los vientos crujientes
me dicen
todo va a estar de maravillas

 
 
Las minucias del tiempo

No importa
si llueve como torrentes
si el cielo tira para abajo
mucha agua junta

no importa
si hay de esos soles
que abren sin pruritos ni tapujos
la tierra en dos o más partes

en estas veredas
los árboles tienen una cualidad
que los hace permanecer
iguales a sí mismos

un talante
que trasciende
las minucias del tiempo

 
 
La hora dorada

ésta es la hora dorada
me decías
bordeábamos las vías a pie
de la mano
junto a las tipas y los eucaliptos
ésta es la hora dorada
cuando el atardecer se desmaya
un manto tejido
con puntitos brillantes
arropa los follajes
ésta es la hora dorada
durante unos momentos
me dejo consumir
amorosamente

 
 
Ovejas

¿por qué no viniste a mi vagón?
no
no nos han presentado formalmente
ni de elegante sport
no hemos estrechado manos
ni hemos compartido lecho
¿y qué?
camino al tren
pronto a zarpar de Retiro
dejé miguitas de pan
espanté a las palomas
—siempre tengo un gato en mi bolsillo—
hoy no llevo perfume
quise facilitarte las cosas
te esperé en el tercer vagón
conté ovejas ruludas que saltan cercos
los relojes me ponen nerviosa
vos no viniste
¿qué hago con tantas ovejas
apiñadas entre los pasajeros?

 
 
Epifanía

Escucho un tema de Peter Frampton
sentada en el subte
pienso en mi hermano
digo lo tengo que perdonar
porque él no sabía
lo que me estaba haciendo
y todo eso se me ocurre
mirando un peine azul
sucio
tirado en el piso del vagón 

 
 
Algo de estoico tienen los árboles

pierden sus hojas sin quererlo
las renuevan sin desearlo
viven indefinidamente
una tortura
por cierto
con un poco de suerte
se dejan trepar
por una niña que advierte
cuán estoicos
son los árboles

 
 
Moléculas

excusas para verte otra vez:
devolvernos las cosas prestadas
excepto los intangibles
como un roce voluntario e intencional
con el propósito de que pongas
los ojos en blanco
o el caminito de moléculas
que vas dejando atrás
después de cebar un mate

 
 
Cuando hierve el agua para el té

algunas palabras que salen de la boca
son monstruos marinos
fagocitan bichos invisibles
algas minúsculas
botellas olvidadas con mensajes adentro
degluten llaves y candados
diarios y zapatos viejos caídos a las olas
algunas palabras que salen de la boca
pegotean el aire que nos permite respirar
la distancia necesaria entre nosotros
algunas palabras que salen de la boca
se evaporan
con el pitido de la pava
cuando hierve el agua para el té

 
 
¿Dónde vive su verdad?

en el tren
leo a un poeta peruano
le preguntan
cuál es el secreto del poema
dónde vive su verdad
cada vez que llego a la respuesta
me distraen
los caramelos y los chicos de adelante
me despistan
el policía y su arma
el cielo que se desploma
sobre los árboles

 
* Poemas pertenecientes a Las cosas tal y como son (Barnacle, 2022).

 

 

 
Una oportuna circularidad
hizo del tiempo un tránsito perpetuo –

espacio por el que me escurro todos los días y me lleva
siempre a los mismos lugares.


 
Tengo nueve años. Me aviento sobre una montaña de hojas
   pero soy muy pesada y me doy el mentón contra la baldosa.

Se acabó el verano — sobrevino la sequía y entonces las cosas
   se han ido para adentro.
Los roedores hacen acopio para el futuro, los benteveos
   buscan un refugio para sus nidos: algo estable que les
   permita pasar la temporada.

Yo, en cambio, me refugio en la intemperie. Una casa
   abandonada cerca del alambrado donde solía estar la vieja
   pileta. La única puerta está bajo llave pero es muy fácil
   acceder al techo.
Un asilo es, a la vez, un refugio y un lugar de retiro.
Por algún acto de magia me llega el sonido lejano de un
   festejo: la gente sale a celebrar lo que sea. No sé de
   dónde viene, no lo entiendo.

A los nueve años una niña ya se siente nacida en éxodo —
   algo se lo advierte con la furia de un volcán y luego se
   reafirma con palabras de desprecio.
A las niñas les convienen las alturas, pobladas de fantasmas
   una vista privilegiada del horizonte. Las niñas del éxodo
   están acompañadas en las horas del insomnio: prefieren
   soñar de día.


