Cuando las noches pasan por la alambrada
dejan pequeños jirones de sus faldas.

Las palabras que alguna vez nos parecieron bellas
perdieron color igual que el suéter del viejo en el baúl
o un atardecer apagado en los vidrios.

Los hombres caminan con las manos en los bolsillos
alguna vez gesticulan como si echasen una mosca
que vuelve a posarse al mismo sitio una y otra vez
al borde del vaso vacío o más adentro
en un punto indeterminado y persistente
como la negación de ellos a reconocerlo…

Los ojos
en todas las horas con la muerte del último hijo, fija:
su alargada agonía y los balbuceos
antes de siniestrarme
antes de esta cola de reptil
fui una madre que imploré: no te lo lleves
el último, no.
La de blancos brazos dilató el dolor.
¿Cuántas eras tarda?
¿Era necesario
verlo perder absolutamente toda la sangre? ¿Era necesario
verlo mirarme así, Hera?

Alegre bilis amarilla (2021) no dialoga ni hace juego con las evasiones del entorno que caracterizan a la poesía de la llamada “Generación del 2000”, a la que su autor no pertenece. Más bien, este poemario es un vaso comunicante que da plena continuidad al ludismo irónico y al pensamiento crítico que sólo hemos podido notar en la poesía de autores como Roque Dalton (1935-1975), Pedro Pietri (1944-2004) y Leonel Rugama (1949-1970).

La voz de Abarca es una voz que, hasta hace poco, se desplazaba en cierto subregistro frente a la tradición literaria nicaragüense. Con esta Alegre bilis amarilla, se demarca claramente como una voz insubordinada respecto a toda su generación etaria.