Campeón de palabrotas
y de chingadazos,
al chile
—¡ese mi Púas Olivares!—
te dejaste vivir en la Bondojo
en el pináculo de tu carrera
allende la “ojetería” del Cuyo y el Chilero
a quienes no concediste concesiones.
Míster Knock Out entre flashes
y cien rounds de entrenamiento,
doblegado ante el cara blanca
que cura la prisa y la catástrofe…
Tenían el rostro descubierto a quien pasaba.
Tenían leyendas y mitos
y frío en el corazón.
Tenían jardines donde la luna paseaba
de la mano del agua
y un ángel de piedra por hermano.

Tenían como toda la gente
el milagro de cada día
escurriendo por los tejados;
y ojos de oro
donde ardían
los sueños más desvalidos.
Todos somos tus hijos, tierra,
te invoco con un canto de caracol
desde el viento plañidero
que viene del Norte Negro
lleno de muerte y sangre
porque de sangre y muerte
hemos nutrido tu piel entera.
Todos somos tus hijos, tierra,
tierra mestiza, tierra compuesta,
tierra que sabe a arena y se abre
como una luna que promete
desde su trono de oquedades.