 
Alrededor de las once empezaba a plantear
el fuego lento mi abuelo
no le gustaba apresurar el asunto.

Lo mirábamos operar el carbón
las pastillas de encendido —
destrozar un cajón de manzanas
al tiempo que apartaba del resto sus clavos
y sobre la rejilla de metal acomodaba la madera.

Idilio sin palabras sus uñas ennegrecidas
la pelada que no disimulaba
los vellos que pasaban el límite de su nariz.

De la carne que compraba nos decía es un puema.

Mugre
como las vacas.

¡No!
Mugen
las vacas: mugen.

—Esa es la voz de mamá.


 
Mi hermano había tomado el hábito de comer
insectos. Los ponía a caminar sobre la piel de su
antebrazo hasta el cansancio — suyo o de
los demás y luego al buche.

Movimiento
la memoria es movimiento.

Viajábamos al campo cada fin de semana.
Desde el auto
las vacas eran esquirlas del paisaje.
El viaje en realidad empieza
mucho antes con una caída que apenas
recuerdo.

La que cae no soy yo      es mi hermano.
Esta es sólo una versión y hay otras.

La ingesta de insectos me asqueaba hasta el vómito
sin embargo
cuando mamá corría el mosquitero del patio
y preguntaba si él había vuelto a comer
bichos yo siempre          contestaba: —No.


 
En la casa en que crecí había un samovar.
Plateado, precioso. Quizás el único indicio de nuestra
   herencia rusa. Yo no le quitaba los ojos de encima, me
   volvía a verlo cada vez que me encontraba cerca de él.
   No supe su nombre hasta muchos años después.
Ni su nombre ni su utilidad. Ese samovar nunca hizo un té
   bajo mi amorosa vigilancia. Era un objeto que habitaba
   en un rincón del living comedor, participando en silencio
   de nuestro cotidiano – un testigo delicadísimo, olvidado
   delante de nuestros ojos.
Pasaron los años y el samovar allí, inmóvil, de pie junto al
   modular – inmutable.
Mi hermano crecía, yo crecía – el samovar se mantenía intacto.
   Ni siquiera el polvo le afectaba.
Si me hubiera animado a la fantasía recurrente de escaparme
   del hogar, me hubiera llevado: a mi hermano y aquel
   samovar. Probablemente no hubiera llegado muy lejos
   pero me hubiera sentido satisfecha.
Tiempo después me enteré de que el ruso era el idioma en
   código de mis bisabuelos. Sólo ellos sabían hablarlo. Lo
   usaban para transmitirse información delante del resto de
   la familia, sin que nadie pudiera adivinar de qué hablaban,
   como perfectos espías rusos. Mi bisabuela leía a Pushkin
   y a Dostoievski en idioma original.
Las familias gustan de los secretos.
No tener un nombre para darle a aquel trofeo ruso y platinado
   me regaló años de inagotable curiosidad – un asombro que
   se renovaba a fuerza de incertidumbre.


 
No dar un nombre a las cosas es conceder un lugar al
   misterio y a la reinvención. De alguna manera — una
   suerte de secreto. Un acto de ocultamiento imperfecto
   porque deja rastros.
El único destino noble de todo secreto es el misterio.


 
Fue necesario anidar en
destierros prematuros: de cada exilio brotaron
palabras
y en cada palabra ejercité un adiós.
Despedí a la niña
a la sierva
a la estela de amabilidad.
Me hice toro
luego efigie.
Andando aprendí de la fuerza de mis piernas.


 
Hubo un profesor de la facultad que, hastiado de dar cátedra
   sobre Proust y su tiempo perdido – y recibir como
   respuesta un rotundo silencio –, dijo: Esto es lo
   que quiero que
entiendan sobre Proust. Y al silencio regular se le
   sumó la tensión de un poderoso estado de intriga.

Entonces leyó – las gotas de tinta indeleble que dibujan
   figuras de papel japonés abriéndose en el té con
   magdalenas, de las cuales se desprende la memoria de un
   siglo. En el aire aparecieron como por primera vez,
   eternamente, Combray, Swann. Leía sin énfasis pero con
   entusiasmo, siguiendo la respiración del texto, tratando
   cada palabra como pieza de orfebrería.

