[…] si Antonio Deltoro me enseñó algo, fue justamente eso. A cultivar el asombro, el equilibrio delicado de esa alquimia bisiesta. Siempre tenemos las semillas del asombro a la mano, pero él me enseñó a germinarlas con paciencia. Antonio me enseñó a mirar las cosas de nuevo por primera vez. Y eso no es fácil. Nos mostró cómo hacer para “plantar un árbol de silencio/ y sentar[nos] a esperar/ a que sus frutos de caigan”.

Y el asombro sólo puede conjugarse en presente. Antonio me dio las herramientas necesarias para habitar el presente, ese país ignoto que sólo a veces miramos a lo lejos, como a través de un vidrio, sin ganas ni atención. Puesto que yo soy un animalillo adicto a la nostalgia y la ansiedad y habito el continente en sombras del pasado o me desvivo siempre por llegar al futuro, esa tierra minada por mis propios huesos. Como diría Toni, “soy hijo (hija en este caso) del minuto y de la esquina, de los días que saltan uno tras otro hacia la muerte”. Toni me enseñó a quedarme.
no me regañen
yo digo
pero inútil pedir si ya llegó
la hora del regaño
esta hora cuchicuchesca y fría que no obstante
ya va durando mucho
dirían los antiguos llegó para quedarse
llegó el porqué de esta transmisión en vivo
dejemos pido yo en paz a los rebaños
dejemos pastar a gusto retozar hacer
de panditas
NO
Me dispongo al día y entonces:

1. Leer “Lady Lazarus”
2. Escuchar la alerta sísmica
3. Revisar el archivo fotográfico familiar
4. Sentir un orgasmo
5. Exponerme a mi alergia a los gatos
6. Decir una mentira terrible
7. Dejar de fumar, invitar a la abstinencia
8. Comer chocolate, invitar a la adicción
9. Dormir en una cama ajena
10. Abrazar la estabilidad cotidiana…

Construido a través de cinco monólogos, El aceite de las nueces nos convoca a oír distintas voces ora glorificantes, ora lúbricas, ora reflexivas, ora cargadas de duelo y desesperanza. En todas ellas resalta, sin duda, el fino trabajo que realiza el poeta para convertirse, alternadamente, en Lázaro (“cortesano y amante”); en Sandro (“general e hijo”), en Ada (“filósofa, cortesana y amante”); en Tulio (“campesino, soldado, cantante y amante”) y en la propia Galya (“reina-madre”). El poeta encarna dichas voces y las dota de un registro propio, cercano a la lírica contemporánea, pero también las lleva próximas al reparto actoral, propio del drama, y a la narración de hechos grandiosos de la épica.