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Gabriel Trujillo (Mexicali, Baja California, 1958)
Hijo de su engaño
Puedes hacer la suma de la ciudad en que vives Contar sus accidentes: sus percances: sus tumultos Llamar de viva voz a los muertos para que salgan de sus tumbas Y relaten nuestra historia en sus vicisitudes y congojas Cómo fue que llegamos a ser este desastre en marcha Esta catástrofe multiplicada sobre la costra del mundo
Puedes ser su clarividente: su profeta: su mesías Decir que esta ciudad tiene un futuro envidiable Que llegará a ser la mejor metrópoli de todas Pero eso sería mentirle a los arenales que le dan vida Al salitre que la sostiene en pie cuando la arrasa el terremoto Porque esta ciudad es sólo un espejismo en la transparencia del verano
Una luz temible a cuya sombra eres Hijo de su engaño: padre de sus mitos
Estacionamiento
Aquí hubo una casa de madera Un porche con dos sillas de mimbre Un patio trasero cubierto Con la magnánima sombra de los fresnos
Aquí hubo un columpio de cuerda Una llanta para nadar en los canales Un perro que ladraba todo el tiempo Aunque te conociera desde niño
Aquí hubo risas y pasteles Niñas que eran fieras amazonas Cuando jugaban contigo a los encantados
Aquí hubo miradas de amor Besos a escondidas Caricias y arrumacos
Y ahora solo queda el asfalto En su oscura certidumbre El cemento en su dura realidad
Un estacionamiento vacío Donde antes hubo escándalo Un símbolo de la sombra que somos Sobre el resplandor de nuestra infancia
Carroza
El tráfico se detuvo para que pasara el cortejo fúnebre: La carroza al frente y unos pocos autos eran toda la procesión
Un desfile más en medio del aturdimiento urbano Alguien que ya no cuenta en la polvareda de la vida Una piedra desgastada hasta desaparecer
En cuanto la calle se despejó Todos nos apresuramos a seguir nuestro camino Como si esa muerte -en su anonimato: en su desventura- no fuera también la nuestra
Quietud
Como esos cuadros de Edward Hopper Donde se pintan pueblos en solitaria quietud En tranquila convivencia Así recuerdo La ciudad que dejé a mis espaldas
Un horizonte sin prisas En la tolvanera del mundo
Un paisaje de calles silenciosas Bajo la radiante luz del mediodía
La perenne visión de un tiempo inmaculado Donde mi corazón aún se llena de sus propias añoranzas
Un pueblo de luces etéreas, de sombras distantes Como el fulgor de un espejismo que se resiste a marcharse
De La ciudad: ciclo de voces y nostalgias
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