Durante su lectura el tiempo se detuvo y avanzó
   simultáneamente. La música invisible que se escondía
   dentro de cada oración y que le era imposible explicar más
   que leyendo en voz alta las palabras escritas. Descubrimos
   a Proust, autor que somete la sintaxis al curso de las ideas
   y las ideas, al ritmo de un denso vapor de agua que sube
   hasta sublimarse en el aire.
Un autor que desconfía del origen. De esa desconfianza nace
   todo lo involuntario: la memoria, la escritura.

La literatura nos cundió aquel día.


 
El futuro espera atrás
en la ceguera de la espalda.
El pasado salpica el terreno
donde los pies zambullen el movimiento.

El tiempo va necesitando una nueva metáfora
que fulmine las anteriores.
Un ritual de alcohol
para prender la casa en llamas.



* Poemas pertenecientes a Caminar sola (Editorial Pre-Textos, 2023).

 

 

 
El vértigo

Me contaron del chico
que se rompió el cráneo
haciendo kite surf
cuando alcanzó la altura de tres metros
es decir
cuando caer al agua
equivale a deshuesarse
sobre un piso de cemento.

Tantas cosas pueden pasar
de un día para el otro.
Podrías enamorarte
y yo podría caer enferma de hipocondría.

Es tan frágil la carne cuando no se toca.

Ahora todo tiene su respectivo espacio,
su barniz antióxido, su luz blanca.
La gata viene y se restriega contra el zapato,
prefiere la dureza,
como aquel que espera una señal
y se contenta con la caída de una hoja
porque le afirma lo que ya sabía:
la nada es peor que tener algo
que impacte contra el cuerpo,
y eso es algo que se piensa
mientras se patea pedazos de cráneo
esparcidos por la arena.


 
Los estertores

Decía que la empleada le había choreado.
No le gustaba su hacer desprolijo
la leche le quedaba fría
siempre quedaban restos en el tenedor.
Se descosía en gritos
llamándola a cada rato
para que le trajera
con manos lavadas
la taza llena de agua.

A la noche
en un colchón
a los pies de la cama
cuando la oscuridad permitía borrar las figuras
la empleada le tendía la mano que la abuela
sostenía con vehemencia.
Aún en el calambre del brazo alzado
la abuela se despertaba con la mano callosa
en su pecho flácido.
Prendía la tele y alzaba su voz
por encima del volumen máximo del aparato
para que le trajera una servilleta
no ves, nena, que no me puedo levantar.
Rigurosa
la mano que le limpiaba la mugre
de entre los pliegues de la flacura
se entrelazaba con la de ella
para pedirle a Dios
que perdone sus ofensas.

En su último segundo
profirió un grito
que nadie en la sala entendió.
Mónica se quedó esa noche
sentada a su lado
mientras notaba
cómo su mano encogía.


 
¿Para qué le vas a decir la verdad?

No faltaba
a la hora de la merienda
los pasos de baile abrazada a su retrato:
¡sentí!
Y todos reíamos por el showcito
que armaba la abuela,
tan puntual en sus ceremonias.

Después tocaba
como por primera vez
el vals que le compuso
al amor de su vida tan buen mozo
que era el apuesto ingeniero.
Y todos reíamos porque
qué otra cosa podíamos hacer,
dejala nomás que sea feliz.

¿Habrá bailado también
cuando nadie la veía?
Cuando la casa
enante ocupada por seis hijos
invitaba al desespero de arrancar
los cueritos al borde de la uña
que dejan un hueco ensangrentado
y conjuran las heridas
a las que nadie nunca pidió perdón.


 
El Juicio

Y mirá,
al final,
no queda otra que entregarse.

Un hombre sale en el tren
a buscar trabajo con una camisa a rayas
agujereada.
Dos tipos juntan resuello
para entrar por la ventana
de una casa maltrecha de City Bell.
Uno anda en moto con el celular en la mano,
otro junta unos pocos pesos con las medias
que acaba de vender.
Nadie mira para adelante.

Entregarse es entonces
extender los brazos
entrelazar las manos
doblar el cogote para arriba
esperar que el golpe no acierte
mirar para abajo
agarrar un pañuelo
y encomendarse
a que todavía quede una palabra amable.

Y si no viene

(si no llega a venir)

diremos que no merecíamos
volveremos a nuestras casas
pondremos el agua a hervir
y pensaremos
si todavía nosotros
tenemos una palabra amable para el mundo.


