Samuel Greenberg se crio en Nueva York, durante una era de inmigración masiva y reforma social que, lejos de apaciguarlas, afianzó las jerarquías clasistas de la ciudad norteamericana. Abandonó sus estudios para trabajar en el negocio familiar, el cual servía a “rabinos y curas, negros y griegos”, y escribió la autobiografía fragmentaria “Entre la vida histórica” [“Between Historical Life”], que fue incluida en el panfleto original de New Directions. El hermano de Greenberg, Morris, era un pianista ávido que se codeaba usualmente con músicos y artistas. Un día, el profesor de piano de Morris escuchó a Samuel tocar una pieza de Chopin cuando llegó al departamento de su familia, en la calle Delancey. Impactado por aquello que el adolescente afirmaba estar tocando de oído, el profesor envió a Samuel a conocer a su amigo William Murrell Fisher, un escritor que trabajaba como guardia en el sótano del Museo de Arte Metropolitano. “Es siniestro y elocuente,” le dijo Fisher, “pero hay algo maravilloso en él”.
Mi ida de Chile tiene que ver con huir de un sistema poético mucho más cerrado, donde el poeta tiene una única voz y donde los demás teníamos voces que impregnaban una totalidad. Creo que en Argentina encontré una multiplicidad y, gracias a ella, se fue perdiendo la voz mesiánica, esa voz que intenta representar a un otro pero se da cuenta de que no puede representar siquiera a su propia sombra.
Era importante pensar la escritura desde lo fragmentario, en el sentido de que uno es un fragmento de cosas.