Construido a través de cinco monólogos, El aceite de las nueces nos convoca a oír distintas voces ora glorificantes, ora lúbricas, ora reflexivas, ora cargadas de duelo y desesperanza. En todas ellas resalta, sin duda, el fino trabajo que realiza el poeta para convertirse, alternadamente, en Lázaro (“cortesano y amante”); en Sandro (“general e hijo”), en Ada (“filósofa, cortesana y amante”); en Tulio (“campesino, soldado, cantante y amante”) y en la propia Galya (“reina-madre”). El poeta encarna dichas voces y las dota de un registro propio, cercano a la lírica contemporánea, pero también las lleva próximas al reparto actoral, propio del drama, y a la narración de hechos grandiosos de la épica.