 
Un jurgo de bendición

Las dos damas del ajedrez
se fueron junto a su esposa.
De pronto perdió todo y le tocó huir.
Un día no cargaba ni para empanada
y el plomo cayó en la calle
que había dejado unos minutos atrás.
Desde entonces dice tener ahorros en el cielo
por dar el diezmo que más le duele:
el caballo al más pobre.
En el cuadrante sólo le queda
un peón que escucha cómo el sereno
le patea en la escalera
cada mañana.

 

 

 
Latido

Un animal se abre
paso entre mis ojos

las pezuñas embarradas
de silencio ese temblor
en el hocico

fui un instante
la espesura

su barro
latido.


 
Núcleo

Las paramecias son seres de una célula
se parecen a una huella necesitan
poca cosa: boca cilios aleteo
un ritmo que atraiga el alimento

nadan chocan se tientan con pestañas
se aprietan de repente
aplican el cuerpo contra el cuerpo
en un abrazo que no llaman beso      
aunque estén boca sobre boca

disuelven la membrana que limita
la que dice
esto es tuyo
esto es mío

para unirse se destruyen y así
abiertas
la una a la otra
en puente de sustancia
se susurran el hambre.


 
Filo

La erosión no distingue
latido ni madera

el eucalipto desprende decís
la piel ante el peligro

el ciruelo exhibe la rotura
un tejido abierto
que desinfecta con resina

el palo borracho esconde
otras espinas

en su tronco
baja el sol

nadie me habló de raíces

paso disimulado entre postes de luz
otra forma de árbol

abro las palmas espero
una carne que no ceda ante la herida
una mano que abra tajo en la corteza

mi piel se cierra

cáscara que en el viento mira el cielo

el horizonte es una espina
que crece.


 
Oro

Hace semanas meses
que no llueve

los helechos se aferran a una
idea de agua que no
termina de caer

unos dedos minúsculos
sostienen la pared
aún tibia

diecisiete lengüetazos del perro
no necesito contarlos

cómo saber la sed
cómo entregarse

siempre hay un punto débil

orilla hojaldrada donde
se empieza a morder
sin miedo

humedad viento lila
olor a té de manzanilla

un último canto lorerío
higueras lejanas

el lento dorarse de las cosas.


 
Apogeo

Puede una flor ser
conejito y boca
de dragón

arcoíris de fuego
mandíbula vegetal

en apogeo abríamos
pétalos
los hacíamos hablar

no entendíamos nada del daño

buscamos una voz con los dedos
presionamos los labios hasta mancharnos.


 
Piel

Llevamos horas
desenterrando caracoles

el agua cubre
de arena los pies   
las manos

arrasa mansamente

el juego nos pone
coloradas las rodillas

puede la tierra ser cruel

un caracol es el mar
y su jaula

esta tarde las nubes
parecen antorchas

no hay casa
cáscara
que nos contenga.

 

* Poemas pertenecientes a Sueño con tigres (Salta el Pez Ediciones, 2024).

 

 

 
Estuvo llevadera la charla con mi padre
anécdotas varias
cuando me enseñó a andar en bici
me carreteó y soltó y mis pedaleadas
impulsaron las ruedas sin caerme
y no pude frenar el movimiento hacia adelante
llegó la noche
seguía nuestra charla
cada vez que a los ojos lo miraba en la penumbra
su cara menos clara se veía
indistinguible de la enredadera que crecía atrás
todo oscuro sin temas de conversación
generalidades
creo que no lo veo o veo este recuerdo
pero charlamos
ojalá la juventud pudiera
transferirse a otro cuerpo y prolongar su movimiento
creería que seguís ahí
no te veo en lo negro
no sé
oigo tu voz intacta al conversar
tan sólida
sigo a ciegas la charla
llevadera
tu voz desde lo negro
imagino tu cara puede ser que tenga
menos piel

 
 
Canon

un óvulo   que rompe el tiempo     multiplica
si llueve en luna nueva    va a llover todo el mes    abonando lo duro
duele crecer    miro el cuarto creciente     su halo de agua
un canto algo     pariendo     dicen que hay más en luna llena
todo cuerpo se enfría cuando nace     cuenta la piel     morada de mi hijo
un huevo que eclosiona    huesos que     se encuentran
la enredadera     brota por el     esternón y los recubre
pichón que    desenreda     de su cáscara
y grazna     sus alas se liberan de las     redes
los ojos siempre abiertos     como negruzcos     en el vuelo
cuando empieza el invierno    la luz se reabre     se engarza con la noche
este es el sol de invierno    y cuando      cierro los párpados calienta
me lleno de algo    dilatante la luz    más sol que ayer ahí viene
soy yo que engendro    rayos    por los poros

 
 
Como un árbol     del este brota     el sol
por sus    hojas las   plantas     se llenan de   energía      extraplanetaria     
germina el     sol  en los    colores de las flores como estas     margaritas     
el sol se vuelve        blanco el polen         busca     abejas      murciélagos     avispas 
y al lado de ese arbusto el colibrí      pica      la margarita
del cantero      se     empapa     en néctar amarillo     va a un lado a     otro
abajo pica     otra flor y con           el polen en su         pico      le
insemina los pistilos     y en    parpadeo           rapidísimo se         va     
qué envidia      en pocas lluvias     su pico       será tallo      hojas serán      
sus alas      ya          protubera        el corazón de mil         latidos por
minuto      se hace       estambre       y       filamento     amarillento
sus plumas         se despliegan        y se          alinean       como
pétalos              blancos     en corola     me quiere     no
me quiere       me                 quiere     no me             quiere

 
 
Canon

ahí se ve       redonda       de ahí es de donde vengo
la Tierra       esfera azul brillante       la cuarta en los planetas
flota en lo negro       plantas tiene y agua       su forma es elipsoide
la atmósfera le da un cielo celeste       flotando       las plantas la oxigenan
biósfera       en su membrana el aire un citoplasma       flota
el frío rota en su eje       de vidrio una canica      azul en los pulmones
las nubes se espiralan       calor del sol se absorbe y pierde mientras gira       como célula
la gravedad es 9,8       nubes          vapor se enfría se condensa
la célula planeta       vive soltás algo y se cae       la lluvia cuerpos
los ojos de mi abuela       célula pulsante que       gravita en torno al sol
observa       iris celeste          su núcleo celular en movimiento
ojo planeta      que escudriña       lacrimoso atmosférico
planetiza una      mirada único ojo en que     respiro  

 
 
Me decís que teñimos las bacterias
para ver esa hilera puntos ovalados
se llama estreptococo
que en un pulmón con neumonía
infecta al organismo y se hace tos con sangre
me decís
así surgió la vida la bacteria transmite su adn
y alcanza la intuición de quién se es
qué hurgar cómo mirar las cosas que se
caen
me decís que es cariño el no subestimar aunque friccione
dar algo a luz dejarlo ser y replicarse
me decís madre
la inercia es hijo porque un cuerpo
mantiene el movimiento o el reposo que ya tiene
en teoría
un cuerpo avanzando en el vacío
sobre un espacio sin fricción
sin nada que lo frene nunca cesaría
avanzaría en el vacío a solas
sin mordiente

 
 
Canon

salieron las chicharras   ¿escuchás a los     bichos?
por la tarde en verano     se oye ese     chirrido un
aullido    sofocado del árbol     que aturde
rechinantes    membranas del artrópodo en    diciembre enero
se esconde entre las ramas    estridente aplasta sus    costillas las afloja
convoca a la hembra   camuflado en la corteza sus órganos     timbales estridula
a más calor más fuerte    invocación   tapada por el ruido de taladros
y es lindo este    calor lo que potencia el     canto a que se aboca
en tierra hay algo     bello es una mera     posibilidad
crecer por sobre el    pasto entre la     bulla
largar un estridor que se    dilata    soterrado bajo piel
exoesqueleto    que el chillido afloja   que se expande
así mutamos   bocas desescaman   estridulan
se secan la     crisálida y los párpados   los ojos se anaranjan

 
 
Oigan     amigos     soy un perro
husmeo en la basura    los rastreo     por el patio
serpiente me hago yo     escamosa siseo sobre el     suelo
pellizca    mi veneno     piel colores llamativos
aguilucho quisiera ser   volando con los brazos   a media milla los detecto
plumaje va en picada una     navaja     descarno roo huesos
montaña soy    de piedra mi ladera     alimañas
se caen por la     grieta a este profundo     abrazo
ventarrón hoy me toca a mí     correteo    me hago tierra tormentosa
la sierra seca prendo fuego     desintegro     carbono humeante
lluvia yo     chorrea de los ojos    la borrasca
sofoca incendios     erosión de piedras    regando el descampado
amigos oigan     algo aletea     cuerpo carcomido
un tábano    electricidad     que pasa por los huesos

 
 
Vine acá al río
solo en la costanera
fluye ese ruido
de su agua en la noche en las sierras
mañana volvemos a casa
el lunes a la escuela
se escurriría su agua si lo abrazara?
acá no hay nadie no
sólo el agua que avanza
y yo que no traje toallón
igual avanzo
este olor
viene despacio
son hierbas de las sierras
capaz es peperina tilo boldo se esparcen
se filtra el agua entre las piedras
un chivito al que se está por carnear una pareja
que se está despidiendo
mi ropa entre la arena
qué fría que está el agua
no temas
firme y sin pensarlo eso ahí va
el frío que acelera mis latidos equilibra
la temperatura de mi cuerpo algas
entre los dedos de los pies se me libera
un respirar profundo al fondo
ahora hundo la cabeza
lavate refregate los ojos
qué frío
nadá para dejar de temblar nadá de a poco
de a poco sonrío
acá qué bien estamos qué sereno
este flotar que empuja y ese brillo
que tiene la mica en la arena
hago la plancha mi torso desnudo
flotando sobre el agua negra
la cara al cielo oscuro
multiplicadas las estrellas en lo alto
quedate que ya es tarde y oscurece

qué misterio esta forma en la que avanzo tiritando

 

 

 
Una historia

Es una vieja historia, y cuando digo vieja
quiero decir nuevísima, quiero decir
que está pasando ahora y esperándome
en todos los rincones del futuro.

Algo se abrió, primero.
Entonces acá estoy, mi cara muda,
como el que va empapándose
de una lluvia invisible.

Afilo mi armadura y mi caballo
para que sean siempre fieles
al corazón que nace si me quito.

A través de los días y mi sangre.
A través de mi sangre,
mis labios y mi lengua.

 
 
Qué es el amor

Supongamos que hay una escalera de oro:
tiene que haber entonces una hormiga
que sonríe y menea la cabeza.

Una gota de sangre cae en un vaso de agua
y mientras va de a poco abriéndose
caen una, dos, tres gotas más.

Algo adentro de algo,
algo al lado de algo,
algo encima de algo, con algo encima.

Lo que es muy grande y a la vez muy chico,
por ejemplo: una hormiga,
una naranja,
la luna.

Una semilla sueña adentro de un melón,
unos ojos abriéndose a unos ojos.

Y el agua se hace vino;
el vino, sangre.

Imaginémonos nosotros, cada cuerpo
y adentro el sol: una escalera de oro.

 
 
Otro poema sobre el agua

Llovió, literalmente, más de un millón de años:
las aguas desatadas, podríamos decir.

Es como si una línea que se viene trazando
más o menos derecha en una hoja
de repente se alzara para empezar un círculo
y después se rompiera en muchas líneas
que a su vez hacen círculos, etcétera.

Como gotas de mar y de rocío.

Por eso es que no tengo miedo. O sea,
claro que tengo miedo, pero puedo
enderezarme firme,
un humilde monito,
y esperar.

Mientras pisan el agua con sus botas.

Mientras rompen, gritando, las peceras
porque querían que los peces fueran libres.

 
 
Sextina

Había una vez una música.
Parecía una piedra,
pero era una semilla.
Había una vez, hace mucho.
Ahora hay una acacia
tocada por el aire y por el cielo.

Las ramas entran en el cielo
atentas a su propia música,
y las raíces en la piedra.
Una vez, hace mucho,
latía una semilla.

Había una vez una semilla.
Creció como una música
hasta tocar el cielo
enraizada en la piedra.

Ahora lo vemos: toda piedra
es ocasión de música,
de cielo.

Sí, todo el cielo.
Sí, toda la música.

Había una vez una música.

 
 
El sol me seca la muerte

Quemé ramas y troncos.

Me mordieron las hormigas,
la espina de la acacia negra.

Un humo espeso crepitaba
y se perdía en el azul del cielo.

Después anduve un rato
hasta hundirme en el río.

Ahora me apaga el agua,
ahora el agua me lava todo el cansancio.

A todo mi cansancio se lo lleva la corriente.